miércoles, 1 de octubre de 2008

Sofía


A mi tía Nena, que tanto le gusta leer este escrito.

“Imagina...”
- John Lennon


Sofía. He decidido imaginar que ese es tu nombre. Tienes todos los rasgos de Sofía. Guarda silencio, guárdalo como hasta ahora lo has hecho y no me pidas una explicación coherente acerca de qué rasgos físicos pueden calificar a una mujer para llamarse así. Deja que mi mente juegue a jugar a que te llamas Sofía. Tu piel morena, tus ojos castaños y tu incalculable ingenuidad así me lo reclaman, cuando tus manecitas cargan con un montón de pesadas mentiras y verdades tergiversadas acerca del mundo. Tus inocentes manos, manchadas del sucio hollín desprendido de papeles repletos de noticias. Sucias noticias.

More...¡Qué bien que te va el nombre Sofía, y te repito, no me preguntes por qué!

Me han preguntado si me incomoda la música mientras escribo. A decir verdad, todo depende del tipo de música del que estemos hablando, y la que está sonando en estos momentos es hermosa; tan hermosa como para ponerme a tararearla y transportarme a mundos mágicos, llevándome lejos de este monitor, de este teclado y de esta verdad que estoy por contarte.

¿Sabes de música, Sofía? Yo sé poco, he de admitirlo, con más vergüenza que con otra cosa. Mi sueño siempre fue aprender a tocar un instrumento musical. La guitarra, el saxofón, el piano, o el clarinete. Tocar notas alegres y poner a la gente a zapatear contra el piso mientras la música les acaricia el alma. Pero la gente no zapatea, ni mucho menos les toco las entrañas con mi música. Esto porque nunca pasé de la clave de Sol del requinto que mamá me obsequió cuando, en mi adolescencia, prometí aprender a tocar la guitarra para ser un gran músico que llenara de alegría el corazón a las personas que me escuchasen interpretar las partituras más alegres que se hayan compuesto jamás. Ya ves, sólo promesas. Promesas que navegaron en barcos llamados Esperanza, que terminaron por encallar en mares impetuosos y salvajes, llamados Desidia e Ignorancia. A cambio del concierto que nunca le daré a mamá, le he dejado un montón de angustias, muchas angustias, todo por apostar a estas letras que quizás tus ojos nunca lleguen a leer.

Pero tú, querida Sofía, no respondas, quiero creer que sabes de música, tanto, que te conmueven al punto del llanto las sinfonías de Bethoveen, Bach y Mozart. Que cuando tu corazón está a punto de explotar de tanta nostalgia, Louis Armstrong provoca en tu boca una sonrisa tan grande, tan exagerada, que tus dientes le alegran el día a las tempestades. Guarda silencio, el más profundo de los silencios y déjame creer que Gardel te inspira a bailar un tango a las faldas del malecón, que Serrat te lleva de la reflexión a la agonía, y que Sabina te enseña a no comprar amor sin espinas, ni a dormir con cuentos de hadas. Sigue callada y hazme creer que de música sabes tanto, que cuando estás empalagada de tanta monotonía, truenas los dedos y bamboleas las caderas al ritmo de Ray Charles, que Elvis te vuelve loca, y que Juan Luis Guerra te pone cuarenta días a bailar sin descanso. Dime que amas a los Beatles y a Janis Joplin. Que no puedes vivir sin los Stones, sin Dylan, sin Marley, sin Soda, sin Charly. Que eres promiscua, descarada e infiel a todos los géneros musicales; que te enamoras con facilidad de cualquiera, desde la clásica hasta la cumbia. Dime que sabes de música, Sofía.


* * *


Qué vas a saber tú de música, Sofía. Soy idealista pero eso no me impide ver la realidad de las cosas, una caótica combinación, una combinación que da por resultado la infelicidad. Soy infeliz, lo he de aceptar. La felicidad sólo es un paréntesis, una pausa equiparable a la cerveza que se toma en un bar con los amigos, un placebo para esta muerte que cabalga lenta pero segura a su destino. Te cuento por qué soy un tipo infeliz: soy infeliz porque no puedo fingir que no te veo todas las mañanas sobre ese paso peatonal cargando periódicos. ¿Dónde están los Derechos Humanos? Te diré donde están. Vestidos de corbata y traje, gozando de un clima acondicionado, de una silla acolchonada, de una computadora con Internet, y todo esto dentro de una oficina. Allí están ellos, intentando salvar al mundo desde un cubículo rodeado de ventanales polarizados que les empañan de miopía los ojos. Pero cuidado, cuidado y que no se les ocurra despojarte de tu trabajo, el trabajo que desempeñas para ayudar a tu papá, ese señor viejo, cansado y golpeado por la vida. Ese turno donde recién despierta la mañana debe ser cubierto por ti si es que quieren comer con los pocos pesos que les deja la venta de periódicos, porque así es el mundo. Ningún niño debe de trabajar, pero una cosa es deber y otra muy distinta, tener.

Por si no fuera suficiente, la ironía de la vida te ha colocado justo enfrente de un parque: columpios, resbaladillas, pasamanos y todo tipo de aparatos de colores brillantes dispuestos para los niños, pero no para todos los niños, desde luego. Tú tienes que trabajar. Hora tras hora, parada, viendo pasar los automóviles de gente indolente que incluso te compra los periódicos, mismos personajes que aparecen en primera plana de esos papeles que cargas y te ensucian las manos; personajes que, a bordo de vehículos dignos de estrellas de Hollywood, te habrán de regalar una sonrisa. Una sonrisa cínica, la misma sonrisa cínica que un día les sirvió para convencer a la gente ignorante de votar por ellos en las urnas. Mismos personajes que tomaron puestos en la Cámara por simple capricho de sus partidos políticos; plurinominales, así les llaman, más bien, así se llaman, Sofía. Tardaría mucho tiempo en explicarte qué significa esa palabra, pero para qué perder tiempo, ahí están, conduciendo el país, sonriéndote a la cara, con el mismo cinismo con el que le prometieron a tu papá un día cambiar México, mi México, tu México, nuestro México. ¡Que poético se escucha eso de “mi”, “tu”, “nuestro”, cuando se habla de la Patria! Mejor digamos, “su México”. Así es, “su México”. El de ellos. El México que día a día van carcomiendo, empobreciendo y pudriendo como la humedad pudre a la madera.

Pero no te preocupes, Sofía, cuando tengas la mayoría de edad podrás votar. Por cierto, ¿sabes leer? Quisiera creer que en las tardes vas a la escuela, pero de no ir, no importa. Aún siendo analfabeta sólo tendrás que identificar el color y el símbolo del partido político que mejor te haya cegado con sus discursos y marcarás con una “X” el de tu elección. Así de fácil, así de simple. Tú seguirás vendiendo periódicos (si bien te va), y tu hija Sofía también. Votarás para que Sofía no corra con la misma suerte que corriste, así como lo hizo tu padre contigo, y así como tu hija lo hará con su hija Sofía, y así hasta el final de los tiempos.

Disculpa, perdona mi atroz pesimismo, Sofía. Sé que tú sí sabes leer. Que en la escuela te han presentado a Shakespeare y a Cervantes. Que con maestría dominas a Homero, Platón, Sócrates, Aristóteles y Séneca. Que todas las noches antes de ir a la cama lees a Bécquer, a Wilde, a Poe y a Borges. Que tus frágiles manos tratan de emular poemas como los de Rubén Darío, Baudelaire, Quevedo y Neruda. Yo sé que sí. Sé que admiras a Gandhi, las enseñanzas de Jesús, Buda, Lao Tse. Sé que lees libros de distintas religiones y que al final del camino podrás elegir con la conciencia tranquila la religión que más se adapte a tu carácter, o por qué no, como yo, el ateísmo, que todo se lo debo a la lectura.


* * *


He de confesarte que he bebido una cerveza. Tuve que destapar esa milagrosa lata de aluminio que me cambia el ánimo 180 grados. Ese elíxir que embrutece mi cerebro y me pone de buen humor hasta en las peores tragedias. Sólo una. De ninguna manera beberé otra, pues corro el riesgo de terminar este escrito con mentiras. Como por ejemplo, diciéndote que los políticos jóvenes van a cambiar este país. No señor.

Sofía, tengo que decírtelo, aunque más de uno me odie: el peor enemigo de México es su propia juventud, y no me refiero a la edad del país, sino a la edad de sus habitantes. México está lleno de jóvenes; jóvenes confundidos, apáticos, ignorantes y conformistas. Jóvenes a los que no les motiva nada en esta vida más que el sueño de por obra y gracia divina aparecer en portadas de revistas o ser súper estrellas de la farándula. Así es, Sofía, sus sueños son tan banales como sus propias vidas. Pegados frente a un televisor observando programas de chismes y critica destructiva. Jóvenes que pisan a fondo el acelerador de sus vehículos (mejor dicho, de los vehículos de sus padres), para evitar verte directo al rostro. Te prometo una cosa, tú no les importas. Ni a ellos, ni a sus padres. No eres nadie para ellos.

¡Qué vulgar y qué grosero soy! Te ruego una vez más que me disculpes. Como profesor y escritor, no puedo darme el lujo de perder la paciencia. Pero me es difícil, muy difícil. Todos los días lo son. Llegar a un aula universitaria y encontrar tanta apatía. No entiendo a los jóvenes. ¿Qué mejor motivación que ser estudiante de comunicación? Saber que en tus manos está el informar a la Nación de injusticias, asesinatos, desfalcos, corrupción política, etcétera y mil etcéteras. ¿Qué mejor motivación que saber que en tu voz, en tus letras y en tu corazón están las llaves del cambio, la oportunidad de abrir mentes y culturizar a una nación ignorante y dormida?

¿Te gustaría ser comunicóloga, Sofía? Apuesto a que serías una gran comunicóloga. De las mejores. Te esforzarías día a día. Llegarías temprano al salón de clase, incluso antes que el maestro. Te empaparías de información más allá de los apuntes que te entregue el profesor. Lo darías todo, invertirías hasta la última gota de sueño con tal de conocer los secretos de la televisión, la radio, la prensa. Te ocuparías (en vez de preocuparte), de tener las herramientas para estar lista, lista para el día que te entreguen el título que te acredite como profesional, e inspirarías a tus compañeros a ser como tú: una mujer intachable, ética y responsable; los inspirarías tanto, que querrían ser como tú, e incluso mejores que tú. Y todos juntos se graduarían con una mentalidad de justicia y trabajo, junto con otros cientos de jóvenes graduados de otras universidades dispersas por el país. Y todos ustedes alzarían la voz de forma pacifica, responsable e inteligente para denunciar todo acto que atente contra México. Ustedes, comunicólogos, serían la voz que pide el cambio. Y trabajarían en periódicos, radio, televisión, Internet y todo medio que le sirva al ser humano como herramienta de expresión. Y serían tantos, y tan buenos, que nadie los podría detener. Y junto con ustedes, administradores, ingenieros, abogados, contadores, biólogos, doctores, científicos, físicos, maestros, y todo mexicano de cualquier profesión o actividad que esté cansado de tanta atrocidad que ocurre en nuestras propias narices.

Sofía. Con ese nombre he decidido imaginarte. Lo imagino, pues no me atrevo a preguntarte personalmente si ese es tu verdadero nombre. Soy un cobarde, igual que todos los demás. No voy a cambiar nada con mis letras, y mucho menos con mis actos, y todo seguirá igual. Todo igual.


16 comentarios:

Rodrigo Solís dijo...

Este escrito también es prehistórico. Fue uno de los primeros que me publicaron en un periódico. Y es de la época en la que me aventuré a dar clases de comunicación en una universidad (que como la mayoría de las que existen en México) deberían retirarles su certificado por contratar maestros tan incompetentes como lo fui yo.

Anónimo dijo...

asi es la triste realidad de nuestro mexico
se me humedecieron los ojos, de verdad
que te puedo decir mi estimado rodrigo..
no pierdas la esperanza en los jovenes, te prometos que no todos estamos tan perdidos
saludos

Lus dijo...

Cool!

Rodrigo Solís dijo...

Marit: la verdad es que no soy nadie para andar predicando que estoy desilusionado de los jóvenes. Pero lo que es un hecho es que cada generación es más tonta que la anterior.

Rodrigo Solís dijo...

Lus: tienes el poder de que con una sola palabra (aunque sea in inglish), me alegras el día. Mira que esta mañana hasta ya creo en lo jóvenes.

Monica dijo...

Ya estaba pensando que el escrito era para mi
lastima, ya me habia emocionado!

Rodrigo Solís dijo...

Sofía: bueno, no sé puede todo en la vida, igual y ambos tenemos suerte de no vender periódicos en las esquinas.
Pero igual y si eres linda (ya ves que superficial soy) te escribo algo.

Natalia dijo...

Oye lo que dices ni se rebate pero yo quisiera saber también a qué responde tanta apatía y pereza, de todas.

Rodrigo Solís dijo...

Natalia: a mil y un factores, supongo. Pero en especial a educación facilona que se imparte en las aulas, ahora los maestros son camaradas de sus alumnos y no los hacen pensar y menos les imponen retos para que desarrollen y multipliquen sus neuronas. También la televisión basura pone su granito de arena idiotizando a todos.

Natalia dijo...

mmmmmm sí, concuerdo pero también difiero, por ejemplo, la falta de trabajo, andar cazando una chamba es descorazonante, le rompe la madre a cualquiera y luego no me extraña tanta vanalidad y tristeza de la que nadie se da cuenta, en fin.

luisa dijo...

Pues yo no soy esa, estoy bien segura pero no se si quisiera serlo, que suerte que como siempre lo sospeché, dentro de tí hay mas q sarcasmo.. suerte haber encontrado este blog.
http://estaesluisaynosofia.blogspot.com/
date una vuelta si tienes chance.

Bárbara dijo...

¿Sabes la de Sofías que he visto en mi vida?, que te puedo decir Rodro, entiendo ese sentimiento de impotencia porque yo lo tengo igual, por ahí tú todavía no te lo preguntas, pero yo cada tanto me cuestiono sobre a que mundo quiero traer a un hijo ¿viste?

El único consuelo que tengo es que, si bien no puedo cambiar al mundo, tengo que agradecerle a mi madre la educación que me dio, estoy segura de que los valores de mi pareja son muy parecidos a los míos y espero que yo pueda transmitírselos a mi pequeña familia y así de a poco, cambiar tu entorno.

Cuando uno es joven e idealista piensa que todo se puede hacer, (la de revoluciones metales que me organicé) a estas alturas del partido, lo único que trato todos los días es de ser un mejor ser humano, a pesar del resto del mundo.

Besos y abrazos

Rodrigo Solís dijo...

Natalia: en efecto, entre otros cientos de factores más.

Luisa: gracias, me daré una vuelta, tenlo por seguro.

Bárbara: estoy seguro que cuando tengas tus hijos serán unos niños afortunados de tener una mamá tan inteligente como tú. Un beso.

luisa dijo...

por cierto: Déjame decirte que es un buen sarcasmo lo tuyo.. no voy a enlistar cualidades porque me da la impresion de que con la retahíla de cyberlovers ya han sido bastantes halagos, y ami, para sacarme uno de esos me tienes que exprimir.
PD: si no se notó, lo anterior fue un halago exprimido

Anónimo dijo...

Ay! este escrito me dolio y mucho...
Primero dejame felicitarte por el escrito, aunque es una verdadera pena que seas ateo, bueno nadie es perfecto -broma-.

Te decía, aveces uno se siente tan impotente, al encontrar tantas injusticias, al ver una juventud sumida en el materialismo, aunque en cierta forma yo también fui así, considero que perdí mucho tiempo y antes que me diera cuenta ya tenía una responsabilidad...lo mismo pasa con muchos jovenes, creo que ellos son el reflejo de la educación que reciben, de la familia, de la escuela, del entorno en general.

Creo como maestro uno tiene una labor muy importante, ahi es donde puedes dejar tu huella, aunque sea una sola mente la que logres cambiar vale. Aunque ya como escritor estas haciendo tu parte.

Rodrigo Solís dijo...

Luisa: gracias por el halago.

Karol: gracias, lástima que los escritores de verdad me tachan de impresentable. No los culpo por ello.