miércoles, 24 de agosto de 2011

Por Sigmundo, por mi madre y por mi conciencia


Acabo de terminar de leer 20 POLVOS, una novela en cuyas últimas páginas (la antepenúltima para ser exacto, justo antes de los agradecimientos y de la hoja final que en realidad es la fotografía panorámica del autor sin pantalones, con el miembro al aire y fumando lo que tal vez sea un porro) aparece un AVISO FINAL donde el lector está obligado, ante su madre y conciencia, a sacarse una fotografía con el libro (con o sin los ojos tapados, vestido o desvestida en el afortunado caso de ser mujer), escribir una sincera crítica, sea buena o mala, larga o breve, y enviarlo todo, con premura, al mail de Rafa Fernández, el autor del libro.

No soy crítico literario, así que no voy a escribir una mierda, aunque Rafa lo pida y por más que sea mi amigo y haya tenido el detalle de regalarme y enviarme desde España su primera novela publicada en papel con una dedicatoria en la primera página donde afirma con puño y letra que me follo a la tía más buena de todo México.

De la novela no hablo. Punto. No porque no quiera, sino porque todos los días, Rafa publica en su blog una critica nueva de sus lectores que acaban de devorar el libro. Todas son criticas sinceras, hechas por hombres y mujeres que pareciera se ganan la vida escribiendo. Así que lo que yo pueda decir (que no me gano la vida escribiendo, porque ninguno de los varios periódicos que me publican me paga un peso) sale sobrando.

Dicho esto, reproduzco lo que debería ser el prólogo de todas las novelas en papel que publique de hoy en adelante Rafa Fernández. Palabras sinceras del escritor Hernán Casciari que aparecieron publicadas en Enero de este año en el número 1 de la revista Orsai y que me hicieron correr a la computadora y quemarme los ojos frente a la pantalla durante varios días consecutivos.


Fue hace cinco o seis años, mientras navegaba sin rumbo por Internet. Me encontré de casualidad con un chico español que tenía un blog desquiciado. Se llamaba Rafa Fernández y trabajaba en una discoteca de Canarias. Fue la primera vez que leí literatura de verdad nacida en la Red. Este chico escribía cada noche unos Diarios secretos de sexo y libertad con el seudónimo de Sigmundo. Madre muerta en la infancia, padre abandónico, masturbación temprana. Me sentí, al leerlo, como los caseros de Henry Darger cuando encontraron el cuerpo del viejo, su obra escondida. Estuve toda una madrugada leyendo los textos de Rafa. No puede parar. Al terminar, la noche del siete de noviembre de 2005, le escribí un mail: “Hola Rafa, te descubrí por casualidad esta noche y me senté en casa a leer alguna cosa tuya. No tenía pensado darte más de cuatro o cinco minutos de mi vida. Y cuando vi la estética de la web, reduje el tiempo a dos minutos por culpa de mis prejuicios. Todo me era ajeno: el fondo negro, la disposición de los textos, fotos de mujeres desnudas, etcétera. El tipo de sitio del que me alejo más rápido. Cinco horas después, te habías convertido en la única persona que había logrado atarme a la lectura tediosa frente a un monitor. Odio leer en pantalla, y muchas veces no entiendo cómo mis lectores lo hacen. Siempre me vanaglorié de no haberlo hecho nunca: mataste ese orgullo, uno de los pocos que me quedaban, con la entraña de un estilo impresionante.

“Voy al grano: yo ya no soy un lector, hace mucho que no puedo leer con sorpresa, porque siempre el oficio va por delante. Voy siempre buscando el truco, viendo cómo el que escribe quiere venderme la situación, observando sus pasos previos, cómo se relame cuando sabe que va por buen camino. Deformación profesional se llama. Por esa razón festejo y agradezco los pocos momentos en los que eso no ocurre, cuando el estilo es más poderoso que toda la parafernalia de la modernidad. Es tu caso.

“No apostaba ni dos pesos cuando empecé a leerte: no me gustó la presentación de la página, no me gustó el tipo de letra, no me gustó tu forma tan rara de ponerle a todo dos puntos, no me interesa el tema del que hablás; todo, Rafa, en contra. Sin embargo, horas y horas leyéndote. ¿Por qué? Porque tenés la fuerza inhumana del narrador nato, porque hay una potencia genética en tu forma de contar las cosas, algo desgarrador que trasciende el morbo, trasciende lo pornográfico, o lo moral, o lo ético; porque carecés milagrosamente del pánico intelectual de tu generación, del pijerío mojigato que paraliza y provoca que la gente escriba con un molde de corrección, o de falsa corrección (todo es la misma mierda); porque estás más allá, incluso, de tu propia cabeza narradora.

“Es tan chato todo (el mundo, la literatura contemporánea, este progresismo de todo a cien) que un descubrimiento de este calibre provoca alegría, mucha, y casi nada más. Deseo que escribas, que escribas siempre, y que seas joven. Brindo por eso. Hernán”.

Ahora pasaron seis años de ese correo. Nunca nos vimos en persona con Rafa, porque yo no soy muy de salir. Pero me parece muy necesario que esté acá, en el primer número de esta revista, con una recopilación de esos cuentos biográficos que, hace ya siglos, me reventaron la cabeza.


¿Existe una mejor reseña? El techo de mi cuarto está lleno de confeti y de demonios multicolores. También tengo la cabeza reventada.

P.D. Solo en un par de ocasiones de verdad he deseado con todas mis fuerzas que los dos o tres lectores que me siguen cada semana escuchen mis palabras: la primera fue cuando les hablé de una revista imposible llamada Orsai; la segunda es ésta: no dejen de leer 20 POLVOS y próximamente DIARIOS SECRETOS DE SEXO Y LIBERTAD.

Por mi madre y por mi conciencia que no se arrepentirán.

lunes, 8 de agosto de 2011

El corso (una nueva esperanza nacional)


“La pena máxima en Brasil son 20 años, pero yo llevo cumplidos 44 por un delito que no cometí.”
- Moacir Barbosa (portero de Brasil en el mundial de 1950)


Si fuéramos Burkina Faso o estuviéramos en 1980 (un año antes de que Hugo Sánchez emigrara a la Península ibérica) podría entender lo que mis ojos, oídos y cerebro tratan de procesar pasmados frente al televisor. Guillermo Ochoa, alias, Paco Memo, alias, Ochoa, alias, el niño bonito portero del América, debuta en la liga francesa de fútbol. Lo sorprendente, no es que Paco Memo haya brincado el charco con visa de trabajo, sino ¿de cuándo aquí a los mexicanos nos importa tanto lo que pueda hacer o no un portero?

De entrada, aquí y en China, el portero no es considerado un futbolista. Si acaso, está un peldaño por encima de los abanderados o de los banderines del córner. Ni siquiera está a la altura de un árbitro central. A menos, claro, que el portero tenga la osadía de comerse un gol, entonces sí, hasta la última persona del graderío le tendrá reservada una ingeniosa mentada de madre.

Poco me importa que ustedes piensen o crean que el portero sí que es considerado un futbolista. Pieza clave en el engranaje de una maquinaria perfecta. ¿Alguien ha visto a un aficionado en el Camp Nou (o en la calle) con el uniforme de Víctor Valdés? Incluso se ven más camisetas del petardo de Ibrahimovic o Cesc Fabregas (que ni siquiera pertenece al equipo culé) que la del sujeto que se ha llevado 4 trofeos Zamora en los últimos 7 años, traducción: el portero menos goleado de la mejor liga del mundo. Piqué. Puyol. ¡Qué defensas! Siempre hay una explicación lógica para le gente.

Observen al portero. De entrada, va vestido con uniforme diferente al de sus compañeros. Es para que no se confundan los jugadores, dice el reglamento de la FIFA, o sea, los abuelitos de pantalón largo que en su vida han pateado un balón. Pero los que sí han jugado al fútbol, saben perfecto que un par de guantes basta para diferenciar al señor que puede tomar el balón con las manos con los que no. ¿Acaso en waterpolo el portero usa un penacho en vez de una gorrita de goma para poder ser diferenciado del resto? No, solo usan una gorrita de color rojo, dirán los puristas del deporte acuático. ¿Y para qué usar una gorrita de color rojo? ¡Todos pueden meter las manos![1] Conclusión: el waterpolo lo inventó un portero frustrado y acalorado.

¿Existe en el barrio alguien que quiera ser portero en las cascaritas? Se tiene que nacer subnormal para levantar la mano; nadie en su sano juicio quiere terminar con las rodillas y codos ensangrentados. ¿Alguien quiere ser portero cuando se es niño? Papá tiene que ser pedófilo o un borracho golpeador de mujeres para acceder a más castigo.

El portero vive en una jaula cuadrada, de muros invisibles. Es un elefante de circo que cree estar encadenado. Pobrecito del portero si sale conduciendo el balón fuera de los límites permitidos. No en balde todos los niños del mundo quieren ser delanteros. El niño no busca la gloria, sino evitar los gritos enloquecidos de papá. Los delanteros (incluso los medios y los defensas) tienen permitido errar un gol o un pase. El portero jamás. Ser portero equivale al oficio de desactivar minas, con la sutil diferencia de que estos últimos en caso de fallar se libran de tener que ver a los ojos a sus compañeros al final de la jornada.

En la historia de los Mundiales tuvieron que pasar más de 70 años para que ocurriera el partido que por una milagrosa combinación jamás pudo realizarse en el siglo XX. Alemania contra Brasil. Los dos países más ganadores. Escuelas antagónicas. Frente a frente en una final. Si el partido hubiera salido de la cabeza de un escritor, éste tendría que ser una persona muy perversa para resolver el duelo con un error del portero. Oliver Kahn era el mejor jugador del Mundial Corea-Japón 2002 hasta el minuto 66 del último cotejo cuando la pelota se convirtió en una barra de jabón entre sus manos. ¿Alguien recuerda el nombre del imprudente mediocampista alemán que intentó driblar a Ronaldo en los linderos del área?

Ya me lo imaginaba. ¿Alguien se acuerda de Iker Casillas? Por supuesto que sí, apenas ha pasado un año del campeonato de España, además de que muy pocos tienen el mal gusto de retener en el cerebro a un calvo reventando la red de los holandeses en tiempos extras, lo más saludable es guardar la imagen del portero (que bien podría ser modelo de Armani, si no es que ya lo es) besando a su novia reportera (que bien podría ser modelo de Dolce & Gabbana, si no es que ya lo es).

A fin de cuentas, todo se resume en la belleza. Se le perdona a uno ser portero (también el nombre y el apellido) solo si eres Gianluigi Buffon. El otro lado de la moneda es Jorge Campos. Probablemente el mejor portero que ha existido en México. Logró brincar la frontera (por el lado equivocado) para que los gringos gastaran sus dólares como quien gasta en el circo. Para ellos, el acapulqueño era una curiosidad, el hombre piñata, el portero que no era portero. Si Campos hubiera nacido con el físico de Rafa Márquez, él también hubiera jugado en el principado de Mónaco o en el Barcelona.

El mismo caso de incontables porteros mexicanos. Los porteros mexicanos no le piden nada a los porteros argentinos, salvo el rostro. Por eso los porteros argentinos emigran hasta el último rincón del globo terráqueo. Con la mano en el corazón, dejando a un costado patriotismos baratos, creo que los porteros mexicanos son tan buenos como los boxeadores mexicanos. Genéticamente nacieron para sufrir, para la mala vida. ¿Alguien recuerda algún error de un portero mexicano en un Mundial? Viajemos hasta 1986. Si Pablo Larios Iwasaki hubiera nacido güero y ojo azul, Harald Schumacher no aparecería en el mapa de nuestras más terribles pesadillas atajando penales. Jorge Campos (Mundiales ´94 y ´98), Oscar “El conejo” Pérez (Mundiales ’02 y ´10) y Oswaldo Sánchez (Mundial ´06) tienen en común, además de nunca haber errado y jamás haberse ido a Europa, que son de color café.

En cambio, vean a Memo Ochoa. Dos Mundiales calentando banca. Lejos de los reflectores internacionales. Sin embargo, es blanco y esponjosito como el pan de sándwich del cual es vocero. Lo de esponjosito es una licencia poética. No soy actriz de Televisa para conocer la consistencia del portero de moda. El primer portero mexicano en cruzar el Atlántico. En aparecer en primer plano. Con reporteros enviados hasta la isla de Córcega a cubrir su debut. Con enlaces telefónicos con su padre para conocer de primera mano sus impresiones. Con el análisis meticuloso, jugada a jugada, de un panel de ex porteros profesionales.    

Repito la pregunta que hice al principio de este escrito: ¿de cuándo aquí a los mexicanos nos importa tanto lo que pueda hacer o no un portero? La verdad es que jamás nos ha importado en lo absoluto. Y lo dice un hombre con conocimiento de causa. Sí, soy portero.

La realidad es que Televisa fue timada cuando los franceses le vendieron los derechos para transmitir su liga profesional de fútbol. ¿Quién en su sano juicio invertiría dos horas de su fin de semana en ver un partido de la liga francesa? Nadie, a menos claro, que exista un mártir a quién seguir. Entonces, un montón de tontos, es decir, americanistas (yo me desmarco: uno, porque no soy americanista; dos, porque solo vi el partido por mero estudio antropológico) descubren que existe un equipo llamada Ajaccio, cuyo estadio es mucho más chico y horripilante que el de Los Correcaminos de Ciudad Victoria, y su uniforme tiene más publicidad que el Puebla y los Tecos (juntos), y el fútbol que se practica en esa isla del Mediterráneo no le pide nada al que practicamos en la Península de Yucatán cuando juegan Itzaes contra Corsarios de Campeche en al tercera división.   


[1] Tranquilos puristas del waterpolo, sé perfecto que solo los porteros pueden sujetar la pelota con ambas manos.