1
El hombre de moda es Thor y Selva quiere verlo. Todas sus amigas (y amigos) le han dicho que tiene que ver con sus propios ojos (y, de ser posible, con la ayuda de unos lentes 3D) al rubio fortachón. Pese a las creencias bien fundamentadas (aunque erróneas) en relación a mi bisexualidad de mi amigo Juanito, el caricaturista profético, yo no tengo ánimo de ver a una masa de músculos que lucha por la justicia y el honor en el Universo.
-Anda, vamos, yo invito –insiste Selva, conocedora de mi hombría y de mi pobreza-. Quiero que los pezones de Thor me saquen los ojos.
La muchacha de la taquilla nos dice que hay boletos disponibles pero solo para la última función.
-¿Solo hay boletos para las diez treinta? –pregunto lo que me acaban de informar.
-Así es señor –responde la muchacha con fastidio.
-No seas pesado –Selva paga con su tarjeta de crédito-. Vamos a dar una vuelta por la plaza para hacer tiempo.
Paseamos por la plaza para hacer tiempo. O mejor dicho, me la paso escondido tras las puertas de todas las tiendas para que ningún ex compañero del colegio me reconozca y me saque plática y tenga que verme en la bochornosa necesidad de decirle que vivo en casa de mamá a mis imberbes 31 años.
2
-¡Mira, una juguetería! –Selva me jala del brazo, está empecinada en comprarle un regalo a mi sobrino aunque falten dos semanas para su cumpleaños.
-No tienes que regalarle nada –sugiero.
Mi chica odia que sea un hombre tacaño, poco detallista. Frunce el ceño y dice:
-Llevo meses esperando su cumpleaños, quiero regalarle un Buzz Lightyear.
-Ya tiene como veinte Buzz Lightyear.
-¿Vas a entrar, sí o no?
Entramos a la juguetería. Caminamos entre los estantes. Me alegra que Selva no quiera tener hijos. Todos los juguetes, además de ser una porquería, están carísimos.
-Yo le voy a comprar esta pelota –digo, blandiendo por todo lo alto el juguete más barato que encontré luego de una exhaustiva búsqueda.
-¿Una pelota de plástico?
-Sí, una pelota plástico –me desmarco astutamente de compartir los gastos de un Buzz Lightyear karateka.
3
Selva se desquita de mi tacañería diciendo que faltan dos horas para la función. Que debemos seguir dando vueltas por la plaza para hacer más tiempo.
Miro la hora en mi celular.
-¿Qué? –pregunta.
-Nada –respondo.
Sigo expuesto a toparme con algún ex compañero de la escuela y tener que saludarlo, ponerlo al corriente de mi insípida y patética vida.
Dicho y hecho: veo a un ex compañero de la universidad. Dos niños tiran de sus bazos. Mi amigo tiene la mirada muerta, perdida, extraviada. Igual la gorda de su mujer. Mi ex compañero no es ni la sombra de lo que fue en el colegio. Pareciera que una bola de manteca lo devoró y sus facciones quedaron impresas en ella.
Abrazo a mi chica, le zampo un beso de lengua.
-¿Qué haces? –Selva se despega de mí.
-¿Está prohibido besarte?
-Nunca me besas en la boca, menos en público.
-Me dieron ganas –digo.
Con el rabillo del ojo veo a mi ex compañero y a su elefantiásica mujer perderse por los pasillos de la plaza.
-Bueno, ya que estás tan romántico –Selva jala de mi brazo-, acompáñame a Zara, solo será un segundito.
4
Ni soñando ha sido un segundito. Miro mi celular: han pasado tres cuartos de hora. Selva entra por enésima vez al guardarropa cargando media docena de vestidos.
-Quédate aquí afuera para que veas cómo me quedan –ordena.
Lejos estoy de ser Richard Gere en Mujer bonita. Soy un hombre de mediana edad con un conato de panza que agradecería al alma que le salieran canas en vez de estar perdiendo todo el pelo de la cabeza. En cambio, mi chica sí que es Julia Roberts. Pero no la Julia Roberts de Mujer bonita, sino la Julia Roberts de Erin Brockovich. Ayer pasaron la película en TNT y poco me importó que estuviera traducida y que ya la hubiera visto una decena de veces. No puedo evitar caer hechizado cada que la pasan en la tele. Julia sale con unas tetas enormes, minifalda de cuero y una melena de leona. “¿No se parece a Selva?” preguntó mamá al entrar a mi habitación.
5
Tengo las piernas entumidas. Pero no me importa. Pienso en lo afortunado que soy de tener por novia a Erin Brockovich. Podría esperar dos horas más de pie con tal de llegar a casa lo antes posible (o mejor dicho, hasta que mamá se duerma) para saciar una de las innumerables fantasía eróticas que tengo con gente famosa de Hollywood.
La zona de probadores de Zara es un cuarto rectangular largo, donde a los costados están unos cuartitos para que las mujeres puedan cambiarse de ropa y luego tengan que salir a mirarse a un espejo enorme empotrado al fondo del pasillo.
Dos novios torturados como yo esperan pacientes a que sus chicas salgan de los probadores y se miren en el espejo comunitario para luego darse la vuelta y hacerles la infalible pregunta: ¿cómo me veo?
La primera en salir es una mujer chaparrita disfrazada con un vestido café con unos alerones de tela que le cuelgan de los brazos. ¿Realmente a una mujer le importará la opinión de su novio? El novio menea de arriba abajo la cabeza en signo de aprobación, poco importa que su chica esté disfrazada de ardilla voladora, su instinto de supervivencia lo mantiene a flote.
Aparece la segunda chica, es una mujer insípida, de rostro perfectamente olvidable, enfundada en un camisón de dormir. El novio está pensando lo mismo que yo, pero hay que ser un tonto redomado para decirle a tu novia que su vestido de verano en realidad es un baby doll. El instinto de supervivencia se activa en el acto: mi compañero de tortura menea de modo afirmativo la cabeza.
Llega mi turno.
Selva sale del probador. Se mira en el espejo, se da la vuelta. Desapareció Erin Brockovich, ahora es Julia Roberts en Mujer bonita, pero a la inversa, es decir, antes de que Richard Gere la llevara a las tiendas de ropa de marca, antes de convertirla en una mujer sofisticada, en una dama de alta sociedad respetable.
-¿Cómo me veo? –pregunta.
Para un hombre como yo, de la generación en donde tenías que pescar tetas en mitad de la madrugada en el Golden Choice o en la estática de los canales porno bloqueados del cable, estoy más que encantado de que los diseñadores insistan en disfrazar de callejeras a las mujeres.
6
En la cola de la caja, Selva me dice que está feliz porque el vestido está en oferta.
-Me alegro de no ser mujer –digo-, ni loco pagaría quinientos pesos por un pedacito de tela.
-¿Eso quiere decir que nunca me vas a comparar vestidos?
La señorita de la caja se nos queda mirando.
Es nuestro turno, o mejor dicho, el turno de mi chica en pagar.
-Te toca –digo.
-Ash –Selva abre su bolsa.
-Te prometo que cuando gane el premio Alfaguara te compro los vestidos que quieras –miento.
Selva saca su tarjeta de crédito, mientras paga observo unas fotografías sobre la cabeza de la cajera: una modelo, o mejor dicho, un alambre humano viste unos jeans y una blusa blanca.
-Están locos los diseñadores –apunto-. Ni en los campamentos nazis las judías estaban tan flacas.
-Pues me encantaría estar así de flaca.
La señorita de la caja le devuelve la tarjeta de crédito a mi chica. También le entrega una bolsa enorme de plástico en cuyo interior está un diminuto pedacito de tela.
Salimos de la tienda.
Selva me toma de la mano.
Las compras liberan endorfina en las mujeres.
-¿Qué? –pregunta.
-Nada –respondo.
Ni loco pienso decirle que al paso que va mi carrera literaria, su deseo de ser una calavera ambulante va que vuela en convertirse en una realidad.
7
Finalmente es hora de entrar al cine.
-Uy –Selva se muerde los labios al mirar los boletos-, la peli está en español.
-Ahora mismo vamos a la taquilla a que nos devuelvan tu dinero –digo indignadísimo.
-No, por fa –suplica Selva-, en verdad quiero verla.
-Pero está en español, seguro Eugenio Derbez hizo el doblaje –me quejo con amargura.
Mi chica me abraza, me acaricia, me hace mimos y me dice que haga un esfuerzo por ella. Le explico que por ella hago lo que sea, pero en esta ocasión no se trata de un esfuerzo, menos de un sacrificio, sino de dignidad, que si colaboramos comprando boletos para películas dobladas al español, los imbéciles empresarios de los cines van a creer erróneamente que todos los mexicanos somos unos analfabetos, y en cosa de nada, al igual que pasa en los cines de Campeche, o mejor dicho, en el único cine que hay en Campeche, todas las películas vendrán dobladas.
-Cállate y entra a la sala –ordena Selva.
8
Thor no es la gran cosa. No sé por qué tanto alboroto. He visto a hombres más fuertes en la lucha libre gringa (y además, de cara se parece al león de El Mago de Oz). No creo que valga la pena pagar un boleto de 70 pesos para verle los chuchos al Dios del Trueno por 5 míseros segundos.
-¿Eso es todo? –a diferencia mía Selva externa su indignación-. ¡Gran cosa!
-Baja la voz, no estás en tu casa –me escondo tras mi butaca.
-Pues para que lo sepas, yo he estado con hombres más fuertes.
-Deja de avergonzarme –me hago bolita en mi asiento-. Y te prohíbo terminantemente que en mi presencia hables de tus conquistas pasadas, al menos de los hombres que estén más musculosos que yo.
-Faltaba más –Selva resopla mirando de reojo mi panza y puedo sentir que la mitad del cine está más pendiente en nuestra discusión que en las heroicas hazañas del Dios del Trueno.
-Sht –digo.
-Sht, tú –Selva se pone de pie, explota a lo Dolby Surround-. Lo que es una verdadera vergüenza es que tú hayas andado con mujeres más gordas que yo, y todavía tengas la desvergüenza de regodearte publicándolo en tu blog. Por eso ninguna editorial quiso publicar tu primera novela.
7 comentarios:
El ego es cabrón Rodrigo, pero deja de hacerte pendejo. Te lo dice alguien quien ha estado con una modelo. Lo de Golden y la estática provoco un accidente en la oficina con el café. Gracias por algrarme el día. Eres por mucho mi escritor favorito moderno. Ayuda al ego pero no para meredarse un bizcocho. Lo que dure disfrutalo.
Hola hola!!... Bueno, solo quiero decirte que pese a que han pasado años y no nos hemos vuelto a ver, siento que te conozco hahahaha...
Tus historias me hacen reir mucho, y me imagino perfecto las escenas, no se si te ganes el premio Alfaguara (espero que si), pero tienes la habilidad de transportarme exactamente al sitio donde estas... y eso, ya es un premio!! hahahaha....
Cuidate, te mando besos desde Berlin.
Hola Rodrigo :D
Oye, no me gusta mucho pero por como te leo; creo que andas cerca de una depresión (ojalá y me equivoque, de verdad).
Solo se vive una vez . . . y os aseguro que una de las cosas que no enseñan en la escuela (ni siquiera en nuestra alma mater blanquiazul) es a diferenciar las cosas que se acaban con el tiempo de las que NO se acaban nunca.
Como diría Sir Walter Scott: "...just a thought . . ."
Un abrazo, que estés muy bien ...
Mitsuo: tus palabras han sacado mi ego del subsuelo. Saludos.
ISIS: Muchas gracias por tus palabras. Espero estés en Berlín de vacaciones, de lo contrario, estamos exportando a nuestras mujeres más guapas e inteligentes.
M J: Por el momento no padezco depresión (ni de cerca), mi chica no le da cabida a ese estado de ánimo tan necesario en un oficio como el de las letras.
Publicado en:
http://www.maseual.com.mx/index.php?option=com_content&view=article&id=985:pildorita-de-la-felicidad&catid=36:columna
No tienes idea de como disfruto tus narraciones, creeme que las vivo y al mismo tiempo me divierto enormemente con tus sarcastucas comparaciones, lo de la ardilla voladora me mato de risa, gracias, mi talentoso amigo
jajajajaja ay rodro
me das miedo
y selva tmbn
jeje
t mando un beso dsd la sultana del nort
cuidat mil
ciaooooooooooooooooo
Publicar un comentario