A estas alturas te habrás enterado, salvo que seas una ostra, de que este domingo hay elecciones. Habrás deducido también que los partidos políticos gastaron cientos de millones de pesos en sus campañas. Dato que no es ningún secreto de Estado, los mismos funcionarios tienen la poca vergüenza y tacto de decirlo. Cifra escalofriante que a nosotros, ciudadanos oriundos de Montecarlo, Mónaco u otro principado europeo, al parecer nos hace lo que el viento a Juárez.
Por tiempo inverosímil me gané la vida escribiendo e intentando hacer periodismo humorístico, sin embargo, de tres años a la fecha di un giro de timón hasta recalar en la publicidad, donde finalmente terminé por montar un estudio de creatividad. Hago esta acotación, porque al escribir mi cerebro sólo puede trabajar y llevarme a razonamientos en función de lo que hago durante 14 horas diarias. Tres años atrás me hubiera escandalizado lo incapaces y poco solidarios que somos los ciudadanos para coordinarnos para arrojar bombas molotov a los Palacios Municipales u orquestar linchamientos masivos en las plazas públicas. Ahora lo que me escandaliza no es que los partidos políticos dilapiden sumas exorbitantes de dinero, sino el pequeño gran detalle de cómo lo despilfarran.
Imagina por un minuto el aberrante escenario de ser candidato a un puesto de elección popular. Estás sentado en una cómoda silla mientras escuchas a tu equipo de trabajo dialogar con un grupo de publicistas, a los cuales pagarán una pequeña fortuna (en plazos, por supuesto, o mejor dicho, durante el tiempo que dure tu mandato, si es que ganas) por hacerte ver ante la opinión pública y la ciudadanía como un ser diametralmente opuesto a lo que eres en realidad: si eres gordo, serás flaco; si eres feo, serás bonito; si eres indígena, serás ario; si eres tirano, serás demócrata; etcétera.
-A partir de hoy dejas de ser Fulanito de Tal -te dirá un joven de lentes de pasta ancha, el director creativo de la agencia de publicidad que contrataste-. Ahora eres una marca.
Sí, escuchaste bien. Una marca. Y a continuación viene la retahíla de ejemplos y casos de éxito.
-¿Por qué Coca Cola es el refresco más vendido en todo el mundo? -preguntará al aire el director creativo.
En la sala de juntas nadie abrirá el pico para no quedar como un idiota, lo que dará pie al joven petimetre, ante el sepulcral silencio, de desparramar sus conocimientos sobre ti y tu equipo, de que la Coca Cola, lejos de lo que pensaron en silencio, el refresco embotellado número uno, es el número uno porque tiene presencia hasta en el rincón más recóndito del planeta.
-Se llama posicionamiento de marca -los iluminará el joven creativo.
Al convertirte en una marca necesitarás exactamente lo mismo que necesita un refresco embotellado para ser consumido, es decir, seguir tres simples pasos. 1: Logotipo o tipografía oficial de tu nombre. 2: Eslogan (de preferencia que rime con tu apellido). 3: Campaña publicitaria.
Este último paso tiene muchas etapas o frentes de acción que no es necesario mencionar o ahondar en ellas, pues sólo debes saber una cosa: tus contrincantes al cargo de elección popular, en el preciso instante en que tú estás escuchando estrategias para persuadir al pueblo de que eres la mejor opción para gobernarlos, están sentados en otras agencias de publicidad escuchando exactamente el mismo discurso y planes de acción para ser electos por las masas, a las que, llegado el momento, saquearán a manos llenas.
Dicho lo anterior, deja de imaginar que eres un político y regresa a tu piel. Hazte las siguientes preguntas: ¿Los productos que consumes con regularidad estarán directamente relacionados con las veces que los ves en espectaculares, lonas, pósters, anuncios de radio, televisión e internet? ¿Acaso tu cerebro libera endorfinas u otra sustancia química que activa el deseo u antojo cada que miras un anuncio en color rojo con letras blancas que dice Coca Cola? ¿Qué le hace pensar a los políticos que poniendo los photoshopeados rostros de sus candidatos en cada espectacular, poste de luz, barda y rincón de las ciudades provocará que la gente al llegar el momento de estar frente a la boleta electoral marque con una cruz el nombre de Fulanito de Tal?
La respuesta es simple. Recuerda la primera vez que fuiste solo al supermercado y en la lista de compras leíste la palabra aceite de cocina. La misión hubiera sido simple si en la lista te hubieran especificado la marca del aceite, sin embargo, salvo los obsesivos compulsivos, nadie específica la marca de aceite a comprar en una lista de compras. Primerizo, te temblaron las piernas al ver el universo de botellas de todos tamaños y colores que se extendían en un kilométrico anaquel ante tus ojos. Tuviste cuatro opciones: llamar a la persona que redactó la lista de compras y preguntarle qué aceite de cocina quiere (so pena de quedar como un imbécil) o tomar la botella más barata (so riesgo de envenenar a tu familia) o leer una por una las etiquetas de cada botella y comparar cuál tiene el grado nutrimental menos nocivo para la salud de tu familia (so riesgo de perderte el partido de fútbol que está por comenzar) o agarrar la botella que anuncia un sonriente y saludable maestro de yoga que aparece en la televisora más popular del país.
La realidad es que sólo existen tres tipos de votantes, y los políticos lo saben.
1) Los que trabajan en dependencias de gobierno y votan por el partido en el poder por temor a perder su empleo.
2) Los descerebrados que ponen en las puertas de sus casas pósters con la cara photoshopeada de Fulanito de Tal con la leyenda de “Esta casa está con Fulanito de Tal”, con la esperanza de que Fulanito de Tal les contrate en alguna dependencia de gobierno para que en las siguientes elecciones vuelvan a votar por el partido político en el poder y no pierdan su empleo.
3) Los indecisos que escuchan en la radio y en la televisión a los analistas y encumbrados periodistas repetir hasta el hartazgo que en nuestras manos está cambiar el rumbo del país, yendo a las urnas a cumplir con nuestra obligación ciudadana, de lo contrario, el cataclismo será nuestra culpa. Los que en las calles miran esparcidos en diferentes puntos de la ciudad, espectaculares en tono fúnebre (es decir, en color negro, no vaya a ser que utilizar otro color se confunda con propaganda de algún partido político) incitando a la gente a salir a votar, campaña por cierto, orquestada por el Consejo Coordinador Empresarial. Los que en redes sociales miran y comparten videos de abogados de voz gruesa pero aspecto juvenil que explican con peras y manzanas que anular nuestro voto es un tiro por la culata, porque de hacerlo, sólo beneficiará a los partidos grandes que actualmente nos tienen subyugados.
Retorno al punto que realmente me escandaliza. ¿Acaso no existirá otra forma más creativa de dilapidar montañas de dinero? Si en mis manos estuviera dirigir una campaña, le diría al candidato que le comunique a la ciudadanía que al votar por él serán acreedores a un boleto que les dará el derecho a participar en una rifa de 1,172.8 millones de pesos, misma que, por supuesto, ganará algún familiar del candidato, pero eso lo descubrirá el electorado hasta que aparezca la nota en la primera plana de algún periódico cuya nómina es pagada por un partido político rival, acusación tardía para levantar acción legal ya que mi cliente tendrá fuero político y podrá gobernar a sus anchas ante la mirada indignada e iracunda de todos los ciudadanos incapaces de mancharse las manos de gasolina.
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