1
Ha sido un abrazo breve, cálido, no desbordado en efusividad pero tampoco carente de afecto. Hace más de dos años que no nos dirigimos la palabra. La última vez que nos vimos fue en el comedor de casa de mamá. Era viernes en la noche y Rodrigo me había pedido de favor que lo llevara a la plaza para encontrarse con Verónica, su novia. Le dije que sí, o mejor dicho, le dije que si lo llevaba a la plaza sería la última vez que me vería. “No seas exagerado, pareces maricón”, me dijo. “Si te llevo, palabra que es la última vez que me ves”, le dije con una calma y seguridad inaudita en mi.
More...Veinte minutos más tarde, a bordo del coche de mamá, estaba estacionado enfrente de una de las puertas de la plaza. “Nos vemos, man”, me dijo Rodrigo estirando hacía mí su enorme mano retorcida al estilo Snoop Doggy Dogg. “Adiós”, le dije (Rodrigo nunca sospechó, ni tampoco yo, que sería mi última palabra hacia su persona en muchísimos meses) y estreché con toda la virilidad que pude su manaza de basquetbolista evitando que pudiera hacer esos feroces y vertiginosos movimientos que hacen los negros en los videos de rap cuando se encuentran y/o despiden de otros negros pandilleros en barrios inmundos de paredes grafiteadas.
2
Un toldo inmenso, blanco y elegante nos protege de un tímido sol tropical que se niega a salir de entre los rechonchos nubarrones que pueblan el cielo azul. La fiesta es exclusiva, sólo para 50 invitados, sin embargo, muy a pesar de que muchos de ellos se excusaron de último minuto diciendo que no podían viajar desde los diversos confines del país donde se encontraban hasta las paradisíacas playas de Cancún por tener compromisos y/o emergencias de vida o muerte, todas las mesas están llenas. Incluso hay gente que no cesa de comer bocadillos de pie, sobre la arena, mirando las cristalinas aguas del mar.
Vicky y Alfredo llevan a su primorosa bebé de mesa en mesa. Los invitados (sin excepción) le hacen muecas y caras raras cual si padecieran retraso mental. La bebé les sonríe juguetona mientras piensa que los seres humanos adultos son una raza inferior, que se rinden ante su belleza y gracia.
-Salud –me dice Rodrigo-. Por mi ahijada.
-Salud –le digo y choco mi cerveza contra la suya-. Por el padrino impresentable.
Reparo que el papel protagónico de la fiesta no es exclusivo de la bebé recién arrancada de las garras del ejército de Satanás. Mamá y la mamá de Rodrigo (y otro incontable número de familiares y no familiares) discreta y no tan discretamente nos miran a Rodrigo y a mí. Decido emborracharme.
Dos años atrás, cuando por firme convicción de salvaguardar mi integridad física (y tal vez algún escollo de dignidad) decidí retirarle la palabra a mi mejor amigo, tomé la sabia postura de ocultarle al mundo entero el motivo de nuestra intempestiva separación, salvo a mis amistades más allegadas y familiares más confiables, esto con un doble motivo: desahogarme y evitar que mi vida se convirtiera en una telenovela del dominio público. Naturalmente a los dos días todo el mundo estaba al tanto de mi distanciamiento con Rodrigo. Todos opinaron y dieron su versión de los hechos. Me conminaron a perdonarlo. Otros a no dirigirle nunca más la palabra. Incluso hubo transeúntes ebrios en el malecón que me preguntaron si ya me había reconciliado con mi mejor amigo.
3
La cerveza es la mejor droga (o invento en general) que ha creado el ser humano. Vicky me da un beso y me dice que le alegra verme en el bautizo, pero sobretodo ver que su hermano y yo volvimos a ser mejores amigos. Le digo que sí, que su hermano siempre será mi mejor amigo, bebo un sorbo prolongado de cerveza y luego le hago caras y gestos a la bebé que ríe y sin lugar a dudas piensa que soy su tío más retrasado mental.
-Te lo robo un segundo –le dice Carmen a Vicky.
Carmen, que es algo así como una tía de Vicky, de treinta y tantos años de edad, viuda del mejor amigo del padre de Vicky, un encanto de mujer, jarocha como mamá, explosiva, llena de vida, me toma de la mano y me lleva a su mesa.
En el trayecto Carmen me confiesa que me ha secuestrado con el motivo de presentarme a su hermanita. Acostumbrado a ese tipo de presentaciones inesperadas, extiendo mi mano (como y con la agilidad de un mono saraguato) para robar con éxito una cerveza de la mesa donde unas señoras parlotean cual guacamayos. Bebo profusamente la cerveza, íntegra de un sólo sorbo.
-Te presento a Clara –me dice Carmen.
-Mucho gusto, Rodrigo –le digo a Clara, a la cual muy gustoso le doy un beso en la mejilla pues para mi sorpresa resultó ser una chica bastante guapa, de una belleza exótica.
-Te la encargo, Rodriguito –me dice Carmen con mirada juguetona-, pero te advierto que es campeona nacional en karate.
-Muay Thai –corrige Clara con el ceño fruncido a su hermana.
4
He perdido la cuenta de cuántas cervezas he tomado y, para mal (o quizás para bien), las he combinado con una nada despreciable cantidad de cubas que cada cierto tiempo Rodrigo me va pasando sin que se las haya pedido, como en los viejos tiempos cuando nos emborrachábamos hasta perder el conocimiento y amanecíamos vivos por obra y gracia de los dioses en los que no creo, en una cama sin saber quién de los dos fue el culpable de vomitar el piso, las paredes, las sabanas y las almohadas.
-¿Así que practicas artes marciales? –me pregunta Clara luego de escuchar paciente y muy sonriente una sarta de mentiras que le he dicho.
-Sí –afirmo mi mentira-. Bueno, practiqué Jüjutsu y Kung-fu hasta hace unos pocos años.
-¡Oh! –exclama Clara muy poco convencida de que mi historia sea verídica luego de echarle un vistazo rápido a mi humanidad desparramada en una silla.
-Tuve que dejarlo por una lesión en la rodilla –insisto en mentir mostrándole una cicatriz casi inexistente; mi encuentro más cercano con cualquier tipo de arte marcial fue cuando a los seis años vi la película Karate Kid unas 20 veces y le supliqué a mamá que me inscribiera en una academia de karate a la cual no regresé luego de que en mi primera clase un niño más pequeño que yo (con una banda en la cabeza igualita a la de Daniel Larusso) me amagó con darme un karatazo y salí huyendo del dojo asustadísimo, casi al borde de las lágrimas.
Mi hermano y su mujer aparecen y se sientan en nuestra mesa. Intento cambiar el rumbo de la conversación pero es demasiado tarde.
-Tu hermano me platicaba que fue un gran peleador de Kung-fu –le dice Clara a mi hermano.
Mi hermano, sorprendido, abre los ojos como un gato que descubre a un ratón acorralado en el rincón de la cocina, se relame, bebe un prolongado sorbo de cerveza, se acoda en la mesa, extiende su cuello hacia adelante, me observa fascinado y me dice:
-Por favor, Rodrigo, cuéntame esos pasajes de tu vida que me he perdido.
Por fortuna, mi hermana, la mujer más bella sobre la faz del planeta Tierra, aparece junto a nuestra mesa esquivando sillas. La adoro. Más que nunca. Y para demostrarle cuánto la amo la jalo del brazo.
-Mira, Clara, te presento a mi hermanita –le digo a Clara.
Mi hermana, sorprendida de ser secuestrada en mitad de su travesía rumbo al baño, mira a Clara, sonríe con esa sonrisa esplendorosa llena de dientes blancos que tanto la caracteriza cuando finge ser muy amable, una sonrisa heredada sin duda de mamá, y saluda a Clara dándole un beso en la mejilla: “Muaaaa”. Ignoro porqué se empeña en hacer ese eco interminable en la letra a. O mejor dicho, sé con certeza porque lo hace. Es su marca registrada. Mi hermana tiene la particular afición de odiar por igual tanto a las mujeres que pretendo poseer en un encuentro carnal furtivo como a las mujeres a las que pretendo amar y respetar por un tiempo prudente.
-Tu hermano Rodrigo estaba por contarnos de su afición por las artes marciales –dice mi hermano con una mirada relampagueante. Llena de luz. De esperanza.
5
Está apunto de anochecer. La mayoría de los invitados están borrachos. Me incluyo entre ellos. A unos metros de la carpa, lejos de las miradas ociosas y etílicas, Rodrigo (ahogado en todo tipo de bebidas embriagantes) me desea suerte.
-Suerte man –me dice-. Patéala con rabia, como si fuera una pelota de golf.
-¿Pelota de golf?
-Lo que sea, tú patéala duro.
En su acomodada vida de jet set, Rodrigo jamás ha pateado ningún tipo de pelota con los pies. Él sostiene la teoría que aquello es una vulgaridad. Como lo son todos los deportes que se jueguen con pelotas grandes. Es decir, a mayor volumen de la pelota, más naco el deporte. “Ahí tienes el tenis, el polo, el squash, todos ellos deportes de caballeros, no así el fútbol, el básquet, el americano y todas esas demás atrocidades que juegan los nacos, los indios y los negros”.
-¿Listo? –me pregunta Clara, con la mirada ardorosa por el alcohol.
No estoy listo, por supuesto. Uno nunca está listo para medirse a golpes con una mujer en vestido de lino. Clara tiene amartillados los puños. Los antebrazos vueltos hacia mí, lo cual me provoca un escalofrío. La última vez que vi a alguien en esa postura fue a un tailandés pelón que dejó inválido al hermano de Jean-Claude Van Damme en la película Kickboxer.
-Listo –digo intentando que no me tiemble la voz (por supuesto, me tiembla la voz).
Mis dientes castañean un poco. Me balanceo como un péndulo viejo y cansado de un lado a otro. Con torpeza. Mi corazón se zarandea contra mi pecho y espalda. Quedo sordo. La vista se me nubla. Respiro profundamente por la boca como un pescado fuera del agua. Intento tranquilizarme. Encontrar una voz interior que me devuelva las pulsaciones a su ritmo normal. Fracaso. Con horror descubro que la primera y última vez que peleé fue en sexto grado de primaria.
Juliancito Villagrande fue mi rival. Juliancito era un pigmeo, el alumno más pequeño del salón. El blanco predilecto de toda suerte de bromas horribles. Siendo yo popular (o intentando serlo) estaba sentado en una banca con mis amigos bravucones en el recreo. Justo enfrente de la tiendita. Mis amigos le decían lisuras y apodos a todos los alumnos que osaban pasar frente a nosotros. Allí fue cuando apareció Juliancito. Fiel a una añeja tradición donde el más fuerte acosa y ridiculiza al más débil, mis amigos le dijeron cosas horrendas al pobre de Juliancito. Juliancito siguió su camino fingiendo no escucharlos. Álvaro, el más atrevido, ingenioso y malvado de mis amigos decidió aventar en la nuca de Juliancito la torta de jamón y queso que estaba engullendo con ferocidad. Trocitos de chile habanero y tomate quedaron impregnados en el cabello de Juliancito. Avalentonados, el resto de la pandilla le tiró restos de sabritas y otras golosinas pegajosas que tenían a la mano, excepto yo, que moría de hambre y me resistí a colaborar con mis Panditas en ese ritual de humillación que tanto placer me causaba presenciar. “Pinches pendejos”, gritó Juliancito en un arrebato de impotencia. Todos reímos. “Son unos pendejos”, dijo Juliancito, antes mudo hasta ese día. “Maaa, te dijo pendejo”, dijo Álvaro mirándome con un brillo de placer en los ojos. En realidad el insulto había sido en plural, pero Álvaro decidió que aquello era personal, es decir, entre Juliancito y yo. “Rómpele la madre, te dijo pendejo”, Álvaro me palmoteó afectuosa e imperativamente la espalda. “Sí, te dijo pendejo”, lo secundaron todos. Se hizo un silencio expectante. Todos los alumnos que hacían la fila para comprar comida chatarra y refrescos en la tiendita, uno a uno empezaron a observarme. Incluida Maria Fernanda, la niña más guapa de todas las primarias del mundo. Di unos pasos temerosos hacia Juliancito, y sin saber qué decir o qué hacer me quedé observándolo. Juliancito me observó con ojos de ratón asustadizo. Ambos éramos unos ratones asustadizos. La única diferencia es que yo le sacaba una cabeza y media de altura. Aquello era un patético espectáculo. Álvaro intervino abrazándome como lo hacía Don King con Julio César Chávez y dijo: “A la salida, madrazos en la esquina”. La Esquina como su nombre lo dice era una esquina que estaba a una cuadra de la escuela. La Esquina servía para que los niños populares nos sintiéramos unos rufianes desfajándonos las camisetas del uniforme fuera del short, aparragarnos en un muro de concreto para fumar un cigarro Marlboro entre todos, hablar de mujeres, cantar canciones de Guns N´ Roses y utilizar la banqueta como cuadrilátero de box. Sonó el timbre de la salida y la mitad de la escuela corrió a La Esquina. Cuando había golpes todo se enteraban gracias a Álvaro, que mandaba papelitos de salón en salón: “Hoy madrazos en La Esquina. Rodrigo “El Terrible” Solís vs Juliancito “El Moco” Villagrande. No falten. Habrá sangre”. Juliancito fue arrastrado hasta La Esquina. Yo también, sólo que en medio de vítores y porras. Palmoteos y comentarios de aliento como que le arrancara los dientes de un golpe al enano de Juliancito. “Dale, pégale, pégale”, me gritó Álvaro cuando estuve frente a Juliancito. Juliancito puso una tímida guardia y pese a pronóstico propio me abalancé sobre el pobre Juliancito todo gracias a que Maria Fernanda me miró como nunca antes, con un chisporroteo en los ojos de esperanza y de sed de sangre que me animaron a conquistar tierras inhóspitas. Lancé mis mejores golpes. Dos jabs, tres ganchos y un poderoso volado de mano izquierda. Por desgracia, no acerté un solo golpe en el endeble y pequeño blanco. Por su parte, Juliancito, con los ojos cerrados, la mandíbula apretada y por elemental instinto de supervivencia empezó a tirar golpes a diestra y siniestra. Golpes igual de torpes que los míos. Un espectáculo triste que fue avivado por los gritos de los presentes: “Pégale”. “Mátalo”. “Duro, duro”. Finalmente alguien gritó que corriéramos de allí porque venía un adulto. Era el coche de mamá.
-Hola bebé –dijo mamá bajando la ventanilla-. Qué bonito bailan rap. Igualito que MC Hammer y Vanilla Ice.
Al abrir los ojos, sobre la banqueta de La Esquina, solo estábamos Julianito y yo engarzados en patéticos, fragorosos e insospechados movimientos de pies y manos.
6
Empezaba a caer la tarde. Era el día siguiente del bautizo. Borrachos, Rodrigo y yo esperábamos en el estacionamiento de la terminal del ADO que llegara Verónica, la novia de Rodrigo. Rodrigo me había sugerido que le mandara un mensaje al celular de Clara para invitarla a la parrillada argentina a realizarse bajo el mismo toldo del bautizo. Mi celular sonó. Era Clara. Su mensaje de texto decía lo siguiente: “Eres un animal. Te odio”.
7
Lo que ocurrió en el ocaso del día del bautizo fue lo siguiente: Mi hermana, mi hermano y su mujer, Rodrigo, Vicky y todos mis familiares en general se apiadaron de mi persona y fingieron creer y decir que yo fui un gran arte marcialista. Una máquina programada para matar. Al calor de las copas cada uno de ellos le relataba a Clara, con lujo de detalles (todos evidentemente falsos), una tras otra, historias cada vez más fantásticas e inverosímiles en donde yo era el valeroso protagonista.
Como el alcohol es mi droga preferida, sentí derecho de creerme cada una de las mentiras que se decían enalteciendo mi persona a niveles de monje Shaolin. Un monje pizpireto y juguetón que logró obtener el número de celular de la campeona nacional de Muay Thai, y que decidió (lo cual fue un terrible error) arriesgarse a estirar el brazo hasta acariciar su musculosa espalda.
-No seas avorazado –dijo Clara entrecerrando los ojos.
-Tranquila, que no muerdo –le dije sonriendo con los ojos a media asta.
-Antes te dejo chimuelo –dijo Clara.
-Lo dudo, no olvides que estás delante de un cinta negra –me aventuré dando un sorbo a mi cerveza.
-¿Quieres probar? –preguntó Clara con mirada peligrosa pero sonriendo coqueta al mismo tiempo.
-Vale –dije-. Si te gano me das un beso.
Grave error. Nunca debes confiar en la sonrisa de una mujer. Menos en una campeona nacional de Muay Thai que está a una semana de viajar a Tailandia en busca del campeonato mundial.
Su primera patada fue una corriente de aire invisible que pasó rozándome la mandíbula.
-¡Juego de piernas, juego de piernas! –me alentó Rodrigo.
Por desgracia mis piernas estaban entumidas. Sembradas como un par de palmeras en la arena. Clara en cambio, se movía como una comadreja de lado a lado. Midiéndome con la mirada. Descifrando cual sería el punto más doloroso para conectarme con su codo, rodilla y/o pierna y enviarme penosamente al suelo como un árbol muerto. Sus ojos refulgían de placer: sin duda había descubierto donde patearme. Lanzó la patada. Por instinto (al parecer gracias a jugar durante tantos años la maquinita de Street Fighter) levanté la rodilla, que protegió mis partes nobles. Clara lanzó otra patada. Y luego otra. Y otra más. Todas fueron bloqueadas por mi rodilla. Una rodilla que estaba apunto de resquebrajarse en mil pedazos pero que gracias a la adrenalina (y al alcohol) me permitía mantenerme en pie. Incluso dibujé una sonrisa que al parecer sacó que quicio a mi rival, pues Clara se deslizó como un reptil rastrero hasta quedar a unos centímetros de mi cuerpo, y cuando estuvo apunto de acribillarme con una patada mortal, la naturaleza obró en mi favor: Clara trastabilló en una trampa de arena, invisible por la repentina llegada de la noche. Al sentir rebotar su fornida pero apetitosa humanidad contra mi pecho, sin guardia, sorprendida a mi merced, la abracé como un oso perezoso (no sin antes manosearle todo el cuerpo) y me desplomé sobre las blancas arenas, desde luego, teniendo el cuidado y tacto de proteger mis casi 90 kilos, dejándolos caer sobre ella como si fuese un colchón humano.
-Uno, dos, tres –contó a gritos Rodrigo tendido en la arena como réferi de lucha libre-. ¡El nuevo campeón del mundo: Rodrigo!
Al sentir el fornido pero torneado cuerpo de Clara bajo el mío, respirando trabajosamente, obró un calorcillo en mi entrepierna; sensación que seguramente sintió mi victima que pataleó con furia. Sus esfuerzos fueron inútiles. Estaba a mi merced. Domada. Y para hacerla sentir humillada (algo que al parecer me causa gran placer provocarles a las mujeres) me monté sobre ella. Puse mis rodillas sobre sus brazos. Quedó totalmente neutralizada. Pero Clara, que es una guerrera y una campeona invicta, se resistía a ello y columpiaba la mitad de su cuerpo intentando alcanzarme con sus piernas como si fueran unas tenazas. Para su desgracia, mi hermano tiene la colección completa de los campeonatos de UFC (ese sangriento deporte donde dos mastodontes se machacan a golpes) y no duda en ponerlos una y otra vez en su televisión de mil pulgadas cada que voy de visita a su casa, así que por instinto incliné mi pecho hacia ella, quedando lejos de su alcance. Ahí fue donde descubrí que Clara era mi esclava. “Muaaaa”, le di un beso en el cachete como los que da mi hermana a sus enemigas naturales. Clara meneó su cabeza como Linda Blair en El exorcista. También dijo insultos en lenguas demoníacas. Su encrespada melena iba de un lado a otro al tiempo que soltaba dentelladas peligrosas. Cuando se mareó, aproveché para estamparle otro beso: “Muaaaa”. “¿Quién es mi novia?”, le pregunté gozando ardientemente de mi victoria. Clara me miró muy seria y me dijo que la liberara, por favor. Dijo que sintió que se le rompió un hueso. No le creí. Ella insistió. Sus ojos al borde del llanto confirmaron la veracidad de sus palabras.
-Bien, te voy a soltar pero quiero que me des mi premio –le dije, al parecer bastante excitado-. Quiero un beso en mi boca.
-Esta bien –dijo Clara resignada-. Quítate de encima.
Dicen los que saben que no existen victorias gloriosas sin heridas profundas que sirvan de trofeos al convertirse en cicatrices. Al intentar levantarme una punzada afilada atravesó el dorso de mi mano izquierda. Mis ojos se inyectaron de sangre. Reprimí un grito.
-Me rindo, suéltame, por favor –le susurré a Clara al oído para que nadie más que ella me escuchase.
Clara me liberó. Al levantarme de la arena sentí algo caliente escurrir sobre las puntas de los dedos de mi mano. Sangre. Hilos de sangre salían de cuatro agujeros del dorso de mi mano. Quizás sólo el hecho de saberme ganador (a los ojos de todos) y por ende merecedor de mi premio, me dio el aplomo para no desmayarme en ese preciso instante.
Clara tenía los dientes superiores manchados de sangre. Bufaba como un perro herido.
-Muy bien, quiero mi beso –exigí arrogante mientras Rodrigo levantaba en el aire mi mano sana.
-Que te bese tu puta madre –dijo Clara marchándose furiosa rumbo a la carpa, con un andar maltrecho de perro atropellado, sujetándose con fuerza la muñeca de la mano derecha evidentemente fracturada.
-Yo que tú la acompaño al hospital –me dijo mi hermana-. Así aprovechas para ponerte la vacuna antirrábica.
35 comentarios:
Me encantan tus historias familiares!!!.... Tienes una familia con tanta tela que cortar que me alivianas el día!!!
besos
Lus: estamos a mano, tus besos alivianan mis días.
Creo que las proezas físicas no se hicieron para ti.
Hasta en las mejores familias, pero no hay formas menos violentas de sacarle un beso a una chava?
digo, no?
besos
Puta que risa, podrias hacer segunda y tercera parte de esa historia.
Ya ves que si comento en este blog.
Oye dile a P que me preste su cable de alta definicion, el que trajo el dvd, a el no le sirve y a mi si, no se te olvide por favor.
Ojala no gane el chingado nalgon de mierda.
Nos vemos el viernes.
Laura: así es. Afortunadamente.
Indira: no conozco otra forma.
Jebus: sospechó habrá continuación. Nos vemos el viernes.
JAJAJAJA ME CAGUÉ DE RISA CON TUS ARTICULOS DE LA MIARDA, Y RECUERDO QUE ETREUF TOMO UNA FOTO DE UN CEROTE TAN GRANDE QUE PARECIA UN ATUN EN UN INODORO, NO SE SI EXISTA ESA FOTO, ERA INCREIBLE, QUE OCIOSO. PERO A MI SI ME ENCANTAN LOS CULOS (DEGENERADO JAJAJAJA), Y TAMBIEN ME DIO RISA LO DE LA TIPA ESA QUE QUERIA , CUAL MARIMACHO, QUE LUCHES POR UN BESO, NI QUE FUERA NINEL CONDE, QUE SE VAYA AL CARAJO. NUENO RODRO, NOS VEMOS EL SABADO.
Buddy: una foto terrorífica sin duda. Nos vemos el sábado.
SALUDOS Y MUCHAS FELICIDADES, RODRIGO. EXCELENTE ESCRITO
Marco Antonio: muchas gracias. Un abrazo.
¿Ya ves? ¿Pa què andas presumiendo?
Dhyana: valió la pena.
Muy bueno... oye felicidades... pasala super..... bueno creo que siempre lo pasas super... no???? un abrazote y un beso hijo....te quiere.. tia Regi
Hola tía, muchas gracias. Un beso grande.
JAJAJAJAJA!!!! Esto te pasó de verdad!?!?!?!?!
Saludos,
Eugenia: si le preguntas a un mago si realmente partió con su serrucho en dos mitades a la chica, el acto pierde su chiste. Un beso.
Muy buen relato, me diverti al leerte.
Saludos.
Antonio.
Hermosillo, Son.
Antonio: me alegra que te haya gustado. Un abrazo.
como siempre el mejor.......
Eduardo V: gracias.
Buenísimo, me encantó... solo que me quedé picada al no saber por que dejaste de hablarle a tu mejor amigo... ojala que en el próximo lo continues
Saludos.
Josefina: puede ser… puede ser.
no lo creo, te ganaste el odio :-P
Como siempre, eres un artista de la narrativa. Gracias
Luigi: a ti por comentar. Un fuerte abrazo.
esto parece un capitulo mas de los años maravillosos donde rodrigo arnold es molestado por sus hermanos y tratando de conquistar a clara cooper saludos carnal
Edicson: algo por el estilo. Un fuerte abrazo.
Chin!!! Que grueso jajaja
Eres un desastre mi querido Rodrigo… como puede ser si pareces un angelito de dios =)
Te envío muchos saludos!!!!
Soledad: soy un angelito de dios, el problema es que andan sueltas muchas diablitas.
Que buen relato, Rodrigo, éste si merece contestación y felicitación.
Alba: gracias, un beso grande.
ME ENCANTÓ. ERES UN GENIO.
Mildred: caramba, gracias por el halago desmedido. Un beso grande.
Publicado en:
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"La niña más guapa de todas las primarias del mundo." ¡Detallazo!. Saludos desde Acapulco.
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