Mi suegra está indignada. Ha dicho que es una
vergüenza cómo me expreso de la Iglesia y de los políticos en los periódicos. “Dijo
que por eso no vas a salir nunca de tu volcho”, me cuenta mi chica.
Mi volcho es del año 95. Blanco. Par de abolladuras en
la defensa trasera y una más en el guardalodos del lado izquierdo. No le
funciona el claxon, pero ni falta que hace, a un kilómetro de distancia se le
puede oír venir por el ruido infernal que emite nada más piso el pedal del
acelerador.
En el año 99 papá me lo regaló. “Un coche es
libertad”, me dijo. Hasta los 19 años yo era un hombrecillo temeroso. Me
aterraba el mundo. La vida. Y en especial manejar. Ver a mis amigos y
familiares al volante se me hacía la cosa más extraordinaria. ¿Cómo lo hacían?,
pensaba. Qué valentía la de esquivar a otros automóviles, acelerar, frenar, estacionarse
en espacios diminutos sin reventar las llantas en la banqueta. Al imaginar que
vencía a mis demonios y me veía detrás del volante no pasaban ni dos segundos
cuando ante mis ojos aparecía la imagen del accidente más aparatoso, cristales
rotos, acero retorcido, miembros mutilados, niños, ancianos y madres
embarazadas desangrándose.
Me sentí un imbécil al descubrir que manejar no tiene
ninguna ciencia. “Muévete”. “Idiota”. “Aprende a manejar”. Cierto, fue
humillante al principio. En cada esquina se me apagaba el coche. Manejaba a
vuelta de rueda porque sentía que las banquetas y los transeúntes se me venían
encima. A los dos meses empecé a pasar inadvertido. Era un automovilista más en
la ciudad. Seguro y confiado de que llegaría a su destino.
Papá murió en el año 2000, pero no fue sino hasta años
después que entendí sus palabras. “Un coche es libertad”. Durante 19 años
dependí de los demás para ir a donde yo quería. “¿Para qué quiere ir allá?”. “Qué
flojera, luego te llevo”. “No puedo”. Mi volcho me abrió nuevas posibilidades.
Me dio independencia. Y lo más importante, dejé de hincharle las pelotas a los
demás pidiéndoles favores. Gracias al regalo de papá pude ir y venir de la
universidad; llenarlo como una lata de sardinas de compañeros. Ir y venir de un
trabajo rimbombante que odiaba. Escapar de la policía en una persecución al más
puro estilo hollywoodense. Ir a la playa y hacer el amor con una sudamericana.
Dejar atrás mi vida de hombre corbata y deslizarme por la carretera que me
llevaría a una ciudad pequeñita frente al mar. Llevarme a una universidad donde
me volvería maestro; convertirlo nuevamente en una lata de sardinas con alumnos
que me pedía aventón. Reconocer a las mujeres de noble corazón de las
interesadas que ponían cara de espanto al descubrir el carro que conducía. En
mi volcho he dormido, viajado, guarecido de la lluvia, me han roto el corazón,
recibido sexo oral, emborrachado, he amado, escapado, pero lo más importante,
descubrí que soy un hombre libre.
Quitando el romanticismo, un coche sirve para llevarte
de un punto X a uno Y, la carrocería es pura vanidad. Y si mi católica suegra,
a la cual quiero y respeto (juro que no es sarcasmo) cree que un volcho es
sinónimo de vergüenza, le tengo noticias: si el hombre de la cruz al que tanto
idolatra viviera en este siglo, no podría darse el lujo de tener un volcho, viajaría
en camión o a dedo, que son dos de las cosas más horribles que existen.
7 comentarios:
Publicado en:
http://sdpnoticias.com/columna/8191/El_volcho_y_mi_suegra
Publicado en:
http://www.pueblo-guerrero.com/seccion_opinion.php
Publicado en:
http://www.diariodepalenque.com/nota.php?nId=37892
Publicado en:
http://www.diariodezihuatanejo.net/2012/04/el-volcho-y-mi-suegra.html
Publicado en:
http://issuu.com/noticiasdechiapas/docs/ndch-abril-10-2012
Publicado en:
http://www.elobservadorpr.com/TINTA_LIBRE.htm
Publicado en:
http://issuu.com/ntrmedios/docs/20120415
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