lunes, 3 de noviembre de 2008

El Escritor que no sabía escribir


El Escritor que no sabía escribir descubrió que no sabía escribir cuando se sentó frente a una hoja en blanco. Naturalmente, como buen y genial escritor se dio por enterado de este problema (el cual ignoraba que padecía) cuando decidió dedicarse de tiempo completo a la escritura, renunciando a su trabajo en una fábrica que fabricaba estuches para tornillos de cabeza de estrella del tamaño número cinco y medio.

More...Esta decisión hizo derramar tantas lágrimas a su querida mamá que llenó a tope un hueco en el patio trasero de casa donde quería construir una piscina que nunca pudo terminar de cavar a falta de dinero, porque ella era una señora viuda.

La que no era señora ni viuda porque era joven y porque no se había casado ni muerto su esposo (aún) era la novia del Escritor que no sabía escribir, que también lloró y lloró, causando un diluvio en casa, convirtiendo la sala y la cocina en una enorme piscina, ya que su novio no tendría dinero para comprarle una casa grande que no se inundara cuando ella se echara a llorar y llorar.

El Escritor que no sabía escribir estaba muy triste, porque además de hacer llorar a sus seres queridos ningún periódico de la ciudad le quería publicar sus escritos.

-Le falta contenido -decían los editorialistas, rechazándole una y otra vez la hoja en blanco que puntualmente les enviaba cada semana a la redacción.

La misma suerte corrió la primera novela que envió a todas las editoriales que publicaban novelas en la ciudad, pues ni una de ellas (ni que tuvieran un tornillo suelto) se animaba a publicar un libro tan grueso y pesado como Don Quijote de la Mancha, que a diferencia de las aventuras de un hidalgo relataba un desierto de mil páginas en blanco. De ahí que el Escritor que no sabía escribir tuviera la penosa necesidad de conseguir un trabajo de medio tiempo, el cual consistía en llenar el mar con sus lágrimas saladas cuando la sal del mar se iba de vacaciones a visitar a sus primos salados del mar Mediterráneo.

Sin embargo, el Escritor que no sabía escribir no claudicaba y menos se rendía ante tantos rechazos, pues era consciente de que en su subconsciente escribía los más geniales artículos, ensayos, cuentos cortos y cuentos largos, y novelas tanto de aventura como de drama; lástima que todos ellos aparecieran solo en su mente, motivo por el cual nadie más que él podía leerlos, pues estas ideas maravillosas y nunca antes vistas llenaban su cabeza hasta las orejas siempre e invariablemente en las posiciones y momentos mas inconvenientes: en el aire y boca abajo metiendo un golazo de chilena en partidos que su equipo perdía por diez goles a uno; acostado en su hamaca bajo un par de palmeras pelonas mientras soñaba con sueños tan profundos y pesados que jamás podía levantarse; en lo alto de un baluarte del Fuerte más fuerte, con telescopio en una mano y arcabuz en la otra, vigilando que en el aguado y azulado horizonte no aparecieran barcos piratas fantasmas que desplegaran negrísimas banderas como sus intenciones de saquear y robarse a las niñas más bonitas de la ciudad al igual que en tiempos pasados cuando los piratas eran de carne y hueso; o cuando cansado del calor se marchaba de campamento a la cima de la montaña más alta, donde el mucho frío y poco aire que allí reinaban no le dejaban fuerzas más que para tiritar el esqueleto y castañear los dientes.

Oh, sí, era una pena que estas ocurrentes e innovadoras ideas no pudieran ser inmortalizadas por tanta mala fortuna y poca memoria que aquejaban al Escritor que no sabía escribir, porque así de rápido como llegaban las ideas, así de rápido se esfumaban, y las que más duraban se evaporaban como pompas de jabón justo en el preciso momento en que a toda prisa el Escritor que no sabía escribir corría hasta llegar a casa, sacaba pluma y hoja en blanco del escritorio y se sentaba inspiradísimo para escribir la primera palabra de la novela más asombrosa que se haya escrito nunca antes en la historia de la literatura, en el preciso instante en que su mano iba a escribir la primera consonante o vocal, plop, su mente quedaba del mismo color que la hoja en blanco que tenía delante.

He ahí, niñas y niños, abuelas y abuelos, señoras y señores, una gran tragedia que bien merecería ser escrita por un Escritor que supiera escribir, tal vez en forma de cuento para que los lectores más melancólicos no se animaran a cortarse las venas con filosas navajas (si no con cuchillos de plástico) en solidaridad con el Escritor que no sabía escribir.

Pero dejando añoranzas estériles aparte y volviendo a la historia, el Escritor que no sabía escribir decidió reconocer y hacerle frente a su problema de no saber escribir, así fue que ideó un plan para salir de su problema: consultar con el psicólogo.

Por desgracia como el Escritor que no sabía escribir era tan pobre porque no existía periódico, revista o editorial que le pagara por sus escritos en blanco, y tampoco lo contrataba ya el Gobernador para salar el mar gracias a que la crisis que azotaba a la ciudad no le permitía ni a la sal irse de vacaciones a Europa (a diferencia de los funcionarios públicos), el Escritor que no sabía escribir no podía darse el lujo de pagar consultas con el psicólogo, y siendo así de terrible su situación, decidió que la única solución para resolver éste problema era enamorando al psicólogo, que era una mujer redonda y morena como un bombón de chocolate que tenía debilidad por devorar bombones de chocolate.

El cortejo no fue tarea sencilla para el Escritor que no sabía escribir porque el psicólogo era muy profesional y no se dejó persuadir fácilmente por la primera caja de bombones de chocolate que le llevó el primer día de consulta, y no fue sino hasta que le regalara la segunda caja de bombones de chocolate el segundo día de consulta cuando el psicólogo accedió a ser su novia, y por ende no cobrarle ni un solo peso por las consultas, pues, ¿dónde se ha visto que una novia le cobrase a su novio por escucharle decir sus confidencias y problemas y por darle consejos? En ninguna parte del mundo. Así que este pequeño triunfo personal llenó de alegría al Escritor que no sabía escribir porque de ahora en adelante podría pasar las veinticuatro horas del día en terapia intensiva con su nueva novia para que ella le curara de ese problema tan grave que padecía de no saber escribir.

Ah, y punto y aparte. No mal piensen, la antigua novia del Escritor que no sabía escribir lo mandó un día a la panadería a comprar pan, y mientras éste compraba bombones de chocolate en vez de pan ella aprovechó para enamorarse de un señor que era dueño de su propia fábrica que fabricaba estuches para tornillos de cabeza de estrella del tamaño número cinco y medio, y que, para su fortuna y desgracia, en un mismo día terminó casándose y enviudando cuando su esposo fue devorado por una máquina de la fábrica minutos antes de irse de luna de miel, heredándole una mansión con una sala y una cocina del tamaño de veintiún campos de fútbol americano de ciento cincuenta yardas cada uno, mismos que nunca tuvieron problemas de inundaciones porque ella no derramó ni una sola lágrima ya que no tenía motivos para llorar porque ahora era inmensamente rica.

Volviendo a las pequeñas alegrías del Escritor que no sabía escribir, para su desgracia (una más en su vida), no duraron mucho, pues como todos sabemos los planes solo funcionan sobre el papel porque en la práctica ocurre todo un revoltijo y el revoltijo fue el siguiente: su nueva novia cuando nada más era su psicólogo le animaba fervorosa y profesionalmente a ser escritor, sin embargo y dato curioso fue que al instante de convertirse de psicólogo a novia de tiempo completo ella le diagnosticó un caso crónico de no saber escribir, por lo cual el Escritor que no sabía escribir debía regresar a la fabrica que fabricaba estuches para tornillos de cabeza de estrella del tamaño número cinco y medio (de rodillas y suplicando si era necesario), para que su antiguo jefe, un hombre muy serio y muy formal, le devolviera su antiguo empleo y así pudiera ganar dinero contante y sonante para poder llevarla al cine a ver películas de estreno y a la iglesia para casarse y al hospital para que pudiera tener muchos hijos y comprarle una casa grande donde pudieran vivir todos juntos como una bonita y normal familia como todas las familias bonitas y normales de la ciudad, y también para comprarle muchas cajas de bombones de chocolate; ah, porque esto no lo dijimos antes pero las dos primeras cajas de bombones de chocolate el Escritor que no sabía escribir las obtuvo cortesía de la vendedora de cajas de bombones de chocolate, que era una mujer flaca como un palillo de dientes que estaba perdidamente enamorada de él, pero al instante que le fueron con el chisme de que el Escritor que no sabía escribir tenía nueva novia, ella, que era una mujer de pocas pulgas, en vez de seguir regalándole las cajas de bombones de chocolate empezó a vendérselas al triple del pecio normal que costaban.

Asustado ante este bonito y majestuoso escenario, el Escritor que no sabía escribir le dijo a su nueva novia psicólogo que iba a la tienda por unos cigarrillos, aunque en realidad él no supiera ni le gustara fumar, y se marchó lejos de las costas del mar que tanto amaba para que no pudiera encontrarle ni un solo psicólogo, es decir, se fue a vivir a Ciudad Capital que era una ciudad redonda como la llanta de una bicicleta donde estaban prohibidas tres cosas: las costas, el mar y los psicólogos.

En Ciudad Capital la vida del Escritor que no sabía escribir cambió por completo, incluida su mala suerte. Allí por los azares que tiene el destino (y porque también era su vecino) conoció al Mejor Editor del Mundo, un señor que al instante de leer su primera novela de mil páginas en blanco le prometió fama y fortuna.

-Muchacho, eres un genio incomprendido –dijo el Mejor Editor del Mundo.

-Todo este tiempo pensé que el del problema era yo y no los lectores -dijo estupefacto el Escritor que no sabía escribir.

-Muchacho, ya verás como me encargo de sacarte del anonimato -dijo muy seguro de si mismo el Mejor Editor del Mundo porque era el mejor editor del mundo y porque tenía la fama y reputación de convertir en famosos y muy leídos a todos los escritores cuyos libros editaba en su sello editorial.

Sin embargo, aún con estas envidiables credenciales, el Escritor que no sabía escribir tenía sus dudas respecto a que una novela de mil páginas en blanco tuviera éxito.

-Muchacho, deja de preocuparte y deja todo en mis manos, que yo tengo una idea que de la noche a la mañana hará que todo el mundo lea tu libro -dijo el Mejor Editor del Mundo.

-Tampoco es para tanto -dijo el Escritor que no sabía escribir-, me conformo con que solo diez personas lean mi libro.

-¡Ah, en ese caso, imposible publicar tu libro! –exclamó desilusionado el Mejor Editor del Mundo.

-Pero, ¿por qué? -preguntó alarmado el Escritor que no sabía escribir.

-Porque mi idea es tan brillante y tu libro es tan brillante que el resultado será tan brillante que es imposible que solo deslumbremos a diez personas –respondió el Mejor Editor del Mundo.

-Bueno, en ese caso, has lo que tengas que hacer -dijo el Escritor que no sabía escribir.

Y lo hizo. El Mejor Editor del Mundo puso manos a la obra y le contó al Escritor que no sabía escribir la idea del plan que tenía en mente, el cual se le ocurrió basándose en una idea que ya se la había ocurrido antes a otra persona hace muchísimos años, porque el Mejor Editor del Mundo era conciente de que los editores al igual que los escritores tomaban prestadas sus más originales y sensacionales ideas de los dos primeros grandes y rechonchos libros que se escribieron en la humanidad.

Al día siguiente El Mejor Editor del Mundo sacó al mercado bajo su sello editorial el libro escrito por el Escritor que no sabía escribir. Un libro que, como ya se había mencionado, constaba de mil páginas en blanco, pero que al salir a la venta solo pudo ser de novecientas noventa y nueve páginas en blanco, pues tuvo que pasar por un meticuloso trabajo de edición y corrección de estilo; al igual que por muchísimos debates hasta llegar a un común y democrático acuerdo en el que el libro debía llamarse El mejor libro del mundo. Sin embargo, ante los ojos del público apareció bajo el título de El mejor cuento del mundo, esto a petición del Escritor que no sabía escribir luego de explicar en las oficinas de imprenta que su libro en realidad no era un libro, sino un cuento.

Naturalmente, con un título como ese, la gente se abalanzó a comprar uno o varios ejemplares del libro a las ferreterías y a la sección de frutas y verduras de los supermercados, pues allí, como una nueva y revolucionaria estrategia de mercado se decidió que se vendería el libro El mejor cuento del mundo.

Quienes leyeron la primera edición (que se agotó en un minuto y medio) quedaron más que confundidos tras leer las dos primeras páginas y no entender ni una sola palabra porque las hojas estaban completamente en blanco. De inmediato los lectores, muy molestos al verse timados, fueron a todas las ferreterías y a todas las secciones de frutas y verduras de todos los supermercados a reclamarle airadamente a los ferreteros y a los verduleros y a los fruteros de que había un timo o un error en la imprenta del libro, porque no podían leer y menos entender nada de nada.

Ante esta consternación generalizada el Mejor Editor del Mundo hizo acto de presencia, muy indignado, para sacar de su error a todos los lectores diciéndoles que el libro no contenía timo y menos fallo alguno, sino que el libro al ser el mejor cuento del mundo solo podía ser leído y comprendido por lectores inteligentes.

Sorprendidos ante esta revelación, todos los lectores y los no lectores regresaron a sus casas y leyeron y/o pidieron prestado el libro El mejor cuento del mundo para leer y comprender sus novecientas noventa y nueva páginas en blanco para que los demás lectores y no lectores no fueran a pensar que ellos eran unos tontos.

-¡Definitivamente es el mejor cuento del mundo! -exclamaron diez mil lectores y no lectores al unísono. Y como fueron tantos los lectores como los no lectores en haber hecho esta exclamación al mismo y preciso tiempo, es lógico suponer que la exclamación se escuchó en las diez ciudades vecinas que rodeaban a Ciudad Capital.

Pronto, por no decir al instante, en las diez ciudades vecinas exigieron en medio de gritos y manifestaciones que consistieron en bloquear calles y avenidas, la inmediata impresión de la segunda edición (o las ediciones que fueran necesarias) del famoso libro El mejor cuento del mundo.

Ante esta predecible situación, el Mejor Editor del Mundo, raudo y veloz como debe ser el mejor editor del mundo, ordenó imprimir la cantidad de cien mil libros, pues en un meticuloso estudio de mercado los resultados arrojados por estadistas y matemáticos profesionales aseguraban que esa era la cantidad exacta (ni uno más, ni uno menos) de libros que se lograría vender, ya que debido a la crisis que azotaba al país muchos lectores preferían pedir prestado el libro, y algo muy feo y de muy mal gusto es ver un libro huérfano en mitad de los plátanos y las zanahorias.

Los estadistas y matemáticos acertaron, como era de esperarse en ellos, pues las matemáticas son una ciencia exacta, o sea, que no pueden fallar nunca, y todos los libros que salieron a la venta se vendieron más rápido que el medio kilo y medio de lechuga. Y así de rápido como desaparecieron los libros así de rápido volvieron cargados en las manos de sus indignados propietarios que muy furiosos exigían una explicación del por qué luego de leer las primeras dos paginas no habían comprendido ni una sola palabra del libro que decía ser el mejor cuento del mundo.

En esta ocasión, el Mejor Editor del Mundo, al no conocer la fórmula para teletransportarse o dividirse en diez personas, con gran precaución y lujo de detalles había girado instrucciones precisas a todos los ferreteros, verduleros y fruteros de las diez ciudades restantes del país de que si los lectores del libro El mejor cuento del mundo presentaban queja alguna, por favor, les dijeran que el libro no tenía timo ni fallo, pues solamente los lectores inteligentes luego de leer las novecientas noventa y nueva páginas podrían comprender de qué trataba el libro.

En fracciones de segundo, los lectores que hacían enormes filas para reclamar la devolución de su dinero, al enterarse de que solo los inteligentes podían entender el libro, viéndose unos a otros formados en esa larga fila se justificaron diciendo que su despensa estaba incompleta sin tres cuartos de medio kilo de ciruelas pasas o dos y medio gramos de rebanadas de melón verde u ocho bujías y cuatro estuches de tornillos de cabeza de estrella del tamaño número cinco y medio. Con tales respuestas lógicas, todos quedaban conformes y asentían muy satisfechos de arriba a abajo como quien es aleccionado en materia de física cuántica por un ganador del Premio Nobel.

El mejor cuento del mundo fue el libro con mayor éxito de crítica de todos los tiempos en el país circular conformado por once ciudades. Y como era de esperarse en las diez ciudades que tenían costas, mar y psicólogos, emitieron su crítica literaria al unísono que fue más o menos la siguiente:

-¡Oh, sí, definitivamente el mejor cuento del mundo!

Como es natural y científicamente probado, al emitir una misma crítica dicha por tantas voces diferentes a un mismo y preciso tiempo, ésta atravesó todos los mares y las costas y las montañas existentes hasta llegar a oídos de todos los países vecinos del mundo que es redondo como una rueda de bicicleta achatada.

Y así fue como el libro El mejor cuento del mundo por decisión unánime de todo el mundo (porque todo el mundo lo leyó, incluso los que no lo leyeron) se convirtió en el libro más vendido de toda la historia de la humanidad, transformando a su vez al Escritor que no sabía escribir en el personaje literario más fotografiado por los paparazzi, porque ahora era el mejor escritor del mundo aunque nunca en su vida hubiese escrito ni una coma, pero sí comprado una piscina nueva para su mamá que ahora ella llena todos los días con champagne porque ya no tiene motivos para llorar por el futuro incierto de su hijo.

14 comentarios:

Unknown dijo...

Esta ha sido la manera mas larga y diplomàtica en la que podemos entender que somos los tìpicos borregos que siguen a todo el rebaño, por no decir tontos e incrèdulos.

Rodrigo Solís dijo...

Rima: y te faltó mencionar además de larga y diplomáica, aburrida, muy aburrida.

Anónimo dijo...

Cuando hagas un resumen de lo que subiste lo leeré. Que hueva.

Rich

Rodrigo Solís dijo...

Rich: no te preocpues, mañana te mando el resumen por medio de un telegrama.

Anónimo dijo...

jajajajaja ay no mames y sigues con tus pendejadas j aja ja ja ja ja no mames y te dices escritor jajajaja te as de sentir una mega persona virtuosa con el disque arte k sale de ti jajajaja no mames jajajajajaj k patetico

Rodrigo Solís dijo...

DJ: de hecho el cuento se trata de un tonto como yo que se hace pasar por escritor. Y a diferencia de lo que puedas pensar, soy todo menos un artista. Gracias por leerme. Un abrazo.

Anónimo dijo...

es como el cuento del traje del emperador!! creo que asi se llama, lo lei hace muchos años, me gusto!

Rodrigo Solís dijo...

Mariana: en efecto, es mi cuento favorito, pero como yo no tengo ni una pizca de talento decidí robárselo a Hans Christian Andersen. Al menos, la idea.

Anónimo dijo...

ja ja ja aj k idiota yo leerte ja ja ja a me burlo de ti , ja ja ja tu cerebro no da para mas !! ke aburrido eres !! y deja de mandar tus mamadas de blog jajajaja esta muy aburrido ZzzZZzzz mejor dedikate ah mendiguear , te iria mejor !!

Rodrigo Solís dijo...

DJ: A eso me dedico, a mendigar. Ojalá algún día me veas en la calle y te apiades de un idiota como yo y me des un billete de 100 pesos.

Anónimo dijo...

jajajaja darte dinero ja jaja ponte ah trabajar webon, idarme de ti jajajaja jamas, prefiero burlarme de gente tan pendeja como tu jajajajaja , o ya c deverias de escribir historias mas pateticas igual y te ganas un premio al escritor mas penejo jajajajajajajaj

Rodrigo Solís dijo...

DJ: me halaga que alguien tan inteligente como tú (con una vida muy propia) se tome la molestia de seguirle respondiendo a un hombre tan pendejo como yo. En cuanto a mí, yo me gano la vida respondiéndole a gente brillantísima como tú, así que lo mío es comprensible. Aquí te sigo esperando con los brazos abiertos.

Anónimo dijo...

Una delicia "el escitor que no sabìa escribir".

Leerlo fue como entrar en una puerta giratoria, en la que entras para salir, o sales para entrar, un giro de màs y vuelves al punto de donde empezaste.

saludos.
amanda (alias juanita perez)

Rodrigo Solís dijo...

Juanita: mil gracias por ese comentario, mi ego lo necesitaba, todos me dijeron que me había vuelto loco por escribir ese escrito, es decir, que era tan largo que se dormían a la mitad del camino. Un beso grande.