Estoy en la
Avenida Circuito Colonias. Los 40 grados centígrados que reinan en el ambiente
han convertido mi coche en un pequeño baño sauna móvil. El semáforo no muestra
señales de querer cambiar su maldita luz roja. Tengo una idea: saco la cabeza
por la ventanilla en busca de que la Madre naturaleza me regale una caricia de
viento. Grave error. Un vaho incandescente me rostiza la cara como pollo frito.
Delante de mí y a un costado una larguísima serpiente de hierro empieza a
impacientarse. ¿Por qué se molestará la gente en tocar el claxon de sus coches?
Imagino pensarán que con este irracional acto el semáforo se apiadará de ellos cambiando
el color de su luz.
Empiezo a
envidiar a algunos de mis compañeros de calvario, en realidad, solo a los que
tienen el ánimo de tamborilear los dedos sobre el volante mientras tararean la
canción del momento en la radio, ajenos al mundo en sus capsulas con aire
acondicionado. “Mapas, mapas, mapas”, repite la voz de un hombre. Es un
vendedor ambulante que carga unas enormes figuras de hule espuma con la forma
del territorio nacional. Me asaltan algunas interrogantes: ¿Cuántos más niños
le pedirán a sus padres que les compren un mapa del país? ¿Cómo puede
sobrevivir un hombre vendiendo mapas de México? Y la más importante, ¿cómo puede
un hombre pasar el día entero bajo este sol sin convertirse en una masa amorfa
de piel y huesos sobre el pavimento?
Doy gracias de
no ser el hombre de los mapas. También de no tener que ganarme la vida como el
vendedor de raquetas mata mosquitos. O ser el otro sujeto que vende chipotes
chillones del Chapulín Colorado. De inmediato me siento una basura por quejarme
de la injusta vida que llevo en mi sauna de cuatro ruedas. Niego con la cabeza.
Le digo a una señora que se me acerca a la ventanilla con un bote en la mano, que
no, gracias, no tengo monedas en este momento para donar a su institución
religiosa.
Del lado
contrario de la avenida, sobre la acera, una figura encorvada llama mi atención.
Es una mujer de mediana edad con las piernas en forma de paréntesis. Nunca
había visto algo semejante. Sus extremidades inferiores son auténticas curvas.
Otra mujer a su costado, sospecho su amiga o hermana, le ayuda a sostenerse. No
son indigentes. No piden limosna. Sus rostros sudorosos transpiran urgencia.
Ningún coche se detiene. Sean del año o carcachas como la mía, todos se siguen
de largo. Salvo un taxi que amaga con detenerse, pero sigue su marcha al ver
que sus potenciales clientes hacen un movimiento negativo de cabezas.
Indignado,
sorteo la interminable avenida, doy una vuelta en U prohibida por la ley de
vialidad. Todo sea por una buena causa. Me detengo frente a la mujer paréntesis
y su amiga. Les pregunto si puedo llevarlas a algún lugar. Lo hago de corazón.
No tengo intención de ganarme (si es que existe) el Cielo. Soy un ciudadano
responsable y comprometido con las personas menos favorecidas. Un claxon me
saca de mis ensoñaciones. El semáforo finalmente ha puesto su luz de color verde.
Me digo a mí mismo que soy un conductor respetuoso de las normas y reglas de
tránsito. Evito dar la prohibida vuelta en U. No puedo darme el lujo de perder
más tiempo, debo escribir un artículo para el periódico para no morir de
hambre. Sigo mi camino a casa. En el trayecto imagino (al igual que el resto de
los conductores de la ciudad) que la mujer paréntesis y su amiga bien podían
ser una banda de peligrosas asesinas descuartizadoras de buenos samaritanos que
dan aventones a las personas discapacitadas y menos favorecidas.
6 comentarios:
Publicado en:
http://www.notivargas.org/pildorita-de-la-felicidad-un-aventon/
Publicado en:
http://diarioportal.com/?s=Pildorita+de+la+Felicidad&.x=0&.y=0
Publicado en:
http://sdpnoticias.com/columna/8326/Un_aventon
Publicado en:
http://www.poresto.net/ver_nota.php?zona=yucatan&idSeccion=33&idTitulo=161287
Publicado en:
http://www.elforodetaxco.com/diarioweb1563/nota4.htm
Publicado en:
http://www.analitica.com/va/sociedad/articulos/1557052.asp
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