Los mayas profetizaron
el fin del mundo en diciembre de este año. Como era de esperarse, se ha montado
una gran alharaca en todo el planeta, en especial en occidente. Y con justa
razón. Los mayas tienen una reputación que los precede: inventaron el cero, la
pirámide de Chichén Itzá anuncia el equinoccio de primavera y otoño con
precisión insuperable, e incontables etcéteras.
¿Acaso el
Apocalipsis vendrá por nosotros en poco más de medio año?
Wendy, la
editora de reportajes del suplemento Domingo,
me llama para decirme si me interesaría hacer un reportaje sobre unos italianos
que viven en una comuna en la comisaría de Xul, municipio de Oxkutzcab, al sur
del Estado de Yucatán, donde están esperando la llegada del fin de los tiempos
que profetizaron los mayas.
-Los italianos
son cosa de niños –le digo-. Tengo una historia mejor.
-Soy toda
oídos –dice incrédula.
-¿Me creerías
si te digo que en una ciudad pequeñita y amurallada existió una mujer llamada Regina, señora con poderes sobrenaturales que predijo a finales
de los años setentas que un diluvio de proporciones bíblicas acabaría con la
humanidad, quien armada de valor, recolectó donativos entre sus vecinos para
construir un Arca tan impresionante como la de Noé, con la diferencia de que
los tripulantes, en vez de ser animales, serían campechanos?
-Te quiero en Campeche
mañana mismo –me ordena.
* * *
Estamos en la
calle Villa Cabra de la colonia Bellavista, uno de los barrios más humildes de
la ciudad de Campeche. No fue difícil dar con el domicilio donde cuenta la
leyenda (es decir, nuestros papás y todos los señores mayores de 50 años), se construyó
la mítica Arca. Al entrar a la colonia sólo tuvimos que preguntarle al primer
transeúnte que vimos si conocía la ubicación de El Arca y no tuvo empacho en
conducirnos hasta el lugar exacto, no sin antes advertirnos que en la casa ya
no vivía nadie.
-No puedo
creer que aquí hubo un arca –dice escéptica Elena, observando la fachada de una
casa de aspecto común y corriente.
-Creo que no
hay nadie –dice P, dándole unos golpecitos a la reja-. Mejor vámonos.
-¿Entró usted
alguna vez a conocer El Arca? –le pregunto al transeúnte con la esperanza de
construir un reportaje verosímil a los incrédulos ojos de los lectores
capitalinos acostumbrados a etiquetar de subnormales a los provincianos.
-Sí… no,
nosotros no creíamos en nada de eso –responde el transeúnte con desconfianza,
rascándose la cabeza y mirando en todas dirección-, yo vivo más para arriba,
donde me vieron ahí bajando, si quieren saber más, pregúntenle a Manuel, él fue
vecino de Regina. Pero eso del barco tiene añísimos, sólo quedan unas
maderas.
* * *
Pese a los
fatalistas pronósticos de P, don Manuel dista mucho de ser un borracho barbado
descuartizador, quien con un silbido, atraería a una horda de salvajes a
desollarnos vivos.
-Ya tiene
cuarenta años de eso –dice abrazando con ternura a su nieta.
-¿Entonces sí
fue verdad que construyeron un Arca? –pregunto emocionado; tras la fachada de
la casa no se alcanza a ver nada de la colosal embarcación.
-¡Qué Arca!
Rentaron la casa de aquí a lado y empezaron a construir una casa dentro de la
casa. Tremendos pilastrones de dos metros que tiene. Unos barrotes de material.
Finjo sorpresa
al escuchar estas palabras, como si fuese una exclusiva enterarme que El Arca
era de concreto. En Campeche todo el mundo sabe que lo paradójico (o gracioso)
del asunto era saber cómo pensaba Regina que iba flotar su dichosa Arca.
-La gente
empezó a vender sus terrenos, casas, para poder venir a vivir aquí. Mi hijo
estaba tiernito. A esta hora nos teníamos que encerrar porque el humo y el olor
eran terribles. Diez años estuvo construyendo eso. Vino aquí hasta el ejército.
Hubo balazos…
-¡Estaba
armada la gente de Regina? –P interrumpe el relato de don Manuel, pues es un amante
y cuasiespecialista en historias de sectas terroristas; que exista la
posibilidad de que en la ciudad donde nació hubo una, lo pone a babear como a
una mujer embarazada frente a una nevera llena de helados de chocolate.
-Sí… le dieron
a un policía –don Manuel da la respuesta milenaria que P esperaba escuchar-. Fue
a plena luz del día. Como a estas horas.
Don Manuel nos
relata que mucha gente de otros barrios tuvo que venir a buscar a sus
familiares porque se vinieron a vivir con Regina.
-A la fuerza
los querían sacar porque no se querían ir –nos explica-. Quemaron periódico, lámina.
Una moto. Así empezó el relajo.
Los ojos de P
se dilatan. Se ponen cristalinos. Diáfanos. Puedo ver a través de ellos un
universo de caos. Su imaginación es una locomotora a toda marcha y sin frenos dirigiéndose
hacia un destino tan terrible como la matanza de Jonestown.
-¿Cuántas
personas llegaron a vivir en El Arca? –pregunta frotándose las manos.
-Unas doscientas
o trescientas personas.
Ahora no sólo es
P el que se sujeta de la pared para mantener la vertical. Don Manuel, al
descubrir que tiene nuestra completa atención, asegura que vino el ejército por
órdenes del Gobernador Echeverría Castellot, por ahí del año 83 u 84.
-A Regina la
sacaron por la ventana, adentro pasó de todo –continúa con su alucinante relato-.
Dicen que hasta orgías hubo.
-No me diga –P
empieza a babear de la emoción.
-Aunque para
saber exactamente lo que pasaba adentro, tendrían que hablar con la dueña de la
casa. Vive más para arriba.
* * *
La dueña de la
casa se llama doña Norma, pero no se encuentra en su hogar. Su esposo, don
Wilberth, nos informa que regresa hasta dentro de una o dos horas de ver unas
diligencias.
-¿Para qué la
buscan? –pregunta mitad curioso mitad desconfiado.
Para aplacar
la desconfianza le explicamos que unos vecinos nos dijeron que ella es la dueña
de la casa donde se construyó El Arca, por ello queríamos hacerle unas
preguntas para poder realizar un reportaje en un importante periódico nacional.
-A ver si se
acuerda –don Wilberth se rasca la cabeza-. Ya no hay nada. Ya tiene rato eso.
Si hubieran dejado que acabe, hubiera sido un monumento eso.
Menguada la
desconfianza, don Wilberth nos explica que el barco tenía de todo. Hasta
literas. Que lo vio muy de cerca porque estaba en casa de su suegra. Que estaba
muy bien hecho. Todo calafateado. Con unos tubos llenos de concreto.
-Según la
señora era para que aguantara la embestida del tiempo –nos explica-. Todo era
de madera, pura madera de pulgada. Tablón. Pero cayó todo.
Don Wilberth
es un libro abierto. Nos cuenta que la historia se ha convertido en leyenda
gracias a que toda la gente que estuvo viviendo allí ha muerto. También nos
aclara que se han inventado muchas historias falsas, como por ejemplo, que
abusaban de las muchachas y que se vendían boletos para poder tener un lugar
dentro de El Arca.
-Todo el
tiempo estaban rezando –afirma-. Puro rezo. Llegaron a estar doscientas
personas. Gente de dinero y gente humilde. Diario llegaba gente. A curarse.
Porque según la señora era curandera. Y si querías tú, pues donabas algo. Una
pequeña paga. Tu voluntad.
Don Wilberth recuerda
que la construcción comenzó en los años setentas y duró entre 10 a 15 años.
Hace una pequeña pausa, empieza a sacar cuentas mentales. Para tener un punto
de referencia dice que sus hijos estaban chicos y que ahora tienen 30 años. Señala
la calle, rememora que en ese entonces no había carretera. Que todo era virgen.
Que llegaron a vivir familias enteras dentro de El Arca. Y que intervino la
policía porque los vecinos de otras colonias decían que tenían secuestrado a un
chamaco. Pero que eso también era mentira. Le consta. Recalca que la casa era
de su suegra.
-¿Se acuerda del
año exacto en que la policía desalojó a Regina? –pregunto.
-No lo
recuerdo –don Wilberth hace una pausa para pensar-. Pero de lo que sí me
acuerdo es que la metieron presa.
* * *
-Nos pediste
ayuda para hacer un reportaje, ¿no? –me pregunta Lalo trepado en el techo de la
casa que oculta El Arca.
Miro en todas
direcciones. Los vecinos nos empiezan a mirar raro. Tal como lo haría cualquier
vecino que ve a unos intrusos treparse en un techo sin el consentimiento de la
dueña de la casa.
-No seas puto
–le tiendo la mano a P para que suba.
-Soy puto,
pero no loco –P se queda parado en tierra firme-, los gordos siempre somos los
primeros en morir linchados o en caídas aparatosas. Mejor voy a comprar una
cerveza aquí a lado, prefiero que me vean como a un cliente y no como a un delincuente.
El techo de la
casa es de asbesto. Ruego para que resista el peso de tres personas adultas. Elena,
Lalo y yo nos asomamos al patio. Decepción absoluta. Ya no queda nada de El
Arca. Sólo unas pocas tablas podridas y viejas. Sin embargo, allí están los
pilares de concreto de los que hablaba don Manuel. Con algo de imaginación se
puede ver la forma o estructura de una gigantesca barca.
-¡Ey, que
buscan ahí? –nos llama la atención un hombre en compañía de una mujer que se
aproximan a la puerta de la casa.
-Perdón, sólo
queríamos ver El Arca –se disculpa Elena con cara de niña buena; mientras tomo
nota mental de siempre llevar conmigo a una mujer a la hora de realizar reportajes
que involucren el delito de allanamiento de morada.
Los inquilinos
de la casa ablandan sus corazones al descubrir que no somos unos ladrones, incluso
nos saludan como personas civilizadas cuando descendemos del techo, no sin
antes ensangrentarme ambas rodillas.
-Mucho gusto,
Candelario –me extiende la mano-. Ella es Rosalía, mi esposa.
Les explico
que estamos haciendo un reportaje sobre El Arca. Que nos gustaría entrar a ver
la casa. Candelario accede con amabilidad. Nos muestra el interior. Es humilde.
De concreto. Está conformada por una sala, un comedor y un cuarto. Las paredes
pintadas de color rosa. Rosalía nos cuenta que en la época de Regina su papá
entró con unos camaroneros. Que la casa siempre estaba llena de gente.
Trabajaban todo el día en la construcción de El Arca. Se turnaban para dormir.
Que ella tenía 5 ó 6 años cuando todo ocurrió.
-Pasaba
caminando y veía esa cosa grandota y me daba miedo –dice-, nunca imaginé que
terminaría viviendo aquí. Y es que todo mundo tiene miedo de venir a vivir aquí,
pero yo digo, ¿por qué? Yo tengo un mes aquí. Hay mucha tranquilidad. Ya ve que
cuando hay algo malo, entran y enseguida se siente.
En efecto, dentro
de la casa se siente mucha paz. O al menos esa es mi percepción luego de ser
descubierto allanando propiedad privada y no ser apedreado. Rosalía confiesa que
doña Norma, la dueña de la casa, le platicó que el antiguo inquilino era un
muchacho que se drogaba. O eso decían los vecinos. Quien con un machete le
pegaba a El Arca. Todas las noches. Hasta que la desbarató y le prendió fuego.
Candelario nos
conduce al patio trasero. Atravesamos una puerta ovalada. Nos recibe una misteriosa
esfera de concreto que se encuentra junto a un enorme pilar que parece ser la
quilla del barco. En total contamos 7 columnas de acero oxidadas rellenas de
concreto. Aproximadamente miden unos dos metros y medio cada una. La naturaleza
se ha apoderado de ellas. Incluso un árbol se las ingenió para continuar su
crecimiento sobre una columna. Láminas y pedazos de madera con tornillos se
encuentran regados por todo el piso infestado de maleza. No puedo imaginarme
cómo se las ingeniaron para vivir 200 personas hacinadas en un terreno de unos 16
metros de fondo por 8 de ancho.
Al abandonar
la casa, la suerte nos vuelve a sonreír. Pareciera que Regina o una fuerza
enloquecida de otro mundo coloca las piezas del rompecabezas en nuestras
narices: Candelario y Rosalía apuntan con el dedo a una señora que está parada
en la esquina esperando a que pase el camión.
-Es la dueña
de la casa –dicen al unísono-, es doña Norma.
* * *
-La que vivía
aquí era mi mamá –dice doña Norma-. Pero ya está viejita.
-¿Hay alguna
posibilidad de que podamos verla? –pregunto.
-Ni te va a
decir nada porque no se acuerda de nada.
Descubro que
soy un pobre ingenuo al creer que los planetas se alinearon para que obtuviera
el Premio Nacional de Periodismo. No me queda más remedio que conformarme con
la información que pueda obtener de la hija de un testigo de la construcción de
El Arca.
Formulo la pregunta
obligada: en qué fecha comenzó Regina a construir El Arca. Doña Norma hace
memoria. Al igual que su esposo toma como punto de referencia la edad de su
hijo.
-Mi hijo tiene
ahorita treinta y cuatro años. Como en el setenta y siete… como en el setenta y
ocho o setenta y nueve –titubea-. Y duró hasta el ochenta y nueve, me parece.
Esa señora vivía en la estación antigua, aquí en la bajada. Conocía a mi
hermanita, nosotros también vivíamos en la estación antigua.
-¿Podría
llevarnos con su hermanita para entrevistarla? –pregunto frotándome las manos;
una vez más los planetas se alinean a mi favor.
-También ya falleció
–dice doña Norma dejando en evidencia una halo de tristeza en los ojos-. Fue
ella quien le dijo a mi mamá si le prestaba la casa a la señora para que
pudieran hacer sus curaciones. Estaban chicos mis hijos, yo vivía con mi
suegra. Yo venía a ver que los ensalmaran pero no me gustaba eso. Prendían
candela, se lo pasaban los huevos a la gente y lo reventaban. Pero a los
vecinos no les gustaba. Por el olor. Porque era mucho lo que quemaban. Cajas de
huevo quemaban, bastante. Desde las cuatro de la tarde hasta que amanecía.
Diario era eso.
-O sea, que el
que vendía los huevos se hizo rico –apunta Elena en tono de broma.
-Mi mamá era
la que los vendía.
Se abre un
silencio incómodo.
-¿Cómo comenzó
Regina con la idea de El Arca? –pregunto para cambiar de tema.
Doña Norma
relata que Regina se posesionaba. Que era Dios quien le decía que tenía que
hacer un Arca. Y que le dio hasta las medidas exactas. P no se resiste y
pregunta si eran cristianos los seguidores de Regina.
-No, eran
católicos –responde.
-¿Cómo es
posible que los católicos se dejaran pasar huevos por el cuerpo si ellos no
creen en eso? –insiste P.
-Pues creían.
Creían en ella. Curaba a los que venían y creían en ella.
-¿Usted creía
en Regina? –intervengo.
-Yo no creía
–responde doña Norma con convicción.
Le preguntamos
si vio a Regina curar a alguna persona. Responde que no. Le preguntamos si
conoce a alguien que haya vivido dentro de El Arca a la que podamos contactar. Responde
que no. Le preguntamos si tiene alguna foto de El Arca. Responde que nadie tomó
fotos. Le preguntamos si algún periódico de aquella época hizo algún reportaje
al respecto. Responde que sí, que los periódicos sí tomaron fotos. Le
preguntamos en qué año publicaron las fotos. Responde que en el año 85 u 86. Le
preguntamos en qué año pronosticó Regina el diluvio. Responde que en el año 1990.
Le preguntamos si dijo alguna fecha específica. Responde que no, que sólo dijo el
año. Le preguntamos si terminaron de construir El Arca. Responde que sí, que
hicieron puro cuartito, puras literas. Le preguntamos qué actividades hacían
dentro de El Arca. Responde que puros rezos, oraciones con la Virgen María. Le
preguntamos si se quedó a dormir alguna vez dentro de El Arca. Responde (con
expresión como si hubiera visto al Diablo) que nunca, que a su marido no le
gustaba eso. Le preguntamos por qué se quedaba la gente a dormir. Responde que
pensaban que iba a pasar como con Noé, igualito, que como ya había pasado esa
historia, la gente creía que iba a volver a repetirse, que ellos creían en eso.
Le preguntamos si no le dio miedo que pudiera ocurrir en verdad el diluvio.
Responde que nunca lo creyó, que la señora se posesionaba, que decía que estaba
Cristo en ella, que mucha gente hasta dejó su trabajo, igual perdieron su trabajo
por eso mismo, por ir a trabajar con la señora, que muchos albañiles fueron,
que ella sólo iba en las tardes a ver que curaran a la gente.
-¿Saben una
cosa? –doña Norma interrumpe su respuesta para hacernos una gran revelación-, ya
me acordé quién estuvo en El Arca.
* * *
Doña Kandra no
duda en relatarnos ampliamente su experiencia, pese a las miradas hoscas que
nos regalan algunos de sus familiares.
-Yo vivía
antes en la misma calle. Una vez mi suegra me dice: ¿qué te pasa? Me siento
mal, le digo, siento que me estoy muriendo. Agarró ella y me dice: ¿por qué no
vas a que te cure? No, francamente. Me dice: anda, vamos. Y me llevó, como a
esta hora. Ciertamente fui. Y entonces, cómo se llama, su hermanita de ella
–doña Kandra señala a doña Norma-, porque por medio de su hermanita curaba,
apenas me agarró, me dice: te tienen hecho un mal. Te vamos a despejar. En un
anafre tenían blanquillos. Según como te están curando se van reventando los
blanquillos. Y oías: ¡blam, blam, blam! Y me dice: ven mañana. Y seguí yendo, y
me gustó mucho. Se veía muy bonito todo lo que van haciendo. Y allá quedé bien.
Por que me había dicho ella pues que estaba ya por morirme. Y realmente sí.
-¿Alguna vez
fue a consultar con algún doctor para que la diagnosticaran? –pregunto.
-Sí, me dijo
el doctor que no tenía absolutamente nada. Y me lo vieron allá que sí, me
operaron espiritualmente. Por que ahí puros cantos de Dios, de la Virgen. Había un muchacho que trajeron con sogas,
como un animal. Puesta la soga traía. Ella lo dejó bien en ese instante.
Nosotros no tenemos la visión. Pero las que curaban sí lo veían. Venían en
forma de cosas feas. Eran malos. Eran como dice Jesús, eran los demonios, los
tres demonios que a veces en el cuerpo lo tienen.
Doña Kandra nos
cuenta que varias personas ayudaban a Regina. La principal era la hermanita de
doña Norma. Que en paz descanse, dice. Tiene dos años que acaba de morir. Ellas
tenían la visión.
Le pregunto si
se quedó a dormir en El Arca. Me responde que nunca se quedó a dormir, pero que
ella y su hija iban diario a verla, que entraban en la tarde y salían entre las
dos o tres de la mañana, que les gustaba ir porque allí hacían curaciones muy
bonitas, que durante un año estuvo con Regina, a su lado, antes de que empezara
la construcción de El Arca. Rememora sus peregrinaciones. Nos cuenta que fue a
México, a Cholula, a Oaxaca, entre otros lugares.
-Puro trabajo
viviente, de curaciones –afirma doña Kandra.
Nos relata
cómo las médiums se posesionaban. Incluso nos confiesa que se lamenta de no
tener el don de la visión.
-Las médiums
veían cosas horribles –dice-. Y lo desintegraban por medio de los blanquillos. Yo
tengo fotos de ella.
-¿De quién?
–pregunto con el corazón paralizado.
-De doña María
Regina, de quién más va a ser.
Doña Kandra entra
a su casa. Se escuchan reclamos de sus familiares. Todo apunta a que Regina y
El Arca es un tema delicado. Dos minutos después aparece con un sobre en la
mano. Saca varias fotografías ajadas.
-Se me mojaron
cuando el huracán Gilberto –se disculpa-. Todos estos que ve acá iban con ella.
En la imagen
se ve a una señora de unos cuarenta y tantos años. Robusta. Ojos claros. El
cabello suelto. Enfundada en un vestido color rosa. Una señora que en
apariencia dista ser un líder espiritual. Una a una doña Kandra nos va
mostrando las fotografías. O lo que queda de ellas.
-Oiga
–interrumpe la sesión y me reprocha con el ceño fruncido-, ¿y ahora por qué se
ocuparon tan tarde que ella no vive?
* * *
Los testimonios
de El Arca están plagados de fechas inexactas. Unos dicen que comenzó a
mediados de los años setentas y que finalizó con el arresto de Regina en el año
84, otros aseguran que fue en el 89. Para colmo de males, nadie tiene
testimonio fotográfico. Lo único que puede darle validez a la historia es la
prensa.
Me enclaustro
en la hemeroteca de la ciudad con mi primo Etienne. Pasamos infinidad de horas respirando
hongos impregnados en los papeles viejos que custodia el Archivo General del
Estado, sólo para darnos cuenta que a pesar de la relevante noticia, estamos
buscando una aguja perdida en un pajar. Sin la fecha exacta nos tomará semanas
revisar todos los periódicos de los años setentas y ochentas.
Sin embargo, ocurre
un último golpe de suerte. Horas más tarde, en un restaurante me encuentro por
casualidad con un viejo amigo. El maestro Pino. Profesor de literatura en la
Universidad Autónoma de Campeche.
-¡Y ese
milagro? –me saluda.
Le platico que
regresé unos días a Campeche porque me encargaron hacer un reportaje sobre El
Arca de Regina. Los ojos del maestro, de la sorpresa, parecen salir de sus cuencas.
-No me lo vas
a creer –dice tomándose una pausa teatral-, yo hice el primer reportaje sobre El
Arca.
* * *
En medio de
tres secretarias, constantes llamadas telefónicas, interrupciones cada dos
minutos, el maestro tiene la gentileza de hacerse un tiempo en su trabajo de
oficina para concederme una entrevista.
-La casa, lo
que yo recuerdo, era como un templo con bancas –dice emocionado el maestro-. Era
como…
-¿En qué año
hiciste el reportaje? –lo interrumpo desesperado, pensando en no pasar ni una
hora más de mi vida contaminando mis pulmones en mi futura visita a la
hemeroteca.
-Ahora te voy
a decir con toda precisión… –el maestro Pino se toca la frente con un sobre que
tiene en la mano como si fuese Johnny Carson interpretando el papel del
psíquico Carnac el Magnífico- en el año ochenta y uno. Estaba yo en tercero de
preparatoria.
En una hoja el
maestro Pino dibuja un mapa de El Arca. Pone unas rayitas alrededor de la
barca. Me dice que la señora había vendido pedazos alrededor de ella. Que los
de afuera eran los que aportaban la mano de obra. Eran familias. Vivían ahí. En
condiciones infrahumanas. Vivían de 10 en 10. Las separaciones eran de lámina.
Techos de cartón. Que para ser apóstol (me aclara que eran 12 mujeres), tenías
que pagar. Había una relación de poder, de dinero, con salvación. Los de
adentro eran los que aportaban el dinero, eran quienes iluminaban a los de afuera.
Le comento que
vi una pelota de concreto en El Arca. El maestro dice que la recuerda, que
estaba pintada del color de la tierra, que Regina le platicó que cuando el agua
llegara a los cimientos, estos se iban a remover, entonces El Arca iba a flotar.
-¿Y la pelota?
–insisto.
Me explica que
la pelota supuestamente estaba tocada por una fuerza divina, y en el momento que
se moviera dentro del barco iba a ser la dirección que debían tomar, iba a ser
la guía de salvación, pero esta pelota además iba a ser arrojada en el lugar
donde ellos iban a bajar para mantener la vida en el Planeta Tierra.
-Regina estaba
convencida del fin del mundo, y la gente que estaba allá, también –el maestro
pino se frota la barbilla-. Hay muchas cosas misteriosas que tienen cierta
lógica, no sé si hayan sido cosas razonadas por parte de ella al calor de la
religión, de su propia certeza de que las cosas iban a ocurrir así, de su
propia versión de existencia y de vida, entonces esto es maravilloso. Claro,
era tanto el impacto de esto que la gente se enloqueció, El Arca ya no era
suficiente para tantas personas.
Le pregunto cómo
es posible que siendo tan joven fue él precisamente la primera persona en hacer
un reportaje de semejante envergadura. Me explica que lo invitó José Luis
Llovera a trabajar en el Diario de Campeche, que su primer trabajo fue visitar El
Arca, y que quedó tan fascinado con el personaje de Regina que se olvidó del
tiempo, en el periódico se preocuparon al ver que no regresaba a la redacción
que tuvieron que llamar a la policía para que fueran a rescatarlo.
-Cuando salió
el reportaje, se convirtió en una bola de nieva –prosigue el maestro Pino con
su relato-, todo Campeche puso sus ojos en El Arca. Peregrinaciones venían de
Champotón, de Tenabo, para ver qué pasaba con esto, y cuando yo regresé el
viernes, al quinto día, el lugar estaba totalmente poblado, ya no cabía la
gente ahí, gente convencida que en efecto iba a suceder el fin del mundo, y que
se iban a salvar a través de esta Arca. Salió hasta en la televisión nacional,
todo mundo estaba enfocado en Campeche, jamás se había construido un Arca, ¿te
imaginas el pinche impacto?
-¿Tomaste
fotos? –pregunto intuyendo en mi mente la respuesta.
-El fotógrafo
del periódico. Ya se murió, creo. Era de Yucatán. Se publicaron algunas. Luego que
salió el reportaje los que vivían en El Arca hicieron una barrera humana y no
dejaban pasar a nadie. Entonces las fotos las tomaban por arriba. El Novedades,
El Tribuna, El Diario de Campeche. Y los periódicos regionales y nacionales que
vinieron. Vino la televisión. Vino Televisa.
Por enésima ocasión
en la mañana, el maestro Pino es requerido por una de las tres secretarias y se
ve obligado a abandonar la oficina. Antes de hacerlo me entrega unas fotocopias
de un libro titulado “Talleres”, del año 1990, publicado por el INBA y la Casa
de la Cultura de Campeche. Son 7 páginas de un fantástico cuento titulado
“Estas manos así como las ve”, basado en su primer reportaje sobre El Arca de
Regina.
-¿En verdad existió
el cártel que relatas en tu cuento? –le pregunto quince minutos más tarde sin
darle tiempo siquiera a sentarse en su silla.
-Claro, estaba
ahí. “Si tu Dios está muerto prueba el mío”.
-Y la parte
del cuento donde narras que el padre de Regina se acostaba con su madre frente
a ella… ¿eso fue verdad?
-Sí, ella me
dio a entender todo eso, fue muy obvia conmigo.
-¿Y la parte
del hermano con ella?
-Había un
incesto ahí.
-¿Desde los siete
años comenzó a tener la visiones?
-Sí.
-¿En que año escribiste
el cuento?
-En el ochenta
y cuatro. Lo hice antes de los talleres literarios. El reportaje lo llevé a la
literatura. Te quiero comentar que he buscado el periódico donde publiqué el
reportaje y no lo he encontrado. Está perdido. Busqué en las hemerotecas y nada.
* * *
Última parada.
La hemeroteca de la Universidad Autónoma de Campeche. El maestro Pino tiene
razón. No queda rastro de su reportaje. En los archivos, increíblemente no
tienen los periódicos del extinto Diario de Campeche. Lalo, P, Etienne y otros amigos campechanos nos
repartimos la búsqueda del año 81 en otros periódicos.
-No hay nada
–mascullo entre dientes cerrando el gigantesco libro del mes de diciembre.
-En media hora
cerramos –informa el guardia de la hemeroteca.
Nos repartimos
entre todos el año 82. Me toca el libro del mes de mayo. Nada más abro la tapa,
con la certeza de que El Arca fue una fantasía, una leyenda urbana de los
habitantes de Campeche, cuando me sorprende una pequeña foto de Regina. Soy
capaz de reconocer a María Regina gracias a las fotografías que nos enseñó días
atrás doña Kandra.
-¡Aquí está!
–grito como una colegiala.
En la imagen
se ve a Regina con un vestido floreado, el rostro un poco ajado y con la mirada
desorbitada, de lunática hecha y derecha, es decir, la mirada de un verdadero líder
espiritual. “El fin del mundo cerca” se titula el artículo. “El 25 de febrero
de 1983 se acabará el mundo”, dice la primera línea.
Sigo pasando
las hojas del libro. Todos los reportajes ocurrieron en el mes de mayo. “Continúa
la construcción de la nave del olvido; la dirige María Regina”, dice otro
encabezado. “No acepta la Iglesia nada de lo que dice Ma. Regina”, dice otro
más. También aparecen los encabezados de su captura. “María Regina, en la
prisión”. “Formal denuncia en contra de María Regina en la DAP por ‘allanamiento
de morada’”. Incluso descubrimos que Mario Herrera Tercer y su compañía de
teatro montaron una obra cómica en su honor: “El Arca de Regina (la quema
huevos)”.
Finalmente lo
que tanto estábamos buscando. Aparece delante de nuestros ojos la prueba
fotográfica que despejará todas las dudas de los incrédulos. Por desgracia, tal
como ocurre cuando se muestra evidencia extraterrestre o del Jeti o del
Monstruo del Lago Ness, la foto de El Arca está borrosa. Pero no tanto como
para no ver que se trata de una inmensa barca de madera a medio construir.
“LA
CONSTRUCCIÓN de la ‘Nave del olvido’ continua como puede apreciarse en la
gráfica. Al interior del lugar no se permite la entrada de desconocidos”, leemos
todos en derredor del periódico con las bocas abiertas.
Aquí
puedes ver todas las fotos que hicimos durante el reportaje.
10 comentarios:
Muy buena nota.
Lo único, que no se ven las imágenes.
Saludos desde Bs As
Ah, escribe mas seguido pues.
Hola, qué extraño, aquí en la oficina sí se ven las imagenes, entra a mi face, ahí subí todas las fotos del reportaje
https://www.facebook.com/media/set/?set=a.10151916566190175.891458.636020174&type=3
Abrazo fuerte.
Agh! Qué buena historia. No pude dejar de leer hasta el final, y me quedé con hambre de más!! Tiene intriga... está excelente!! ¿Has pensado en hacer un guión cinematográfico? Estaría genial ver esta historia convertida en película algún día. Considéralo. KHG
Hola Kutzi, si todo sale bien, hay cierto actor nominado a un Oscar que le podría interesar.
Abrazo fuerte, me alegra que te haya gustado.
Yo me enteré del tema por medio de la revista "Contenido" (habra sido a finales de 83 o principios de 84). Recuerdo perfecto el título del reportaje: "fin del mundo estilo Campeche"
Felicidades por su reportaje
Mi abuelita vivio x ahi mucho tiempo y ella lo cuenta d una manera q hasta t creas una pelicula en tu cabeza jajajaja conoc a una d las hijas d maria regina y a uno q otro q vivio en el arca ella dic q con gusto daria testimonio
Anónimo, claro que queremos testimonio, ponte en contacto conmigo, mi mail es rodrosolis@gmail.com
Saludos.
Yo iba ahi y dormi en el arca pero estaba chica tenía como 10 años y solo eran cantos y rezos
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