sábado, 31 de enero de 2009

Vivimos en la Edad Media, con televisor


“El hombre embrutecido por la superstición es el más vil de los hombres.”
- Platón


Otro de mis programas favoritos de televisión es Mishanti y sus psíquicos. No es que vea el show todas las tardes, pero de vez en cuando me doy la vuelta para darme un quemón de cómo anda el mundo en pleno siglo XXI.

¿Quién nos hace el favor de estar del otro lado? Buenas tardes. / Buenas tardes Mishanti, habla D. / ¿Qué quieres saber, corazoncillo? / Quiero saber cómo anda mi economía / Veamos, veamos (para predecir el futuro y saber la vida de gente completamente desconocida Mishanti utiliza un refractario de cristal lleno de agua, igualito al que usa mamá para cocinar brownies). Mira, aquí está tu D encerrada en una media luna, no sé si lo alcanzas a ver en tu pantalla / Ajá. (El “ajá” de la mujer llamada D no suena muy convincente, y no la culpo, yo igual sólo veo agua) / Tu economía está neutralizada por una persona de letra H. ¿Tienes a una persona de letra H en casa? / No. / También tienes dos procesos oscuros en tu contra. / Dios santo. / No te preocupes, lo que tienes que hacer es comprarte una de estas estrellas de cristal, las venden en cualquier tienda esotérica, y pide que sean estrellas que estén magnificadas con el eclipse lunar. Ya verás como todo se soluciona.

¿Quién nos hace el favor de estar del otro lado? Buenas tardes / Buenas tardes, habla S. / A ver corazoncillo, vamos a ver (Mishanti mueve su refractario de brownies). Uy, aquí aparecen dos picos en los pies. ¿Te duelen los pies, corazón? / Sí. / Estos dos picos son bastante fuertes, están en los talones, y estos no son procesos oscuros, se llaman espolones calcáneos. ¿Te han suministrado sustancia retráctil? / No. / Pues necesitas ir a que te inyecten eso por que si eso llega realmente hasta el hueso entonces sí vas a llorar, corazón. / No me digas. / Sí te digo, corazón, es necesario que vayas a inyectarte lo más rápido posible. / Sí, gracias Mishanti. / Aquí también veo una D negativa en tu contra mi amor. / ¿Una qué? / Una D, una D de dedo. Y bastante fuerte. La transmutamos para que no llegue hacia ti ninguna negatividad. (Mishanti mete unas piedras en el refractario de brownies; al parecer ese el proceso de transmutación) / ¿Y cuál es mi situación económica? / ¿Cómo se llama tu esposo? / Es O. / Mmm, tienes un poquito mal de feng shui, mi amor. ¿Algún baño que tenga alguna puerta de frente? / No. / Tiene los pies el señor en algún closet. / No. / ¿La cabeza en la ventana, los pies en la puerta? / No. / ¿No? / No. No, sólo hay una fuguita de agua en el baño. /  Ay mi amor, eso es un crimen, por favor no lo hagan, eso me da mucho coraje; hay personas que caminan hasta tres kilómetros por dos cubetitas de agua. /  Perdón, Mishanti. / Veamos la situación de tu esposo, déjame ver, aquí veo una fuga (Mishanti señala el fondo del refractario con una varita de metal), y aquí un J que lo atora en sus negocios. Lo que el señor O tiene que ver es quién es ese J que lo atora en sus negocios. Y para eso vas a tener que…

¿Quién nos hace el favor de estar del otro lado? Buenas tardes / Buenas tardes, habla E. / A ver corazón, qué quieres saber. / Sobre salud. / Veamos (Mishanti mueve el refractario lleno de agua). Problema a nivel estomacal, o tienes alguna viscerita mal, alguna glándula, algo negativo en el estómago, páncreas… (Mishanti verifica las burbujas del fondo del refractario) Es en el intestino grueso / ¿Será gastritis o algo así? / No, necesitas ir a ver al nefrólogo, al gastroenterólogo, lo que tienes es una cosita más fuerte que gastritis. / ¿Y en el trabajo? / Veamos (Mishanti mete unas piedras al refractario). En el trabajo te brincan mucho, corazón. / Así es. / Sí, tú ya deberías estar hasta adelante y te brincan. Te brincan. ¿Cuál es el corporativo para el que trabajas? / Bueno, por el momento no tengo trabajo. / Entonces te recomiendo que tu estrella de cristal la coloques en el espejo retrovisor del coche, claro, si tienes coche (Mishanti hace la aclaración para no herir los sentimientos del pobre diablo), si no, cómprate unas veladoras de la abundancia y encomiéndate a la diosa Lakshmi, e invócala para que tu denario bendito se multiplique 70 veces 7.

¿Quién nos hace el favor de estar del otro lado? Buenas tardes / Buenas tardes, habla B. / ¿V de vaca? / No, B de burro. / Ah, ¿y qué quieres saber, corazón? / En el área del amor. / ¿Cómo se llama tu pareja? / J. / Uy, corazón. / ¿Qué pasa? / Corazón, está muy aguada tu relación (Mishanti observa con mirada adusta el refractario de brownies lleno de agua). Tu esposo tiene sus cambios de carácter, ¿verdad? / Es Leo. / Uy, que Dios te agarre confesada. / ¿Acaso me engaña? / Veamos, ¿eres muy celosa, eres Tauro? / Cáncer. / Veamos, veamos. Uy, aquí está clarísimo, aquí hay una L y una M. / No puedo creer que me engañe con dos mujeres. / Y aquí hay una F también. / ¡Dios mío! / Tremendo coscolino te salió tu maridito. Corazón, tienes que reforzar tu área del amor, para eso tienes que comprar unos corazones de cristal y colocarlos debajo de la almohada de tu marido, también tienes que amarrar y colgar con una cuerda roja la estatua de San Juditas Tadeo, pero cuélgalo de cabeza, en la cabecera izquierda de la cama, tiene que estar viendo hacia la ventana poniente de la habitación, y para que tu esposo te vuelva a ser fiel vete vistiendo del color del día cosmogónicamente hablando, es decir, como hoy es el día del Arcángel San Rafael, vístete de verde por favor, para que las emanaciones y los efluvios de esta vibración vengan para ti con buena vibración. También lo que tienes que hacer es trapear todo el piso de tu cuarto con canela, esto espanta las malas vibras y te va a acercar con tu pareja armónica cósmica. Y no olvides encender cuatro veladoras de las siete potencias afrocubanas apuntando hacia los cuatro puntos cardinales, y al encenderlas debes decir lo siguiente: “En el nombre de Eros, Venus, Cupido y el divino señor San Antonio yo invoco al divino arcángel San Chamuel para que la fuerza del amor llegue hacia mí y me atraiga mi pareja armónica cósmica”. Tampoco olvides encomendarte todas las noches al divino maestro San Germain y al divino maestro Jesús el Cristo.

Una belleza de show. Y que me perdone mi querida Mishanti si erré al poner palabras de más o palabras de menos en sus consejos, por desgracia mi memoria no es perfecta. Y como tampoco mi carácter es agrio (dejó de serlo gracias a Mishanti), no acusaré con dedo acusador a los programadores de televisión por promover de manera masiva e irresponsable un Fraude, con F mayúscula. No. Lo único que haré será dar una predicción a todas las señoras que se gastan el dinero de sus esposos (55 pesos por minuto) en llamadas a este tipo de programas, que aquí les va, tomen nota por favor: veo una P, y una E, y una N, y una D, y otra E, y una J, y una A, y una S. Júntelas todas y luego lea la palabra que se formó en voz alta. He ahí mi diagnóstico. Gratis. O lo que te haya costado el periódico que tienes en tus manos. 

jueves, 29 de enero de 2009

No éramos tan maricones


“Me gustaría ser valiente. Mi dentista asegura que no lo soy.”
 - Jorge Luis Borges


Una de las mayores gratificaciones que puede obtener un articulista, que es más o menos una especie naufrago que arroja mensajes dentro de una botella esperando el milagro de que un desconocido la encuentre, es cuando obtiene respuesta de algún lector. En mi caso recibo en su mayoría cartas iracundas y virulentas de personajes muy pintorescos que me conminan a dejar de escribir e invertir mejor mi tiempo en actividades más productivas, aunque también hay días en los que llegan cartas de lectores generosos que se toman la molestia de enviar uno que otro piropo para subirte el autoestima y el ego hasta la estratósfera. En fin, hay de todo. Y esto viene a cuento porque hace un par de meses publiqué un escrito en el que decía que quizás la última generación de hombres de verdad fue la generación de mi hermano mayor, quienes luego de hacer tal o cual travesura (robo de exámenes, vandalismo escolar, etcétera) aceptaban con todo garbo y hombría las consecuencias de sus actos; nada de lagrimitas, pucheros u otras indignidades para que mami o papi les salvaran el pellejo como ocurría en mi escuela, que era católica, privada y muy exclusiva, y donde antes de cometer alguna travesura de grandes vuelos teníamos la confianza y tranquilidad de contar con póliza de seguro, traducción: la colegiatura estratosférica que pagaban nuestros papás y/o la posibilidad de hacer alguna donación, es decir, construir una nueva cancha de fútbol o regalar material para construir un nuevo salón de clase o el tercer piso de la mansión del director de la escuela, etcétera.

Ayer recibí un mail que finalizaba al pie de página con lo siguiente: “Rodrigo, perdóname pero no éramos tan maricones”. El mail relataba una historia que ya había olvidado y lo firmaba un sujeto del cual no tenía noticias desde hace casi 20 años.

-¿Quién fue? –dijo el prefecto.

Los exámenes de inglés habían desparecido. O mejor dicho, la miss de inglés los dejó olvidados en nuestro salón y luego desaparecieron.  

-Espero al responsable en mi oficina antes del primer descanso –amenazó.

Al no acudir nadie a la oficina del prefecto, éste se vio obligado a utilizar el primer descanso para interrogarnos.

-¿Quién fue? –insistió.

El prefecto era un sacerdote de dos metros de altura mal encarado que le metía miedo hasta al más valiente.

-No nos vamos de aquí hasta que aparezca el culpable.

El prefecto era famoso por obtener siempre la confesión del culpable o de algún soplón. Sus métodos eran muy variados, y el más efectivo era en el que nos hacía escribir de forma anónima en un papelito el nombre del culpable: en los Legionarios de Cristo te educaban para ser Judas Iscariote.

-Veo que no están dispuestos a colaborar –dijo el prefecto sorprendido al recibir una montaña de papelitos en blanco-. Una cosa sí les digo –amenazó con las venas del cuello palpitantes-, tienen mi palabra de que el culpable será expulsado.

Por primera vez supimos que el prefecto hablaba en serio.

-¡Todos afuera! –gritó.

Dos horas estuvimos parados bajo el sol.

-¿Quién fue? –preguntó por centésima vez en el día-. Muy bien, si así lo quieren.

Dimos 50 vueltas a la cancha de básquetbol en cuclillas. Los soplones de cabecera y los revoltosos del salón fueron interrogados por separado. Faltaban 5 minutos para la salida y el prefecto seguía sin atrapar al culpable.

-Vaya, vaya, veo que no están dispuestos a colaborar –dijo limpiándose el sudor de la frente.

Para sorpresa de todos, el prefecto se marchó sin resolver por primera vez un caso. La miss que no había abierto el pico durante todo el interrogatorio y la tortura no pudo evitar dibujar una sonrisa en el rostro.
Después de todo, al parecer, en los Legionarios de Cristo no éramos tan maricones. Eso, o por vez primera éramos todos inocentes.  

martes, 27 de enero de 2009

Bautizo de sangre



1


Ha sido un abrazo breve, cálido, no desbordado en efusividad pero tampoco carente de afecto. Hace más de dos años que no nos dirigimos la palabra. La última vez que nos vimos fue en el comedor de casa de mamá. Era viernes en la noche y Rodrigo me había pedido de favor que lo llevara a la plaza para encontrarse con Verónica, su novia. Le dije que sí, o mejor dicho, le dije que si lo llevaba a la plaza sería la última vez que me vería. “No seas exagerado, pareces maricón”, me dijo. “Si te llevo, palabra que es la última vez que me ves”, le dije con una calma y seguridad inaudita en mi.

More...Veinte minutos más tarde, a bordo del coche de mamá, estaba estacionado enfrente de una de las puertas de la plaza. “Nos vemos, man”, me dijo Rodrigo estirando hacía mí su enorme mano retorcida al estilo Snoop Doggy Dogg. “Adiós”, le dije (Rodrigo nunca sospechó, ni tampoco yo, que sería mi última palabra hacia su persona en muchísimos meses) y estreché con toda la virilidad que pude su manaza de basquetbolista evitando que pudiera hacer esos feroces y vertiginosos movimientos que hacen los negros en los videos de rap cuando se encuentran y/o despiden de otros negros pandilleros en barrios inmundos de paredes grafiteadas.


2


Un toldo inmenso, blanco y elegante nos protege de un tímido sol tropical que se niega a salir de entre los rechonchos nubarrones que pueblan el cielo azul. La fiesta es exclusiva, sólo para 50 invitados, sin embargo, muy a pesar de que muchos de ellos se excusaron de último minuto diciendo que no podían viajar desde los diversos confines del país donde se encontraban hasta las paradisíacas playas de Cancún por tener compromisos y/o emergencias de vida o muerte, todas las mesas están llenas. Incluso hay gente que no cesa de comer bocadillos de pie, sobre la arena, mirando las cristalinas aguas del mar.

Vicky y Alfredo llevan a su primorosa bebé de mesa en mesa. Los invitados (sin excepción) le hacen muecas y caras raras cual si padecieran retraso mental. La bebé les sonríe juguetona mientras piensa que los seres humanos adultos son una raza inferior, que se rinden ante su belleza y gracia.

-Salud –me dice Rodrigo-. Por mi ahijada.

-Salud –le digo y choco mi cerveza contra la suya-. Por el padrino impresentable.

Reparo que el papel protagónico de la fiesta no es exclusivo de la bebé recién arrancada de las garras del ejército de Satanás. Mamá y la mamá de Rodrigo (y otro incontable número de familiares y no familiares) discreta y no tan discretamente nos miran a Rodrigo y a mí. Decido emborracharme.

Dos años atrás, cuando por firme convicción de salvaguardar mi integridad física (y tal vez algún escollo de dignidad) decidí retirarle la palabra a mi mejor amigo, tomé la sabia postura de ocultarle al mundo entero el motivo de nuestra intempestiva separación, salvo a mis amistades más allegadas y familiares más confiables, esto con un doble motivo: desahogarme y evitar que mi vida se convirtiera en una telenovela del dominio público. Naturalmente a los dos días todo el mundo estaba al tanto de mi distanciamiento con Rodrigo. Todos opinaron y dieron su versión de los hechos. Me conminaron a perdonarlo. Otros a no dirigirle nunca más la palabra. Incluso hubo transeúntes ebrios en el malecón que me preguntaron si ya me había reconciliado con mi mejor amigo.


3


La cerveza es la mejor droga (o invento en general) que ha creado el ser humano. Vicky me da un beso y me dice que le alegra verme en el bautizo, pero sobretodo ver que su hermano y yo volvimos a ser mejores amigos. Le digo que sí, que su hermano siempre será mi mejor amigo, bebo un sorbo prolongado de cerveza y luego le hago caras y gestos a la bebé que ríe y sin lugar a dudas piensa que soy su tío más retrasado mental.

-Te lo robo un segundo –le dice Carmen a Vicky.

Carmen, que es algo así como una tía de Vicky, de treinta y tantos años de edad, viuda del mejor amigo del padre de Vicky, un encanto de mujer, jarocha como mamá, explosiva, llena de vida, me toma de la mano y me lleva a su mesa.

En el trayecto Carmen me confiesa que me ha secuestrado con el motivo de presentarme a su hermanita. Acostumbrado a ese tipo de presentaciones inesperadas, extiendo mi mano (como y con la agilidad de un mono saraguato) para robar con éxito una cerveza de la mesa donde unas señoras parlotean cual guacamayos. Bebo profusamente la cerveza, íntegra de un sólo sorbo.

-Te presento a Clara –me dice Carmen.

-Mucho gusto, Rodrigo –le digo a Clara, a la cual muy gustoso le doy un beso en la mejilla pues para mi sorpresa resultó ser una chica bastante guapa, de una belleza exótica.

-Te la encargo, Rodriguito –me dice Carmen con mirada juguetona-, pero te advierto que es campeona nacional en karate.

-Muay Thai –corrige Clara con el ceño fruncido a su hermana.


4


He perdido la cuenta de cuántas cervezas he tomado y, para mal (o quizás para bien), las he combinado con una nada despreciable cantidad de cubas que cada cierto tiempo Rodrigo me va pasando sin que se las haya pedido, como en los viejos tiempos cuando nos emborrachábamos hasta perder el conocimiento y amanecíamos vivos por obra y gracia de los dioses en los que no creo, en una cama sin saber quién de los dos fue el culpable de vomitar el piso, las paredes, las sabanas y las almohadas.

-¿Así que practicas artes marciales? –me pregunta Clara luego de escuchar paciente y muy sonriente una sarta de mentiras que le he dicho.

-Sí –afirmo mi mentira-. Bueno, practiqué Jüjutsu y Kung-fu hasta hace unos pocos años.

-¡Oh! –exclama Clara muy poco convencida de que mi historia sea verídica luego de echarle un vistazo rápido a mi humanidad desparramada en una silla.

-Tuve que dejarlo por una lesión en la rodilla –insisto en mentir mostrándole una cicatriz casi inexistente; mi encuentro más cercano con cualquier tipo de arte marcial fue cuando a los seis años vi la película Karate Kid unas 20 veces y le supliqué a mamá que me inscribiera en una academia de karate a la cual no regresé luego de que en mi primera clase un niño más pequeño que yo (con una banda en la cabeza igualita a la de Daniel Larusso) me amagó con darme un karatazo y salí huyendo del dojo asustadísimo, casi al borde de las lágrimas.

Mi hermano y su mujer aparecen y se sientan en nuestra mesa. Intento cambiar el rumbo de la conversación pero es demasiado tarde.

-Tu hermano me platicaba que fue un gran peleador de Kung-fu –le dice Clara a mi hermano.

Mi hermano, sorprendido, abre los ojos como un gato que descubre a un ratón acorralado en el rincón de la cocina, se relame, bebe un prolongado sorbo de cerveza, se acoda en la mesa, extiende su cuello hacia adelante, me observa fascinado y me dice:

-Por favor, Rodrigo, cuéntame esos pasajes de tu vida que me he perdido.

Por fortuna, mi hermana, la mujer más bella sobre la faz del planeta Tierra, aparece junto a nuestra mesa esquivando sillas. La adoro. Más que nunca. Y para demostrarle cuánto la amo la jalo del brazo.

-Mira, Clara, te presento a mi hermanita –le digo a Clara.

Mi hermana, sorprendida de ser secuestrada en mitad de su travesía rumbo al baño, mira a Clara, sonríe con esa sonrisa esplendorosa llena de dientes blancos que tanto la caracteriza cuando finge ser muy amable, una sonrisa heredada sin duda de mamá, y saluda a Clara dándole un beso en la mejilla: “Muaaaa”. Ignoro porqué se empeña en hacer ese eco interminable en la letra a. O mejor dicho, sé con certeza porque lo hace. Es su marca registrada. Mi hermana tiene la particular afición de odiar por igual tanto a las mujeres que pretendo poseer en un encuentro carnal furtivo como a las mujeres a las que pretendo amar y respetar por un tiempo prudente.

-Tu hermano Rodrigo estaba por contarnos de su afición por las artes marciales –dice mi hermano con una mirada relampagueante. Llena de luz. De esperanza.


5


Está apunto de anochecer. La mayoría de los invitados están borrachos. Me incluyo entre ellos. A unos metros de la carpa, lejos de las miradas ociosas y etílicas, Rodrigo (ahogado en todo tipo de bebidas embriagantes) me desea suerte.

-Suerte man –me dice-. Patéala con rabia, como si fuera una pelota de golf.

-¿Pelota de golf?

-Lo que sea, tú patéala duro.

En su acomodada vida de jet set, Rodrigo jamás ha pateado ningún tipo de pelota con los pies. Él sostiene la teoría que aquello es una vulgaridad. Como lo son todos los deportes que se jueguen con pelotas grandes. Es decir, a mayor volumen de la pelota, más naco el deporte. “Ahí tienes el tenis, el polo, el squash, todos ellos deportes de caballeros, no así el fútbol, el básquet, el americano y todas esas demás atrocidades que juegan los nacos, los indios y los negros”.

-¿Listo? –me pregunta Clara, con la mirada ardorosa por el alcohol.

No estoy listo, por supuesto. Uno nunca está listo para medirse a golpes con una mujer en vestido de lino. Clara tiene amartillados los puños. Los antebrazos vueltos hacia mí, lo cual me provoca un escalofrío. La última vez que vi a alguien en esa postura fue a un tailandés pelón que dejó inválido al hermano de Jean-Claude Van Damme en la película Kickboxer.

-Listo –digo intentando que no me tiemble la voz (por supuesto, me tiembla la voz).

Mis dientes castañean un poco. Me balanceo como un péndulo viejo y cansado de un lado a otro. Con torpeza. Mi corazón se zarandea contra mi pecho y espalda. Quedo sordo. La vista se me nubla. Respiro profundamente por la boca como un pescado fuera del agua. Intento tranquilizarme. Encontrar una voz interior que me devuelva las pulsaciones a su ritmo normal. Fracaso. Con horror descubro que la primera y última vez que peleé fue en sexto grado de primaria.

Juliancito Villagrande fue mi rival. Juliancito era un pigmeo, el alumno más pequeño del salón. El blanco predilecto de toda suerte de bromas horribles. Siendo yo popular (o intentando serlo) estaba sentado en una banca con mis amigos bravucones en el recreo. Justo enfrente de la tiendita. Mis amigos le decían lisuras y apodos a todos los alumnos que osaban pasar frente a nosotros. Allí fue cuando apareció Juliancito. Fiel a una añeja tradición donde el más fuerte acosa y ridiculiza al más débil, mis amigos le dijeron cosas horrendas al pobre de Juliancito. Juliancito siguió su camino fingiendo no escucharlos. Álvaro, el más atrevido, ingenioso y malvado de mis amigos decidió aventar en la nuca de Juliancito la torta de jamón y queso que estaba engullendo con ferocidad. Trocitos de chile habanero y tomate quedaron impregnados en el cabello de Juliancito. Avalentonados, el resto de la pandilla le tiró restos de sabritas y otras golosinas pegajosas que tenían a la mano, excepto yo, que moría de hambre y me resistí a colaborar con mis Panditas en ese ritual de humillación que tanto placer me causaba presenciar. “Pinches pendejos”, gritó Juliancito en un arrebato de impotencia. Todos reímos. “Son unos pendejos”, dijo Juliancito, antes mudo hasta ese día. “Maaa, te dijo pendejo”, dijo Álvaro mirándome con un brillo de placer en los ojos. En realidad el insulto había sido en plural, pero Álvaro decidió que aquello era personal, es decir, entre Juliancito y yo. “Rómpele la madre, te dijo pendejo”, Álvaro me palmoteó afectuosa e imperativamente la espalda. “Sí, te dijo pendejo”, lo secundaron todos. Se hizo un silencio expectante. Todos los alumnos que hacían la fila para comprar comida chatarra y refrescos en la tiendita, uno a uno empezaron a observarme. Incluida Maria Fernanda, la niña más guapa de todas las primarias del mundo. Di unos pasos temerosos hacia Juliancito, y sin saber qué decir o qué hacer me quedé observándolo. Juliancito me observó con ojos de ratón asustadizo. Ambos éramos unos ratones asustadizos. La única diferencia es que yo le sacaba una cabeza y media de altura. Aquello era un patético espectáculo. Álvaro intervino abrazándome como lo hacía Don King con Julio César Chávez y dijo: “A la salida, madrazos en la esquina”. La Esquina como su nombre lo dice era una esquina que estaba a una cuadra de la escuela. La Esquina servía para que los niños populares nos sintiéramos unos rufianes desfajándonos las camisetas del uniforme fuera del short, aparragarnos en un muro de concreto para fumar un cigarro Marlboro entre todos, hablar de mujeres, cantar canciones de Guns N´ Roses y utilizar la banqueta como cuadrilátero de box. Sonó el timbre de la salida y la mitad de la escuela corrió a La Esquina. Cuando había golpes todo se enteraban gracias a Álvaro, que mandaba papelitos de salón en salón: “Hoy madrazos en La Esquina. Rodrigo “El Terrible” Solís vs Juliancito “El Moco” Villagrande. No falten. Habrá sangre”. Juliancito fue arrastrado hasta La Esquina. Yo también, sólo que en medio de vítores y porras. Palmoteos y comentarios de aliento como que le arrancara los dientes de un golpe al enano de Juliancito. “Dale, pégale, pégale”, me gritó Álvaro cuando estuve frente a Juliancito. Juliancito puso una tímida guardia y pese a pronóstico propio me abalancé sobre el pobre Juliancito todo gracias a que Maria Fernanda me miró como nunca antes, con un chisporroteo en los ojos de esperanza y de sed de sangre que me animaron a conquistar tierras inhóspitas. Lancé mis mejores golpes. Dos jabs, tres ganchos y un poderoso volado de mano izquierda. Por desgracia, no acerté un solo golpe en el endeble y pequeño blanco. Por su parte, Juliancito, con los ojos cerrados, la mandíbula apretada y por elemental instinto de supervivencia empezó a tirar golpes a diestra y siniestra. Golpes igual de torpes que los míos. Un espectáculo triste que fue avivado por los gritos de los presentes: “Pégale”. “Mátalo”. “Duro, duro”. Finalmente alguien gritó que corriéramos de allí porque venía un adulto. Era el coche de mamá.

-Hola bebé –dijo mamá bajando la ventanilla-. Qué bonito bailan rap. Igualito que MC Hammer y Vanilla Ice.

Al abrir los ojos, sobre la banqueta de La Esquina, solo estábamos Julianito y yo engarzados en patéticos, fragorosos e insospechados movimientos de pies y manos.


6


Empezaba a caer la tarde. Era el día siguiente del bautizo. Borrachos, Rodrigo y yo esperábamos en el estacionamiento de la terminal del ADO que llegara Verónica, la novia de Rodrigo. Rodrigo me había sugerido que le mandara un mensaje al celular de Clara para invitarla a la parrillada argentina a realizarse bajo el mismo toldo del bautizo. Mi celular sonó. Era Clara. Su mensaje de texto decía lo siguiente: “Eres un animal. Te odio”.


7


Lo que ocurrió en el ocaso del día del bautizo fue lo siguiente: Mi hermana, mi hermano y su mujer, Rodrigo, Vicky y todos mis familiares en general se apiadaron de mi persona y fingieron creer y decir que yo fui un gran arte marcialista. Una máquina programada para matar. Al calor de las copas cada uno de ellos le relataba a Clara, con lujo de detalles (todos evidentemente falsos), una tras otra, historias cada vez más fantásticas e inverosímiles en donde yo era el valeroso protagonista.

Como el alcohol es mi droga preferida, sentí derecho de creerme cada una de las mentiras que se decían enalteciendo mi persona a niveles de monje Shaolin. Un monje pizpireto y juguetón que logró obtener el número de celular de la campeona nacional de Muay Thai, y que decidió (lo cual fue un terrible error) arriesgarse a estirar el brazo hasta acariciar su musculosa espalda.

-No seas avorazado –dijo Clara entrecerrando los ojos.

-Tranquila, que no muerdo –le dije sonriendo con los ojos a media asta.

-Antes te dejo chimuelo –dijo Clara.

-Lo dudo, no olvides que estás delante de un cinta negra –me aventuré dando un sorbo a mi cerveza.

-¿Quieres probar? –preguntó Clara con mirada peligrosa pero sonriendo coqueta al mismo tiempo.

-Vale –dije-. Si te gano me das un beso.

Grave error. Nunca debes confiar en la sonrisa de una mujer. Menos en una campeona nacional de Muay Thai que está a una semana de viajar a Tailandia en busca del campeonato mundial.

Su primera patada fue una corriente de aire invisible que pasó rozándome la mandíbula.

-¡Juego de piernas, juego de piernas! –me alentó Rodrigo.

Por desgracia mis piernas estaban entumidas. Sembradas como un par de palmeras en la arena. Clara en cambio, se movía como una comadreja de lado a lado. Midiéndome con la mirada. Descifrando cual sería el punto más doloroso para conectarme con su codo, rodilla y/o pierna y enviarme penosamente al suelo como un árbol muerto. Sus ojos refulgían de placer: sin duda había descubierto donde patearme. Lanzó la patada. Por instinto (al parecer gracias a jugar durante tantos años la maquinita de Street Fighter) levanté la rodilla, que protegió mis partes nobles. Clara lanzó otra patada. Y luego otra. Y otra más. Todas fueron bloqueadas por mi rodilla. Una rodilla que estaba apunto de resquebrajarse en mil pedazos pero que gracias a la adrenalina (y al alcohol) me permitía mantenerme en pie. Incluso dibujé una sonrisa que al parecer sacó que quicio a mi rival, pues Clara se deslizó como un reptil rastrero hasta quedar a unos centímetros de mi cuerpo, y cuando estuvo apunto de acribillarme con una patada mortal, la naturaleza obró en mi favor: Clara trastabilló en una trampa de arena, invisible por la repentina llegada de la noche. Al sentir rebotar su fornida pero apetitosa humanidad contra mi pecho, sin guardia, sorprendida a mi merced, la abracé como un oso perezoso (no sin antes manosearle todo el cuerpo) y me desplomé sobre las blancas arenas, desde luego, teniendo el cuidado y tacto de proteger mis casi 90 kilos, dejándolos caer sobre ella como si fuese un colchón humano.

-Uno, dos, tres –contó a gritos Rodrigo tendido en la arena como réferi de lucha libre-. ¡El nuevo campeón del mundo: Rodrigo!

Al sentir el fornido pero torneado cuerpo de Clara bajo el mío, respirando trabajosamente, obró un calorcillo en mi entrepierna; sensación que seguramente sintió mi victima que pataleó con furia. Sus esfuerzos fueron inútiles. Estaba a mi merced. Domada. Y para hacerla sentir humillada (algo que al parecer me causa gran placer provocarles a las mujeres) me monté sobre ella. Puse mis rodillas sobre sus brazos. Quedó totalmente neutralizada. Pero Clara, que es una guerrera y una campeona invicta, se resistía a ello y columpiaba la mitad de su cuerpo intentando alcanzarme con sus piernas como si fueran unas tenazas. Para su desgracia, mi hermano tiene la colección completa de los campeonatos de UFC (ese sangriento deporte donde dos mastodontes se machacan a golpes) y no duda en ponerlos una y otra vez en su televisión de mil pulgadas cada que voy de visita a su casa, así que por instinto incliné mi pecho hacia ella, quedando lejos de su alcance. Ahí fue donde descubrí que Clara era mi esclava. “Muaaaa”, le di un beso en el cachete como los que da mi hermana a sus enemigas naturales. Clara meneó su cabeza como Linda Blair en El exorcista. También dijo insultos en lenguas demoníacas. Su encrespada melena iba de un lado a otro al tiempo que soltaba dentelladas peligrosas. Cuando se mareó, aproveché para estamparle otro beso: “Muaaaa”. “¿Quién es mi novia?”, le pregunté gozando ardientemente de mi victoria. Clara me miró muy seria y me dijo que la liberara, por favor. Dijo que sintió que se le rompió un hueso. No le creí. Ella insistió. Sus ojos al borde del llanto confirmaron la veracidad de sus palabras.

-Bien, te voy a soltar pero quiero que me des mi premio –le dije, al parecer bastante excitado-. Quiero un beso en mi boca.

-Esta bien –dijo Clara resignada-. Quítate de encima.

Dicen los que saben que no existen victorias gloriosas sin heridas profundas que sirvan de trofeos al convertirse en cicatrices. Al intentar levantarme una punzada afilada atravesó el dorso de mi mano izquierda. Mis ojos se inyectaron de sangre. Reprimí un grito.

-Me rindo, suéltame, por favor –le susurré a Clara al oído para que nadie más que ella me escuchase.

Clara me liberó. Al levantarme de la arena sentí algo caliente escurrir sobre las puntas de los dedos de mi mano. Sangre. Hilos de sangre salían de cuatro agujeros del dorso de mi mano. Quizás sólo el hecho de saberme ganador (a los ojos de todos) y por ende merecedor de mi premio, me dio el aplomo para no desmayarme en ese preciso instante.

Clara tenía los dientes superiores manchados de sangre. Bufaba como un perro herido.

-Muy bien, quiero mi beso –exigí arrogante mientras Rodrigo levantaba en el aire mi mano sana.

-Que te bese tu puta madre –dijo Clara marchándose furiosa rumbo a la carpa, con un andar maltrecho de perro atropellado, sujetándose con fuerza la muñeca de la mano derecha evidentemente fracturada.

-Yo que tú la acompaño al hospital –me dijo mi hermana-. Así aprovechas para ponerte la vacuna antirrábica.



domingo, 25 de enero de 2009

No es ciudad para hombres culpables


“Resulta de todo tipo monstruosa la forma en que la gente va por ahí hoy en día criticándote a tus espaldas por cosas que son absolutamente y completamente ciertas.”
 - Oscar Wilde


En realidad el tema a tocar el día de hoy era otro, como siempre. Pero es que a uno le dan material de último minuto. Así, gratis, te lo arrojan en la cara. Y es que yo pensaba escribir sobre lo bonito que amaneció el día y de la enternecedora estampa que fue vernos a todos nosotros besándonos nuestras bocas el día de San Valentín, cuando me ha llegado un mail bastante conmovedor, o quizás no tan conmovedor como persistente, pues el mensaje en cuestión apareció unas 35 veces en mi bandeja de entrada.

Como era de esperarse, el mail fue escrito por un filántropo, demócrata y maestro de la gramática y ortografía. Muy conmovedora carta. En ella desglosa mediante una serie de ejemplos (en realidad se basa en un único argumento) que la honorable y tradicionalista ciudad de Mérida fue la segunda ciudad más segura del país en otros tiempos, pero que sin embargo gracias a los gobernantes del sexenio pasado dejó de serlo, cayendo en la categoría de ciudad no segura, como bien dijo en su famoso noticiero nocturno el señor Lopéz-Dóriga. La carta, muy conmovedora como ya les había dicho, está plagada de una serie de “abre los ojos” y “no te dejes engañar”, para cerrar con broche de oro con eso de que deberíamos estar agradecidos de que los gobernantes de antaño hayan vuelto al poder para traer de nuevo la seguridad. Traducción: enjugar los ojos al borde de las lágrimas en agradecimiento porque el sheriff Luis Felipe Saidén ha regresado a Mérida a meter orden.

Sin embargo, hay un pequeño detalle. Si bien nadie duda de la capacidad del sheriff en eso de meter orden, el problema radica en que hace un par de meses el retoño del sheriff fue a un bar, se le pasaron las copas (y las rayas de coca), y en un acto totalmente irresponsable se subió a su coche y arrolló a un par de ciudadanos dejándolos descuartizados en mitad de la calle. Por obvias razones el hijo del sheriff no pisó la cárcel, así que anda libre y a sus anchas por la ciudad. “A cualquiera le puede pasar”, declaró el Sheriff. Y los ciudadanos de Mérida (al menos los que poseen un gramo de sentido común) están de acuerdo con él, que a cualquiera le puede pasar, a cualquiera que esté en estado de ebriedad y decida manejar a toda velocidad su automóvil de mil caballos de fuerza.

Lamentablemente la ciudad de Mérida no es ciudad para hombres culpables. Desde pequeños los ciudadanos son educados para no saber hacerse responsables de sus actos. “Se rompió el jarrón”. “Perdimos porque el árbitro estaba comprado”. “Me reprobó la maestra”. “La contrataron a ella porque tiene las tetas más grandes”. “Me despidió el desgraciado de mi jefe”. “Tuve un accidente en la calle”. Nadie es culpable. Nadie se atreve a corregir a las personas desde niños diciéndoles que un jarrón no se rompe por arte de magia; o que perdieron el partido de fútbol porque el equipo contrario era mejor, y en vez de buscar excusas debería ponerse a entrenar más duro; o que si pusiera el mismo ímpetu a las matemáticas que a jugar videojuegos la maestra no tendría inconveniente en aprobarlo en los exámenes; o que si hubiera prestado atención en las clases de la facultad en vez de andar soñando con querer ser una actriz de Televisa quizás le hubieran dado el trabajo a ella en lugar de a la tetona bilingüe; o que si no hubiera sido un haragán conformista, el jefe en vez de haberlo puesto de patitas en la calle lo hubiera promovido para un ascenso; y por último, aclararle que un automóvil es un medio de transporte, y para manejarlo hay que tener una licencia, y si tienes licencia aceptas ciertas responsabilidades, como por ejemplo que si bebes alcohol no debes conducir bajo ningún concepto, de lo contrario el automóvil pasa a ser de medio de transporte a un arma mortal, por consiguiente, si atropellas a alguien bajo el influjo del alcohol, no es un accidente, es un asesinato.   

En fin, aquí nadie es culpable.  

sábado, 24 de enero de 2009

Con todo respeto


“Hacemos las reglas para los demás y las excepciones para nosotros.”
 - Charle Lemesle


El mexicano (por no decir el latinoamericano) funciona y reacciona de formas muy extrañas. Nuestro tercermundismo continental lo atribuyo a tres factores claves: tiempo, respeto a la propiedad ajena y resignación.

Tiempo: los gringos, por poner un ejemplo de su idiosincrasia, funcionan bajo la premisa de que el tiempo es igual a dinero. De ahí que sean tan puntuales. Sin embargo, en México el tiempo es igual a una larga espera. Para nosotros, el tiempo es relativo; una medida no funcional que jamás se respeta y que cada quien mide según su antojo. Incluso cada Estado de la república se jacta de poseer la hora más larga, que no es otra cosa que (como se le conoce en el primer mundo), impuntualidad. Agravio y falta de respeto hacia el prójimo que los campechanos tomamos con mucho humor y bautizamos como “hora campechana”. Traducción: pactar una cita a una hora determinada y llegar a ella tan tarde como nos sea humanamente posible.

Respeto a la propiedad ajena: básicamente hay dos propiedades que al mexicano le fascina no respetar: la cochera del vecino y el dinero del pueblo. En ambos casos el agraviado ha terminado por resignarse o acostumbrarse, o mejor dicho, el infractor ha descubierto el método perfecto para que el agraviado no se enfade demasiado. En lo que respecta a las entradas de las cocheras y las franjas amarillas pintadas en la acera, tierra fértil para los automóviles, es que la persona que no debe estacionarse ahí enciende sus luces intermitentes, lo cual significa que el infractor está consciente de que está infringiendo la ley, pero que, sin embargo, como es un caballero al volante tiene intenciones de moverse, ¿en cuánto tiempo?, he ahí la incógnita, pues como sabemos, el tiempo para el mexicano es algo relativo, ya lo dijo Einstein. Ahora bien, en cuanto a no respetar el dinero del pueblo, esta actividad es exclusiva de los políticos y de sus achichincles, mismos que, no hay que olvidar, son tan mexicanos como nosotros. Los políticos y sus gatos han logrado encontrar el método perfecto para que los perjudicados (todos nosotros) no nos enfademos por sus desfalcos. El método que aplican es el de demostrar que sus adversarios son aún más ladrones que ellos, es decir, aceptan que roban, pero no tanto como sus contrincantes.

-Señor gobernador, ¿por qué costó 20 millones este monumento tan feo?

-Eso pregúnteselo a mis adversarios que construyeron un monumento todavía más feo y más caro que el mío.

Resignación: “podríamos estar peor”, frase sin duda muy mexicana. Así que nos resignamos a vivir en un tercermundismo impune. Aunque claro, tenemos formas de capotear las adversidades, como en mi caso, que en vez de morir de un derrame de bilis he aceptado a cohabitar con la realidad, así que cargo con un libro a todas partes para que las horas campechanas de mis amigos sean más cortas y amenas a la hora de esperarlos en el café, o en vez de pincharle las llantas al auto del vecino que le fascina estacionarse en la entrada de mi cochera, mejor le regalo una sonrisa y le pido prestadas las llaves de su auto para moverlo yo mismo, y finalmente, en vez de causarle un disgusto a mamá (que además de ser una señora es una santa) contradiciéndola con pruebas materiales cuando me dice que sus amigos los políticos son muy buenos, mejor guardo silencio, medito unos días sus palabras y luego voy a la computadora y tecleo un escrito que a la mañana siguiente aparecerá en los periódicos donde pueda decirle a todos ellos que son unos grandísimos hijos de puta, con todo respeto. 



jueves, 22 de enero de 2009

Qué bien nos conocen


“Puedes darte cuenta de los ideales de una nación por lo que publicita.”
 - Norman Douglas


Algunos lectores que se toman la molestia de escribirme e-mails o dejar sus comentar en el blog dicen que soy un pesado. Y utilizo este calificativo porque en esta página editorial están prohibidos los insultos. Palabrotas que seguro harán sangrar sus castos ojos, mismos que sospechosamente ni se inmutan cuando al pasar la página o al abrir su cuenta de correo electrónico se topan con fotografías de mujeres desnudas y/o seres humanos descuartizados (ni siquiera en una guerra) en algún accidente automovilístico.

Dicen que soy un pesado porque no le veo lo bonito a lo bonito al mundo. Que debería cambiar de carácter y ver un poquitito más de televisión para que de ese modo se me endulce el ánimo. Pues bien, buenas nuevas: seguí su consejo y ahora soy un hombre diferente. Prendí el televisor y pasé delante de ella una hora viendo la telenovela de las diez de la noche. Menudo actor el señor Colunga, y yo que pensaba que no podría superar su gloriosa actuación en Maria la del barrio. Sebastián Rulli también es un gran actor, si me permiten decirlo. Nunca imaginé que los piratas también le entraran a la metrosexualidad como los repollos metrosexuales de hoy día.

En fin, les cuento que me la pasé de perlas pegado frente al televisor, aunque debo reconocer que mis lapsos favoritos fueron en los comerciales, en especial dos de ellos, mismos que no dejaron de repetirse una y otra vez durante la emisión. Uno es de una telefonía celular y otro de una bebida alcohólica. Si comento lo de los comerciales es porque es precisamente en los comerciales donde se puede ver retratada la sociedad a la perfección, no así en la insufrible telenovela “histórica” en la que ciertos productores creen que por disfrazar a un puñado de vedettes y de modelos con ropa del siglo XVII están retratando a la perfección la vida de nuestros tatarabuelos.

Volviendo a los anuncios, el de celulares me pareció genial. Una compañía transnacional de teléfonos celulares decidió hacerle la competencia al señor Slim lanzando una agresiva promoción en la cual puedes elegir dos números celulares, a uno de los cuales puedes mandar mensajes ilimitados de forma gratuita, y al otro llamarle directamente sin costo alguno. Y para ilustrar lo fascinante que es este plan, un mozalbete sale en la pantalla diciendo: “ahora puedo mandarle mensajes ilimitados a Perenganita, y a Zutanita puedo llamarle las veces que quiera”, y todo esto lo dice con una sonrisota de oreja a oreja, para luego poner al garañón y bígamo adolescente primero mandándole mensajes a la tierna de Perenganita que pone los ojitos redondos y llenos de ilusión al recibir los mensajes de su príncipe azul, y luego cortan la escena para mostrarnos a la dulce de Zutanita también con los ojitos redondos y llenos de ilusión platicando con su príncipe azul, mismo que no para de reír mientras nos guiña un ojo en plan de todo-lo-tengo-bajo-control.

El otro anuncio que me pareció una joya debido a su grado de realismo fue el de una marca de tequila. Todo se desarrolla en un bar atestado de hombres y mujeres hermosos. La toma se eleva y nos muestra a todos ellos pasándoselo de lo lindo. La toma enfoca a una pareja. “Fulanito quiere con Menganita”, dice una voz en off, y al decirlo la toma se acerca hasta Fulanito que entorna los ojos llenos de deseo por Menganita. Luego la toma sigue a Menganita que está al otro extremo del bar, y la voz en off dice: “Menganita quiere con Perenganito”, y Menganita entorna los ojos libidinosos. Y así hasta recorrer a casi todos los parroquianos excitados del bar, que curiosamente cada uno de ellos está muy bien acompañado de su pareja. “Porque todos estamos cazando algo. Tequila Venaditos, el tequila de los cazadores como tú”, dice la voz en off y finaliza el comercial.         

Tenían razón mis amiwis, el mundo es súper cute.   

martes, 20 de enero de 2009

Un compromiso impostergable



1


A través de mi vida adulta he perdido a buenas amigas adultas por resistirme a comportarme y/o aceptar que soy un adulto. No hay nada que más me angustie en la vida que recibir un sobre blanco envuelto en celofán transparente en cuyo interior aparezca el nombre de una amiga que piensa enlazar su vida con un hombre hasta que la muerte los separe. Ser partícipe y testigo de este absurdo me provoca una agonía lenta. Dolorosa. Cruel.

More...Genéticamente aborrezco ir a bodas, primeras comuniones, bautizos y todo tipo de festejos semejantes, es decir, eventos que involucren a un cura y a una mujer (sea de la edad que sea) vestida de blanco. Mi ADN repele la idea de sentarse en una mesa circular rodeado de perfectos extraños a los cuales hay que regalarles sonrisas y fingir interés por sus vidas. Desde luego, todo esto es del pleno conocimiento de mis amigas. Por ello no dudan en enviarme e-mails y marcarme al celular advirtiéndome que estarán al pendiente de que mi humanidad (disfrazada con riguroso traje de Frankenstein) esté presente en el día más importante de sus vidas (según ellas), de lo contrario, me retirarán su amistad.


2


Violeta dejó de hablarme (incluso ni siquiera me dice “hola” en el Messenger) a raíz de que brillé por mi ausencia en su boda. Antes de casarse, Violeta era mi confidente en el trabajo. Ambos cursábamos el penúltimo semestre de la carrera universitaria. Ella pudo ser mi compañera de salón de clase de no ser porque reprobé el examen de admisión en esa universidad tan exigente a la que ella iba y donde era el mejor promedio de su licenciatura. Naturalmente nunca le confesé mi fracaso. Preferí decirle que los mercadólogos eran unos charlatanes y que por eso decidí enrolarme a estudiar administración de empresas en una universidad que en realidad era un tecnológico, donde la mayoría de los profesores eran ingenieros (como lo fue papá) que no cesaban de mofarse de nosotros porque aseguraban que los administradores eran personas que no tenían la menor pista de qué hacer con sus vidas, argumento totalmente cierto, pero no por ello dejaba de provocar mucha indignación en el alumnado.

Durante un mes íntegro fingí ser un empleado modelo en el corporativo en el que hacía mis prácticas profesionales. Violeta desde su primer día en el trabajo demostró ser una empleada modelo por naturaleza. Siendo así, con la guerra perdida, decidí confesarle que odiaba mi vida. Odiaba el trabajo, odiaba la escuela, pero sobre todas las cosas me odiaba a mí mismo por haberme convertido en un hombre miserable.

Para mi sorpresa Violeta me dijo que ella sentía exactamente lo mismo: tenía terror de despertar un día convertida en una señora que había vivido una vida que no le apetecía. Automáticamente dejó de irritarme su maldita eficiencia y su perfecto inglés y su conocimiento en todos los programas de Windows y la desenvoltura con la que atendía a los ejecutivos por el teléfono. Violeta era infeliz, pero sabía ocultarlo. Incluso más que yo. Imposible no quererla.

Revitalizados y más libres por retirarnos las máscaras de hipocresía, en un acto de independencia decidimos pasar nuestras jornadas laborales invirtiéndolas (casi integras) en el estimulante arte de criticar a todos los empleados adultos que tuvieron que resignarse a vivir una vida ausente de brío; también a contarnos una y otra vez nuestras historias de amores fallidos y fantasear con la idea de que un buen día encontraríamos el arrojo suficiente para mandar al diablo el rimbombante trabajo que tanto odiábamos y buscar la felicidad en un oficio (ignorábamos cuál) que nos hiciera sentir vivos.

Meses más tarde, a primera hora, vestido como un mamarracho me presenté a las oficinas de la planta embotelladora a donde me habían ascendido y le dije al gerente que renunciaba a mi trabajo porque quería escribir un libro. El gerente llamó por teléfono a la oficina de Violeta y le dijo que me había vuelto loco. Cuando llegué a la oficina de Violeta para darle la noticia, con los ojos vidriosos me abrazó y me dijo que estaba orgullosa de mí. “Estás loco”, me dijo segundos después. Yo le dije que ella estaba loca por quedarse en un trabajo que odiaba.

-Te voy a extrañar –me dijo-. Mucho.

-Yo también –le dije y descubrí un anillo que antes no existía en su dedo anular de la mano izquierda.

-Me voy a casar –me dijo levantando la mano, con los ojos apunto de estallar en lágrimas-. Iba a darte la noticia en el almuerzo.

-Muchas felicidades –fingí emoción.

-Tonto –me dijo sonriendo al descubrir mi falsa felicidad-. Más te vale ir a la boda.

-Ahí estaré –le dije-. En primera fila. Te lo prometo.


3


Mariana fingió no verme, luego saludarme y después disculparse al chocar conmigo cuando íbamos caminando en direcciones opuestas sobre el malecón. Mi pecado: no asistí a su boda.

A Mariana la conocí en Cancún. Me dijo que ella era campechana y yo le dije que nunca la había visto en mi vida a pesar de mis múltiples visitas a Campeche. Ella se sorprendió al igual que yo de que no nos hubiéramos conocido antes, esto debido a que dijo ser muy amiga de cada una de las personas que le fui nombrando, del mismo modo en el que yo dije conocer a cada uno de las personas que ella nombró como sus familiares y amigos.

En la piscina del hotel, Mariana me platicó que tenía un novio de toda la vida. Avalentonado por las cervezas que había ingerido y la brisa del mar Caribe le confesé que no creía en las relaciones que duran muchos años de noviazgo; esto (y esto desde luego no se lo dije a Mariana) porque una vez tuve su misma mirada de cachorro enamorado hasta que un buen día el amor de mi vida me abandonó y dejé de creer en todo tipo de relación amorosa. No obstante, Mariana decidió no profundizar en el tema del amor. Su mirada hablaba por ella. Era una chica sabia y curtida por la vida, era huérfana de ambos padres y en vez amargarse la vida exhalaba una paz indescriptiblemente contagiosa.

Mariana era hermosa con bikini y por un instante sentí celos de ese novio alto, fuerte y bien parecido que la esperaba en una ciudad pequeñita, costumbrista y machista, confiando plenamente en ella, acto que contradecía por completo las buenas maneras de los campechanos.

Al despedirme le prometí que cuando visitara Campeche le llamaría. Y así fue. Lo primero que hice al llegar a Campeche fue llamarle. Me dijo que estaba en el malecón con su novio y unos amigos. Que fuera a verlos. Y eso fue lo que hice.

Cual fue mi sorpresa al llegar al malecón que toparme a Mariana, radiante, espléndida, recibiéndome con una enorme sonrisa blanquísima mientras abrazaba a un sujeto chaparrito, calvo y de ojos saltones.

-Te presento a Darío –me dijo Mariana-. Mi novio.

No pude menos que amar un poco más a Mariana. Mujeres como ella nacen una cada dos milenios. Darío resultó ser un comediante por naturaleza. Y Mariana su musa inspiradora que no cesaba de reír y bailar con él cada que un coche se estacionaba con música estruendosa. Al ver cómo se miraban, estaba claro que habían nacido el uno para el otro.

Al mudarme a vivir a Campeche los frecuenté a la fuerza. No había bar o antro (sólo hay cinco o seis en la ciudad) donde no me los topara. Mariana siempre me preguntaba si ya tenía novia y yo le respondía lo mismo, que no. Ella se reía y me decía que nunca iba a conseguir novia porque yo era un hombre horrible que no creía en el amor. Yo también me reía y le decía que me ayudara a ponerle remedio a mi situación dejándome salir con su hermanita menor que era su réplica sólo que en un envase sellado con una etiqueta que decía “menor de edad”.

-Primero te mato –me decía muy seria-. Me oíste, te mato.

Darío se reía y me decía que no me preocupara, que él me daría el número de celular de su cuñadita y Mariana lo miraba muy seria y terminaba también amenizándolo de muerte.

Los sábados en la noche, en la disco, cuando me aburría de ver los mismos rostros ocupando las mismas mesas, fingiendo ser todos unos ganadores, como un oasis en mitad del desierto, me refrescaba observando a Mariana y a Darío, cada quien con sus amigos, tomando y bailando, y cuando ponían una música norteña atravesaban la pista de baile de punta a punta, se encontraban en el centro, en mitad de la gente que bailaba, se tomaban de las manos y las caderas y sin decirse palabra alguna sabían que lo suyo era lo más cercano a lo que los poetas llaman amor.

Una noche ocurrió lo inevitable.

-Tenga –me dijo la sirvienta entregándome un sobre blanco envuelto en celofán transparente-, se lo trajo una muchacha bien bonita.


4


Vicky es la hermana mayor que nunca tuve. Mi confidente. Conoce todos mis secretos y por ende todas mis debilidades. La amo como amo pocas cosas en la vida. De jóvenes casi nunca nos veíamos porque su papá era marino y siempre tenía que mudarse a puertos exóticos e insospechados. Su mamá es la mejor amiga de mamá y por añadidura es como si fuera mi madre. Vicky también tiene un hermano menor que es de mi misma edad, tiene mi mismo nombre y durante toda la vida fuimos más que hermanos gemelos, inseparables incluso en la distancia, sin embargo, hace cosa de dos años que no nos dirigimos la palabra por una insignificancia que no vale la pena mencionar pero que, no obstante, enfrió mi relación con toda esa familia que tanto me quiere, incluso como si fuera uno de los suyos, a tal grado que tiempo atrás me mantuvieron, cuidaron y hospedaron en una maravillosa casa con playa privada frente al mar por una larga temporada cuando decidí renunciar a mi trabajo de oficina para dedicarme de tiempo completo a escribir una novela que jamás logré terminar por falta de talento.

Mamá, con ese carácter infatigable que posee y procura explotar, me ha llamado todos los días durante un mes entero preguntándome si voy a ir al bautizo de la hija de Vicky. Le digo que tengo que revisar mi agenda. Mamá me dice que no sabía que yo tenía una agenda. Le digo que sí, que tengo mucho trabajo últimamente. Mamá me dice que haga espació en mi agenda porque todos esperan que yo vaya al bautizo. Le digo a mamá que tal vez se me complique ir al bautizo, que un escritor fracasado y no publicado como yo no puede darse el lujo de costearse un viaje a Cancún que incluye pasaje, hotel y todos los gastos que conlleva visitar la pequeña Gomorra del Caribe. Mamá me dice que mi hermano viajará en su camioneta, que no tengo que pagar boletos de camión excepto mis pasajes de Campeche a Mérida y de vuelta. Le digo a Mamá que no tengo dónde hospedarme. Mamá me dice que no sea tonto, que mis tíos, los papás de Vicky me han hecho un espacio (como siempre) en el cuarto de Rodrigo. Se hace un silencio oscuro, prolongado. Le digo a mamá que tengo que pensarlo, pues debo terminar mi novela. Se hace otro silencio, interminable. Para mi sorpresa mamá lo rompe diciendo que me deje de pendejadas, que llevo años escribiendo una novela que nunca finalizaré (pero que no por ello deja de no quererme y de creer que tengo un talento insospechado, muy a pesar de que nunca me lea). Se instala otro silencio. Mamá lo vuelve a interrumpir diciendo que empaque mis cosas, que me espera en Mérida y que no parte rumbo a Cancún si no es conmigo a su lado. Otro silencio más, el último.

-Interpreto tu silencio como un sí –dice mamá y sin esperar respuesta corta la llamada.

Un sacerdote vierte agua sobre los ralos cabellos dorados de una primorosa bebé de ojos verdes (o quizás azules) que llora justo cuando el señor de la túnica dice que la ha exorcizado del demonio.

Desde las primeras sillas de la Iglesia no puedo reprimir una risotada al dudar que una criatura tan dócil e indefensa pueda albergar algún tipo de criatura del Infierno en su interior. Algunas señoras con cara de buitre me miran reprobatoriamente. Nadie se ha sorprendido de verme. Menos Vicky. Dan por un hecho que era mi obligación estar allí (incluidas mis blasfemias). Y tienen razón.


sábado, 17 de enero de 2009

Aprendiz de modelo


“La belleza del cuerpo es un viajero que pasa; pero la del alma es un amigo que queda.”
 - Saavedra Fajardo


Un pajarito me ha contado que te aburres horrores en casa y como no sabes qué hacer con tu tiempo libre quieres inscribirte a una agencia de modelaje para ser modelo. Ese pajarito es un pajarito que quiero y respeto mucho. Tú también quieres y respetas mucho a ese pajarito, e incluso lo respetas y quieres más que yo; sin embargo, dadas las circunstancias actuales, de que estás a punto de romper el capullo para salir convertida en una hermosa y multicolor mariposa, las palabras y consejos que te pueda dar el pajarito las tomarás como un ataque personal, por más que el pajarito cuidadosa y amorosamente seleccione cada una de esas palabras para intentar hacerte ver que el mundo es un lugar hostil y lleno de espejismos.

En cuanto a mí, francamente me agrada la idea de que estés creciendo. Ahora tú y yo podremos ser muy buenos amigos, ya que hablaremos en el mismo idioma. Y prueba de ello es este escrito, que estoy seguro entenderás de cabo a rabo, pues ni te creas que no sé que eres una pilluela que se desliza a la computadora cuando nadie te ve y entras a leer esas cosillas prohibidas por la moral cristiana que escribo en mi blog que tanto incomodan a ciertos pajarillos poderosos y sinvergüenzas.

Ahora bien, dejaré a un lado eso de los pajarillos y las mariposas y las metáforas pues sospecho que de seguir con ese lenguaje, además de quedar como un perfecto imbécil ante tus ojos, empezarás a despreciarme, tanto o más que a la mayoría de los adultos que te quieren seguir tratando como si fueras una niña de brazos.

Si te soy sincero, ni me va ni me viene que quieras inscribirte a una agencia de modelaje. Si quieres ser modelo, adelante. Eres muy bonita y no dudo ni un segundo que logres serlo en corto tiempo. Sólo quiero que sepas que tienes y tendrás mi apoyo incondicional. También mi más grande sonrisa y mis más calurosos halagos cuando te vea caminar en los huesos y semidesnuda sobre una pasarela o retratada con los pechos rellenos de silicona en la portada de una revista de cotilleo. De igual forma tendrás mi hombro para derramar una que otra lágrima cuando antes de que seas famosa tengas que soportar estoica y con tu mejor cara las vulgares proposiciones de hombres soeces y repugnantes que pensaste el mundo no podría engendrar, o cuando tengas que entubar tu flacucho cuerpecito en nylon, licra o el material que esté de moda para edecanear en las esquinas, supermercados y carnavales, contoneándote al ritmo de aplausos y de vertiginosas canciones de reggaetón; pues palabra, ese será el vía crucis que tendrás que recorrer antes de llegar a la cima donde pretenden llegar tus más fervorosos sueños.

Te repito, si quieres ser modelo, adelante. Las recompensas son muy tentadoras. Amigos, novios, excesos, halagos, viajes. A mayor o menor escala, según sea tu fama. Aprenderás a obedecer, y descubrirás que tu cuerpo será tu templo y tu belleza tu medio de subsistencia. Eso es lo que sabrás al final del camino. Eso es lo que tu papá, perdón, cierto pajarillo, quiere decirte pero no puede, porque sabe que lo ignorarás e incluso te enojarás con él. Yo no soy quién para andar dándote consejos y diciéndote como debes vivir tu vida; lo único que puedo decirte es que le des una oportunidad a tus horas de aburrición en casa. Aprende a disfrutar tu tedio. A saborear los silencios. A escuchar cada uno de tus pensamientos. Te sorprenderá descubrir que tienes una vocecilla interior que te impulsará a cuestionar el mundo. A plantearte cientos de interrogantes. A buscar respuestas. A tropezarte con los libros y descubrir un nuevo mundo en ellos. Un nuevo lenguaje. Pero, y si después de todo ello terminas llegando a la conclusión de que tu misión en la vida es invertir tu existencia en la glorificación de tu cuerpo, adelante, inscríbete a la agencia de modelaje, que yo seré el primero en aplaudirte y apoyarte, y luego, el primero en romperle el hocico al primer animal que alabe y se babee por tus curvas en el carnaval.

jueves, 15 de enero de 2009

Un castigo muy original


“Quédate siempre detrás del hombre que dispara y delante del hombre que está cagando. Así estás a salvo de las balas y de la mierda.”
- Ernest Hemingway





1




La Biblia es un compendio de chifladuras. La más chiflada de todas, es esa donde se afirma que el castigo que Dios le dio a Adán y a Eva por comer el Fruto Prohibido fue la del exilio del Paraíso Terrenal, o sea, tener que ganarse el pan con el sudor de su frente y la tontería esa de que sus hijos nacerían con el Pecado Original.


More...De original no tiene nada esta historia. De verídica, menos. Lo que yo creo (lo cual es una verdad absoluta y apabullante si le echamos una ojeada al modus operandi de Dios a través de la historia; véase las lluvias de fuego, los maremotos, las plagas, los muchos infanticidios, las úlceras, las órdenes y amagos de infanticidio a Abraham, etcétera) es que el Creador, soberbio y rencoroso como el que más, al ver que sus mascotas favoritas habían comido una manzana de su árbol exótico, montó en cólera y, con esa mente retorcida y perversa que posee, se le ocurrió el peor de los castigos: el culo.

El hombre moderno, civilizado y metrosexual de hoy día subestima este castigo, es decir, ven con indiferencia que tanto hembras como machos deban expulsar de su cuerpo kilos y kilos de mierda por los siglos de los siglos, amén; pecata minuta, todo por créenos muy listos porque salimos de las cavernas, abolimos la esclavitud, dejamos de darle cicuta a los filósofos, de prenderle fuego a los científicos y astrónomos, sobrevivimos al baño de sangre de la Revolución Francesa, creamos constituciones, la democracia, la Ley Federal del Trabajo, inventamos la televisión, el Internet, el YouTube y un santuario para cagar a gusto llamado “baño” donde están los tres mejores inventos de la humanidad: el bacín, el Charmín y el destapacaños.

Incluso (cumbre de la civilización humana), le pagamos carretadas de dinero, dejamos que se reproduzcan y se casen con nuestras madres, hermanas e hijas, y (¡esto es el colmo!) les llamamos doctores a los enfermos que sienten infinito placer por meternos el dedo en el culo cuando cumplimos 40 años.

A mi me disculparán, pero tener culo y todo la parafernalia que conlleva poseer ese oscuro orificio entre las nalgas, es un asco. El culo es un invento demoníaco. Dantesco. Horripilante. Y las personas que dicen que cagar es un placer, en realidad no son más que unos enfermos. Todos ellos. O lo que es lo mismo: los curas, los descendientes directos del imbécil que se inventó en la Biblia el Pecado Original, aquel pervertido (me niego a llamarlo atleta) que se cagó en mitad de la calle en la prueba de caminata en la Olimpíada de Seúl ‘88 teniendo el pésimo gusto de finalizar la prueba sin limpiarse el culo (orillándome a ver todas las Olimpíadas venideras con el alma en vilo y con una cubeta de plástico a mi lado por si tengo que vomitar por culpa de otro “atleta” que piense que cagar vía satélite es algo bonito), mi amigo Paco y mi hermano.


2


Mi amigo Paco era un joven con cuerpo de linebacker, o lo que es lo mismo en castellano: un apacible gordito con fuerza de oso.

-Ayer me eché una cagada patriótica –me dijo.

Según Paco la cagada patriótica es cuando tu mierda tiene tres diferentes colores: los colores de la bandera nacional.

En resumen, esa fue mi vida durante toda la secundaria. Paco platicándome a la primera hora de cada mañana las múltiples cagadas que existían en el mundo.

Lo que más me gusta del día no es rezarle a Dios sino contemplar todas las mañanas mi cagada en el bacín –me confesó Paco muy contento-. Es algo hermoso. Sublime.

Como en la secundaria fui un adolescente muy solitario, tímido y enclenque, mi único amigo fue Paco, y para no perder su amistad (y sobretodo su protección) tomé la personalidad de mi hermano. Así fue como sobreviví a la cruel y agreste secundaria: hablando ocho horas al día durante tres años consecutivos de las obras de arte que me salían del culo, o mejor dicho, que le salían del culo a mi hermano.


3


Si uno es observador termina por descubrir (un consuelo devastador) que siempre hay un enfermo en cada familia. No hay pierde. Estos enfermos aseguran que no hay mayor placer en esta vida terrenal que cagar.

Durante muchos años mi hermano fue feliz. Obviamente les estoy hablando de tiempos hasta minutos antes del día que se mudó a vivir bajo el mismo techo que su mujer. Mi hermano era Adán antes de conocer a Eva. Iba a su aire. Inmortal. Invencible. Un semidios. Además era un tipo cultísimo. Un sabio. Casi un filósofo. Pasaba horas encerrado en el baño leyendo. Desde luego, mamá y la sirvienta pagaron el abominable costo de esta educación sui géneris. Durante fragorosas horas, mamá y la sirvienta, armadas con guantes de goma, destapacaños, ácido muriático y otros menjurjes tóxicos, combatían las gigantescas y variopintas bestias que se resistían a irse de este mundo por el caño.

Al cumplir la mayoría de edad, mi hermano (ignoro si por creerse un hombre de verdad o porque mamá sufrió escoliosis) empezó a hacerse cargo por propia mano de sus monstruosas creaciones. Recuerdo que la primera vez que salió del baño tenía la cara pálida y devastada como la de las adolescentes cuando salen de una clínica de abortos clandestina. Sin embargo, a la semana empezó a agarrarle el gusto al destapacaños. Incluso se alimentaba con raciones dobles de comida no por ser un gordito sino para buscar un rival digno que le diera batalla y del cual pudiera sentirse orgulloso.

-¡Ven a ver esto, te lo ruego, no te lo puedes perder! –exclamó un día para que lo acompañase al baño; sus ojos eran los de un padre orgulloso que apunta tras el cristal de la sala de maternidad la incubadora de su primogénito macho.

Existen registros fotográficos. Cantidad. Les digo que mi hermano es un enfermo. O tal vez sea que yo soy un ignorante.

-Eres un ignorante, se llama arte moderno –me dijo indignadísimo P (otro enfermo) al ver que casi me vomito al sacar de su librero un inmenso y gordísimo libro de pastas acolchonaditas blancas, de lo que ingenuamente creí eran varios cientos de páginas con pinturas hermosas, pero que en realidad eran carpetas, todas ellas ilustradas con fotografías enormes y panorámicas de trozos de mierda flotando en retretes, que a su vez, contenían dentro de cada carpeta, decenas y decenas de fotografías pequeñas de otros trozos de mierda de diversas formas, colores y texturas.

Lo que es la vida, mi hermano, de haber nacido unos kilómetros al norte del Río Bravo hubiera corrido con mejor suerte. La gente valoraría lo que hace. Le aplaudirían. Y mucho. La clase alta e intelectual neoyorquina lo asediaría en mitad de la Quinta Avenida para pedirle autógrafos. Desgraciadamente, aquí, en el tercer mundo, tengo que almorzar con él. Y justo mientras comemos frijol con puerco, pozole, puchero, o cualquier otra comida mexicana que parezca salida del culo de un gigante con diarrea que cagó dentro de las ollas de mamá, dice lo siguiente:

-Que buena cagada me voy a echar al rato –y se acaricia el vientre de modo maternal.

Aquello es el prólogo del infierno.

Las dos horas siguientes son una remembranza y un conteo minucioso de sus mejores cagadas. Un especie de Top 10. O mejor dicho, un Top 50. O Top 100 si sale dadivoso y cuenta las cagadas más vergonzosas y espectaculares de familiares, amigos y amigos de sus amigos.

Imagino que mi hermano sólo almacena en su memoria las historias que más le impactaron o marcaron su vida para siempre.

-El otro día me topé en el hospital con un tipo que llevaba en brazos un frasco enorme de mayonesa –dijo con ojos resplandecientes-. Dentro había un cerote del tamaño de un león marino bebé.

-¡Coquito! –exclama mamá escandalizada.

-Ay, cagar es lo más natural del mundo –se defiende mi hermano tragando una enorme cucharada de fríjol con puerco.

Sin embargo, el horror muestra su verdadero rostro justo cuando tenemos invitados por cuyo torrente sanguíneo no corre sangre de nuestra familia. Un ejemplo muy ilustrativo fue una ex novia, la única mujer con la que tenía verdaderas intenciones de casarme y sentar cabeza.

-Mi vida, ¿te gusta el pescado? –le preguntó mamá a la mujer que no llegó a casarse conmigo.

-Amo el pescado, señora –dijo el amor de mi vida tomándome candorosamente de la mano por debajo de la mesa-, lástima que en el DF el pescado y los mariscos sean malísimos.

-Ay, mi cielo, eso es porque ustedes no tienen mar –dijo mamá con una sonrisa-, cuando pruebes mi comida ya verás como no paras de comer.

Todo marchó en orden hasta que llegó mi hermano y preguntó qué comeríamos y entonces se le iluminaron los ojos; síntoma ineludible de que un bello recuerdo le vino a la mente.

-Mamá, ¿tienes Pepto-Bismol?

-En la gaveta de las medicinas, Coquito, ¿por?

Hay días en los que sospecho que mamá no es que sea tonta, sino que está coludida con mi hermano para que yo nunca sea feliz con una mujer.

En un monologo irreproducible (no por falta de talento sino más bien para ahorrarles un trauma psicológico severo) mi hermano relató que algo que comió en la calle le cayó muy mal y estuvo en el baño por más de dos horas.

-Ya sabes de qué tipo de cagada te hablo, ¿verdad, Rodrigo? –me preguntó mi hermano.

Fingí no haberlo escuchado. La mujer que todavía era mi novia (aunque ahora tenía dudas) abrió los ojos sin dar crédito a lo que escuchaba en la mesa. Mi hermano, por su parte, relató con minuciosidad la consistencia de su mierda. Nos informó que al principio era un poco blanda.

-Al final fue como si estuviera orinando por el culo –dijo mi hermano con gestos y señas muy elocuentes.

Mamá llegó con la comida: pan de cazón.

-Toma, hijita –le dijo mamá a su nuera-, está riquísimo. Come.

Mi novia dudó y luego de unos segundos interminables se arriesgó a probar un pequeño bocado. Sus dedos de la mano presionaron con fuerza mi muslo. Masticó el alimento. La amaba con todas mis fuerzas porque nuestro amor era recíproco, ella tragó deprisa con los ojos cerrados mientras mi hermano relata que el otro día tuvo que parar en una gasolinera porque su estómago no aguantaba más y con horror y placer descubrió que el único bacín de la estación estaba lleno hasta el tope (perfectamente intercaladas) de varias capas de mierda y de papel higiénico.

-No había agua –dijo mi hermano-. La verdad sea dicha, yo colaboré con aquello, primero tapicé con papel de baño la última cagada, ya saben, para que no me vaya a salpicar…

Mi ex novia corrió al baño tapándose la boca con una servilleta.

-Ay, sí, que delicada tu novia –me dijo mi hermano muy indignado-. Por eso yo no confío en las extranjeras.


4


Pasados los años me mudé de casa para no tener que vivir con un enfermo que tapaba todos los días el caño del bacín con kilos de mierda. Sobra hacer la aclaración que la mujer de mi vida me abandonó porque dijo que yo era un enfermo por haber aguantado vivir tantos años de mi vida con una familia subnormal.

En mi exilio, alejado de eventos relacionados con la mierda, descubrí que el destapacaños es un invento subestimado por la humanidad, tanto o más como lo son los anteojos, el cepillo de dientes y el cortaúñas. Esto lo sé cada que me siento en el bacín de casa de mis ex novias, recordando una vieja historia que a mi hermano le gusta relatar con mucho ardor y añoranza.

A finales de los años setentas la hermana menor de papá estaba apunto de casarse. Evento inaudito y poco frecuente en su familia, ya que todas sus hermanas (seis o siete) eran unas solteronas amargadas, excepto la mayor, que logró reproducirse. Iris, la hermana menor, organizó una fiesta muy elegante e intima para darle la noticia a sus padres de que se casaría con Armando, su novio. Armando era un cuarentón viudo, bastante educado y sumamente penoso que apenas cruzó palabras con sus suegros y cuñadas durante la cena. Antes de que llegara el postre, Armando pidió permiso para utilizar el sanitario.

-Al fondo a la derecha –dijo una de sus cinco o seis cuñadas.

Los postres llegaron y Armando no aparecía.

-¿Por qué tardará tanto el novio? –preguntó al aire una de las cinco o seis hermanas de Iris.

Cuando Iris se puso de pie para ir a ver qué ocurría con su prometido, una sombra fugaz atravesó el comedor casi tan sigilosa como un fantasma, pero al mismo tiempo tan resbaladiza y babosa como la estela que deja un caracol en su andar. “Paf”, se escuchó el portazo de la puerta principal de la casa. Luego el rumor de un auto encenderse en la cochera y acelerar con un chirrido de llantas.

En la mesa todos quedaron con la boca abierta. La hermana menor de papá siguió el camino que había tomado la silueta fugitiva. Era un sendero húmedo que iba de la puerta principal de la casa hasta la puerta del baño de visitas. El baño estaba inundando. Del bacín salían borbotones de agua y pedazos machacados de mierda.

Armando Villamil Casares prefirió renunciar al amor de una mujer que al amor propio, es decir, regresar y dar la cara a una familia que tuvo que limpiar sus enormes cerotes por todo el corredor de la casa. Iris Solís Medina quedó soltera hasta la fecha porque su único prometido desapareció de la ciudad sin dejar rastro. O casi.


5


Mi hermano no se casó con una extranjera pero sí con una mujer que piensa (al igual que yo) que cagar es un asco.

-Por el amor de Dios, préstame tu baño –me dice mi hermano con ambas manos en el vientre corriendo rumbo al baño.

Vivimos en ciudades separadas por 193 kilómetros, y hay días en las que viaja dos horas a visitarme sólo para cagar como en sus viejas épocas de soltero, sin recriminaciones y sin ser desenmascarado por el amor de su vida como el enfermo que es.

Su matrimonio es un éxito porque está basado en un engaño monumental. Tras su candida apariencia de caballero esconde kilos y kilos de mierda que tiene que desalojar furtivamente lejísimos de su casa.


6


Desde las alturas (o quizás desde las profundidades), un ser Todopoderoso debe estar riéndose a mandíbula suelta. Nos castigaron con un orificio tenebroso y no veo a los premios Nobel de la ciencia trabajando en remediar esta situación. Hoy día el ser humano puede ser convertido de negro a blanco, de hombre a mujer (o viceversa, aunque con menos éxito) o aumentar de talla el busto o de tamaño el pene o modificar a su antojo cualquier parte del cuerpo que desee; sin embargo, con el tema del culo, no hay ni un solo avance.

En el mundo siguen existiendo los niños cuyos profesores no los dejan salir al baño y terminan por cagarse en sus pantalones mientras decenas de compañeros los señalan y se ríen y bautizan con sobrenombres inolvidablemente divertidos pero al mismo tiempo crueles. Para no ir más lejos yo podría nombrar a ciertos empresarios prominentes y respetables de la sociedad que se cagaron y lloraron como unos bellacos en la primaria. Naturalmente, estos jóvenes empresarios habrán borrado los penosos recuerdos de su memoria, pero por fortuna, aún existimos personas que no olvidamos y siempre estamos dispuestos a echar una mano al baúl de los recuerdos y en los reencuentros generacionales de la escuela siempre sacamos el tema en la mesa:

-Ey, Carlitos, ¿recuerdas cuando te cagaste mientras recitabas aquella poesía de Amado Nervo?

Tampoco veo avances en materia laboral. Uno puede justificarse con el jefe diciendo que tienes cáncer, calentura o hepatitis. No así si dices padecer diarrea.

-Véngase inmediatamente a la oficina, Gutiérrez –le dice indignadísimo el jefe a Gutiérrez que llama desde el baño.

¿Acaso una enfermedad que se manifiesta en el culo no es una enfermedad grave? ¿Acaso los jefes creen que cagarse en la oficina es algo que ocurre todos los días como puede ser estornudar en mitad de una junta?

Incluso Tuky, mi perro (que en paz descanse), en su senectud, sabía que cagar era algo malo. Vergonzoso. El pobrecillo avanzaba lentamente escaleras abajo y sin tiempo de salir a la terraza, en contra de su voluntad, dejaba un sendero de cerotes verdes, aguados y apestosísimos.

Abochornado, Tuky nos miraba de reojo con sus ojos de perro diciéndonos:

-Por el amor de Dios, un poco de privacidad no me vendría nada mal; cuando tengan mi edad, ya verán, humanos de mierda.

viernes, 9 de enero de 2009

Sólo un sueño


“La huella de un sueño no es menos real que la de una pisada.”
 - George Duby


Lo que a continuación les voy a relatar ocurrió en un sueño que tuve hace no mucho tiempo, así que no vayan a creer que pasó en la vida real, queridos lectores y editorialistas. En mi sueño, una prestigiosa universidad llamada X de una ciudad llamada Y me invitó a dar una conferencia “motivacional” para sus alumnos de la carrera de mercadotecnia. En el sueño me encontraba delante de un auditorio lleno de estudiantes, que como era de esperarse en universitarios, la mayoría desconectó su cerebro por una hora y los otros pocos que permanecieron despiertos invirtieron su tiempo en clavar los ojos en el capuchino calientito que tenía en una de mis manos, preguntándose de qué privilegios gozaba yo para ser el único dentro de la sala que tomaba un capuchino calientito.

Durante una hora entera hablé y hablé, y terminado mi monólogo me dispuse a escapar del auditorio, sin embargo, la organizadora del evento de Jóvenes Emprendedores (porque en mi sueño fui invitado a un evento de Jóvenes Emprendedores muy a pesar de no ser joven ni emprendedor, y mucho menos creyente en los discursos motivacionales) me pidió de favor que me quedara a escuchar la siguiente conferencia. Lo natural en mí hubiera sido recurrir a la excusa de rigor, que es la de inventar una importantísima junta de trabajo con unos editorialistas extranjeros, viendo el reloj y poniendo cara de urgencia como si fuera a llegar tarde.

No lo hice. Lo que hice fue irme a sentar al fondo del auditorio y escuchar al próximo expositor, que según me habían dicho era un gurú de la mercadotecnia.

El gurú de la mercadotecnia en cuestión resultó ser el gerente de marca de una empresa muy prestigiosa y transnacional de refrescos embotellados. El gurú presentó una muy bonita conferencia, pues a diferencia de un servidor, él sí se tomó la molestia de preparar una presentación digna de alguien que pueda llamarse un conferenciante: gráficas, estadísticas, fotografías e incluso videos. Y cuando digo videos me refiero a los incontables anuncios comerciales de la bebida embotellada que pasan a todas horas en la televisión. El gurú cautivó a los alumnos de mercadotecnia diciéndoles que la empresa para la que él trabaja es la mejor del mundo, hoy más que nunca, gracias a la nueva marca de refresco embotellado que fue a promocionar, perdón, a presentar como el modelo máximo de una eficaz mercadotecnia, pues la nueva bebida gasificada había roto todos los récords de ventas como nos lo hizo constatar con las gráficas y estadísticas que ni uno de los presentes en la sala entendía pero que no por ello dejamos de asentir afirmativamente tras cada lámina que nos presentaba, donde decía que en Australia y el Congo el refresco había vendido mil chiliones de cajas. El gurú nos dijo que en México el éxito de la bebida fue incluso mayor, todo gracias a un buen marketing. Traducción: A) Tapizaron con espectaculares y mantas toda las ciudades del país e invadieron hasta el último medio de comunicación con anuncios de la marca del nuevo producto. B) Segmentaron a su mercado: jóvenes exclusivamente de entre 16 y 19 años, extrovertidos, irreverentes, seguros de si mismos, anarquistas, globalifóbicos y metrosexuales, es decir, el 99% de los jóvenes. C) A la bebida embotellada y gasificada exitosa de toda la vida le agregaron un ingrediente secreto que mágicamente lo convirtió en un nuevo producto saludable y dietético sin perder el delicioso sabor del refresco de siempre.

Cuando la conferencia del gurú de la mercadotecnia terminó, llegó la ronda de preguntas y respuestas del público, y como nadie se animó a preguntar nada (seguramente porque todos estaban en shock con tan magistral conferencia), me aventuré a preguntarle al gurú cuál era el ingrediente secreto que hacía diferente al fantástico nuevo refresco dietético y saludable del antiguo refresco embotellado de toda la vida.

-Se llama ingrediente Z –respondió amable el gurú.

-Y este ingrediente Z, ¿causa adicción o algún efecto secundario en el consumidor? –pregunté curioso.

-Para nada, el ingrediente Z es tan natural y saludable que al cliente no puede más que causarle bienestar a su salud –respondió amabilísimo el gurú.

-¿Eso quiere decir que si yo consumo la nueva bebida dietética y saludable voy a ser más saludable de lo que soy actualmente? –pregunté emocionado.

-Desde luego –respondió el gurú.

-¿Y no importa que yo no califique en el rango de edad que establecieron y que tampoco sea extrovertido, irreverente, seguro de mí mismo, anarquista, globalifóbico y metrosexual? –pregunté de nuevo.

-Para nada, no importa –respondió el gurú.

-¿Y esta nueva bebida es más saludable que el agua? –pregunté.

-Afirmativo –respondió el gurú.

-¿Eso quiere decir que puedo suplir el agua por la nueva bebida saludable en mi vida cotidiana? –pregunté.

-Claro, faltaba más –respondió sonriente el gurú y dio por terminada la ronda de preguntas y respuestas.

Al salir de la conferencia descubrí que casi en ningún restaurante y estanquillo vendían agua, y que todos los ciudadanos eran unos gordos diabéticos, y pronto caí en cuenta que mi sueño en realidad era una pesadilla, que por fortuna llegó a su fin al despertarme. Ya despierto y espabilado lo primero que hice fue salir a la calle para descubrir con alivio que en México todos sus habitantes son jóvenes saludables y metrosexuales con la estampa y garbo de David Beckham.