sábado, 15 de agosto de 2015

Otro Hugo Sánchez


Este mes ocurrió algo extraño en la televisión. Extraordinariamente similar a lo acontecido en el verano del 81, cuando Hugo Sánchez, con todos los pronósticos en contra, partió rumbo a Europa a intentar lo imposible para un mexicano: triunfar. 

La televisión mexicana es esperpéntica. Se le mire por donde se le mire. Y no me refiero a las lacrieróticas telenovelas o a las eroticomedias, refritos de refritos de refritos, envueltos en sketches con cómicos obligatoriamente disfrazados de clichés. Hablo de las series de televisión. No existen. Hasta este verano, cuando Gary Alazraki, el mismo judío que obró el milagro de hacernos reír en una sala de cine con Nosotros los Nobles, tomó un proyecto llamado Club de Cuervos, y en vez de llevarlo a Televisa o TvAzteca, se fue a Netflix y colgó de un tirón 13 capítulos.

¿De qué trata la historia? Es irrelevante. Por primera vez podemos estar ante nuestro televisor, cerrar los ojos y escuchar a personas de carne y hueso, con el corazón latiéndoles con fuerza, y no a un séquito de pedazos de carne leer diálogos impresos en un libreto. Por primera vez podemos reír por la nariz sorprendidos por un comentario fuera de lugar que rompe el silencio, sin la ayuda de risas enlatadas o de payasos con disfraces de peluche. Por primera vez quedamos boquiabiertos al ver a la mujer más hermosa del mundo desfilar en nuestras narices y lo último que deseamos es verla desnuda. Por primera vez nos cuestionamos si somos putos al ver al hombre más guapo del mundo, actuando como dios manda. Por primera vez los personajes terciaros son mágicos, sencillamente inolvidables, en especial uno.

Se llama Hugo Sánchez y es el equivalente (no exagero) al inmortal señor Smithers de carne y hueso. El Gutierritos por antonomasia. El sí señor hecho hombre. El empleado todo terreno, en apariencia, sin dignidad alguna. La suela fiel del zapato del imbécil del jefe. Disponible las 24 horas del día para ser humillado. Desgarradoramente trabajador. Hacedor de tareas y misiones imposibles. Ratón de biblioteca. Personaje que por misteriosas causas cósmicas apareció en mitad de un huracán. Y se convierte indispensable. Imprescindible. Necesario como las aspirinas (por el amor de dios, háganle un spin off). En pocas palabras, la otra cara de la moneda del Hugo Sánchez de la vida real. Humilde, diligente, de poquísimas palabras. 

Pero Hugo Sánchez no sólo es eso; es un rayo de esperanza, representa la primera piedra de un camino en el que sí se puede hacer televisión con dignidad, que nos llegue a conmover, cuestionar, excitar y hacer reír sin necesidad del albur o el chiste colorado.

viernes, 7 de agosto de 2015

La frialdad de la estadística


El comportamiento humano es curioso. La raíz de nuestros miedos está basada en lo opuesto a la frialdad de la estadística. A lo que más tememos, por obvias razones, es a la muerte. Pero no a la muerte rutinaria y silenciosa, sino a la que viene escrita en mayúsculas y en negritas, en titulares de ocho columnas, es decir, la muerte poco probable.

Si en las noticias anuncian un brote de ébola en un pueblito de África, se nos corta la respiración e imaginamos a científicos con el rostro de Dustin Hoffman y Rene Russo, enfundados en trajes amarillos con mascarillas, mientras nuestros vecinos vomitan sangre. Si en la prensa leemos sobre la devastación ocasionada por un tsunami en playas asiáticas, se nos paraliza el corazón y miramos hacia el horizonte en busca de olas del tamaño de las extintas torres gemelas, aunque nuestra ciudad no colinde con el océano. 

Si la muerte viene por nosotros, damos por sentado que será a lo grande. En nuestra lista de miedos no existen nimiedades como la diabetes o enfermedades del corazón, principales causas de mortandad del país. Si acaso, de reojo miramos el puesto número ocho: los accidentes automovilísticos. Y eso, sólo porque la mayoría utilizamos un medio de transporte para llegar al trabajo, escuela, etc.

En caso de abordar camiones o combis, lo hacemos muy tranquilos, bostezando; incluso hay quienes han aprendido el arte de dormir de pie, aferrados a una barra de metal como canarios. ¿Han visto a algún pasajero persignándose mientras sube las escalinatas del camión? Deberían, pero nadie lo hace, pese a que todos los días, religiosamente, en la prensa amarillista exhiben fotografías de camiones y combis volcados en la calle, con algún titular chispeante para arrancar la macabra carcajada del lector.

Lo mismo ocurre al subirnos a un coche. Jamás veremos a nuestros vecinos, o a nosotros mismos, salir de casa y encomendarnos a todos los dioses, pese a que ayer, anteayer y toda la semana pasada, detrás de la ventanilla del auto, divisamos con mirada morbosa a patrullas y ambulancias rodeando un carro incrustado en un poste de luz, o dos vehículos prensados uno contra otro. Porque si hemos de morir, tiene que ser por el complejo despliegue de un operativo cosmogónico, cuando en realidad sólo tienen que haber dos factores: tú y alguien al otro lado del volante que ignore una señal de tránsito. 


domingo, 2 de agosto de 2015

Cómo afrontar la crisis


Llegó agosto y a nadie sorprende que el hombre más peligroso del mundo siga prófugo. Si algún día logran capturar a El Chapo, lo hará el cuerpo de inteligencia norteamericano; en México todavía permanecemos en estado de shock por la sorpresiva destitución del director técnico de la Selección Nacional de fútbol por cruzarle un bolado al cuello al narrador Christian Martinoli.

La verdad sea dicha, me subo al barco de los inconformes. Nunca antes los mexicanos tuvimos a un entrenador que nos representara tan fielmente: enano, con sobrepeso, lépero y en extremo violento. Miguel El Piojo Herrera no es culpable de nada más que de comportarse como Miguel El Piojo Herrera. En todo caso la culpa es de los federativos, en primera instancia por nombrarlo entrenador, y en segunda por hacer oídos sordos al agredido, quien en incontable número de ocasiones advirtió tanto en medios impresos como en entrevistas para la radio y televisión, que el día que se encontrara de frente con El Piojo sería víctima de insultos y golpes.

Entonces sucedió lo que todos sabíamos que sucedería. Pero el hubiera no existe. El Presidente de la Federación Mexicana de Fútbol (obligado por la presión de medios de comunicación y aficionados disfrazados de suizos) muy a su pesar anunció la destitución del hombre que acababa de darle un campeonato con nulo valor deportivo pero valuado en millones de dólares, cuando la solución era en extremo sencilla: lo único que tenía que hacer, antes que los perros comenzaran a ladrar, era convocar a una rueda de prensa para informar que un acto vandálico de esta índole era imperdonable, sin embargo, había que reconocer que éste fue un evento atípico, impredecible, con un alto grado de factor sorpresa, ya que las medidas de seguridad en las concentraciones de la selección mexicana incluían video vigilancia y monitoreo permanente conformado por más de 750 cámaras, puntos de revisión y módulos de aislamiento para directores técnicos de alta peligrosidad. Además de estas medidas, especialmente a El Piojo se le había colocado un brazalete preventivo para su localización en las concentraciones, y, dentro de su habitación se había instalado un sistema de vigilancia de circuito cerrado que siempre estuvo funcionando y monitoreando en 3 turnos durante las 24 horas del día. Por razones de derechos humanos y de respeto a la intimidad, todos estos sofisticados sistemas de seguridad dejaban de operar al momento que El Piojo ponía un pie fuera de su habitación. Por ello, de ahora en adelante, redoblarían esfuerzos para contener la cólera del técnico al momento que sea cuestionado por envidiosos periodistas parlanchines, porque los momentos de crisis son para afrontarlos, no para renunciar, sólo los cobardes huyen levantando las manos como nenitas en vez de plantarles cara y responder con puñetazos a la mandíbula, o sea, como todo macho mexicano que se dé a respetar.   


viernes, 24 de julio de 2015

Los profesionales


Si eres mi mamá o una amiga de mamá o un neófito en materia futbolística, estás en lo correcto: la Copa Oro, esa cosa que pasan por la televisión de la que todos están hablando en redes sociales, es un evento igual a la lucha libre, donde tanto directivos como participantes y espectadores saben desde antes de que dé inicio quién será el ganador. 

Incluso en el jardín de niños, cuando va a realizarse un torneo de cualquier cosa que ustedes imaginen, por decoro o decencia hacia los infantes, lo primero que se hace es un sorteo para ver quién se enfrenta a quién. Nimiedades como esta no existen en la Copa Oro. Tras bambalinas, una mano santa dictamina que Estados Unidos y México sólo pueden enfrentarse hasta el partido final. Entrelineas (o mejor dicho, en la cara) le dicen al resto de los participantes: gracias por venir amigos centroamericanos y del caribe, actúen con naturalidad, como ustedes saben hacerlo, o sea, mal; hagan lucir a nuestras dos bellas estrellas, necesitamos un desenlace apoteósico, hollywoodense, con la taquilla vendida.

Entonces, en pantalla, los hombres corbata, en vez de producir la película de acción del verano, terminan realizando un dramón. Los extras de la película, indignados por obvias razones, se rebelan, le cortan la cabeza a uno de los protagonistas y al otro le dan una estocada de muerte. Sin embargo, habiendo tantos millones de dólares en juego, los hombres corbata le dicen al director de escena que haga su maldito trabajo, que para llevarse sorpresas mejor van al cine.

México llega a la final gracias a uno de los atracos más descarados en la historia del fútbol. La prensa le pregunta al capitán si por su cabeza pasó la idea de patear  afuera el penal que le regalaron, éste se sincera y declara que sí, pero que al final él es un profesional, además, si uno hace memoria, también le ha tocado estar del otro lado y ningún jugador contrario se tocó el corazón, a fin de cuentas esto es fútbol, a veces te da y a veces te quita, si era o no penal eso no era cosa suya.

Si el mundo se tratara de no pensar, de acatar órdenes a ciegas, de evadir el contexto que nos rodea, debiéramos levantarle una estatua al señor capitán de México. Sin embargo, en el mundo real, toda actividad en la que nos desempeñamos debe y tiene que ser de nuestra incumbencia. De lo contrario, pasa lo que pasa: el soldado aprieta el botón que dispara un misil sobre la casa del terrorista que vive en una colonia llena de familias; el contador público cuadra las cuentas millonarias del funcionario público; el obrero de la empresa abre la llave de desechos tóxicos sobre los ríos; el periodista omite cifras y datos de sus reportajes que puedan incomodar al Gobernador; narradores de televisoras patalean y exigen por dignidad que el capitán de México eche la pelota afuera, pero al ver el balón mecerse al interior de las redes, gritan en automático el gol con sus redondas o repetidas hasta el infinito.

No en balde Camus afirmó que todo cuanto sabía con mayor certeza sobre la moral y las obligaciones de los hombres, se lo debía al fútbol.