martes, 24 de mayo de 2011

Cuando el FONCA nos alcanza: día cuatro


1


-Mi… mi… mi… –digo, la voz temblorosa, aguantando las ganas de vomitar, de desvanecerme, en dos pies de puro milagro, las extremidades de mantequilla, ante de poco más de 100 artistas de todas las disciplinas imaginadas. Soy una máquina de código Morse. Soy el rey Jorge VI de Inglaterra-. Mi proyecto… de… de… de novela es…

A continuación, un par de consejos frecuentes que no sirven para nada: uno, el orador promedio te dirá que un truco efectivo para la elocuencia y/o controlar los nervios es mirar un punto fijo, al frente, de preferencia ubicar a la gordita risueña que sobresalga de entre toda la gente como una boya en mitad del mar; dos, el merolico que en su vida se ha parado delante de un salón repleto de espectadores sugerirá la mala y gastada puntada de que imagines a todo el auditorio desnudo, como si la multitudinaria flacidez de carnes de los presentes pudiera menguar el pánico escénico y/o convertirte en el Spencer Tunick de nervios de acero de la palabra.

Las palmas de mis manos gotean. Soy una maraca humana: el Parkinson que mató a mi abuelo es cosa de niños. De haber sabido que un día tendría que estar de pie, solo, sobre un escenario, micrófono por delante, escrutado por la crema y nata de intelectuales jóvenes del país, jamás le hubiera vendido mi alma al Diablo por obtener los $8,532.20 pesos al mes que me paga el gobierno federal, alias, el CONACULTA, para sobrevivir y/o salir del anonimato artístico. El infierno es un paseo por Disneylandia en comparación a esto.

Creo que voy a desmayarme. A desfallecer.


2


-¿Puedes ir más despacio? –dijo la chica de la novela decimonónica.

No debí tomar tantas cubas con el judicial. La cabeza me daba vueltas. Mi plan fue tomar tanto como pudiera, llegar borracho a la última sesión de trabajo. ¿Me quitarían la beca por ser un escritor mediocre? Poco me importaba. El alcohol me daba licencia para ser Superman, que como todos sabemos, es el superhéroe más fuerte de todos y no le tema a nadie. Mucho menos a Batman y sus Superamigos, que me miraban sin parpadear, boquiabiertos desde el otro extremo de la mesa, meneando las cabezas de forma reprobatoria al tiempo que tachoneaban y hacían apuntes en los juegos de copias del avance de mi novela que les entregué antes de ingresar al aula de trabajo.

-Disculpa que te vuelva a interrumpir –dijo la chica de la novela decimonónica-, casi no entiendo lo que dices.

Bebí un sorbo de mi botellita de agua. Fingí seguridad en mí mismo. Inflé la S inexistente en mi pecho de acero y retomé la lectura con el aplomo que solo poseen los intelectuales cuando se les concede la palabra, como si las hojas que sostenía entre manos no fueran kryptonita pura.


3


-Mi proyecto… de… de… de novela es… –digo, más concentrado en contraer una contra otra mis imberbes nalguitas de bebé que en bajar la mirada y leer la hoja que revolotea como un ave enloquecida entre mis manos encharcadas en sudor frío, donde unos apuntes escarabuteados con mi letra chueca, horrenda, de niño rural aprendiendo a escribir, se encaraman vocales y consonantes unas sobre otras dando la impresión de querer salir disparadas por una de las ventanas del auditorio.

Las últimas 48 horas he ido al baño en promedio una vez cada dos horas. Es decir, siendo las matemáticas una ciencia precisa, exacta, nos da un total de 24 cagadas. El lector escatológico pensará que eso es imposible, que el intestino no pude digerir o procesar la comida a tal velocidad, siempre y cuando (y este es mi caso), se padezca una infección gastrointestinal, traducción: diarrea.

Soy conciente que no es de buen gusto (menos cuando uno es etiquetado de intelectual) hablar o escribir sobre la mierda, pero en mi caso, es más que necesario hacerlo. Así como las personas alérgicas a los perros ven su sistema inmunológico colapsar ante la presencia canina, llevándolos a una serie interminable de estornudos, irritación y flujo nasal, en lo que a mí respecta, verme rodeado de eruditos (la cantidad más grande en la que me he visto envuelto jamás: más de un centenar) provoca en mi sistema digestivo una explosión pirotécnica, un tronadero, chillido de tripas, transformación de la materia fecal de estado sólido al líquido, y por si esto no fuera suficiente, hinchamiento del área abdominal producto de un sinnúmeros de gases que a toda costa buscan salir huyendo, expedidos por la cavidad anal, que sin embargo, por decencia, supervivencia, para evitar el escarnio público, clausuro con Peptobismol, Treda, Imodium, Kaopectate, Loperamida, entre otros medicamentos, cual tranca de fortaleza medieval hasta lo humanamente posible, o sea, dos horas.


4


-¿Puedes ponerte de cuclillas y sonreír a la cámara?

Minutos antes de ingresar al auditorio a presentar mi proyecto ante todos los intelectuales, dos hombres (uno con una cámara de video y otro con una cámara fotográfica) me llamaron por mi nombre y me pidieron que los acompañara.

-Necesitamos que nos hables de tu proyecto –dijo el sujeto de la cámara de video-, pero antes, tenemos que hacerte una sesión fotográfica.

Me convertí en Bicho. Mi hermanita modelo, ex reina de belleza. El hombre con cámara fotográfica, bajo el pretexto que era obligatoria la sesión de fotos para tener un registro de los becarios, me pidió que me sentara en unas escaleras, que abriera las piernas, que arqueara la espalda, que mirara fijamente a un punto imaginario sobre la cámara.

-Pon cara de intelectual –me ordenó.

Me imaginé en la solapa de una novela. Mi rostro en blanco y negro. Sobre la nariz la montura de unos lentes de pasta ancha. Saco de parches y suéter de cuello de tortuga. Bucky, Taquito y Mía tendidos a mis pies. Una pipa en la boca.

-Perfecto –dijo el fotógrafo-, tienes madera para esto.

-Ahora vamos a grabar el video –dijo el otro hombre.

Me ordenaron ponerme de cuclillas, recargar la espalda en una pared y presentarme ante la cámara.

-¿Qué digo? –pregunté, haciendo un esfuerzo sobrehumano para no cagarme en las patas.

-Tu nombre y la disciplina a la que perteneces.

-¿Y luego?

-Luego platícanos de qué es tu proyecto.

-Pensé que eso tendría que hacerlo delante de todos los becarios.

-Sí, también lo harás, pero antes hay que registrarlo en video.

Sudé frío.

-¿Qué pasa?

-¿Puedo sentarme? No aguanto las rodillas.

-Sí, adelante.

Me dijeron que tenía tres minutos para explicar de qué trataba mi novela.

-¿Eso es todo?

-Sí.

-Qué vergüenza de proyecto –susurró el fotógrafo al oído del camarógrafo.


5


¿Alguna vez vieron el capítulo en donde Charlie Brown (un terremoto humano) por primera vez vence sus miedos y se arma de valor e invita a bailar a la niña pelirroja? No importa. Tampoco Charlie Brown recuerda nada, por más que a la mañana siguiente sus amigos lo felicitaran y le palmotearan la espalda por haber sido el alma de la fiesta.

Con esto no quiero decir que mi presentación en el auditorio, delante de los más de 100 artistas haya sido un éxito. De hecho no recuerdo nada. Mi último recuerdo es el de mi cuerpo tambaleante, las manos temblorosas, mi voz quebrándose delante de un micrófono, leyendo un papel donde decía lo siguiente: “Cuando deseas alcanzar u obtener algo en la vida, el Universo conspira para que lo logres.”


6


La cena de clausura es en el restaurante del hotel. La mayoría de los becados, me incluyo, lucimos ojerosos, cansados. No he dormido nada en los últimos dos días. Mi compañero de habitación, el malandro, saca dos botellas de ron y las pone sobre la mesa. Se escuchan aplausos. Algunos artistas de las mesas contiguas se relamen. Preguntan donde compraron las botellas. El malandro, como si se tratara de un secreto inconfesable, se hace tonto. Escapa al baño. El judicial escribe en una servilleta una dirección. Digan que van de parte de Yadira, dice. Varios intelectuales abandonan el restaurante. Termina la cena. La administración del hotel nos invita a retirarnos. Si deseamos tomar tenemos que hacerlo en nuestras habitaciones.

No tenemos hielo, tampoco aguas, menos refrescos. El judicial y yo somos enviados por los poetas a comprar al minisuper de la esquina. Para no ir todo el trayecto en silencio, le digo al judicial que me encantaría leer alguno de sus libros, claro, si es que ha publicado algo.

-Son ciento setenta pesos.

El judicial saca de una maletita un libro y me lo entrega. Quedo pasmado. Si algún día ocurre el milagro de que publiquen mi novela, ¿acaso tendré que cargar con varias copias de ella para no morir de hambre? Abro la cartera y con remordimiento le entrego el dinero. Sé que no voy a leer el libro. No importa que sea la primera vez que pago por uno. Años atrás, antes de que saliera huyendo de Campeche, cuando me invitaban a encuentros de escritores, irremediablemente regresaba a casa con sobre equipaje, con la maleta llena de libros de ediciones de ínfima calidad de escritores ávidos de que alguien los leyera, mismos que no dudaba en tirar a la basura o regalar a mis sobrinitos para que dibujaran sobre ellos.

-Gracias, no veo el momento para leerlo –digo.

Regresamos al hotel. Atravesamos el lobby. En recepción dos chicos de medios alternativos se cortan las palmas de las manos con una navaja de afeitar ante los ojos atónitos del recepcionista mientras otros dos meten de contrabando a una banda norteña integrada por sombrerudos armados con un contrabajo, acordeón y batería.

-¡Ahuevo! –grita el judicial.

Una habitación del hotel Panorama, a ojo de buen cubero, tiene capacidad para 50 personas, máximo 60 personas de pie, respirándose las nucas los unos a los otros. Sin embargo, mis cálculos de cubero fallan. La habitación 414 rebosa de gente, desafía las leyes de física donde dos cuerpos no pueden ocupar un mismo espacio. La banda norteña se acomoda, como puede, entre poco más de un centenar de personas.

-¡El mono de alambre! ¡El mono de alambre! –grita el judicial rebotando como un macaco de zoológico.

La banda se arranca con la canción solicitada. El judicial se sobreexcita. Trepa a una de las dos camas individuales inundadas de gente que se aferran del techo para no caer. El judicial continúa con su ritual de dar brincos. Algunos borrachos salen volando de la cama. La banda no cesa de tocar pese a que una marejada de cuerpos los aprisiona contra la pared. El judicial canta de principio a fin El mono de alambre, canción que hasta estos instantes desconocía su existencia. No así el resto de los becarios que cantan a grito pelado junto con el judicial.

-Esta cancioncita ya me está gustando, qué chingen su madre los que están cantando, vamos a bailar, vamos a bailar, el mono de alambre, el que no lo baile, el que no lo baile, qué chingue a su madre

El aire es cada vez más denso. Una cortina de humo impide ver más allá de un metro de distancia. El judicial pide otra canción. Y luego otra. Y otra más. Es un concierto infinito. Llega más y más gente. Algunos cargando cajas con botellas de todo tipo de alcohol. Finalmente el encuentro de intelectuales se asemeja a todas esas historias que me contaron mis amigos escritores. Odio mi vida, preferiría estar en otra insufrible sesión de trabajo, o mejor aún, dormido en mi habitación. Tengo que escapar. No puedo moverme. Los de medios alternativos y los de fotografía se contorsionan como odaliscas sobre las camas. Ni Shakira mueve las caderas de forma tan provocativa. El judicial sigue dando brincos. Abre su cartera y lanza billetes para que la banda toque más canciones. Siento los pies húmedos, encharcados. Bajo la mirada: mis manos cargan una bolsa de agua. Los hielos se han derretido. Pienso en los poetas. Nadie les ha avisado que la fiesta es en el 414. Los parpados me pesan. Siento que llevo una eternidad enredado entre brazos y piernas. Tengo un churro de mota en la boca. ¿Cuándo apareció allí? No importa. Inhalo. Exhalo. Debo avisarles a los poetas que la fiesta es en el 414. Soy una serpiente. Repto sobra la alfombra. Entre piernas. Veo una luz. Aparezco en el pasillo. Estoy bañado en sudor. He nacido. He vuelto a la vida.

-¿Qué es la truenología? –me interroga un sujeto inmenso, gordo, vestido con una gabardina negra y con un sombrero del luchador The Undertaker.

Juro no volver a fumar mota en mi vida. Mi cabeza es un globo aerostático que quiere irse flotando fuera de mi cuerpo.

-Lo opuesto al truenismo –me ilumina el sujeto descomunal y entra al cuarto partiendo plaza, como un Mesías.

Cesa la música dentro de la habitación. Todos miran al sujeto de gabardina y sombrero. Éste levanta la voz y dice:

-Soy el Rey Trueno. El que está siempre arriba, nunca abajo.

Se escucha un estallido de aplausos. De gritos. La música vuelve a reinar en la habitación 414. Atravieso el pasillo. Todos los cuadros que decoran las paredes están pintarrajeados con marcador negro: “EL REY TRUENO, SIEMPRE ARRIBA, NUNCA ABAJO”.


7


Una decena de intentos después logro abrir la puerta de mi habitación.

-Se derritió el hielo –digo.

-Eso veo –dice el sicario de Sinaloa con cara de sorpresa.

Bajo la mirada: la alfombra está húmeda, mis manos siguen cargando una bolsa de agua.

-Cuatrocientos catorce –digo, la voz pastosa-. El mono de alambre.

-Gracias –dice el malandro.

Permanezco de pie. Mi cama está invadida de poetas. Todo el cuarto está infestado de poetas. Se han multiplicado como gremlins y eso que no les he echado agua encima. Jack Sparrow está sentado en una silla en mitad de la habitación. Está en posición de flor de loto. Sus discípulos lo escuchan atentos. Sin parpadear. No entiendo ni una sola de sus palabras. Parece hablar en un idioma piratesco u otra lengua inentendible para mis monolingües oídos. Me concentro. Las ráfagas de aire que entran por las ventanas abiertas parecen menguar los efectos atolondrantes de la mota. Hablan de métrica. De estilos. Se están emborrachando con ron seco y hablan de poesía.

-Chumacero sí le daba sus chingadazos a Villaurrutia –dice el malandro.

-¿Y qué me dices de Jorge Cuesta? –interviene un poeta idéntico al puerquito Porky que zigzaguea con un vaso lleno ron (sin hielo y sin refresco).

Mi peor pesadilla se hace realidad: estoy atrapado en una sesión extra de trabajo. ¿Quién dijo que los poetas eran unos haraganes? Aparecen nombres como José Gorostiza, Carlos Pellicer, Octavio Paz, Jaime Sabines y un sinnúmero de apellidos que en mi vida había escuchado nombrar. Se enumeran infinidad de premios literarios con nombres de personas que asumo son poetas encumbrados, inmortales. Sigo de pie. Paralizado por una sobredosis de mota. Soy un tronco hueco, seco, muerto. Decenas de poetas braman justicia literaria. Exigen que los poetas mexicanos sean reconocidos internacionalmente, que les dejemos de chupar los huevos a los poetas extranjeros.

-Viene hasta un puto nicaragüense y le mamamos los huevos –dice un poeta acapulqueño idéntico a Jorge Campos.

Desearía estar muerto.

-¡Cuidado! –grita el malandro.

El gordito idéntico a Porky se enreda en las cortinas, lo envuelven y jalan hacia el vacío.


8


Una hora y media más y habré sobrevivido a mi primer encuentro de intelectuales del FONCA. Mi organismo intuye que está medianamente a salvo: desde hace algunos minutos mis tripas han dejado de chillar.

-Señor, abróchese su cinturón de seguridad –me dice la aeromoza.

Fracaso. ¿Quién demonios diseña los cinturones de seguridad de los aviones? No logro enganchar la hebilla con la punta metálica de la correa. Soy un niño, un menor de edad con retraso mental.

-¿Le puede ayudar, señor? –dice la aeromoza.

Mi compañero de asiento toma el extremo de la correa donde está la punta metálica, y en un solo movimiento, la engancha con la hebilla de mi cinturón de seguridad. Clic.

-Gracias –digo ruborizado.

Las manos empiezan a sudarme. La ciudad más grande del mundo se convierte en millones de lucecitas multicolores. Pienso en Bicho, alguna de ellas le debe de estar dando cobijo. Brillo. No pude verla. Un casting le impidió irme a ver al aeropuerto. Tin. Suena una campanita. Una voz en off nos informa los metros de altura a los que hemos ascendido en pocos segundos, nos da instrucciones a seguir en caso de una posible emergencia. No entiendo para qué. Estoy seguro, al menos en mi caso, que si llegara a ocurrir alguna emergencia, sé que no podré hacer nada, ni siquiera ponerme la mascarilla de oxígeno, quedaría paralizado por el terror, lloraría de arrepentimiento por haber desperdiciado mi vida, me odiaría por ser un escritor mediocre y sin el talento suficiente para inmortalizar mi nombre como lo hizo el genial Jorge Ibargüengoitia, quien dicho sea de paso, murió en un avionazo.

Cada que me subo a un avión pienso en Jorge Ibargüengoitia. Soy un cobarde, si en estos momentos apareciera un duende y me ofreciera el cerebro y el talento de Ibargüengoitia a cambio de morir calcinado en la pista de aterrizaje, sin duda me inclinaría por mi actual anonimato y nula magia en las letras con tal de que el piloto logre aterrizar el avión con éxito en la ciudad de Mérida.

Una turbulencia me hace salir de mis fantasías. Aprieto los puños empapados en sudor. Abro el libro que me vendió el judicial. Me maldigo por haber tirado 170 pesos a la basura. Otra turbulencia. Clavo la mirada en la primera hoja del libro para distraer el miedo. El personaje del cuento es una calca del judicial, es decir, se describe a sí mismo como un tapir malnutrido. La historia trata de un gordo cocainómano que es obligado a robarle a su madre invidente para poder hacerse la liposucción y no darle asco a su mujer a la hora de coger. De haber sabido que el judicial en realidad era un hechicero de la literatura y no un mercachifle, le hubiera pedido que me escribiera una dedicatoria bonita en el libro.

Otra turbulencia. Miro por la ventana y veo una silueta humana. El joven de mirada patibularia me observa, de pie, sobre el ala del avión. Pego un grito. Le grito a la aeromoza que el joven de mirada patibularia va a derribar el avión. Nadie parece hacerme caso. Grito pero de mi garganta no sale nada más que el silencio.

-Ya llegamos.

Abro los ojos.

-¿Se encuentra bien, señor? –la aeromoza me mira consternada.

Sin responderle, miro por la ventana. Estamos en tierra firme. No hay nadie en el ala del avión. Tampoco adentro, salvo la aeromoza y yo.

-Sí, todo bien –digo.

Corro por los pasillos del aeropuerto. Soy Jerry Maguire. Juro no regresar a otro encuentro, poco me importa que me quiten la beca. Prefiero morir de hambre. Salgo al estacionamiento. Mi chica me espera dentro del coche de mamá. La beso. Estoy en casa.

-¿Les gustó la novela? –pregunta.

-No tienes idea –miento.

16 comentarios:

Martín Bonfil Olivera dijo...

Genial! Me encanto, querido y becado amigo. Espero conocernos en persona algún día. Ahora vives en Mérida? Saludos!

Rodrigo Solís dijo...

Martín: tuve que salir huyendo de Campeche, el todavía suegro de mi hermano me amenazó de muerte con sus matones de toda la vida. A finales de Julio voy al DF, nos ponemos de acuerdo para vernos. Un abrazo fuerte.

Unknown dijo...

Si hubieras aguantado un poco más, habrías asistido conmigo a la última fiesta en el 301 o algo así. Esa te hubiera dado mejor material.
Y al final, nadie se acuerda de la presentación de nadie. Eso es lo bonito de estar entre tanto ególatra.

Ros dijo...

Qué buenaza reseña, tus textos me atrapan. Hay un montón de imágenes que me hacen rechiflar de risa.
¡Lo bueno es que sobreviviste!
=)

Rodrigo Solís dijo...

Samuel: prometo aguantar más la próxima vez que nos veamos. Abrazos.

Ros: me alegra hacerte rechiflar de risa. Un beso.

Marcos dijo...

Buenísimos los cuatro días, jajaja, Gracias por enviarlos.

Moch dijo...

Sobreviviste, Solís.
¿Cómo va a ser la presentación de tu novela cuando salga?
Eso tengo que verlo, chingao.
Un abrazo.

Rodrigo Solís dijo...

Marcos: Me alegra que te hayan gustado. Un abrazo fuerte.

Moch: antes de pensar cómo será la presentación de mi libro, tendría que pensar cómo chingados le hago para convencer a algún editor que mi novela tiene muchos potenciales lectores que me odian. Te mando un abrazo fuerte.

Agustín dijo...

muy bueno paisa, como siempre tus escritos me hacen el dia jejeje un saludo y eso me recordo una que otra fiesta jajajajaja.

Notivargas (Venezuela) dijo...

Publicado en:

http://www.notivargas.org/pildorita-de-la-felicidad/26303-cuando-el-fonca-nos-alcanza-dia-cuatro--pildorita-de-la-felicidad-por-rodrigo-solis.html

Analitica (Venezuela) dijo...

Publicado en:

http://www.analitica.com/va/sociedad/articulos/9528736.asp

La Jornada (Nicaragua) dijo...

Publicado en:

http://www.lajornadanet.com/diario/opinion/2011/mayo/25-2.php

Maseual (Morelos) dijo...

Publicado en:

http://www.maseual.com.mx/index.php?option=com_content&view=article&id=681:pildorita-de-la-felicidad&catid=36:columna

Yorch dijo...

A ver si te pones a escribir otra vez no???

Estas matando el rating...

Luigi dijo...

DE plano mi querido amigo, naciste para narrador pues las cuatro partes me han gustado por igual e incluso les he hablado de ellas a algunos cuates, gracias por la confianza estan geniales.

Mine dijo...

upssss !!! q intenso

HOLA CORAZON ESPERO YA ESTES MEJOR DE TU PROBLEMA DIGESTIVO

CUIDAT MUCHO Y NO DUERMAS CON BORRACHOS...NO C T VAYA A PEGAR OK?

DTB

UN FUERTE ABRAZO DSD LA SULTANA DEL NORTE
MI MONTERREY LINDO KERIDO Y MUY BALACEADO ULTIMAMENTE
(Q LE VAMOS A HACER) : )