No sé ustedes
pero yo, antes de que el mundo se virtualizara, tenía un sobrepeso de 5 kilos
(todos ellos en metálico). Por fortuna MC Hammer y Vanilla Ice eran los artistas del momento, y usar pantalones
bombachos era bien visto. Sin embargo, las cosas han cambiado gracias a las
bondadosas empresas que todos los días me piden que done uno, dos o cinco
pesos, so pena de quedar en vergüenza ante del resto de la fila de clientes en
minisúpers, supermercados, cajeros automáticos, etcétera.
Habrán
notado que prácticamente no existe empresa en el mercado que no esté afiliada a
alguna causa altruista. “Dona para combatir el cáncer de mama en los koalas”,
“Dona para reforestar los bosques de Madagascar” “Dona para….”. Desde luego,
más de uno saltará indignado para decir que esas son causas muy nobles e
importantes, o que tales causas no existen en la vida real. En cualquiera de
los casos lo cierto es que millones de personas han sido condicionadas y
aleccionadas para donar por costumbre, sin detenerse a pensar a quiénes están
ayudando.
“¿Qué
es un peso?”, pensamos. “Sí señorita, acepto redondear mi cambio”, decimos
orgullosos de nosotros mismos y seguros de que San Pedro está tomando nota en
su iPad celestial mientras en algún recóndito resquicio del mundo los eufóricos
koalas con cáncer de mama nos lo agradecen, aunque claro, no tanto como las corporaciones
transnacionales que gracias a nuestros donativos pueden deducir sus impuestos, ya que según el artículo 31 de la Ley
de Impuestos Sobre la Renta, las empresas pueden deducir de sus impuestos todo
el dinero que den para la construcción de obras que debería hacer el gobierno,
quedando ellos ante Hacienda como los buenos samaritanos.
-Nueve con
cincuenta, señor –me dice el cajero del minisúper.
Pago con una
moneda de 10 pesos.
-¿Le gustaría
redondear? –el cajero esboza una sonrisa angelical.
-No, gracias
–respondo.
El dependiente
abre la caja registradora (no sin antes regalarme una mirada que solo se le
regala a un genocida) y me dice:
-No tengo
cambio.
Los clientes
se empiezan a amontonar a mis espaldas. Por una extraña razón el otro cajero
del minisúper es como esos árbitros que la UEFA ha colocado detrás de las
porterías, es decir, funge como autentico objeto decorativo: en sus manos está
evitar una tragedia pero él, impávido, observa pero no mueve un dedo.
-Entonces deme
un… –barro con la mirada los estantes abarrotados de chicles, chocolates y
otras golosinas de tamaños diminutos; todos sobrepasan el valor de 50 centavos.
-¿Quiere que le redondee? –insiste el cajero.
-No –digo.
-Es que no tengo cambio de cincuenta centavos –el cajero pone cara de
cachorrito.
-Tengo una idea –digo en un momento de luminosidad-, hagámoslo a la
inversa, deme un peso de cambio y así ustedes me redondean cincuenta centavos a
mi favor.
-Eso está prohibido, señor –dice indignado el cajero.
-¡Por Dios, son cincuenta centavos! –reclama un cliente a mis espaldas.
-¡No sea usted miserable!
-¡Redondee, tengo prisa!
-¿Desea usted redondear? –presiona el cajero.
-No –digo.
Una señora se me para delante, abre su bolso, saca una moneda de 50
centavos y me la entrega en la mano.
-Le debería dar vergüenza –me dice.
3 comentarios:
que gacho, eso del cáncer de mama en los koalas si está refeo :(
Te pasas de protestante.
Publicado en:
http://www.pueblo-guerrero.com/2012/04/14/index.php
Publicado en:
http://www.calameo.com/books/0003682479c0636a713f3
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