En un parpadeo, de jóvenes mutamos a adultos, y, desolados,
descubrimos nuestra impotencia para hacer que las cosas cambien; entonces, a
manera de consolación (o eximiéndonos un poco de la culpa) repetimos el dicho que tantas veces le
escuchamos decir a nuestros padres y abuelos: el futuro está en manos de los niños.
¿Por qué en vez de conformarnos con repetir esta frase, mejor la llevamos a
la práctica, y
averiguamos de una buena vez si lo que estamos repitiendo como loros es una soberana
estupidez o la salida del pozo sin fondo en el que seguimos hundiéndonos?
Está probado
que los seres humanos mayores de 18 años estamos corrompidos por el sistema, además de estar incapacitados de nuestras
facultades emocionales y mentales para discernir si las personas que nos
gobernarán nos están viendo las caras de tontos o no. Entonces, ¿por qué no dejar el futuro del país literalmente en las manos de los niños? Que sean ellos quienes tengan la responsabilidad, derecho y
obligación de
votar en las próximas elecciones por los candidatos a puestos de elección popular, ya sea de partidos políticos, independientes o quimeras.
De entrada, el panorama
sociopolítico daría un giro de 180 grados. El payaso Lagrimita, de ser una broma de mal gusto se convertiría en el candidato más sólido para gobernarnos. Lo sé, la propuesta suena a una locura, pero, ¿no dijo Albert Einstein, uno de los
hombres más
inteligentes que ha parido la humanidad, que locura era hacer lo mismo una vez
tras otra y esperar resultados diferentes? ¿Acaso debemos esperar a que el método que hemos implementado y aplicado ad infinitum con resultados catastróficos termine por colapsar al país?
Tomemos con la seriedad
que se merece esta propuesta e imaginemos cómo serían las campañas
políticas en
caso de que los niños entre 6 y 12 años fueran los únicos con el derecho al voto (los adolescentes estarán exentos, pues está probado, que además de ser perversos, son igual de
idiotas que los adultos). De ocurrir esto, por primera vez en la historia los
políticos
tendrán que
usar el cerebro para ganar votos. Convencer a un niño no es tarea fácil, menos prometerles fantasías. Ellos ya tienen a Santa Claus, al
ratón Pérez y a los Reyes Magos. Si a un niño no le cumples una promesa, ten la
certeza de que no lo olvidarán y te lo harán pagar muy caro.
Sí, ya puedo escuchar a los detractores:
“por
favor, para los políticos ganar votos bajo este esquema será como quitarle un dulce a un niño”.
-Hijo, si no votas por
Fulanito de Tal, voy a perder mi trabajo -le rogará el padre a su hijo.
-Pero papá, yo no quiero votar por Fulanito de
Tal, tiene cara de puerco rabioso.
-Hijo, escúchame, tienes que votar por él, sino, tu papá perderá su trabajo y no podrás comer.
-Tranquilo, voy a votar
por el payaso Lagrimita, él ha prometido que todos los papás del país tendrán trabajo y así podrán comprarnos muchos juguetes.
-Hijo, escúchame -el papá, lentamente empezará a desabrocharse el cinturón-, esas son fantasías, es imposible que todos podamos
tener trabajo.
-¿Y qué hay de los papás de mis amigos, ellos no tienen trabajo, debo abandonarlos? Tú siempre me has dicho que debo buscar
el bien de la gente.
-¡Laura, ven aquí con la chancleta, tu hijo nos salió retrasado mental!
No sé ustedes, pero yo, jamás he podido quitarle un dulce a un niño sin que estalle en llanto y todos me
miren como el monstruo que en efecto soy.
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