Este escrito en realidad es un refrito de “Los nuevos amos del mundo”, artículo publicado en agosto del 2007.
Es curioso, elección tras elección, sexenio tras sexenio, los políticos se empeñan en repetir hasta el hartazgo la cantaleta de siempre: los jóvenes serán los encargados de rescatar al país del inframundo. Y ya ven que no. Nada más alejado de la realidad. Para muestra tenemos al multicitado y ahora famoso joven Juan Pablo Castro, quien la semana pasada durante su inolvidable participación en la sesión del parlamento juvenil organizado por la Asamblea Legislativa del DF, soltó desde la tribuna toda suerte de lindezas, siendo la más reproducida y destacada en los periódicos y redes sociales la siguiente: “¿A qué se ha dedicado el PRD en el Distrito Federal?, simplemente a destruir todas las instituciones, como por ejemplo, permitiendo el matrimonio de jotos, permitiendo el aborto”.
En otros tiempos (extintos pero no muy lejanos), la gente mayor era quien controlaba el mundo. Los capitanes de ese mundo eran señores con arrugas en el rostro, canas en la cabellera y miradas cansadas y graves, secuelas ineludibles de la experiencia. Estos señores de los que les hablo estaban tras los escritorios de las gerencias en las empresas, en las aulas de las escuelas y en los curules de las cámaras de diputados y senadores.
¿Era mejor el mundo con estas personas sosteniendo los pilares para que la sociedad no se desmoronara? La verdad es que no, pero al menos el mundo tenía un poco de dignidad, esa dignidad tan exigua que fácilmente se confunde con el cinismo que hoy día practicamos con toda maestría.
En aquellos tiempos los jefes, los profesores y los políticos estaban bien identificados: para los jóvenes eran los explotadores, los represores y los dictadores; señores a los que se les hablaba de usted y de los que, si eras lo suficientemente inteligente para parar la oreja cuando hablaban, incluso terminabas por aprender algo positivo, al menos en materia laboral y de educación. Ellos vivían en su mundo y nosotros en el nuestro. Existía un código no escrito en el cual se estipulaba que ellos mandaban y nosotros obedecíamos, con la condición de nunca mezclarnos salvo cuando creciéramos y fuéramos adultos con arrugas en el rostro, canas en la cabellera y miradas cansadas y graves como la de esos señores. Sin embargo, eso quedó en el pasado, ahora el mundo se fue al quirófano por una liposucción y una cirugía plástica. Los vejetes del ayer que te decían qué y cómo hacer las cosas se han extinto. Ahora los jefes de las empresas, los profesores de las escuelas y los políticos que nos gobiernan son los jovencitos que te dicen “salud” a un costado de tu mesa en el antro o en el burdel. Mozalbetes de cabellera engominada que ojalá hubieran invertido en su educación el mismo tiempo y esmero que dedican a lograr su apariencia de estrellas de Hollywood. Plumíferos embadurnados de ungüentos y cremas rejuvenecedoras que, ataviados con ropa de diseñadores de apellidos impronunciables (que ellos tienen la osadía de pronunciar con acento francés) te comentan que son los nuevos “ejecutivos de cuentas master junior” o sabrá Dios qué, de las transnacionales que controlan todo el mercado local.
Lo mismo ocurre con el púber que a velocidades vertiginosas se empina de un sorbo la cerveza íntegra para beneplácito de su juvenil corte que le anima con el infalible: “fondo, fondo, fondo”; jóvenes que no dudan en palmotear la espalda del Barón de la Cerveza , que resulta ser también su profesor, prefecto o director de escuela. Y es que así aprendimos a gastárnoslas, es el mundo súper moderno e igualitario que nos tocó vivir. Uno donde todos somos culpables en igual medida de estar recogiendo lo que tan bonitamente cosechamos: frutos frívolos, egoístas e igualados que se han dado cuenta que la experiencia sirve para lo mismo que la educación, es decir, para nada; donde lo más redituable es ser joven (no importa que seas un viejo ridículo que se comporta y actúa como un adolescente), un arrogante y un analfabeto de profesión, carente de todo sentimiento y valores para así granjearse el aplauso y la admiración popular que finalmente les darán los votos necesarios para ganar las elecciones municipales, estatales o presidenciales. Porque son los jóvenes quienes ahora dictan las leyes y quienes gobiernan. Quienes se sienten con el derecho y la sabiduría de tomar las riendas de un Estado o de un país. Jóvenes confiados y seguros de sí mismos que tienen la plena certeza de que las cosas marcharán mejor en sus manos, pues, ¿acaso no era Alejandro Magno un mozalbete en el albor de sus veintes cuando conquistó todo el mundo antiguo? ¿Por qué entonces no pensar que es una magnifica idea que nuestros futuros gobernadores o presidentes sean unos veinte o treintañeros?
Es por eso que espero que los jóvenes tomen a como dé lugar el sitio que les corresponde en la sociedad, es decir, ser los amos y señores absolutos del mundo, sin importar que su profesor se llame MTV y no Aristóteles.
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