martes, 15 de abril de 2014

La magia de los pueblos


-Odio mi vida –le confieso a Fiera-. No me alcanzan las horas del día para hacer las cosas que me apasionan.

-¿Cuántos años crees que tienes? ¿Diez? –me para en seco, adivinando el sinuoso camino al que pretendo encaminar mi reproche.

Poco me importa su actitud, me armo de valor y, cual bulímica, vomito con ferocidad todo lo que traigo enquistado en el estómago: 

-Me levanto a las seis de la mañana todos los días a hacer ejercicio para no ser un hombre con tetas de gorda, desayuno a la velocidad del rayo sin disfrutar lo que me llevo a la boca, te llevo al trabajo y luego me encierro en la agencia hasta la noche para crear campañas publicitarias de mierda para empresas que se dedican a vender mierda; después, paso por ti al trabajo y hago un esfuerzo sobrehumano para no caer dormido mientras manejo porque todavía tenemos que ir al súper o a comprar cloro para la piscina o a buscar la ropa limpia a…

-¡Tú crees que yo amo mi vida? –me interrumpe Fiera con los ojos inyectados en sangre.

A continuación debo ser inteligente, tengo escoger cuidadosamente cada palabra que salga de mi boca para evitar un escándalo con fatídicas consecuencias.

-Deberíamos irnos a vivir a un pueblo como mi amigo Rafa –digo en un arrebato de inspiración-. La ciudad nos está consumiendo, pagamos un dineral de renta, comida, gasolina, luz, cablevisión, internet, celulares… Todos son gastos innecesarios.

-¿Estás hablando en serio?

-Por supuesto, mira qué felices son en los pueblos. Todo el día se la pasan tomando el fresco. A las dos de la tarde dejan de trabajar para ir a la agencia más cercana a comprar caguamas. Mírale los rostros a la gente, son felices de verdad. No tienen nada, pero lo tienen todo.

-A ver, genio, dime de qué viviríamos.

-No lo sé, supongo que también podrías poner un salón de belleza.

-¿En un pueblo?

-Pues sí, en los pueblos las mujeres también quieren verse bonitas.

-¿Bonitas?

-Bueno, igual y yo puedo escribir.

-¿Y se puede saber quién te va a pagar por escribir en un pueblo?


Recuerdo que el año pasado hice algunas capturas de pantalla en mi celular de noticas que llamaron poderosamente mi atención. Se las enseño a Fiera, explicándole que el periodismo ha muerto; ahora sí podré ser una estrella literaria en los periódicos.  






-Podría escribir ciencia ficción –digo emocionado-, te repito, mi amigo Rafa se fue a vivir a un pueblo y escribió la mejor novela de ciencia ficción que se ha escrito en las últimas décadas.
   
-Rodrigo… -me interrumpe Fiera con los ojos anegados en lágrimas.

-Dime.

-Creo que tenemos que comenzar a ir a terapia de pareja.

Quedo mudo. No sé qué responder a eso. Ahora resulta que tenemos que ir al psicólogo. Otro gasto más. Desearía vivir en un pueblo. En los pueblos no existen los psicólogos. En un pueblo sí que tendría tiempo para terminar de escribir de una maldita vez mi segunda novela. En los pueblos, a diferencia de lo que creen los presuntuosos hombres de ciudad, hay gente sabia. Pienso en Rolo, el mozo de los tíos de Fiera. Un hombre brillante. De mirada tranquila. Sumergido en una vida que envidio. Un día se perdieron las llaves de la camioneta de sus patrones y luego de pasar más de una hora buscando, humildemente dijo: “Aparecieron las llaves”. Ojo, no dijo: “Encontré las llaves”. Para Rolo y para la gente de pueblo, los objetos tienen el poder de desaparecer y aparecer en diferentes lugares por arte de magia. Son gente fantástica, por eso viven rodeados de fantasía. Creen en los aluxes. En el chupacabras. En los ovnis. En los espíritus. En el Uay chivo. En la Xtabay. En infinitos y fabulosos etcéteras. “Aparecieron las llaves”, retumba esa frase en mi cabeza.

-Quieres quitar esa cara de retrasado mental y decirme si vas a acompañarme a terapia para salvar nuestra relación –dice Fiera con ojos flamígeros, sacándome de mis bellas ensoñaciones rurales.