Si
eres mi mamá o
una amiga de mamá o un neófito en materia futbolística, estás en lo correcto: la Copa Oro, esa cosa que pasan por la televisión de la que todos están hablando en redes sociales, es un
evento igual a la lucha libre, donde tanto directivos como participantes y
espectadores saben desde antes de que dé inicio quién será el ganador.
Incluso
en el jardín de niños, cuando va a realizarse un torneo de cualquier cosa que ustedes
imaginen, por decoro o decencia hacia los infantes, lo primero que se hace es
un sorteo para ver quién se enfrenta a quién. Nimiedades como esta no existen en la Copa Oro. Tras bambalinas,
una mano santa dictamina que Estados Unidos y México sólo pueden enfrentarse hasta el partido
final. Entrelineas (o mejor dicho, en la cara) le dicen al resto de los
participantes: “gracias por venir amigos centroamericanos y del caribe, actúen con naturalidad, como ustedes saben
hacerlo, o sea, mal; hagan lucir a nuestras dos bellas estrellas, necesitamos
un desenlace apoteósico, hollywoodense, con la taquilla vendida”.
Entonces,
en pantalla, los hombres corbata, en vez de producir la película de acción del verano, terminan realizando un
dramón. Los
extras de la película, indignados por obvias razones, se rebelan, le cortan la cabeza
a uno de los protagonistas y al otro le dan una estocada de muerte. Sin
embargo, habiendo tantos millones de dólares en juego, los hombres corbata le dicen al director de escena
que haga su maldito trabajo, que para llevarse sorpresas mejor van al cine.
México llega a la final gracias a uno de
los atracos más
descarados en la historia del fútbol. La prensa le pregunta al capitán si por su cabeza pasó la idea de patear afuera el penal que le regalaron, éste se sincera y declara que sí, pero que al final él es un profesional, además, si uno hace memoria, también le ha tocado estar del otro lado y
ningún jugador
contrario se tocó el corazón, a fin de cuentas esto es fútbol, a veces te da y a veces te
quita, si era o no penal eso no era cosa suya.
Si
el mundo se tratara de no pensar, de acatar órdenes a ciegas, de evadir el contexto que nos rodea, debiéramos levantarle una estatua al señor capitán de México. Sin embargo, en el mundo real,
toda actividad en la que nos desempeñamos debe y tiene que ser de nuestra incumbencia. De lo contrario,
pasa lo que pasa: el soldado aprieta el botón que dispara un misil sobre la casa del terrorista que vive en una
colonia llena de familias; el contador público cuadra las cuentas millonarias del funcionario público; el obrero de la empresa abre la
llave de desechos tóxicos sobre los ríos; el periodista omite cifras y datos de sus reportajes que puedan
incomodar al Gobernador; narradores de televisoras patalean y exigen por dignidad que el capitán de
México eche
la pelota afuera, pero al ver el balón mecerse al interior de las redes, gritan en automático el gol con sus redondas “o” repetidas hasta el infinito.
No
en balde Camus afirmó que todo cuanto sabía con mayor certeza sobre la moral y las obligaciones de los
hombres, se lo debía al fútbol.
4 comentarios:
excelente rodro!
Ojalá que cuando te llegue el momento de patear tu propio penaltie hacia afuera de la portería, tengas el valor y estés a la altura de tus palabras.
Ojalá cuando te toque pitar tu propio .... Naaaa estuvo bueno, saludos.
Oso pipope
Gracias Fher y mi querido Oso. Y en cuanto a ti, querido Anónimo, ya pateé varios penaltis hacia a fuera, pero por malo.
Publicar un comentario