martes, 21 de enero de 2014

La grandiosa fábula de Mamá Leopardo y el Hijo Babuino




2 años después.


Hijo Babuino: Mamá, ninguno de mis amigos del colegio quiere venir a jugar a la casa.

Mamá Leopardo: ¿Por qué?

Hijo Babuino: No sé, siempre me dicen que la maestra les marcó mucha tarea, que no tienen tiempo para jugar.

Mamá Leopardo: Pues ahí tienes tu respuesta, hijo. La educación es lo más importante si quieres sobrevivir en la sabana.

Hijo Babuino: Lo sé, pero yo llego a casa y en cinco minutos ya terminé todos mis deberes.

Mamá Leopardo: Eso es porque eres muy inteligente, debes comprender que a tus compañeritos les cuesta mucho trabajo memorizar la tabla del siete.

Hijo Babuino: No creo que sea eso, mamá.

Mamá Leopardo: ¿Ah, no?

Hijo Babuino: No.

Mamá Leopardo: Conozco esa mirada, cuéntame qué está pensando esa cabecita tuya.

Hijo Babuino: Pues…

Mamá Leopardo: Con confianza, cuéntamelo todo, que para eso soy tu madre.

Hijo Babuino: Escuché que mis amigos en vez de hacer sus deberes se reúnen todas las tardes en las copas de los árboles a tirarle popó a los elefantes.

Mamá Leopardo: ¡Jesús santísimo, qué asco!

Hijo Babuino: …

Mamá Leopardo: Perdona hijo, continúa, continúa, sin miedo.

Hijo Babuino: Todos ya se saben la tabla del siete.  

Mamá Leopardo: Y hacen bien. Uno nunca sabe cuándo te va a salvar la vida la tabla del siete.

Hijo Babuino: Lo que en realidad quiero decir… creo que me están evitando.

Mamá Leopardo: ¡Por Dios, qué tontería más grande estás diciendo, hijo! Nadie te está evitando. Nadie.

Hijo Babuino: Claro que sí.

Mamá Leopardo: Voy a contarte algo…

Hijo Babuino: Ya me has contado mil veces esa historia, que mis compañeros del colegio me tienen envidia porque tengo una mamá con genes superdotados.

Mamá Leopardo: Tampoco hay que exagerar las cosas, hijo mío, has conseguido ruborizarme.  

Hijo Babuino: No puedes seguir tratándome como a un niño.

Mamá Leopardo: Qué cosas dices, claro que no te trato como a un niño.

Hijo Babuino: Qué hay de la historia de la cigüeña que me trajo de París.

Mamá Leopardo: No me parece el círculo de amistades que estás frecuentando. ¿Me oíste? No me gusta nada.

Hijo Babuino: ¿Pretendes que siga creyendo también el cuento del Paraíso Terrenal donde los humanos se internaban en la sabana sin escopetas o cámaras de video?

Mamá Leopardo: Hijo, Adán y Eva eran diferentes. Eran otros tiempos.

Hijo Babuino: ¿Otros tiempos? ¿Qué hay del crucero que organizó Moisés? Espero no pretendas que crea eso también.

Mamá Leopardo: ¿Quién fue? Contéstame. ¿Fue ella, cierto? Esa sucia y pestilente culona patas cortas. ¡Lo sabía! Siempre envenenando a la juventud con sus historias.

Hijo Babuino: No quieras echarle la culpa de tus mentiras a la hiena.  

Mamá Leopardo: ¿Qué más te dijo esa pérfida intrigosa?

Hijo Babuino: Que no eres un babuino. Que es mentira eso de tus genes superdotados que te hacen parecer más grande, más rápida, más fuerte y tener más manchas.

Mamá Leopardo: ¿Le vas a creer a una hiena? ¿Sabes a qué se dedican en sus tiempos libres?

Hijo Babuino: No me interesa. Lo único que sé es que todos los papás de mis compañeros no te me miran con respeto sino con miedo.

Mamá Leopardo: ¿Miedo?

Hijo Babuino: Sí. Basta de cuentos de cigüeñas parisinas, quiero saber en qué circunstancias me adoptaste.

Mamá Leopardo: ¡Adoptarte?

Hijo Babuino: Quiero la verdad. Por una vez en tu vida háblame con la verdad.  

Mamá Leopardo: Muy bien, ¿quieres la verdad?

Hijo Babuino: Sí, la quiero ahora mismo. 


Mamá Leopardo: La verdad es… que te amo, esa es la única verdad que debes saber. Y si eres lo suficientemente estúpido para andar creyendo en los rumores que se dicen por ahí, no sobrevivirás mucho tiempo en la sabana. Pero eres mi hijo y mereces una explicación. A los pocos días de haberte parido, en una tarde soleada, mientras te cantaba una canción de cuna detrás de unos arbustos, un horrendo leopardo apareció con la velocidad de un trueno. “Dame a tu hijo, no he comido en una semana”, me dijo con voz cavernosa. “Sobre mi cadáver”, le respondí protegiéndote con mi cuerpo. Todo ocurrió demasiado rápido. El amor de una madre hacia su hijo obra de formas misteriosas. No me preguntes cómo, pero logré sujetar del cuello al leopardo y lo estrangulé hasta matarle. Lo sé. La culpa me invade todos los días nada mas aparece el primer rayo del sol. Estas manchas, estos colmillos y esta cola que ves en mí son el fruto de mi pecado, mismos que cargaré hasta el día de mi muerte. Anda, ve, pregúntale a la hiena, ella fue testigo de aquel macabro día. Pregúntale quién es tu verdadera madre.



4 comentarios:

Carlos dijo...

Excelente. Felicidades.

Lourdes dijo...

Ijuela este Rodrigo Solis nunca me había sorprendido con el final de alguno de sus escritos.... NOOOOOOOOOOOOOOOOOOO !!
NO te vayas al final, lee todo, es poco y didáctico
Ojo: ve primero el vídeo, aunque llores :p
Saludos y bendiciones !!

JC dijo...

Poca madre Rodrigo.

Jessica dijo...

¡Hola, Rodrigo! Sólo quería decirte que"La grandiosa fábula..." es un texto hermoso, me gustó mucho. Gracias por compartirlo.

Un abrazo.