lunes, 29 de diciembre de 2008

Recuerdos navideños


“Así se avanza en la vida: Primero uno cree en Papá Noel, luego uno no cree en Papá Noel, y al final uno es Papá Noel.”
- Un Papá Noel


1


Cuando era muy niño, la noche de navidad las pasábamos en casa de los papás de papá. Los papás de papá eran gente muy extraña. Hasta la fecha me resisto a llamarlos abuelos. Mis únicos abuelos fueron los papás de mamá. Ancianos que me dieron calor, amor, educación y todas esas cosas que le hacen a un niño sentirse orgulloso de formar parte de una familia.

More...La casa de los papás de papá era enorme. Tenía un jardín enorme. Una terraza enorme. Y eso es todo lo que recuerdo de esa casa enorme porque la mamá de papá no nos dejaba correr y explorar el interior de su casa tal cual como lo hacíamos mi hermano y yo en casa de nuestros abuelos.

En resumidas cuentas la casa de los papás de papá era un santuario ajeno. Un sitio extraño el cual visitábamos sólo la noche de navidad porque si decidíamos ir en otra fecha, como podía ser el Día de la Madre o el cumpleaños de alguno de los papás de papá, mamá se cansaba de tocar el timbre de la casa enorme y nadie nos abría, muy a pesar de que en su interior había mucha gente que nos observaba desde detrás de las cortinas de las ventanas.


2


Mi hermano era muy curioso y le gustaba explorar los lugares que no conocía. Sin que nadie se diera cuenta se escabullía de los adultos y se marchaba a descubrir lugares desconocidos.

-Detrás de la cocina vive una vieja de un millón de años –me dijo mi hermano en secreto.

Tiempo después mamá nos confesó que la anciana que dormía en el cuarto que estaba detrás de la cocina era la mamá de la mamá de papá.

No recuerdo haber besado nunca a esa señora. Tampoco recuerdo haber ido a su funeral.

Una navidad mi hermano me permitió acompañarlo a una de sus expediciones. Subimos a la planta alta de la casa y descubrimos muchas puertas. Todas tenían llave. Fue una expedición breve y desangelada.


3


No recuerdo cuántas hermanas tuvo papá. Esta laguna mental la atribuyo al hecho de que a estas señoras sólo las veía una vez al año. Aunque aventurándome en calcular un número, me parece que eran como 6 ó 7. Mismas que (excepto una), lucían idénticas. Es decir, eran igualitas a los roqueros de los años ochentas. Para más referencias, a los integrantes de Twisted Sister.

Mamá hizo lo indecible para granjearse la amistad de esas señoras pintarrajeadas como payasos pero ni una de ellas (salvo una) se dignó nunca a sonreírle. Ni siquiera la menor de ellas, que dicho sea de paso, fue la madrina de bautizo de mi hermano.

Mamá atribuyó este extraño comportamiento a que ni una de ellas (salvo una) logró casarse y luego reproducirse.

Cuando llegó la hora del intercambio de regalos y todos estábamos sentados alrededor del arbolito de navidad, el hijo de tía Loraine (la única hermana de papá que logró reproducirse) apareció disfrazado con una blusa más ceñida y más pequeña que la de la chica chiquitibum, sobre la cabeza llevaba un pañal, cubriéndole los ojos unos lentes oscuros, en los pies calzaba unos tacones rojos y en la mano sujetaba un pepino a manera de micrófono.

Al verlo bambolear las caderas, un silencio incómodo se apoderó de la casa enorme. Todos los adultos intercambiaron miradas sorprendidas y oscuras hasta que el papá de papá se aventuró a decir algo:

-Guau, miren, es Michael Jackson.

-No, abuelito –dijo el pequeño hijo de tía Loraine sacando de su error a su abuelito-. Soy Daniela Romo.


4


Al terminar la cena de navidad, mamá siempre intentaba (con poco éxito) despedirse efusivamente de su suegra, muy a pesar y a sabiendas de que la vieja bruja la aborrecía con toda su alma por ser una mujer completamente diferente a ella, o sea, por ser una jovencita blanca, refinada, de buenos modales, que siempre vestía al último alarido de la moda y que conjugaba todos los verbos sin finalizarlos con la letra “s”.

-Despídanse de su abuelita –nos decía mamá a mi hermano y a mí cuando escapábamos de la casa sin despedirnos.

Invadido por el espíritu navideño señalé con el dedo índice la noche estrellada jurando haber visto a Santa Claus volar sobre el techo de la casa de los papás de papá. Mamá sonrió, me acarició los cabellos, me dijo que sí, que Santa acababa de cruzar el cielo tirando de sus renos voladores y luego agendó mentalmente una cita con el oftalmólogo que días después me diagnosticaría un caso crónico de miopía.

-Yo me voy en el auto de papá –dijo mi hermano.

-Yo también –dije secundando a mi hermano.

Papá aceptó gustoso. Mamá le hizo una mueca extraña a papá. Papá le devolvió otra mueca extraña a mamá para tranquilizarla. Mamá hizo una mueca de no estar tranquila.

Aquella navidad papá y mamá habían llegado en coches separados porque papá tuvo que pasar a la juguetería a recoger todos los regalos que le habíamos pedido a Santa Claus, mismos que metió (o creyó meter) en la cajuela de su auto.

Al abordar el coche descubrí bajo el asiento de papá un regalo al cual no pude resistir el deseo de desnudarlo de su envoltorio. Jamás olvidaré la cara de Mumm-Ra, “La Momia”, mirándome desde su empaque plastilizado. Los ojos negros sin vida, la boca atascada de dientes horripilantes y el cuerpo marchito envuelto en vendas: el vivo retrato de mi abuela antes de morir.

-Bienvenido al mundo real –dijo mi hermano con una sonrisa maliciosa.


5


Desde pequeño me pareció disparatada la lógica que utilizaba Santa Claus para realizar la repartición de sus regalos. Es decir, mamá y papá siempre me dijeron que la cantidad de regalos que uno recibía era en medida proporcional a lo bien o mal que te habías portado durante el año. Sin embargo, uno de mis vecinos que era tan bueno como pobre, cada navidad recibía un solo juguete. Bajo una maceta decorada con esferas (su familia no tenía dinero para comprar arbolito de navidad) siempre le aguardaba uno de esos luchadores de plástico de tres pesos que te ganabas como premio de consolación por jugar a las canicas en la feria; luchadores de ínfima calidad que los fabricantes no contaban con el presupuesto, tiempo o delicadeza de cortarle las rebabas sobrantes de resina en pies y manos, dando la impresión al Rayo de Jalisco, Blue Demon y El Santo (había que imaginar que eran ellos porque por lo general ni siquiera venían pintados), de tener patas del pato Donald y manos del monstruo de la Laguna Negra, aquel renacuajo que salía por sorpresa de una bañera en la película de Pepito y Chabelo contra los monstruos.

A diferencia de mi vecino, yo era un niño insoportable. Una bestia consumista e insaciable que de vez en cuando lograba ser contenido (no del todo) cuando mamá me decía que la casa estaba llena de cámaras de video desde donde los Legionarios de Cristo monitoreaban mis movimientos las 24 horas del día.

Por fortuna, los Legionarios de Cristo nunca boletinaron mis videos al Polo Norte, de lo contrario mi infancia hubiese sido miserable sin la cantidad grosera de juguetes que recibía año tras año.

Desde luego no todo fue felicidad. No hubo 25 de diciembre en el que yo llegara corriendo al árbol de navidad y no descubriera todos mis juguetes fuera de sus cajas de regalo.

-Los duendes no tuvieron tiempo de envolverlos –me decía mi hermano jugando con mis juguetes.


6


Desde la puerta de arribos internacionales del pequeño aeropuerto de la ciudad, papá llegaba cargando una maleta. Regresaba de un breve viaje de negocios a los Estados Unidos. Aprovechando que los tratados de libre comercio no eran lo que hoy día, mi hermano y yo le encargamos a papá una lista interminable de artilugios nunca antes vistos en el tercer mundo. Verle llegar aquella mañana navideña sólo podía significar una cosa: juguetes. De ahí que no fuera de sorprender que lo primero que hiciéramos antes de saludarlo fuera abalanzarnos sobre su maleta como un par de hienas hambrientas.

-¡Es una porquería! –grité rodando convulso sobre el piso del aeropuerto.

Una nave espacial que emitía epilépticas lucecitas acompañadas de un horrendo sonido intergaláctico era lo único que había dentro de la maleta de papá. En castigo pataleé como un enajenado y en cuestión de segundos un tumulto de desconocidos (tanto coterráneos como extranjeros) observaban horrorizados a un niño poseso por los seis demonios de Emily Rose.

-Tranquilo, Santa te traerá todo lo que le pidas –me dijo papá avergonzado.

Sospecho que la orgullosa paternidad de papá empezó a irse a pique desde aquella mañana.


7


Papá murió en vísperas navideñas del año 2000. Un derrame cerebral cegó su vida. Murió sin conocer a sus nietos. Sin mirar a su hija convertida en mujer. Y sin sospechar que yo escondía a un escritor debajo de la piel.

Su mamá y sus hermanas (excepto una) no asistieron a su funeral. Dijeron que su muerte fue culpa de mamá.

Cuando papá agonizaba en la cama del hospital y me permitieron verlo por última vez, quedé petrificado al observarlo conectado a una máquina. No parecía estar dormido. Tampoco muerto. Tomé con vergüenza su mano porque un par de enfermeras no me quitaban los ojos de encima. Siempre había imaginado que de estar en una situación donde hay que dar un discurso de despedida a algún ser amado, éste sería tan emotivo como los discursos que se dicen en las telenovelas.

No fue así. Lo único que pude decirle a papá fue que me perdonara por haberle dicho que era una porquería la nave intergaláctica que me regaló cuando yo era un niño.


8


Mamá fuma a escondidas. Cuando sus nietos pequeños la pillan fumando ellos se tiran de los pelos, gritan, lloran y la acusan con mi hermano.

-Te vas a morir abuelita, no fumes –le dicen con lagrimones en los ojos.

La mamá de papá murió de cáncer. Fue un día como cualquier otro. No sentí nada. No fui a su funeral.

La casa de los papás de papá ya no me parece tan grande. En las navidades es la única casa de la colonia que no tiene foquitos de navidad. Allí viven 6 ó 7 mujeres. Solas. Sin hijos. Rodeadas de decenas de gatos. Todos castrados.


sábado, 27 de diciembre de 2008

Estafa navideña


“La ingenuidad en los adultos es muchas veces encantadora, pero cuando se suma a la vanidad es imposible distinguirla de la estupidez.”
- Eric Hoffer


Quién se lo hubiera podido imaginar. Si se veía tan formal y tan serio el joven. Sobre todo después de ofrecerles fama, fortuna y el estrellato internacional en bandeja de plata. Él sí que era un caballero, de esos de las grandes ligas. De los que no se andan por las ramas. Todo un profesional. Y cómo no lo va a ser, si hasta les dio su tarjeta donde bien claro decía que era un Garza Sada. Y si alguna de ustedes llegó a albergar la menor de las dudas, esta fue rápidamente disipada cuando casi desfallece una de sus colegas al descubrir que el chico con el que estaban tratando era el heredero de los fundadores del Tecnológico de Monterrey y la cervecería Cuauhtémoc-Moctezuma, entre sabrán Dios y Quetzalcóatl cuántos otros negocios más.

More...No las culpo por fracasar en su intento de ocultar su emoción. De sonrojarse como unos tomates y de sentirse halagadas de que un personaje tan ilustre haya posado los ojos en ustedes. Pero tontas no son; algo en su interior les alertaba que la cosa no podía ser tan fácil. Por eso el empresario (porque el chico era todo un empresario, que ya les había confesado su intención de convertir Mérida en una ciudad tan industrializada y cosmopolitita como Monterrey), acostumbrado a lidiar con provincianos desconfiados, desenfundó su mejor y más blanca sonrisa llena de dientes perfectos en señal de buena fe, de que todo marchaba sobre ruedas. No titubeó. No sudó. Nervios de acero los del chico. Lástima que detrás de todo ello y debajo de su indumentaria de esas de diseñador que anuncian en las revistas que tanto les gusta leer, se escondía agazapado un tiburón de sangre fría. Y antes de que la primera de ustedes se percatara de algo ya estaban todas haciendo fila en un centro comercial como un rebaño de corderitos para darle sus números de celular, las direcciones de sus casas y los números de sus cuentas bancarias para que el juvenil magnate les depositara los 150 mil pesos por las cuatro pasarelas y la sesión fotográfica para las que las contrataría. Lo mejor de todo es que no habría casting, todas serían aceptadas, incluso las que no lucían como unos esqueletos. Lo único que tenían que hacer era entrar a la tienda Zara y probarse unos cuantos kilos de ropa, misma que les regalarían. El gerente de la tienda transnacional también se emocionó con el asunto, y cómo no, al ver tanto revuelo sólo tuvo que multiplicar a las modelos por el número de cambios de ropa que modelarían y a ojo de buen cubero la cosa pintaba para algo grande, como debe de ser; no se podía esperar menos de un gran empresario regiomontano, aún si su tarjeta de crédito no la leyera la maquina de la tienda, cosa sin importancia que a veces ocurre con la tecnología que no respeta ni a los más ricos.

Todo era felicidad. Incluso sus madres se emocionaron. Y cómo no. Ni a la mamá de Lucerito le prometió tanto Sergio Andrade. Trato VIP. A donde viajaran lo harían con sus progenitoras, que las cuidarían como mamás patitas. Y qué bueno, porque ellas ya se podían ver en los desayunos, presumiéndoles a las arpías de sus amigas que ahora tenían unas hijas súper estrellas. Modelos de verdad. Nada de pasarelas en centros comerciales o edecaneo barato en la puerta de una cantina. De ahora en delante, de angelitos de Victoria’s Secret para arriba.

El celular del joven empresario sonó. Se excusó un momento argumentando que era una llamada de su abuelo. Lástima que Don Garza Sada murió hace años, y ustedes al ignorar este insignificante detalle le devolvieron una sonrisa cómplice. El chico regresó pidiéndole a una de ustedes las llaves de su carro, en el que dijo haber olvidado unos documentos importantísimos, y en el que ustedes tan amablemente lo paseaban durante su estancia en Mérida, porque él no tiene vehículo en la ciudad a pesar de ser tan millonario.

Tras quince minutos de esperar a que volviera, más de una empezó a preocuparse. Aunque igual y era que el abuelo extrañaba al nieto y se estaban poniendo al corriente de sus vidas. Cuando pasaron otros diez minutos decidieron ir a buscar al nieto del Rey Midas sólo para encontrar el automóvil abierto y abandonado. Invadidas por el pánico revisaron la guantera y descubrieron que faltaba un sobre con más de dos mil pesos. Por suerte el empresario dejó las llaves del auto asentadas en uno de los asientos. No así la llave de la casa. El terror se apoderó de todas. A toda prisa fueron a la casa, que, oh sorpresa, había sido robada. Temblaron. Sobre todo las que en la entrevista dijeron que para estas fechas decembrinas pasarían las vacaciones fuera de la ciudad.

Ahora algunas de ustedes sugieren ir al periódico a sacar un desplegado para denunciar a este terrible criminal para que no sea la de malas y en esta navidad en vez de que Santa entre por la chimenea lo haga el nieto Garza Sada, y se lleve hasta la última esfera del pino de navidad.

¡Santas pasarelas! Quién se lo hubiera imaginado. Yo que pensaba que el mundo era más dulce que un turrón catalán. Un lugar con un superávit de seres humanos bondadosos, dispuestos a echar la mano siempre al prójimo más necesitado, y sobre todo en estas bonitas fechas cuando se celebra el nacimiento del niño Jesús, y todos andan muertos de ganas de besarse en las bocas y estrecharse las manos unos a los otros, incluso fuera de la Iglesia. Un mundo tan genial que no deja resquicio alguno a gente de mente cochambrosa, sobre todo en la castísima y azucarada profesión a la que ustedes se dedican en cuerpo y alma, cuyo loable objetivo es el enaltecimiento de la belleza, sin ningún interés de por medio que no sea el de respetar el cuerpo y la integridad de las modelos.


viernes, 26 de diciembre de 2008

Locas fiestas


“La demencia en el individuo es algo raro; en los grupos, en los partidos, en los pueblos, en las épocas, es la regla.”
- Friedrich Nietzsche



Navidad es la temporada perfecta para deschavetarnos. Para prueba de ello, pondré el primer ejemplo que se me viene a la cabeza, uno muy universal (meto las manos al fuego te habrá ocurrido el día 24), es decir, los mensajes al celular. “Que en esta época de amor, el niño Jesús bendiga a toda tu familia. Juan Pérez”. “Fulanito de Tal le desea en esta Navidad paz y amor”. Sin duda, ternuras de mensajes. El problema es que Juan Pérez y Fulanito de Tal son tus amigos más soeces de cantina; personajes de léxico piratesco y de dudosa reputación que nunca sospechaste te hablarían de usted y menos que profesarían el amor y la religión católica de manera tan melosa. También ocurre el caso (y éste es todavía más desquiciado que el anterior), en que Juan Pérez y Fulanito de Tal son unos perfectos extraños de no ser porque son amigos de los amigos de tus amigos de cantina o de burdel que en un arrebato de camaradería (producto de ingerir cantidades groseras de alcohol) intercambiaron números de celulares prometiéndose llamar unos a los otros para salir algún día, cita que desde luego jamás ocurrió, y es hasta el día 24 y/o 31 de diciembre cuando Juan Pérez o Fulanito de Tal aparecen nuevamente en tu vida diciéndote lindezas como “En esta Navidad y Año Nuevo, que el niño Dios haga realidad todos tus deseos y sueños iluminando tu hogar con alegrías y dichas”.

More...Al trigésimo cuarto mensaje navideño de tus amigos y de los amigos de tus amigos comprendes dos verdades: uno, sus mensajes ausentes de faltas ortográficas y rebosantes de ñoñés fueron copiados de alguna página de Internet de frases cristianas, ñoñas y navideñas; dos, Carlos Slim es y seguirá siendo el hombre más rico del mundo.

Otro tipo de locura propia de esta temporada la encontramos en los comerciales que transmiten en la televisión. En México nieva en escasísimos lugares, y allí la nieve sólo significa una cosa para sus paupérrimos habitantes: tragedia. Sin embargo en los comerciales ocurre todo lo contrario: modelos muy bien peinados y acicalados aparecen deseándote felices fiestas desde lujosos departamentos minimalistas con grandes ventanas donde puede verse como caen hermosos copos de nieve muy navideños y mexicanos.

La decoración de las casas (por dentro y por fuera) es otro punto que acentúa la locura en estas fechas. Es difícil aceptarlo, pero por un segundo seamos objetivos y repasemos nuestra demencia: un pino (natural o artificial), muñecos de nieve y caramelos inflables, foquitos multicolores (con villancicos incluidos), un nacimiento con figurillas humanas y animales de cerámica, etcétera y mil chiflados etcéteras. Una decoración de este tipo sólo podría ocurrir en la mente de tres personas: en la mente de un desquiciado (o asesino serial), en la de Pee-wee Herman o en la de una persona que para salir a la calle se viste de la siguiente manera: impermeable de bombero; en la cabeza, un casco de constructor; amarrado al cuello, un estetoscopio; en una mano, una manopla de beisbolista; en la otra mano, un guante largo y rosado como los de Marilyn Monroe con la cual sujeta un paraguas con un enorme carrusel en la cresta; en los pies, unos calcetines multicolores de Punky Brewster adornados con unos patines (de hockey); y para cubrir sus partes nobles, una elegante falda escocesa.

Esta locura colectiva que asimilamos y aplaudimos y disfrutamos de muy buena manera (y la cual es irreversible), creo yo tiene sus orígenes en nuestra niñez, cuando nuestros padres nos sobornaban y controlaban para que nos portásemos bien en casa y sacáramos buenas notas en el colegio prometiéndonos que una vez al año un viejo gordo y ario de cabellera y barba larga y cana disfrazado en terciopelo rojo vendría desde el lejano Polo Norte en un trineo tirado por unos renos voladores (comandado por un reno de nariz roja brillante) para entrar por la chimenea de casa (sin importar que en México el único lugar donde existen las chimeneas sea en las fabricas que contaminan las ciudades) y dejarnos todos los regalos que nuestra imaginación y la fuerza de nuestra mano pudiera redactar en una carta.

Si esto no es una locura, quisiera saber yo qué es.



martes, 23 de diciembre de 2008

Una declaración literaria


Los entendidos en la materia (entiéndase: sociólogos, economistas, politólogos, etcétera) dicen que en México alrededor del 80% de la población no paga sus impuestos porque los mexicanos somos bichos de mala entraña, unos tramposos. Mi teoría (llámenme loco) es que estos calificativos y porcentajes disparatados son puras pamplinas, lo que en realidad ocurre es que los mexicanos preferimos arriesgarnos a ir presos bajo el cargo de evasión fiscal antes que admitir que somos unos ineptos en eso de calcular los impuestos que por obligación debemos pagarle a nuestros gobernantes, para que a su vez ellos puedan mandar a estudiar al extranjero a sus retoños, regalarle las tetas nuevas que le prometieron a sus hijas al cumplir las dieciocho primaveras, la reconstrucción facial de sus estiradas esposas, las letras del departamento de sus amantes, etcétera.

More...-Señor Solís, ya le hemos advertido que usted mismo debe llenar su bitácora de impuestos.

-¿Quiere que le pague los impuestos o no?

La mujer gorda de detrás del escritorio reprime su furia, toma con virulencia mi bitácora de pago de impuestos, saca una calculadora y me pregunta balanceándose sobre la delgada línea entre la cortesía y la grosería cuáles fueron mis ingresos del mes pasado. Yo, que soy un buen ciudadano que paga puntualmente sus impuestos (de lo contrario me cobran un recargo o impuesto por no declarar a tiempo, haya o no tenido ingresos en el mes) saco de mi bolsillo un talonario de recibo de honorarios y se lo muestro a la mujer gorda.

-¿Es usted una persona física o moral?

-¿Perdón?

-Olvídelo… déme ese talonario.

Le entrego el talonario a la mujer gorda. La mujer gorda me mira con desconfianza y me pregunta si he sacado correctamente el 15% de IVA y las retenciones pertinentes del ISR e IVA.

-Oiga señora…

-Señorita

-Señorita, a diferencia de lo que usted pueda creer (la mujer gorda no deja de mirar alternativamente mi cabellera alborotada y el logotipo del carnaval del 98 estampado en mi camiseta llena de agujeros), yo sí que me quemé las pestañas cinco años en la universidad.

Naturalmente no fui yo quien calculó esos porcentajes incomprensibles para mi diminuto cerebro. Jamás fui bueno con los números en la escuela. Así que, cuando los periódicos y las revistas empezaron a exigirme recibos de honorarios, le pedí el favor a un amigo desempleado pero graduado en contabilidad que me salvara de ir prisión porque desde pequeño crecí viendo películas gringas donde a todos los mafiosos los encerraban en la cárcel por no pagar sus impuestos.

-¿Cuáles fueron sus gastos, señor Solís?

-Ni idea. Tenga

La mujer gorda reprime un impulso de reventarme una cachetada cuando esparzo sobre su escritorio una cantidad grosera de papeles que vacío de mi cartera.

-No me mire con esa cara, señorita. Un amigo contador me dijo que era legal evadir impuestos.

-Se llama deducir impuestos.

-Lo que sea. Dedúzcalos, por favor.

La mujer gorda, con rostro de satisfacción, me dice que para deducir impuestos sólo se aceptan facturas. Nada de notas.

-Señorita, el dueño del gimnasio al que voy me dijo que no entrega facturas, sólo notas. Léala, ahí esta mi nombre escrito, no le estoy mintiendo. Bien clarito lo puede leer.

-Mire, aunque esa nota del gimnasio fuera una factura, dudo que pueda deducirla.

-¿Por qué?

-Según parece, usted es escritor.

-No parece, señorita. Soy escritor.

Entonces inflamo el pecho como un pavo real y la mujer gorda también inflama el pecho, pero no como un pavo real, sino más bien como uno de esos mamíferos acuáticos que podría ser un león marino antes de aparearse.

-Señor Solís, ¿qué tiene que ver un gasto en el gimnasio con la profesión que usted desempeña?

-Mucho. Figúrese que soy un escritor muy versátil (miento), y de vez en cuando me encargan escritos sobre gimnasios (vuelvo a mentir).

-Dudo que el auditor se trague eso, porque en ese caso, sospecho que no es necesario pagar un mes entero en un gimnasio para hacer un escrito como los que usted realiza en media hora.

-Señorita, evite andar sospechando cosas. Para su información, hacer ejercicio es la fuente de mi inspiración; mientras levanto pesas me vienen las más fabulosas epifanías que me ayudan a escribir mentalmente los capítulos de mi novela.

La mujer gorda abre los ojos y la boca, ahora sí, como un león marino apunto de aparearse.

-Señor Solís, su recibo de honorarios es por artículos periodísticos, aquí lo dice bien clarito de su puño y letra en la casilla de concepto de pago, no veo nada que diga que le paguen por escribir novelas. Y si me permite agregar algo, así como lo ve, sólo estoy tratando de ayudarle; si le llegan a hacer una auditoría, Dios no lo quiera, y usted dice eso de recibir epifanías fabulosas mientras hace ejercicio, no lo encerrarán en la cárcel, no señor, sino en un manicomio. Pero en fin, ese es su problema, así que le recomiendo que le pida al dueño del gimnasio una factura.

-Ya le dije que el dueño del gimnasio me dijo que no maneja facturas.

-Y yo ya le dije que no acepto notas. Nada más facturas.

-¿Qué significa eso? ¿Qué el dueño del gimnasio no paga impuestos?

-Sí paga impuestos. Lo que ocurre es que seguramente está dado de alta en Hacienda como pequeño contribuyente.

-Pero sí el gimnasio es muy grande y siempre está lleno de gente y de periodistas. Además, el dueño es senador o regidor del PRD. O algo así. Ni más ni menos quiere ser el futuro gobernador de Campeche. El tipo no puede ser un pequeño contribuyente.

-A la hora de pagar impuestos todos somos iguales. No hay preferencias.

-Ya lo veo, en ese caso quiero ser como él, así que por favor, déme de alta como pequeño contribuyente.

-Señor Solís, usted es escritor.

-Pero muy pequeño, señorita. Insignificante. Nadie me lee. Es un milagro que yo esté aquí. Los dueños de los periódicos se deschavetaron al insistir en pagarme.

La mujer gorda pone los ojos en blanco. Respira profundo, sigue revisando los papeles que dejé sobre su escritorio y me dice que las facturas de gasolina tampoco sirven.

-¡¿Cómo que no sirven?!

-Tranquilícese, señor Solís. O llamo a seguridad.

-¿Sabe cuánto me cuesta la gasolina?

-No, no lo sé. No tengo coche.

-Pues entérese, mucho dinero. Así que deduzca la gasolina.

La mujer gorda me explica (de buena gana, al parecer su estado de ánimo dio un giro de 180 grados al presenciar mis desgracias) que por ley ahora hay que pagar la gasolina con tarjeta de débito o crédito u otro medio electrónico. Nada de efectivo. Una medida astuta del gobierno para que la gente no deduzca impuestos con notas de gasolina que no son suyas.

-Señorita, le juro por las cenizas de mamá que las notas que facturé son mías.

-Su mamá no está muerta.

-¿Cómo dice?

-Nada.

Le explico a la mujer gorda que la gasolinera donde cargo gasolina no acepta tarjetas. Sólo dinero en efectivo.

-Pues cargue gasolina en las gasolineras del grupo GES.

-¿Grupo GES?

-Las que son propiedad del señor Juan Camilo Mouriño.

-Creí que dijo que no tenía coche.

-Sólo le estoy tratando de ayudar.

-Pues no parece, no voy a gastar toda mi gasolina para ir hasta las gasolineras del señor Mouriño, que por misteriosas causas usted me está recomendando en este preciso momento.

-No le estoy recomendando nada, así que haga usted el favor de hacer lo que le plazca, pero estas facturas de gasolina donde al parecer usted despilfarra todo su mísero sueldo, no sirven para deducir sus impuestos.

Me pongo colorado. Me indigno y en mi mente digo muchas palabrotas. La mujer gorda se relame los bigotes. Puede que me este volviendo loco de la rabia pero la mujer gorda parece estar excitada. Sin embargo, lo que ella no sospecha es que tengo un as bajo la manga. De la cartera saco una factura. Nuevecita. Con los datos de mi RFC perfectamente escritos en ella.

-¿Qué es eso?

-Mi pasaporte a no pagar impuesto este mes, señorita.

La mujer gorda mira la factura y se le ilumina la cara como un sol.

-Temo desilusionarlo una vez más, señor Solís.

-¿Por qué?

Palidezco. La mujer gorda sonríe. Me dice que todas las facturas mayores a dos mil pesos tienen que pagarse con tarjeta de débito o crédito. O algún otro medio electrónico.

-Señorita, ¿qué clase de regla estúpida es esa?

-La que marca la ley.

-Nadie me informó de ella.

-Ese no es mi problema, corazón.

-¿Cómo dijo?

-Nada.

Miro la factura y le digo a la mujer gorda que la factura es de dos mil pesos. Ni un centavo más, ni un centavo menos. Así que tiene que deducirla porque claramente dijo que sólo las facturas mayores a dos mil pesos tenían que ser pagadas con tarjetas de débito, crédito u otro medio electrónico.

-Señor Solís, deje de poner palabras en mi boca que no he dicho, le dije claramente que las facturas a partir (hace énfasis en la palabra a partir como si yo fuera un retrasado mental) de dos mil pesos no pueden deducirse. Y esa factura donde compró la pieza de su carcacha dice que es de dos mil pesos. Así que ni hablar.

-Déjeme ver si entiendo: lo que usted esta diciendo es que si mi factura hubiera sido de mil novecientos noventa y nueve pesos con noventa y nueva centavos, todo estaría en regla y podría deducir mis impuestos.

-Afirmativo.

-¿Eso significa que lo que usted pretende es que yo vaya con el mecánico, mismo que casi me mete la llave de tuercas en la garganta cuando le pedí una factura, y le diga que por favor regrese a la tienda de refacciones para que pida una factura nueva por menos de dos mil pesos? ¿Acaso usted nunca ha ido al mecánico?

-Señor Solís, creo haberle dicho que no tengo coche.

La mujer gorda baja la mirada y con suma satisfacción sigue revisando mis notas y facturas. Al parecer se apiada de mí.

-Esta parece funcionar.

-No me diga, señorita.

-Sí le digo, señor Solís.

-Vaya, pues dedúzcala.

-Momento. ¿De qué es esta? No alcanzo a distinguir casi nada.

-Es una factura de una tarjeta de tiempo aire de celular.

-Uy, no distingo nada.

-Es de doscientos pesos. La factura la pedí en la tienda matriz de Telcel.

-Grave error; el papel en donde imprimen estas facturas se borra enseguida.

-¿Qué quiere decir con eso?

-Que los números se borran.

-¿Y qué hago, le echo una llamada a Carlos Slim para que mejore la calidad de su papel?

-Señor Solís, por más que quiero ayudarlo usted no se deja. Le estoy advirtiendo que ésta factura de celular se borra. Lo que significa que dentro de cinco años, que es el tiempo que tiene que guardar bajo llave todas sus facturas hasta que los auditores vayan a visitarlo para comprobar que usted es un buen ciudadano que está pagando sus impuestos, la factura no será más que una hoja en blanco.

-¿Debo guardar mis facturas durante cinco años?

-Cinco años.

-Ni siquiera guardo los e-mails de mis ex novias de hace un par de años.

-Eso es porque sus ex novias no lo pueden meter a la cárcel por ser un ciudadano irresponsable.

-Señorita, ¿me está usted amenazando?

-Ignoro de qué me habla, señor Solís.

-A la mierda, yo me largo de aquí.

-Momento.

-¿Qué?

La mujer gorda revisa las últimas facturas que quedan sobre su escritorio.

-Olvídelo.

-¿Qué, que olvide qué? ¿Qué hay de malo con esas facturas?

-Aquí dice que son de mensajería.

-¿Y?

-¿Eso qué tiene que ver con su trabajo de escritor?

-Señorita, ¿cómo cree que envío mis recibos de honorarios a los periódicos?

-¿Apoco usted publica fuera de Campeche?

-¿Usted qué cree?

La mujer gorda cierra los ojos. Luego los abre y se me queda mirando con una mirada torva y peligrosa que me eriza los pelos de la nuca como si yo fuera una foca bebé.

-Señor Solís, le voy a confesar algo. Así que preste mucha atención a mis palabras. Mucha atención.

La mujer gorda agarra todas mis facturas, las hace cachitos y las arroja al bote de la basura, todo esto sin dejar de mirarme con sus ojillos negros de león marino asesino.

-Yo creo que eres un farsante, Rodriguito. Un administrador fracasado dándose aires de grandeza intelectual. ¿Sabes cuantos años estudié letras para terminar en un cubículo de mierda como este? Los rusos me dejaron parcialmente ciega. Dostoyevski, Tolstói, Gorki. Me leí todos sus malditos libros interminables. De cabo a rabo. Si el mundo fuera un lugar justo, gente frívola y sin talento como tú, que no hace más que ver televisión yanqui, es la que debería estar ocupando mi silla. ¿Acaso no estudiaste para eso, para ser un licenciado en administración? En este instante, en este preciso instante, si el Presidente fuera una persona inteligente, debería aprobar una ley para encerrar en las mazmorras a todos los listillos como tú, que andan cobrando dinero a expensas de una profesión para la cual no tienen ni un papel que les avale que son aptos para ejercerla. Y una cosita más. Crees que porque te publican fuera de Campeche puedes andar ventilando tus vergüenzas familiares. Vergüenza te debería dar. Si yo fuera tu mamá, esa mujer estirada que se da aires de realeza, te cortaría las manos. Sí, te las cortaría. Y otra cosa más. Ni creas que no estoy al corriente de que publicas en todas las revistas de cotilleo de Campeche. Y dime una cosa, ¿dónde están esos recibos de honorarios? No los veo sobre la mesa. ¿Acaso los campechanos no somos lo suficientemente importantes para que nos cobres? Te doy mi palabra que te voy a encerrar. Y no por la evasión de pago de impuestos, no señor, por el daño irreparable que le haces cada semana a la literatura. Te juro que un día lo vas a pagar caro. De eso me encargo yo, querido Rodriguito.

La mujer gorda se queda callada. Abre un cajón de su escritorio, pero antes de averiguar si es un puñal o una pistola lo que sacará del cajón, me levanto y salgo disparado de las oficinas de Hacienda. Corro como un loco por las calles del centro rumbo al banco. Entro al banco. Tomo mi ticket de turno. La pantalla me informa que me ha tocado la ventanilla número uno. Agitado, le digo buenos días a la señorita de la caja número uno. La señorita de la caja número uno me sonríe y me dice:

-Ánimo, señor Solís, quite esa cara. Todos tenemos que declarar nuestros impuestos alguna vez en la vida.

viernes, 19 de diciembre de 2008

Más cultura, por favor


“Dos medias verdades no hacen una verdad y dos medias culturas no hacen una cultura.”
- Arthur Koestler



Como soy una comadre de clóset, dentro y fuera del clóset, salí perfumado y engalanado a la glamorosa noche en busca de un poco de acción que rompiera la monotonía de mi vida. “¿Y tú, a dónde vas tan perfumado?”, me interrogó una amiga en mitad de la calle. “Al concierto de Il Divo”, respondí muy ufano y muy seguro de mí mismo. “Bah, que tengas suerte”, dijo mi amiga dibujando una mueca de hastío en el rostro. “Qué, ¿a poco tú no vas?”, le pregunté sorprendido. “Desde luego que no”, respondió ella poniendo el rostro colorado como un tomate, para luego agregar: “el ridículo de mi novio lleva desde la madrugada de ayer separando lugares con sus amigotes para poder ver de cerca a Urs”. “Uy, no me digas”, dije sorprendido. “Pues sí te digo”, dijo ella, y luego de una pausa interminable e incomoda en la que me observó de pies a cabeza con total rencor y desprecio (sospecho que descubrió algo en mí que le recordó a su novio) me dijo: “y no sé qué pretendes yendo a esta hora, faltan cinco minutos para que comience el concierto y no te quiero desilusionar, pero la gente lleva haciendo fila desde la mañana.” “Voy con unos amigos que trabajan en el periódico, igual y nos colamos con sus gafetes de prensa”, dije en mi defensa sin poder ocultar mi orgullo por tener amigos que trabajan en los medios. “Aunque tus amigos sean López-Doriga y Adela Micha, dudo que encuentren lugar”, dijo mi amiga dándome un beso en la mejilla de despedida sin poder ocultar el orgullo que sentía de ser una arpía.

More...Kilómetros antes de llegar al parque principal pude ver que la maldita arpía de mi amiga tenía razón. Todo el malecón (cuan largo es) y sus alrededores estaban tapizados de automóviles. Decenas de personas caminaban en el sentido contrario hacia donde me dirigía con mis amigos periodistas, y por un instante pensé que el concierto se había suspendido por la intoxicación gastrointestinal (traducción: diarrea) de alguno de los Il Divos por comer pan de cazón en el almuerzo. Por fortuna mi pesimista presagio fue disipado cuando uno de los transeúntes que pasó a mi costado dijo que el concierto de esos Il Divo no era lo que él había esperado. Ante tal revelación, apreté el paso para no perderme ni una canción más, y vaya que no me perdí ni una canción más; sin embargo, al igual que el transeúnte inconforme, he de confesar que el concierto no fue lo que yo esperaba, porque tres cuartas partes del mismo tuve que verlas en una pantalla gigante que proyectaba la imagen de cuatro sensuales hombres que con micrófono en mano lograban desprender de la finísima concurrencia unos alaridos erotizados que ni en las despedidas de solteras más libidinosas se suelen escuchar. Y el problema no radicaba en que el parque estuviera atestado de personas que me impidieran aproximarme hasta el escenario, el problema radicó en que para ingresar al parque primero había que sortear la fila interminable de hombres que con ojos ilusionados, mordiéndose los labios y dando brinquitos sobre las puntas de sus pies esperaban ansiosos a que los policías los dejaran ingresar. Sobra decir que mi amiga periodista entró al concierto en menos de 5 minutos gracias a que la cola de mujeres era inexistente, y no precisamente porque en el parque estuvieran congregadas todas las mujeres de la faz de la Tierra.

Ya adentro del parque no me fue difícil aproximarme hasta muy cerca del escenario, y esto fue en gran medida porque pude esquivar a miles de espectadores que resultaron ser (en su apabullante mayoría) hombres con los ojos cerrados y las manos en el pecho, que al borde de las lágrimas coreaban la canción Regresa a mí, de Toni Braxton, incluidos los funcionarios de Cultura y Arte del Estado, que inspiradísimos se desgañitaban orgullosos de ser empapados de tanta cultura. Y desde luego, no faltaron las personas amantes de la opera y del buen gusto que al ver al Gobernador entre las masas le gritaron: “gracias Gobernador, gracias”. Y el Gobernador, sonriente, les decía: “esto es por ustedes”. Una atronadora caravana de aplausos se dejó escuchar e incluso algunos, avalentonados por tanta emoción, gritaron a coro: “reelección, reelección, reelección”. Yo, la verdad, asombrado y emocionado al ver a cuatro pedazos de carne cantar opera del más alto nivel al tiempo que, cual malabaristas en escena, capturaban y firmaban toda suerte de prendas intimas (en su mayoría calzones de hombre) que les aventaba el público, no pude más que unirme a la histeria colectiva en eso de gritar: “reelección, reelección, reelección”. Y la verdad no es que me dejara llevar tanto por la emoción y el furor del momento (o porque Carlos, el finísimo tenor español, nos hubiera dicho a los campechanos que éramos un publico “cojonudo”) simple y sencillamente es mi deber como ciudadano cultísimo que soy apoyar la reelección de un gobierno que invierte carretadas de millones de pesos en fomentar la cultura y las artes, necesidad prioritaria para tan finísima ciudadanía. Al igual que esperar con ansia que sea Daddy Yankee acompañado de la filarmónica de Viena quienes hagan las delicias navideñas y culturales del próximo año.

jueves, 18 de diciembre de 2008

Noticias de un Premio


“Rechazar un premio es otra forma de aceptarlo, pero con más alharaca de lo normal.”
- Peter Ustinov



Iba conduciendo mi volcho destartalado a toda velocidad para llegar con un tiempo razonable de retraso a mi destino cuando mi celular sonó, vibró y cantó una cumbia dentro de mi bolsillo. Como no tenía intenciones de que se mantuviera intacta la reputación de que los escritores somos unos impuntuales decidí seguir manejando como alma que lleva el Diablo al tiempo que contestaba la llamada. Así fue que, haciendo malabares con manos y pies, metí la mano izquierda en el bolsillo derecho de los pantalones, cambié la palanca de velocidades de tercera velocidad a cuarta velocidad con la mano derecha, pisé el clutch con el pie izquierdo, saqué el celular del bolsillo, con el pie derecho pisé a fondo el pedal del acelerador, con la mano derecha tomé el volante para esquivar un poste de luz y finalmente me coloqué el celular en la oreja izquierda diciendo: “¿Bueno?”. “¿Es el señor Rodrigo Solís?”, preguntó una voz que en mi vida había escuchado. “Sí, él habla”, respondí mientras un camión me rebasó por la derecha. “Señor Rodrigo Solís, muchas felicidades...”, fue lo único que alcancé a escuchar gracias al pitorrotazo del camión que me dejó parcialmente sordo del oído derecho. “Un momento por favor”, dije mientras buscaba dónde estacionarme, resignado a llegar tarde una vez más a mi destino por culpa de mi curiosidad y/o de alguna compañía de teléfonos celulares que me felicitaba por seguir siendo fiel y buen cliente en tan bella época navideña. “¿Quién habla?”, pregunté ya con el automóvil aparcado a un costado de la acera. “Le habla Fulanito de Tal de la Universidad Autónoma de Quitzquilocotengo el Alto para felicitarlo, tengo el gran honor y placer de informarle que...”, todo eso lo dijo Fulanito de Tal muy emocionado, con una emoción tan convincente que terminó por contagiarme, primero porque no se trataba de alguna promoción navideña de celulares, y segundo, al recordar que meses atrás mi hermana, alias “La Schiffer” (muy emocionada también), me entregó un recorte del periódico donde decía en letras mayúsculas bien grandotas que la Universidad Autónoma de Quitzquilocotengo el Alto convocaba a todos los escritores mexicanos a sus VI Juegos Literarios Nacionales Universitarios en las modalidades de poesía, cuento y narrativa en lengua huichol.

More...Aquí es en donde haré una breve pausa para contarles lo que pienso de los concursos literarios. No diré que son una estafa, mucho menos afirmaré que son un fraude, sólo sugeriré veladamente que nunca gana quien merece ganar realmente. Eso lo saben todos los escritores del mundo, sobre todo todos aquellos que nunca han recibido un premio en su vida. Sin embargo, y muy a pesar de ello, los escritores se empeñan en meter sus escritos a concurso porque en el fondo albergan la posibilidad de que Zutanito de Tal o Menganito de Tal o Perenganito de Tal un buen día les llame por teléfono felicitándoles por ser los flamantes ganadores de Tal o Cual premio, como en mi caso, que debido a lo limitado de mi presupuesto para vivir (como la mayoría de los escritores del mundo) envié a concursar un artículo que había escrito hace un par de años, mismo que astuta y desvergonzadamente aumenté en caracteres hasta maquillarlo de tal forma que se hiciera pasar por un cuento, rama de la literatura, sobra decir, que jamás había experimentado escribir en mi vida.

Ahora volvamos a la imagen en la que yo me encuentro dentro de mi volcho destartalado, aparcado a un costado de la acera, con el celular pegado a la oreja izquierda, con una sonrisota (de esas de 20 mil pesos o 10 mil pesos, según sea la noticia del primero o segundo lugar) mientras Fulanito de Tal me da los enhorabuenas de rigor por haber enviado a concursar mi “cuento” titulado Brokeback Campeche.

Si te fijas bien en mis ojos, un brillo mágico resplandece en mis pupilas: eso significa que estoy imaginando cómo repartiré el premio entre mis amistades, o mejor aún, qué excusa le inventaré a Fulanito de Tal para no asistir a la ceremonia de premiación para que de esta forma mi rostro y mi nombre no aparezcan en la primera plana del periódico en la sección de Sociales y/o Cultura, para que tanto amistades como acreedores no se me aparezcan al día siguiente en la puerta de la casa relamiéndose los bigotes. Ahora, si te acercaras un poquitito más a la ventanilla del auto descubrirías que en estos momentos mis ojos se han abierto tanto que pareciera que de un momento a otro saldrán disparados de sus cuencas, reacción que producirá en tu silenciosa persona una terrible envidia al imaginar que del otro lado del celular (o como se diga, cuando era teléfono se decía “al otro lado de la línea”) Fulanito de Tal me está diciendo: “Señor Rodrigo Solís, usted ganó el primer lugar, muchas felicidades”. Y, ¿sabes una cosa? No te equivocas en tus pensamientos salvo en un pequeño detalle: si dieras otros pocos pasos más hacia la ventanilla del volcho y pegaras la oreja junto a la mía escucharías cómo Fulanito de Tal me dice: “Señor Rodrigo Solís, usted ganó la Mención Honorífica, muchas felicidades”.

Traducción: Nos gustó tanto su cuento que en vez de pagarle un par de miles de pesos el jurado decidió invitarlo a Quitzquilocotengo el Alto (ojo, sin los gastos pagados) para que un auditorio lleno de desconocidos le aplauda bien fuerte.

El “chingen a su madre” que di en agradecimiento no lo imaginaste.


miércoles, 17 de diciembre de 2008

Cuando la opera se hizo sexy y movió masas y volvió locas a las personas


“Me encantaría ver una ópera nudista, estoy seguro de que cuando dan esas notas altas se les nota en los genitales.”
- Jack Handey


Campeche es el ombligo de México (y quizás de Latinoamérica), y al que no lo crea lo reto a que me diga qué otro estado de la República (de cualquier país tercermundista) en un lapso de menos de un mes ha albergado el rodaje de una superproducción Hollywoodense (incluido protagonista ganador del Oscar) y un mega concierto (gratuito) de un grupo musical de fama mundial.

More...Lo del señor Soderberg y su guerrillera pandilla lo dejaré para la próxima semana, ahora lo que nos atañe es el concierto que nos vendrá encima en unos cuantos días. No pensaba escribir sobre ello, pero en vista de los daños colaterales que ha empezado a causar el furor por ver a cuatro galanes en escena, he cambiado de opinión. El primero ha sido a mi persona. Mi bandeja de entrada del correo electrónico ha sido saturada por amigas (y amigos) que muy cariñosa y solícitamente me han pedido (y exigido) que investigue los precios de los hoteles para la noche del concierto, es decir, que les haga una lista desglosada y detallada donde especifique las tarifas en base sencilla, doble, triple y cuádruple de todos los hoteles de Campeche para que vean cuál se amolda a sus necesidades y posibilidades económicas. Imagino que ellos imaginan que, siendo yo un escritor de tiempo completo (privilegio impensable en este país), me paso el día acostado en una hamaca esperando a que las musas vengan a mí, para luego sentarme frente a la computadora a escribir lo primero que se me atraviese por la cabeza por un lapso nunca mayor a las dos horas.

Confieso que nunca antes había recibido tantos e-mails en un tiempo tan breve, los cuales parecieran ser una calca los unos de los otros: “Que onda Rodro, oye necesito un favorzote, necesito que me averigües los precios de los hoteles para...”. Es curioso, incluso me han llegado mensajes de Ensenada, Baja California, de mujeres (y hombres) que ni siquiera conozco, los cuales comienzan sus cartas de la siguiente forma: “Querido Rodrigo: no tenemos el gusto de conocernos, pero he leído tu blog y me parece entender que vives en Campeche, así que por favor te pido tengas la gentileza de informarme qué hoteles son los más económicos para...” Y así uno tras otro.

Ahora les voy a contar lo que he hecho al respecto, yo, que soy un hombre ocupadísimo en eso de pasarme largas horas de la mañana y parte de la tarde en el dificilísimo oficio de permanecer acostado en una hamaca pescando musas mientras dormito. Me recosté lo más cómodo que pude, cerré los ojos e imaginé que iba al teléfono de la casa, tomaba entre mis manos la Sección Amarilla, buscaba entre sus páginas la sección de hoteles para luego marcar uno por uno a todos los hoteles y hostales de la ciudad y pedir la información que solicitaban mis amigas (y amigos) y extrañas (y extraños). Luego de tan ardua labor un fallo en la corriente eléctrica apagó el ventilador del cuarto, logrando que despertara bañado en sudor de tan horrible pesadilla en la que llevaba horas sumergido. La luz volvió, me desperecé, tomé un refrigerio, me lavé los dientes y contemplé mi rostro media hora frente al espejo, descubriendo que seré un viejo horrible y calvo como mi abuelo; luego encendí la computadora, entré a Internet y descubrí nuevos correos de amigas (y amigos) y extrañas (y extraños) solicitándome información de hoteles. Angustiado, apagué el monitor de la computadora y regresé a lo que mejor sé hacer: acostarme en mi hamaca. Allí las musas se me aparecieron (por primera vez en mi vida) y no las dejé hablar o cantar o lo que sea que hagan las musas para inspirar a las personas, porque me arranqué con un monólogo que básicamente tocaba las 10 siguientes interrogantes:

1. ¿De cuándo a acá, es decir, desde la fundación de Campeche (150 años exactamente) a la fecha, la gente es amante de la ópera?

2. ¿De cuando a acá, es decir, desde que se reconoció oficialmente que dejamos de ser La Nueva España (186 años), los mexicanos somos amantes de la ópera?

3. ¿Me retirarán el habla mis amigas (y amigos) por no mover un dedo para investigar los precios de los hoteles?

4. ¿Me golpearán en la nariz las extrañas (y extraños) cuando me los cruce cara a cara en el concierto?

5. ¿Cuánto dinero se embolsarán los amigos del Gobernador, que son los dueños de los hoteles?

6. ¿El retraso en el pago de mi beca tendrá algo que ver con el desembolso millonario que ha hecho el gobierno para pagar el concierto de Il Divo?

7. ¿Será posible que se puedan cantar canciones como las de Toni Braxton en ópera?

8. ¿Será que en Campeche nos sorprendan Il Divo cantando su versión de Damn, I feel like a woman, de Shania Twain?

9. ¿Cuál de los 4 sensuales tenores será el más sensual?

10. ¿Publicarán este escrito íntegro (traducción: sin censura) en los periódicos, y lo que es más importante, se animarán los editores a pagarme por él?


lunes, 15 de diciembre de 2008

Mamá superstar


“Que hablen de uno es espantoso. Pero hay algo peor: que no hablen.”
- Oscar Wilde

Machuca Hernández es una superestrella de la televisión (y no sólo de México). Además, es una dama; condición improbable en los artistas de hoy día (y no sólo de México) que para ganarse el respeto y la admiración de la gente, es decir, para que el público los reconozca y les pida autógrafos y/o sacarse fotografías en la calle, en restaurantes o incluso en el baño, hay que aparecer en las revistas de cotilleo y/o telenovelas mostrando las tetas y/o comiendo gusanos y gusarapos en algún reality show.

More...Machuca es de otros tiempos, cuando la dignidad y la admiración se ganaban de otras formas. Quizás por ello, la gente mayor aún la sigue deteniendo en cada esquina para demostrarle su cariño con un beso o pidiéndole por favor que sonría a la cámara para tener un recuerdo de ella.

Machuca es mi tía. Parentesco improbable en una persona tan despreciable y poco carismática como yo. Nadie sospecha este glamoroso lazo familiar. Tal vez por ello, esta mañana, por teléfono, mamá me ha pedido (imagino de rodillas) que lave mi volcho, o de preferencia que lo esconda en algún callejón o lo venda como chatarra en un deshuesadero, ya que ella y Machuca vendrán unos minutos de visita a la casa de mis tíos que tienen la paciencia y el corazón de oro de hospedarme.

Al enterarse de la noticia, Ana y Rosa, que son las señoras del servicio, se han desmayado de la emoción y luego se han puesto a barrer y a sacarle brillo al piso de toda la casa como nunca antes lo habían hecho. También se han bañado con tres litros de perfume y vestido con sus mejores ropas. E incluso, en sus ojos ya no existe ese brillo de resentimiento y odio cuando me ven despertar a altas horas de la mañana como usualmente suelo hacerlo. Desafortunadamente, Ana y Rosa no concretarán el sueño de conocer a Machuca Hernández, al menos no en esta vida; mamá y Machuca se han demorado toda la tarde paseando por el centro de la ciudad gracias a que en cada tienda y estanquillo las han detenido (en realidad sólo a Machuca) para pedirle autógrafos, fotografías y confesarle al borde de las lágrimas cuánto la admiran e idolatran.

Siendo diciembre el último mes del año, el gobierno del Estado como cada año decide despilfarrar hasta el último céntimo de las arcas públicas, para ello trae a diversos artistas de fama internacional que hacen presentaciones gratuitas en parques y teatros en la ciudad. Como soy un ermitaño y aborrezco los eventos multitudinarios, por lo general publico en los periódicos (gratuitamente) que el gobierno no debería darse esas libertades, y en vez de traer a Andrea Bocelli o a los Il Divo, una mejor idea sería pavimentar las calles o ponerle aire acondicionado al transporte público, necesidades imperiosas que sin duda alguna mejorarían la calidad de vida de los ciudadanos en vez de que éstos pasaran dos horas de pie y al borde de la asfixia (como si estuvieran en los transportes públicos) escuchando en vez de a Junior Klan o al Pulpo y sus teclados, la opera de un señor que no puede ver pero sí contar los millones de pesos que le pagaron por presentarse a cantar ópera.

Este breve paréntesis periodístico lo hice por dos motivos: uno, porque mamá no deja de pedirme encarecidamente cada que me ve que evite hacer este tipo de comentarios en los periódicos, ya que sus amistades políticas la miran con cierto recelo por tener un hijo reaccionario; dos, porque mamá y Machuca han venido a la ciudad ex profeso para escuchar una misa africana en la Catedral, único evento del programa Otoño Cultural del Gobierno del Estado que no será gratuito, dato curioso tratándose de un evento religioso.

Mamá me llama al celular. Me ha pedido que vaya a la misa africana para que pueda saludar a mi tía Machuca que tanto nos quiere. Yo le he dicho que no pienso pagar ni un centavo por escuchar misa, sea africana, escandinava o de cualquier nacionalidad. Mamá me ha dicho que soy un ignorante, que no es una misa sino un concierto con sopranos e instrumentos de orquesta, una autentica maravilla, y que además el gobernador le ha asignado a tía Machuca (y a todos sus familiares, es decir, a nosotros) la banca de la primera fila de la iglesia, así que a la brevedad posible debo ir a la Catedral porque han girado instrucciones a los guardias de la entrada para que me dejen pasar sin pagar un sólo centavo. Dudo. Mamá advierte mi duda y antes de colgar me dice que me quiere mucho y que por favor vaya y de preferencia que lo haga vestido decentemente.

En la entrada de la Catedral hay toda suerte de personalidades políticas. Una paz invade mi interior. Tengo la fuerte sospecha (o casi certeza) de que no me dejarán pasar. Incuso rezo para que eso ocurra. Decido marcharme pero uno de los custodios de la entrada es una señora (sospecho amiga de mamá) que me identifica y me jala del brazo y me dice que mi mamá me esperan en la primera fila. La gente poderosa me abre paso, incluso el gobernador, que no puede reprimir una mirada de sorpresa al verme allí y luego finge no haberme visto, mirada que usualmente suele dirigirme, mirada no diría yo que de odio ni mucho menos de rencor, pero sí de desprecio profundo luego de que leyera ciertos escritos míos donde me mofaba de su persona y de la ciudad que tanto ama y gobierna.

En su interior, la Catedral está repleta de gente. Camino rumbo al altar. Una fina correa de terciopelo como las que separan a las obras de arte de los mirones que visitan los museos se interpone en mi camino. También una señorita con un walkie talkie. Le digo a la señorita que soy familiar de Machuca. La señorita del walkie talkie reprime una carcajada. Machuca y mamá, cual si fuesen una misma persona, voltean al mismo tiempo hacia donde estoy parado y le hacen una seña a la señorita para que me deje pasar. La señorita del walkie talkie abre la boca redonda y se disculpa con una ceremoniosa caravana como si yo fuese Molière entrando al palacio de Luis XIV.

Machuca me da un beso y un efusivo abrazo. Me presenta a su distinguido esposo y para mi sorpresa le dice que yo soy el famoso escritor del que ya le había hablado. Su esposo me da un caballeroso apretón de mano y me dice que es un placer conocerme, que ya había escuchado muchas cosas buenas de mí. Me sonrojo. Luego Machucha me presenta a su nieta Lorena, una adolescente encantadora y risueña, la viva imagen de su madre, que en paz descanse. Lorena está acompañada de mi hermana. Ambas son preciosas y por ello la gente me mira preguntándose qué diablos hace un tipo como yo codeándose con gente tan bonita y tan famosa. Lorena me dice que estoy muy alto. Me sonrojo de nuevo y me siento un tonto al quedarme callado por no saber qué responder a eso de que soy muy alto y por sentirme intimidado por una adolescente. Mamá me saluda y me dice que le da mucho gusto verme. Está espléndida. No deja de sonreír. Incluso parece una mujer famosa. Todos los presentes le hacen caravanas. Sospecho que mamá sería una mujer feliz si fuera famosa las 24 horas del día.

La felicidad de mamá se empaña al descubrir un hueco en mi pantalón. Sin borrar la sonrisa de los labios, mamá me dice en tono reprobatorio que es una vergüenza mi indumentaria. Le digo que el Reino de los Cielos es sólo para la gente pobre. Lorena ríe pícaramente. Mi hermana también. Los que no ríen en absoluto son los organizadores del evento que nerviosos hablan por sus walkie talkie. Al parecer han llegado otras personalidades a la Catedral y no hay lugar para ellas en la primera fila. Para evitarles problemas, decido pasarme a la segunda fila. Lorena y mi hermana, en un acto piadoso e insospechado, se solidarizan conmigo y me acompañan a la segunda fila. Machuca y mamá se escandalizan. Ambas, con miradas flamígeras les dicen (con los ojos) a sus chicas que regresen. Es demasiado tarde. Hernán Elba (aclamado escritor y periodista del periódico Reforma) y su esposa se han sentado en los lugares que recién abandonamos. Las cámaras de televisión apuntan a Hernán. El gobernador y sus allegados los abrazan como si fueran amigos de toda la vida. Hernán les sonríe y luego va donde Machuca y la abraza y la besa. Luego saluda y besa a mamá (me parece que la ha besado en los labios, lo cual me perturba). Mamá le dice en voz baja a Hernán que ella tiene un hijo que es un gran y famoso escritor como él. A Hernán no le podría importar menos esta confidencia, así que finge escucharla. Mamá me apunta con el dedo. Hernán hace como que voltea hacia donde estoy sentado pero en realidad pela los ojos y luego le susurra algo al oído a su esposa. “Otra vieja loca con un hijo desobligado”, le dice (o eso creo escuchar).

La orquesta se ha demorado más de media hora en salir a escena. Para matar el tiempo advierto que alrededor del altar hay varias pinturas de acuarela hechas por niños discapacitados del Teletón. “Cállate, las pintó el hijo del maestro de la orquesta, que es un renombrado pintor africano”, me dice mamá que ha ido un minuto a la segunda banca a decirle algo a mi hermana de que no debe dejar de sonreír. Me sonrojo, pero aún así me aventuro a decirle a mamá que las pinturas son horrendas. Mamá se horroriza y me dice que me calle, por el amor de Dios, que me va a escuchar tía Machuca que ya ha comprado un par de cuadros. Al escuchar la cantidad desembolsada por tía Machuca, me arrepiento de no haberme dedicado a la pintura.

El concierto ha sido un éxito arrollador. Machuca y mamá lloraron tanto que tienen los ojos hinchados como unos sapos. Machuca me pregunta si me ha gustado el concierto. Le digo que sí, que me ha encantado. Machuca advierte que le estoy mintiendo. No es fácil mentirle a alguien que se dedica a la actuación. Por fortuna Machuca es distraída por el gobernador y sus allegados que quieren sacarse una foto con ella. Me tomo la libertad de confesarle a Lorena que si yo fuera su abuela ya me habría vuelto loco. Lorena ríe y descubro que es idéntica a su mamá en aquella famosa telenovela de los años ochentas que no me perdía por nada de este mundo y que me llenaba de una inmensa alegría cuando niño.

De la nada aparece un feligrés que le pregunta a Lorena si ella es la famosa Lorena, hija de la famosa difunta Lourdes y nieta de la famosa Machuca Hernández. Lorena le responde que no, que sólo se parece a la famosa Lorena, hija de la famosa difunta Lourdes y nieta de la famosa Machuca Hernández. El feligrés, por aquello de si serán melones o serán sandías, saca la cámara y le pide a Lorena que pose y sonría. Lorena ve de reojo que su abuela sigue rodeada de políticos (y ahora también de fotógrafos) y le dice al feligrés-paparazzi que la casa de Dios no es un lugar para tomar fotos. El feligrés-paparazzi se indigna y se marcha furioso. A pesar de no creer en Dios y en las formalidades que existen dentro de su casa, adoro a Lorena y le auguro un gran futuro lleno de felicidad fuera de la farándula. No así a mamá, que insospechadamente es retratada con una espléndida sonrisa por los fotógrafos de todos esos periódicos que se resisten a pagarme por mis escritos cuando le dicen: “Ey, Machuca, por favor, sonríe a la cámara”.

Me pregunto cuál será el encabezado de mañana en la sección de cultura.

viernes, 12 de diciembre de 2008

Lo bonito del marketing (PARTE II)


“Corporación, sust.: recurso ingenioso para sacar provecho sin responsabilidades personales.”
 - Ambrose Bierce


La diferencia entre las empresas pequeñas y las corporaciones es obvia, pero la más significativa, quizás, radica en que el dueño del tendejón es él mismo quien se las ingenia para hacer y crear su propio marketing, a diferencia de los ejecutivos trajeados y engominados de las grandes empresas, que para vendernos un producto recurren a las agencias de publicidad, donde ocurre más o menos los siguiente:

-Señores publicistas, los laboratorios de nuestra compañía han creado esta materia viscosa y repugnante –dicen los ejecutivos con una ancha sonrisa en el rostro y un maletín lleno de dinero en la mano-, la cual no tenemos la menor idea de qué es, para qué sirve, de qué materiales está hecha y qué beneficios puede traerle al consumidor, sin mencionar que ignoramos los efectos secundarios que puede acarrearle a nuestros clientes el consumirla. Por favor, encárguense de venderla.

Los publicistas por su parte, primero se rascan la cabeza para que fluyan las ideas, y luego aceptan muy sonrientes y gustosos el maletín repleto de dinero. Dos meses después la materia viscosa y repugnante está en todas las tiendas y centros comerciales del mundo.

El proceso para que esto ocurriera fue el siguiente: los publicistas recurren a los estadistas, quienes les informan que lo que más hay en el mundo son jóvenes, así que la materia viscosa y repugnante tiene que estar enfocada hacia los jóvenes. Después vienen las pruebas y los cientos de intoxicados que arrojan el descubrimiento de que la materia viscosa y repugnante no puede venderse como producto alimenticio y dietético bajo en grasas, así que luego de muchas horas de quemarse las neuronas a alguien muy inteligente se le ocurre para qué puede servir la materia inútil e inservible. Acto seguido, la envasan en un empaque de colores llamativos y letras fluorescentes que a más de a uno le causa epilepsia. Después contratan a una juvenil estrella de rock, a un deportista extremo o al delantero del momento de alguna selección nacional de fútbol para que sean los portavoces del nuevo producto. Luego tapizan hasta el último rincón de las ciudades con los anuncios del producto, espectaculares, fachadas de las tiendas, revistas, periódicos, volantes, edecanes semidesnudas en cada esquina, anuncios de televisión, radio, Internet, etcétera, con la imagen sensual y juvenil del portavoz asegurándonos que ellos consumen el producto y que fue gracias a consumirlo que son los ganadores que son hoy día, aunque nunca en su moza vida lo hayan probado, y menos sepan qué es o para qué sirve eso que anuncian tan sonrientes.

Resultado: la ciudad queda infestada por ciudadanos jóvenes y no tan jóvenes (viejos ridículos que quieren seguir siendo jóvenes) con los peinados más estrafalarios jamás antes vistos. Traducción: peinados de Astro Boy, de Supersayanyín y de ……… (llene los puntos suspensivos con el dibujo animado favorito de su infancia). Los ejecutivos, por su parte, ven muy felices incrementar varios puntos en la bolsa de valores la plusvalía de la corporación. Y los publicistas, igualmente felices que sorprendidos (aunque cada vez menos sorprendidos), saborean el jugoso cheque que recibieron en pago por ser tan brillantes para vender y decirle a toda la gente que su vida no vale un peso si no se embadurnaban la cabeza con una materia viscosa y repugnante.

Lo bonito del asunto viene después. Como se acercan las fiestas navideñas la corporación quiere y necesita triplicar sus ventas para ser más competitivos en el mercado, así que recurren nuevamente a los publicistas para que les vendan los excedentes que tienen de materia viscosa y repugnante, lo cual resulta ser una tarea muy fácil para los publicistas, que utilizan el mismo procedimiento empleado con los jóvenes sólo que ahora lo hacen con los niños. Reciclan el producto empacándolo en nuevos envases, poniéndole un nombre todavía más divertido, y contratan a otra estrella de rock más juvenil, a otro deportista más del momento y a la ninfa prepubescente de moda (a fin de cuentas los niños cada día son más precoces) y sacan la línea de gel para niños “Cool Kidz”, e incluso una línea para bebés recién nacidos para que luzcan el peinado de su estrella favorita de cine, aunque el bebé no tenga pelo o la conciencia de que es un ser humano.

Resultado: ventas totales.

Consecuencia: a los tres meses brotes generales de calvicie, tumores cerebrales, cáncer en la piel, mutaciones horrorosas, etcétera. Documentalistas especializados investigan y descubren que el gel viscoso y repugnante contiene productos cancerígenos, que su ingrediente secreto son los árboles del Amazonas y los envases son maquilados en fábricas de países del tercer mundo donde explotan a niños en jornadas de 14 horas diarias a cambio de un dólar. El documental resulta ser un éxito (incluso gana el Oscar), la gente se indigna y todos creen que el gel saldrá del mercado y que se encarcelará a los ejecutivos de la malévola corporación. Sin embargo, ocurre todo lo contrario. Los ejecutivos piden disculpas públicas y anuncian súper orgullosos de si mismos que por cada gel que vendan donarán dos centavos para combatir el cáncer de piel, otros dos centavos para ayudar a los niños explotados y otros dos centavos más para sembrar arbolitos en el Amazonas. Los clientes estallan en aplausos y se vuelcan a las tiendas a comprar más gel porque creen estar ayudando al mundo a ser un lugar mejor y más feliz para vivir, ignorantes de que el gel contiene una ultra secreta sustancia química que causa adicción.   

jueves, 11 de diciembre de 2008

Lo bonito del marketing (PARTE I)


“Donde no hay imaginación, no hay horror.”
- Arthur Conan Doyle


Siempre me ha intrigado el glamoroso mundo del marketing, es decir, el modo en que las empresas emplean su creatividad para vendernos un producto, en especial el que utilizan las empresas pequeñas (por no llamarlas tendejones, fondas, peluquerías, etcétera), que son las que se las apañan como pueden, de una de las dos formas que a continuación mencionaré:

Primera forma: el señor o señora dueño o dueña del tendejón, fonda, peluquería o pequeño negocio que se les venga a la mente, muy emocionado por los tiempos tan modernos que corren hoy día, decide invertir todos sus ahorros (nótese que utilicé la palabra “invertir” y no “gastar”) en enviar a sus pequeños retoños a la universidad, y si la pasta alcanza, a la maestría también, en una escuela privada, desde luego, para que estudien las prestigiadísimas carreras de administración de empresas, mercadotecnia, finanzas, negocios internacionales o cualquiera de las miles de licenciaturas que existen de ese estilo, con la esperanza de que al graduarse los pequeñines salgan convertidos en todos unos hombres y saquen adelante el negocio familiar que está al borde de la bancarrota por la globalización y los incontables tratados de libre comercio que han traído consigo una invasión de empresas y de franquicias extranjeras que les roban la clientela de la cual gozaron toda la vida. Resultado: los flamantes nuevos licenciados en ……. (llene los puntos suspensivos con la licenciatura de su elección), después de quemarse las pestañas en la universidad durante cuatro años y medio (o más), tiene una brillantísima idea: promoción al 2 x 1 en todos los productos de la tienda, y para hacérselo saber al mundo entero se paran en las avenidas a repartir volantes, papelitos que los “posibles clientes” no dudan en hacer bolita y aventarlos metros más adelante en la calle, contaminando la ciudad.

Segunda forma o Marketing del Tercer Mundo: es la que depende del grado de inspiración que tenga el dueño del tendejón, fonda o peluquería en cuestión, y proviene de una época en la que el mundo era un lugar mejor para vivir, o al menos un lugar donde podías ver las nubes del cielo sin tener que enterarte de la existencia de una nueva línea de hamburguesas a la parrilla, o de los fantásticos planes de telefonía celular, o las doscientas mil nuevas universidades con sus cuatrocientos mil campus y sus quinientas mil licenciaturas, o las nuevas bebidas energéticas, deportivas y súper reductoras en sus mil y un explosivos sabores de frutas exóticas; en pocas palabras, emana de una generación que nació en una época donde no existía el marketing, o mejor dicho, una época donde no tenías que asistir a la escuela para que te enseñaran cómo vender productos completamente inútiles e innecesarios.

Ejemplos del Marketing del Tercer Mundo hay cientos, unos más pintorescos que otros, e incluso algunos difíciles de creer, como la tienda de pinturas que anunciaba: Pintamos casas a domicilio, o el tendejón que decía: “Vendemos hielo bien frío”. Ambos ejemplos unos verdaderos clásicos de este tipo de marketing, que gracias a que nadie se tomó la molestia en capturar en fotografía han cobrado tintes de leyenda urbana, lo cual no ha sido impedimento para que la mayoría de la población jure y perjure haber visto estas tiendas en su niñez. Por fortuna no son los únicos ejemplos chiflados pero cien por ciento reales de este tipo de marketing, y cuando digo reales es por que existen en el mundo cotidiano, y pruebas de su existencia sobran en la ciudad de Campeche, que gracias al aura cósmica que emanan sus murallas ha mantenido inspirados a sus comerciantes para dar rienda suelta a su imaginación de las formas más insólitas para seducir a sus clientes. Para ello decidieron escatimar al máximo sus costos y, en vez de contratar a un diseñador gráfico que creara sus logos, optaron por sacar al dibujante que llevaban dentro (y bien escondido) desde el Jardín de Niños para ponerlo manos a la obra en las fachadas de sus tiendas, logrando por resultado (a Dios gracias) espeluznantes obras de arte que aun hoy día (y, para nuestra mala fortuna, por muy poco tiempo más) engalanan la ciudad. Por citar algunos de los tantísimos ejemplos existentes, en un radio de aproximadamente diez cuadras te puedes topar con un pollo deforme y caníbal (una pollería); un monstruo plagado de músculos inexistentes, con bíceps en los antebrazos y las facciones torcidas en una mueca de ira y dolor (un gimnasio); unos osos panda que con mirada ausente olisquean una pila de regalos (una sala de fiestas infantiles); una estrella del porno muy bien peinada (una estética); y por supuesto, en el establecimiento llamado Bicipollo, un pollo vestido con atuendo circense de los años cincuenta que monta un monociclo. Cabe aclarar que esta tienda no vende bicicletas ni pollos, así que quien desee averiguar qué es lo que ofrece tan singular personaje, deberá aventurarse a cruzar sus puertas.

miércoles, 10 de diciembre de 2008

El hombre del que nadie habla


“Una injusticia hecha al individuo es una amenaza hecha a toda la sociedad.”
 - Montesquieu


Hace unas semanas ocurrió algo que ocurre todos los días, con la diferencia de que en esta ocasión hubo una indiscreta cámara de video que grabó el suceso. Probablemente te habrás enterado de la historia del inadaptado que agredió verbal, física y sexualmente a una adolescente ecuatoriana en el vagón del metro de Barcelona, ya que no hubo noticiero y periódico que no diera la nota. 

Todo este escándalo desde luego ya se ha olvidado, por eso, para refrescar un poquitín la memoria, retuve este escrito unas semanas antes de publicarlo cuando hasta Dios Padre opinaba indignadísimo sobre el tema. Para los que no saben de lo que les estoy hablando, les resumo: en un vagón de metro hay tres pasajeros; uno de ellos es una chica ecuatoriana menor de edad que permanece sentada en su asiento mirando por una de las ventanillas sin meterse con nadie, como lo haría cualquier otro día de la semana de no ser porque ahora aprieta fuertemente las mandíbulas e intenta concentrarse en los recuerdos más dulces de su infancia, que la transporten a un lugar lejos del que se encuentra en estos instantes; el segundo pasajero es un sujeto que a simple vista sería un ciudadano como cualquier otro, de no ser porque está de pie, con las venas del cuello saltadas y profiriendo una retahíla de insultos y de amenazas contra la menor de edad, para luego hinchar un poco más las venas del cuello ante la impotencia de no amedrentar lo suficiente a su victima, hasta llegar al grado de darle unos pellizcones, tocarle un pecho y (como cereza del pastel) asestarle una patada en la cara, y luego seguir insultándola hasta que el vagón del metro se detiene y la adolescente escapa por la puerta despavorida rezándole a su dios (si es que aún le resta fe para creer en algo) para que el pasajero que le gritaba y le golpeaba (todo esto sin dejar de mantener una charla por el celular) no la siga y la descuartice en un callejón oscuro o en una avenida transitada a vista y paciencia de cientos de transeúntes, turistas, comerciantes, políticos y policías. El tercer pasajero es una persona como tú o como yo, un hombre más o menos de la misma edad y complexión del pasajero de las venas encrespadas y las palabrotas. Este prócer está sentado frente a la chica, pero por desgracia es una persona discapacitada, es decir, está ciego y sordomudo, y, agregaría Shakira, también torpe, traste y testarudo.

Lo que ocurrió después de lo que se pudo ver en el video, cuesta creerlo. La adolescente con un par de ovarios bien puestos tuvo el coraje para contarle a su madre la tragedia que le sucedió y luego para denunciar a su agresor con las autoridades; a su vez, las autoridades gracias al video del metro lograron dar con el rufián para hacerlo comparecer ante los jueces. Los jueces por su parte, luego de escuchar la declaración del acusado, lo dejaron en libertad provisional ya que el inadaptado alegó estar bajo la influencia del alcohol, es decir, dijo ser inocente pues en sus cinco sentidos nunca hubiera hecho lo que hizo, eso sí, aseguró estar muy avergonzado después de que le enseñaron el video.

En resumidas cuentas, el pan de cada día. Un día a día donde la mayoría de las injusticias que se cometen permanecen impunes por no haber sido grabadas por cámaras de video para que todos podamos indignarnos y horrorizarnos a un mismo tiempo. Y tan sabemos que ocurren, que cuando por obra y gracia divina son grabadas y puestas ante nuestros ojos hacemos lo mismo que el tercer pasajero, porque de idéntica forma es vejatorio que se golpee e insulte a una mujer, como que un político se llene los bolsillos de dinero y/o acepte un soborno para deforestar nuestras tierras frente a nuestras narices y no digamos esta boca es mía.

En una simple analogía bien podemos imaginar que el vagón del metro es nuestro país, la chica indefensa son los cientos de miles que sufren injusticias, el bravucón son los canallas, sinvergüenzas, asesinos y políticos, y el hombre que se queda sentado en su asiento (del cual nadie habla) cuya única preocupación en esta vida es que ya se le hizo tarde para ver la telenovela de las nueve somos todos nosotros.

Eso sí, cuando la diosa fortuna nos de la espalda y nos toque ser la chica vejada gritaremos a los cuatro vientos que vivimos en un mundo muy injusto, y todos los millones que vean cómo nos golpean e insultan, arrancándonos de tajo la poquita dignidad que nos quedaba, se solidarizarán unos con otros para hacer como que no ven, como que no escuchan y como que no hablan.   

lunes, 8 de diciembre de 2008

Altruistas modernos y tres predicciones para el futuro


“Si la pobreza es la madre de los crímenes, la falta de espíritu es su padre.”
             

Me pregunto si existirá alguna diferencia sustancial de fondo entre los ejecutivos y productores de Televisa con alguien que se vaya a Somalia y le diga a los negritos: “Hey, chicos, el pollo frito que tengo guardado en esta nevera será para el que corra más rápido diez kilómetros, luego haga dos mil agachadillas y finalmente logre hacerme reír hasta orinarme en los pantalones por contarme un chiste colorado sobre negros, todo esto mientras hacen malabares con cuatro piedras al rojo vivo”.

Naturalmente una comparación de esta índole puede causar escándalo en el lector civilizado. Sin embargo, en México existe gente muy lista que logró con la mano en la cintura que les aplaudamos y apoyemos (incluso económicamente) para que a sus anchas lucren con la necesidad y la salud de las personas, es decir, a estos señores, con nuestra civilizada anuencia y civilizado consentimiento les permitimos convertir la desgracia humana en una empresa redituable.

Véase los siguientes tres casos.

1. Bailando por un sueño: gente común, corriente y pobre, con familiares que padecen cáncer, sida, diabetes y otras enfermedades espantosas. Esta gente pobre, corriente y común sabe que la Seguridad Social en México es una mierda, así que la única manera que tienen para salvarle la vida a sus seres queridos enfermos es apareciendo en la pantalla de millones de televisiones desde donde serán observados, criticados y juzgados por un incontable número de viejas conchudas altruistas que no tienen nada mejor que hacer con sus vidas más que ver a unos pobres infelices gimoteando, llorando y bailando reggaetón, cumbia, salsa, rap, etcétera, disfrazados como unos payasos al ritmo y compás de sus parejas de baile que resultan ser “personalidades del espectáculo”, o lo que es lo mismo en buen cristiano: viejos y viejas ridículas en el ocaso de sus carreras que intentan desesperadamente volver a estar bajo la luz de los reflectores.

Dicho lo anterior, originalmente el show iba a llamarse Bailando macarena para que una enfermedad terminal no mate a mi papá. Por desgracia, mercadólogos y directivos de Televisa, de último minuto decidieron cambiar el nombre del programa porque un estudio de mercado aplicado a una muestra de 2,500 personas reveló que el título le pareció a los encuestados muy difícil de memorizar. 

Predicción: En el año 2010 Televisa creará un nuevo show llamado Bailando por una olla de frijol con puerco. En las colonias más pobres del sureste del país, se seleccionará a las 15 familias más muertas de hambre y se les motivará a bailar junto a cantantes, artistas y locutores deportivos. El premio para la familia (y celebridad) que llore y baile más bonito será sentarse en un lujoso comedor Troncoso a comer una enorme olla de frijol con puerco.

2. El Teletón: reality show con un reparto más o menos similar al de aquella inolvidable telenovela de niños bonitos y bien acicalados llamada Carrusel; la única diferencia es que en este espectáculo los protagonistas no son niños rubios y de ojo azul, sino niños discapacitados, que no por ello dejan de ser sumamente carismáticos como el bueno de Cirilo; para más referencias tenemos a Jimmy, aquel niño de edad indescifrable cuyo cuerpo era idéntico al de un calamar y que nos robó el corazón cantando canciones de Pedrito Fernández en todo tipo de programas, como por ejemplo, Otro Rollo. El trasfondo de este reality show, como su nombre lo indica, es el altruismo. Por ello todos los mexicanos nos sentamos frente al televisor para cantar y llorar como unos becerros mientras vemos a los artistas de moda cantando los hits del momento mientras en escena aparece un desfile de niños con parálisis cerebral que parecieran estar bailando breakdance o La gasolina de Daddy Yankee. Luego entonces, con el bote de basura lleno hasta el tope de kleenex moqueados, los altruistas televidentes que no tenemos vida propia nos apuramos a coger el teléfono para donar los pocos dineros que tenemos ahorrados en el banco para colaborar con nuestro granito de arena en la construcción de un nuevo centro de rehabilitación, mientras tanto, Televisa y otras empresas multimillonarias y transnacionales, justo días antes de que acabe el año fiscal, deducen sus impuestos gracias a los millones de televidentes que tenemos el corazón de pollo.

El reality show originalmente iba a llamarse El show de los niños con capacidades diferentes cuyos padres quieran volverlos famosos. Sin embargo, una vez más, de último minuto los mercadólogos y ejecutivos de Televisa le cambiaron el nombre al programa, argumentando que el título, por ser demasiado largo y difícil de memorizar iba a tener muy poco impacto comercial. 

Predicción: En el año 2012, Andrés Manuel López Obrador es derrocado como Presidente Legítimo de México, sin embargo y pese a todo pronostico, meses más tarde, en las elecciones para Presidente de la República es elegido por la mayoría del pueblo mexicano como el nuevo Presidente de la República, con lo cual se convierte en el primer presidente de izquierda en la historia del país. AMLO acepta gustoso el espurio cargo y su primera medida de gobierno es abolir toda forma de deducción de impuestos (incluidas las donaciones a fundaciones altruistas) por parte de monopolios y empresas transnacionales. Horas más tarde de la aprobación de la Nueva Ley Antialtruismo AMLO, en rueda de prensa, mediante su vocera oficial Galilea Montijo, Televisa anuncia que no habrá más teletones.      

3. Goles por México: en todos los partidos de la liga del fútbol mexicano que transmite Televisa, si hay suerte y alguno de los equipos se anima a cruzar la media cancha y anota un gol, el narrador, luego de pegar de gritos como un psicópata enajenado, nos informa a los televidentes que el gol ha sido “un gol con causa”, es decir, que el gol se traduce en 25 computadoras con Internet para la escuela primaria pública General Ignacio Zaragoza en San Juan de Sabinas, Coahuila; o una biblioteca escolar para la escuela primaria pública Alberto Larios Villalpando en Coquimatlán, Colima; o desayunos gratis durante dos años a 25 niños de escasos recursos en Zacazonapan, Estado de México; o auxiliares auditivos para tres niños en Nochixtlán, Oaxaca; o 5 prótesis para los residentes de Santiago Tulantepec de Lugo Guerrero, Hidalgo; o 10 casas nuevas para damnificados del Huracán Margarita en Nanchital de Lázaro Cárdenas del Río, Veracruz; o transplantes de riñón, córneas y medula ósea en Azcapotzalco, Distrito Federal. 

No quiero levantar suspicacias o ennegrecer conciencias, pero en lo que a  mí respecta, no podría dormir tranquilo si viviera dentro del pellejo de Sergio Bernal. Sergio fue el portero con menos goles en contra en este torneo, y, para colmo de males, todos los partidos de los Pumas de la UNAM fueron transmitidos por Televisa (al menos los que se juegan en Ciudad Universitaria). Traducción: cada penalti, tiro o remate atajados por Sergio Bernal en su portería significaron decenas o incluso cientos de niños, adolescentes y adultos sin Internet, sin un techo donde resguardarse del frío y sin órganos para sobrevivir. En pocas palabras, al mismo tiempo en que Bernal es aclamado rabiosamente por cientos de miles de aficionados por sacar una pelota del ángulo, del mismo modo y rabia es odiado por Isidoro Santos, que acaba de ser informado que su transplante de riñón ha sido cancelado hasta el próximo domingo, desde luego, si es que logra mantenerse con vida hasta esa fecha.

Predicción: En el 2011 Sergio Bernal es secuestrado. También Memo Ochoa. Igual Oswaldo Sánchez. Y los otros 15 porteros titulares de los equipos restantes de la Primera División. Ante esta horrible ola de secuestros, Televisa decide hacer una telenovela basada en hechos reales. El título es Ensayo sobre las retinas. De inmediato los mercadólogos y productores intervienen y deciden que el nombre de la telenovela debe ser cambiado a Un gancho al corazón 2. La historia narra las peripecias de un noble y atractivo mecánico que descubre que su invidente y menor de edad amada ha sido colocado en el lugar número 100 para un transplante de córneas en el programa Goles por México, así que, para agilizar el proceso (esto debido a que la amada del protagonista tiene el sueño de ver con sus propios ojos su fiesta de quince años) decide secuestrar a todos los porteros de la primera división. Los protagonistas de la telenovela serían Sebastián Rulli y Danna García.