martes, 13 de marzo de 2012

Invitación flageladora


Ayer en la tarde me presenté en la FILEY. Hoy, familiares y amigos me reclaman airadamente diciéndome que por qué no los invité. Eso demuestra que no me leen en absoluto. Colgué la invitación del lado derecho de mis dos blogs, también lo publiqué en Facebook y Twitter. Incluso subí un par de posts donde informaba de la charla que daría en compañía de otros escritores.

En fin, para no hacer largo el cuento, esto fue lo que leí a manera de introducción. 

Luego rematé (con el público y mis colegas soltando bostezos) con una lectura de dos capítulos de mi novela Mala Racha. En realidad tenía previsto leer tres capítulos, pero como les dije, el público y mis colegas bostezaban. Levanté la cabeza de mis hojas y cual Dios misericordioso puse punto final a la tortura.  

A petición de algunos sabios lectores que tuvieron el buen tino de no asistir a la charla, cuelgo los dos capítulos (y el tercero que no leí) de la novela. Los saltos en los capítulos son intencionales.
 

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Mentiría si digo que no he releído una docena de veces el mail. Estoy en estado de shock. Oficialmente, soy de nueva cuenta un hombre desempleado. O mejor dicho, un escritor no remunerado. Esta madrugada (no por voluntad propia) doy un paso al costado de la escuálida, raquítica o casi inexistente fila de sujetos (algunos se hacen llamar así mismos intelectuales) que pueden darse el lujo de presumir que reciben dinero a cambio de sus escritos. Nada es para siempre. Bien lo vaticinaron los economistas, gobernantes, empresarios y demás especialistas encargados de mover el dinero alrededor del mundo, que la crisis económica mundial no tardaría en mostrar su más perverso rostro. En mi caso, lo acabo de comprobar en carne propia al revisar mi bandeja de entrada del Hotmail.

No es fácil asimilar un despido. Un despido se siente igual que cuando te informan que murió un ser amado. La noticia es inesperada. Aunque admito que cuando trabajaba en el corporativo transnacional que tanto enorgullecía a mamá, no había día en el que no pensara que mis jefes me llamarían a su oficina para pedirme una explicación sobre mi ineficiente labor en el puesto que me asignaron, para luego echarme a patadas al quedar mudo frente a ellos sin poder demostrar que no era un completo inepto. Curiosamente esto nunca pasó. Incluso me ascendieron de puesto justo antes de renunciar. Todo lo contrario ahora, cuando me sentía seguro, escalando peldaños en el mundo editorial, en un trabajo que no se podía llamar trabajo sino una diversión, vienen y me dan la patada en el culo. Y para colmo, lo hacen a través de un e-mail de lo más ambiguo.

¿Qué coño significa eso de nuevos planes y reestructuración editorial dentro del periódico? ¿Tan mala será mi columna para no entrar en los dichosos planes y reestructuración editorial dentro del periódico? ¿Acaso existirá un oscuro trasfondo que desconozco? ¿O será tal vez que el inmortal Pepe Lastra cumplió su promesa del Primer Encuentro de Jóvenes Escritores del Sureste Mexicano donde me prometió (pedísimo) que algún día se encargaría de que no me publicaran nunca más en ningún periódico?

Debo actuar con cabeza fría. No puedo darme el lujo de que mamá se entere de que me han echado del periódico. Le rompería el corazón, por no decir que con renovados bríos volverían sus ataques de angustia al pensar qué será de su hijo favorito.


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-¿Quién murió? –pregunta P al entrar al cuarto.

-Nadie –respondo nervioso, intentando tapar con mi espalda el monitor de la computadora-. Solo estoy revisando un mail, ¿por?

-Tienes cara de a ver visto un fantasma.

Guardo silencio. No estoy preparado (aún) para iniciar un lloriqueo sobre mi sorpresivo despido. Vuelvo la mirada hacia la pantalla de la computadora. En un acto desesperado, decido camuflar la realidad: envío una respuesta a la Gerencia General del periódico de la manera más distinguida que puedo, es decir, rogándoles que por favor sigan publicando mis escritos, que de ahora en adelante escribiré gratis, y de ser negativa su respuesta, estoy dispuesto a pagar de mi propio bolsillo para que mi columna siga apareciendo todos los domingos.

Nada más oprimo el botón enviar, fiel a mi naturaleza de pobre diablo, me arrepiento. Me invade una cruda moral.

¿A qué se deberá que sea yo una persona infatigable en el arte de la autohumillación?

Hago una lista mental:

1. Que mamá siga creyendo (o mejor dicho, autoengañándose) que soy un faro de luz, un hombre productivo para la sociedad, o lo que es lo mismo, que bajo ningún motivo, causa o razón se entere de que una vez más soy un adulto desempleado, un paria, una carga social.

2. Evitar darles una tarde redonda de placer a las cacatúas amigas de mamá que con seguridad serán inmensamente felices de enterarse que nuevamente soy un escritor no publicado.

3. Descubrir cuál ha sido la causa real de mi despido, misma que, sospecho, no es una, sino varias.

Primera causa: La Gerencia General se percató que soy un escritor mediocre, sin el talento suficiente para persuadir a la gente que compre el periódico del domingo para leer mi desangelada columna.

Segunda causa: La crisis económica mundial orilló a los patrocinadores del periódico a no invertir tanto dinero en anuncios, lo que provocó que la primera medida que los directivos del periódico tomaran al ver mermadas sus arcas fuera la de suspender mi exiguo salario de articulista.

Tercera causa: El consejo editorial tiene la errónea creencia de que soy un buen escritor, aunque claro, no lo suficiente como para desembolsar un peso para publicar mis delirios de grandeza.

Cuarta causa: Alguna de las amigas cacatúas de mamá (seguramente esposa de algún poderoso político), indignada por mis escritos, tomó el teléfono y giró instrucciones para que me despidieran del periódico.

Quinta y última causa: Los sagaces encuestadores del periódico finalmente le pasaron el reporte de sus encuestas a la Gerencia, que a groso modo podría resumirse de la siguiente manera:

Encuestador: ¿Conoce usted el periódico?

Encuestado: Sí.

Encuestador: ¿Cada cuando lo compra?

Encuestado: Nunca, la cacatúa de mi esposa es quien lo lleva a casa todos los domingos.

Encuestador: ¿Lee usted el periódico?

Encuestado: A veces.

Encuestador: ¿Cuál es su sección favorita?

Encuestado: Deportes.

Encuestador: De casualidad, ¿usted lee la sección de nuestros articulistas?

Encuestado: ¿Articulistas? ¿Tienen ustedes articulistas?


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Eduardo Huchín me ha sugerido que no claudique, que busque trabajo en otro periódico. De preferencia uno que esté en la ciudad, así podré ir a hablar personalmente con todos los editores de los periódicos campechanos.

Decido seguir su consejo. No tengo opción.




Entro al barrio de San Román. Pregunto a un anciano que toma el fresco sentado en la banqueta si sabe donde están ubicadas las oficinas del periódico El Sur. El viejo niega con la cabeza. En el horizonte solo veo casas habitación. Ni rastro del periódico. Reviso la dirección que me proporcionó Eduardo. Estaciono el volcho. Camino de ida y de vuelta la calle Allende en completa penumbra.

-Qué desea –me aborda un señor con cachucha de alguacil que aparece de la nada.

Doy un respingo. Le explico al hombre que estoy buscando las oficinas del periódico El Sur.  

-Adelante –señala un callejón oscuro como la boca de un lobo.

Dudo. Pero enseguida recuerdo que estoy en Campeche. Lo peor que puede pasarme es que me quiten los cincuenta pesos que tengo en la cartera. El señor de cachucha me escolta. Me resigno a recibir una emboscada.

-Pase usted –el señor abre una puerta de latón.

Decenas de jovencitos trabajan (o simulan trabajar) en computadoras viejísimas, sentados en línea recta en un galerón apenas alumbrados por barras de luz amarilla que no cesan de parpadear.

Al final del pasillo un señor con gafas de fondo de botella me hace una seña. Camino con cuidado sobre las baldosas para no pisar algún cable de las computadoras. El techo es altísimo y está infestado de papalotas que no cesan de revolotear sobre las cabezas de todos.

-Luego de unos años uno termina por acostumbrase a ellas –dice el editor a manera de saludo.

Hora y media dura la entrevista, en todo ese lapso, el editor se dedica a alabar mis escritos.

-Si te soy honesto, algunos nos han gustado tanto que los hemos publicado aquí en el periódico.

Primera noticia. Quizá si supiera dónde son los puntos de venta del periódico tal vez me hubiera enterado que aquel pasquín viene publicándome desde hace tiempo. Entonces reparo en que tengo la mitad del camino recorrido. Cuestión de fijar el salario que debería percibir por cada uno de mis escritos publicados.   

-Lo siento, mi amigo, en el periódico tenemos la política de no pagarle a nuestros colaboradores.




-El licenciado está en una junta, en un momentito le atiende –dice la secretaria.

Paso dos horas sentado en la recepción hasta que la secretaria me informa que el licenciado tuvo que salir a atender unos asuntos personales.

-Deme sus datos y yo me aseguro de que se comunique con usted.

Dicto mi nombre y apellidos. La secretaria tuerce la boca. Me mira con asco.

-¿Qué a usted no le da vergüenza escribir lo que escribe?




-Finge que no me conoces –me recibe Eduardo en el estacionamiento.

Una cabeza se esconde detrás del monitor de una computadora. Gaby parece estar muy concentrada en la pantalla. Atravieso el pasillo del periódico. El editor me cierra en las narices la puerta de su cubículo. 

3 comentarios:

Karate Pig dijo...

PREEEEEEEEE!
1
Y buéh... quizás la FILEY no tenga el glamour que te mereces, pero al menos te ofrecen un espacio donde alguna que otra alma por alguna que otra razón te escuchara una que otra idea.
A ver, me parece muy interesante que relates los pormenores y miserias de los encuentros literarios de becarios y todo eso, pero eso de tirar cinismo en un espacio dado de buena fe ... que se yo... me parece que si tu mismo no puedes explicar porqué este mundo necesita la literatura (por más patética que pudiera ser tu participacion en ella) y si tu mismo como escritor no puedes explicarle a la gente que la labor literaria no puede o debe ser remducida a los primitivos límites del "exito", "fama", "ejemplares vendidos" pues mejor diles que no puedes ir, hazte el enfermo, o mejor aún: anda a cagar

Karate Pig dijo...

2
Respecto a los pasajes de la nueva novela...
que pasó con la primera novela? ya la abandonaste así de fácil?

A diferencia de la primera, esta si me dan ganas de seguir leyéndola.

Al parecer tiene, que se yo, algo más que una recopilación de anécdotas y el recuento de tus familiares y cuates, hasta ahora tienes un buen gancho, ojalá se mantenga

abrazo de gol

Rodrigo Solís dijo...

Querido Karate Pig, tampoco hay que creer todo lo que pueda decir de los eventos literarios. Obviamente son necesarios (aunque yo pueda creer lo contrario). Recuerda soy un hombre de muchos odios. En el fondo, sospecho que me gusta asistir y hacer bilis a todo lugar a donde me invitan. Ahora que lo pienso, casi nunca he dicho que no a una invitación, recuerda que fui educado en una escuela católica, es decir, bajo la premisa de “sufre mucho y buena cara ante el horror”.
En cuanto a la primera novela, es esta mi querido amigo. Gracias a ti y a otros 5 literatos pude rehacerla. Juanito sabiamente me dijo que te hiciera caso a todos los consejos que me diste. Eduardo incluso viajo hasta Mérida, se sentó a un lado mío y me dijo, “a ver pendejo, esta bien la novela pero hay que quitarle muchas cosas, muchísimas, céntrate en un tema”. Naturalmente no lo dijo con esas palabras pues el máster Huchín es un gentleman.
P.D. Fiera te quiere cortar los huevos luego de que la calificaras en el face como una mujer de 6.8