En
un hecho insólito
para la humanidad, la Suprema Corte de los Estados Unidos aprobó el matrimonio entre personas
del mismo sexo en todo lo largo y ancho de su territorio nacional. En México, casi al mismo tiempo,
ocurrió algo
similar, y por supuesto no se hicieron esperar las protestas, en especial de
las señoras,
que como se sabe, son las voceras más ruidosas de las religiones.
-Ahora
también
van a sentirse con el derecho de exigir la adopción de niños -dicen y en sus cabezas desfilan vívidas imágenes de dos hombres o dos
mujeres abusando sexualmente de bebés, o, con el correr de los años, dándoles cursos intensivos de prácticas sodomitas o de
tijeretas.
Paradójicamente, son estas señoras que profesan la religión cuyo discurso neurálgico es el amarse los unos a
los otros, pero que, al parecer, en letras pequeñitas que sólo pueden leer ellas y los señores de túnica gracias a su enorme fe, dice que con excepción a las parejas del mismo
sexo.
-Al
paso que vamos van a aprobar el matrimonio entre hombres con serpientes, o de
mujeres con perros -dicen desde los púlpitos o en las reuniones de los martes de canasta, mitad
con ironía
y mitad con terror.
Esto
no es una licencia literaria, o un artículo de ciencia ficción, en verdad lo están diciendo. Con una ligereza que hiela la piel. Estas señoras y señores de vestido largo están comparando a sus propios
hijos y hermanos al mismo nivel irracional de un animal.
Este
pensamiento medieval y trasnochado, no hace mucho, le hizo creer a la gente que
no todos somos iguales y, por consecuencia, no todos tenemos los mismos
derechos:
-Mira
a esos negros, más que humanos parecen monos, que se vayan a la parte de atrás de los camiones, como los
animales que son.
-Mira
a esos humanoides, que no te engañe su parecido a nosotros. ¿Y si los convertimos en jabón?
-Mira
a esos indígenas
y si los…
Es
una vergüenza
que haya tenido que pasar poco más de dos milenios y una década para que descubriéramos que si dos hombres o dos mujeres quieren hacer una
vida juntos ante el amparo de la ley, el cielo no comenzará a vomitar azufre y fuego.
Cruzo
los dedos para que no tengan que pasar otros dos milenios con una década para que descubramos que
una sociedad cimentada en el amor de los unos con los otros (sin importar el
sexo) es lo único
que podrá darle
el coraje y la fuerza a las generaciones venideras para entender de una vez por
todas que hemos venido al mundo no a ser juzgados sino a ser felices.
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