miércoles, 27 de octubre de 2010

El último


Dudo tener la capacidad de transmitirte la fuerza que necesitas en estos momentos, pero haré mi mejor intento; como en cada uno de los
relatos que te dediqué en los últimos dos años. Este será el último que leerás disfrazada con la piel de una Reina de Belleza.


More...1


Mamá inflamó el pecho orgullosa.

P sacó la cámara.

-Actitud pandilleril, preciosa –dijo.

Bicho retorció sus larguísimas extremidades superiores, encorvó la espalda, flexionó las rodillas, torció la boca y frunció el ceño como un ruda negrata del Bronx.

Clic.

-¡Otra Bichito! ¡Otra! –exigió P emocionado-. Ahora más pandilleril, como cuando eras niña.

-¡Ana del Socorro! –dijo mamá ofuscada-. Nada de fotos. Ahora eres Nuestra Belleza Yucatán. Compórtate.

Bicho sonrió. Una sonrisa enorme.

-Foto, foto –dijo P apuntando con la cámara-. Foto de Miss.

Bicho enderezó la columna vertebral, puso los brazos en jarras, las manos apoyadas en la cintura ligeramente ladeada, estiró el cuello como un cisne inmaculado, y para mi sorpresa descubrí que por primera vez en su vida era más alta que yo.

-Rodrigo, quítate –ordenó mamá.

Clic.


2


Caí dormido. Al instante, tuve una horrible pesadilla: Bicho era coronada Nuestra Belleza México. El público gritaba eufórico. Mamá gritaba eufórica. Incluso yo gritaba eufórico. Cientos de fotógrafos también eufóricos la retrataban mil y un veces desde todos los ángulos y posiciones imaginables. El auditorio entero coreaba su nombre. Endiosados. Todos corrían hacia el escenario y empezaban a tocarla. A palpar su belleza. La acariciaban. La besaban. Pero no era suficiente. El público necesita más. Un fanático hambriento se aventuró a darle un mordisco en el brazo. Quería probarla. Saber a qué sabía la belleza. Saborearla. Y otro, y luego otro. Todos se abalanzaron sobre Bicho y la devoraron hasta el último hueso como a Jean-Baptiste Grenouille al final de El perfume.


3


En un principio me resistí a entrar al salón, pero Bicho insistió en que debía estar presente en la firma del contrato que la acreditaba oficialmente como Nuestra Belleza Mundo México.

-¿Segura que puede entrar tu hermano? –dijo mamá, insegura, pero con muchas ganas de que Lupita Jones me cerrara las puertas en las narices.

-Faltaba más –dijo Bicho, tirando de mi brazo para meterme a la sala-, es como mi papá.

Sus palabras fueron un gancho al hígado, me doblaron las piernas. Mi único consejo desde siempre había sido el que mi hermana desistiera de ser una Reina de Belleza, convencerla de que la belleza era efímera y lo único seguro, lo que en verdad prevalecía, era la inteligencia, que los concursos de belleza no eran muy distintos de las ferias ganaderas donde se exponían y calificaban a las reses. Valiente hermano. Menudo guía espiritual. No en balde días antes del concurso mamá no dudó en declarar en una entrevista exclusiva al periódico del que me corrieron de su sección editorial por falta de talento y/o porque nadie me leía, que yo no apoyaba a mi hermana. Incluso mamá prefirió salir retratada con el perro de la casa que conmigo.

-Te quiero mucho –me dijo Bicho y firmó el contrato.

Al verla firmar el contrato recordé años no muy lejanos. Bicho parada todos los fines de semana ante coches último modelo y/o cualquier producto recién salido al mercado, sonriente, los pies llenos de callos, ampollas, hinchados, amoratados, sangrantes. Bicho parada entre semana en conferencias, ferias ganaderas, expos, convenciones, centros comerciales, con la misma ancha sonrisa, estoica, soportando miradas lujuriosas y proposiciones tanto de viejos rabo verde como de jovencitos metrosexuales calenturientos. Bicho quemándose las pestañas delante de libros de biología, venciendo el sueño luego de extenuantes horas de trabajo, de ser un maniquí humano tras los aparadores de tiendas modernas, decidida a ser el mejor promedio del salón de clase. Bicho sudando sangre en el gimnasio, comiendo vegetales. Bicho capoteando con elegancia de torero a cierto proxeneta dueño de una agencia de modelos que se atrevió a sugerirle que acompañara a cenar a hombres de dinero a hoteles lujosos de la ciudad. Bicho con los ojos hinchados, enrojecidos, hablando noches enteras sin obtener respuesta de ese señor que le decía “mi princesita” y un día cayó fulminado por un derrame cerebral. Bicho sonriendo e hipnotizando al director de la universidad semestre tras semestre para que la mantuvieran becada en esa escuela impagable donde mantenía las notas más altas. Bicho aferrada, constante e infatigable en sus clases de teatro. Bicho yendo de pasarela en pasarela sin cobrar un quinto. Bicho perfeccionando su inglés en la madrugada. Bicho durmiendo sobre las tapas de los libros de mis autores favoritos, rendida, exhausta.


4


-No quiero morirme –dijo sollozando, tiritando de miedo. Tres palabras que hasta la fecha no he olvidado.

Meses antes de esa confesión, ocurrió algo. Un evento que, como era de esperarse, toda la familia me ocultó. Metieron a Bicho a un quirófano para sacarle grasa. Grasa incómoda, horrenda, asquerosa, acumulada año tras año por comer deliciosas golosinas que robaba furtivamente de la alacena, frituras crujientes que llenaban de felicidad sus días de niña, pero que sin embargo al comerlas mamá se encargaba de hacerla sentir culpable, como si de un delito imperdonable se tratara, del mismo modo en que su papá la hacía sentir una vaca rolliza frente a sus amigas, avergonzándola, humillándola cada que osaba comer de más.

En esta ocasión, cosa que agradezco profundamente, Bicho ha tenido la delicadeza de informarme que entrará de nuevo al quirófano. Cosa de nada, le han dicho. Gajes del oficio. Reafirmaciones, reacomodos estéticos. ¿Y luego qué? Me pregunto. ¿Acaso será tan tonta para tropezar con la misma piedra? ¿No se ha detenido a pensar que luego de corregir esas “imperfecciones” surgirán otras, y luego otras, y muchas más hasta que se mire en el espejo y de ella no encuentre más nada que un nebuloso recuerdo de la hermosa niña de carne y hueso que un día fue detrás de ese Frankenstein de silicona superestrella de revista de cotilleo?


5


-Acaba de hablar furioso tu hermano –me dijo mamá por celular-. Me dijo que un amigo suyo acaba de ver publicado en Internet una cosa horrible que escribiste de tu hermanita –mamá guardó silencio, luego, me pareció escucharla sollozar-, ¿qué escribiste ahora, hijito?

-Nada –mentí.

-Gracias a Dios no sé usar la computadora, pero tu hermano me dijo que está furioso, que tiene ganas de golpearte –dijo mamá, ahora sí entrecortando la voz con lágrimas-. Me dijo que hiciste del dominio público que tu hermanita era bulímica y que se operó la panza hace unos años.

-Sí, eso escribí –dije bastante sorprendido-, pero no era mi intención que…

-¡Dios mío! ¡No te das cuenta de que le pueden quitar su corona! –mamá estalló en llanto y no entendí ni una sola palabra más de las que balbuceó.

Colgué. Fui a la computadora y en mi bandeja de entrada vi una retahíla de mails de gente conocida, familiares y desconocidos. Sospeché lo peor. Uno a uno los leí, y salvo honrosas excepciones, la mayoría de ellos me conminaban a rectificar, a escribir una carta donde pidiera disculpas públicas, y de ser posible, que dijera que no soy más el hermano de la soberana de la belleza de México.


6


Los ojos no mienten. O al menos, a mí no me engañan. No tengo que ser adivino para saber lo que allí hay dentro. Luego de un año duro de trabajo (por calificarlo de algún modo), lejos de la familia, de ese chico al que le brillan los ojos de amor y al que ama hasta la médula, lo último que deseaba era seguir distante, a años luz, perdida en una nebulosa de luces brillantes, que le pusieran otra corona en la cabeza, una más pesada y más reluciente, solo significaba alejarse más, como un cometa, ver desaparecer enraizados en Tierra a los seres queridos, lo único que anhelaba era escuchar el nombre de esa isla del Caribe, bajar a ras de suelo y fundirse en un abrazo con su familia y estamparle un beso largo y puro de Reina de Disney al chico de los ojos soñadores que es su Príncipe Azul y que aparecieran de una maldita vez los juegos pirotécnicos y la palabra FIN o Colorín colorado este cuento se ha acabado; pero entonces escuchó el nombre de su país, México, todos la abrazaron y desapareció escoltada por la guardia real Trump.

Y a mi lado, su compañera de guerra, la Reina Amazona, la Diosa Griega, abandonada a su suerte, difamada y expuesta en un mugriento espectacular en Viaducto entronque Iztapalapa, olvidó por un instante la tragedia en que se había convertido su vida, y se le llenaron los ojos de lágrimas de emoción, de orgullo.

-Lo hiciste, Xime –dijo Bicho abrazando a mamá-, lo hiciste.

No soy quien para interrumpir la magia de la escena, así que me mordí la lengua, perdiendo la mirada en la ventana del departamento. Lo hicieron, pensé viendo el corredor oscuro y desierto de la calle Amsterdam.


7


¿Necesitas más pruebas o capítulos de una “novela” para darte cuenta que no eres una Reina de Belleza?

Te envidio. En tus manos tienes una de las mejores historias que debe y pide a gritos ser contada. No en forma de comedia simplona como
Miss Simpatía, aquella protagonizada por Sandra Bullock. Tú sabes a qué historia me refiero. De ahora en adelante, deja el espejo y el rimel; toma pluma y papel y ponte a trabajar. Tienes un compromiso con miles de jovencitas que estúpidamente intentan escalar hacia el Infierno.

Cuando el sábado nos alcance, si te faltan fuerzas para subir al escenario, recuerda que del otro lado del mundo hay alguien que te está esperando con más anhelo que nadie. Ahora mismo, como cada mañana, lo tengo tumbado a mis pies, haciéndome compañía, capítulo tras capítulo de mi nueva novela. Él mejor que ninguno sabe que la belleza te importa un bledo. Ni sus ojos, ni la cicatriz de su espalda mienten.

Pero esa, esa es otra historia que te toca contar a ti. O como mínimo, nunca olvidarla. No olvides al perro. Aquel pitbull enloquecido al que enfrentaste solita, del que apenas escapaste y burlaste con las manos ensangrentadas, sorteando dentelladas, abrazando y protegiendo al perro que espera tu regreso desde aquella noche en que partiste de casa dispuesta a comerte al mundo.



domingo, 17 de octubre de 2010

Orsai, la revista imposible



1


Nada más terrible que encontrar un pastelito, una confitura, una golosina que se amolde a tu paladar, que te llene de alegría, y de buenas a primeras, sin previo aviso, la saquen del mercado para siempre. Uno queda devastado mirando los estantes del supermercado, del estanquillo, de la tiendita de la esquina. Quedamos huérfanos. Desolados. Con un nudo en la garganta. Con ganas de apedrear el carrito repartidor de Marinela o Sabritas, a sabiendas de que toda queja será inútil.

More...Algo parecido me pasó el año pasado con Orsai, mi blog favorito, sitio que tantas alegrías y consuelos me regaló durante los últimos años. Una mañana, para mi horror, dejaron de aparecer escritos actualizados, nuevos, fresquecitos.


2


Un triste año entero con tres mañanas desoladoras tuvieron que pasar para que ocurriera lo impensado. En la pantalla de mi laptop, un escrito inédito de Orsai relucía con la añorada tipografía Georgia número 13.5, informándonos a cientos de fieles lectores desperdigados en diferentes rincones del mundo, que este año para nada fue un año sabático, desperdiciado, todo lo contrario, fueron semanas de silencio, o mejor dicho, una plática de sobremesa donde se buscaba realizar un sueño de toda una vida: dar el gran salto de la red al papel, poniéndose como reto, eso sí, 12 Mandamientos, que de solo recordarlos, se me eriza la piel, tanto o más que a un católico asiduo a misa de domingo cada que realiza un desfalco, miente, engaña a su mujer, morbosea a la hija de su mejor amigo, etcétera, y comulga con los ojos cerrados el cuerpo de Cristo que le pone en la punta de la lengua el sacerdote.


1. No tendrá publicidad, ni subsidios privados o estatales.

2. Tendrá la mejor calidad gráfica del mercado.

3. Prescindirá de todos los intermediarios posibles.

4. Tendrá una versión en papel y otra, dinámica, para
tablets.

5. Escribirán y dibujarán únicamente personas que admiremos mucho.

6. Llegará en menos de siete días a cualquier país del mundo.

7. Será trimestral y tendrá más de doscientas páginas.

8. En cada país costará lo que un libro (gastos de envío incluidos).

9. Contará con un capital inicial de cien mil euros.

10. La plata la ponemos nosotros, porque el sueño es nuestro.

11. Si salvamos la inversión, somos felices.

12. Si no salvamos la inversión, nos chupa un huevo.



3


En mi juventud, equivocada pero feliz, tras leer alguna biografía del Che Guevara, me carcomía el deseo de haber nacido en otra época, cuando el mundo creía de verdad en las ideologías y valía la pena ponerse la botas y salir a la calle a protestar en contra de gobiernos fascistas, o embarcarse en misiones suicidas a una isla.

Entonces, mal que mal, terminó la dictadura perfecta en México, me dediqué a leer literatura de autores nacidos en países del primer mundo, capitalistas, y se me fue pasando la calentura, el ardor, lo rojo de la piel (dato personal: Reinaldo Arenas ayudó un poco). Descubrí que el problema del mundo no es un sistema X o Y, sino nosotros. El individuo. Donde basta un solo imbécil con iniciativa, persuasión, labia o arrojo suicida, para torcer, podrir y llevarse entre las patas a todos.

Sin embargo, confieso que se me quedó clavada una espina. El poder hacer algo por la sociedad. Contribuir con mi granito de arena. Ser la piedrita en el zapato de los sinvergüenzas. El insignificante mosquito capaz de interrumpir el sueño de los poderosos. Ser capaz de dinamitar Televisa o TvAzteca, el cáncer más terrible que padece México. O apedrear la sucursal de cualquier banco, saqueadores de cuello blanco, bandidos de verdad. Quimeras, sueños imposibles, demasiado osados para un cobarde como yo.


4


El desvarío del punto anterior, el número 3, fue solo para decirles que he encontrado la espina clavada que pienso sacarme.

Cito textual a Orsai: “Nuestra obsesión, de ahora en más, es demostrar que no hay crisis editorial ni económica, sino moral. Lo que hay son medios tradicionales que piensan nada más que en el dinero y se cagan en el lector, lo arrinconan y lo vician de mentiras y de engaños. Nuestro antojo es un medio de comunicación humano, honesto, de una transparencia obscena, un medio gráfico que den ganas de recibir por debajo de la puerta, pero ganas en serio. Como recibíamos en los ochentas y los noventas las revistas que nos gustaban. Y que murieron. Todas murieron”.

La odisea, el objetivo titánico de Orsai es hacer un medio sin detenerse a pensar si los auspiciadores pagarán o no la contraportada de la revista. Eliminar intermediarios, traducción: chao, mafias de la distribución. Au revoir, librerías empecinadas en embolsarse el 40% de ganancia sobre el precio del libro.

Orsai promete olvidarse, no preocuparse más de los recortes presupuestarios que padecen las revistas comerciales en épocas de crisis, pues el dinero que financia el proyecto, todito, lo han puesto ellos mismos, de sus bolsillos; plata que hicieron jugando, y no piensan duplicarlo (al menos esa es su idea), porque el objetivo es claro: seguir jugando.


5


¿Tiene sentido que un tipo que escribe tenga que expresarse conforme avance o retroceda la publicidad?, es la pregunta que se plantea Orsai, la pregunta que se ha planteado todo escritor con el mínimo grado de dignidad, pero que sin embargo, escribe porque tiene que comer, viendo sus ideas cortadas por la mitad, acorraladas, flanqueadas por anuncios de bisuterías, refrescos de cola, campañas políticas, etcétera.

Los despidos masivos ocurridos en los últimos años en revistas y periódicos, no nos engañemos, sí o sí, son para abaratar costos, sí o sí, en pensar cada vez menos en los lectores, en nosotros.

“No puede ser posible que cuando las cosas le van muy bien a las empresas tengas que escribir menos –porque entra publicidad- y cuando las cosas le van mal a las empresas tengas que escribir menos –porque le quitan páginas al diario. ¿Qué tiene que pasar, económicamente hablando, para que los lectores leamos en paz (o para que los periodistas escribamos en paz) un texto de mil palabras?”, se pregunta Orsai pateando el tablero.


6


Los chicos de Orsai me recuerdan a esos jóvenes barbados, idealistas, suicidas que se embarcaron un día a guerrear contra el imperio, plantarle cara.

-Pobres ingenuos –me dice mi chica, sabedora de cómo opera mi mente-, cuidadito te pongas en contacto con ellos.

-Solamente les estoy sugiriendo un par de escritores que me gustan mucho, que me gustaría salieran del anonimato –digo con timidez mientras envío un e-mail.

Selva me clava una mirada flamígera.

-Ya están bastante grandecitos para soñar –dice.

Lo sé, mi chica tiene razón. Mis amigos de Orsai son un par de soñadores drogones de mediana edad planeando una utopía literaria: llegar a todos los rincones del mundo sin intermediarios mafiosos y a un precio equitativo, pues según ellos, sostienen la filosofía de que es un error pensar en euros, o en dólares, o en pesos, o en soles cuando existen países con economías diferentes, o sea, lo correcto es encontrar otra unidad monetaria. ¡Una unidad monetaria creada por ellos!

-¡Están locos! –grita mi chica dando un portazo.


7


La nueva moneda se llama PD$ (periódico del sábado). Unidad monetaria creada a raíz de la siguiente pregunta: ¿Cuánto cuesta el periódico de mayor tirada en tu país, los sábados?

El objetivo de Orsai es que cada lector pueda adquirir la revista a un precio final de 15 PD$ (medio mes de periódicos), sin importar dónde vivas, con gastos de envío incluidos.

Esta tabulación monetaria se la explico una hora después a mi chica, ya más calmada; calma que enseguida se rompe.

-Y se puede saber cómo vas a comprar la revista si no tienes ni para comprar quince periódicos cada tres meses –dice-, y ni se diga comprar revistas y libros en general.

Confiado, con aire triunfante, le digo que los chicos de Orsai piensan en el bien común, en la gente menos favorecida por el sistema, en los lectores ávidos de entretenimiento, que por lo general, nunca traemos un peso encima pero nos las ingeniamos para conseguir novias tetonas.

-Habrá un pdf con la revista enterita –digo poniéndome de pie, sacando el pecho, levantando el dedo índice hacia el cielo-, y completamente gratis desde el diez de enero. ¿A poco no hay justicia poética?

-¿Justicia poética? –se rasca la cabeza Selva-. ¿No en diciembre empiezan a pagarte por escribir tu novela?

Asiento con la cabeza, aún con el dedo índice apuntando hacia el cielo cual libertador de algún país del tercer mundo.

-Entonces, la próxima vez que vuelvas a quejarte de Chávez o Fidel, de la Coca-Cola o de Bill Gates –Selva me sujeta del cuello de la camiseta-, te meto un madrazo en la cara.


8


Si eres un soñador de verdad que cree en la justicia poética, o pataleas cada que ves tu ciudad inundada de espectaculares, o mejor aún, si deseas leer una revista con los escritores más divertidos del mundo sin tener que ser distraído por anuncios de colores chillones que intentan seducirte a tirar tu dinero en productos completamente inservibles, o descubrir cómo se las ingeniarán los chicos de Orsai para ingresar a Venezuela y a Cuba (en la isla la revista costará 3 PD$, o sea, 0,06 euros) con escritos y caricaturas que hagan bromas de dictaduras caribeñas, o si eres un librero que al mismo tiempo quiere hacer dinero y hacer felices a sus clientes, o si eres un escritor con talento que quiere ganar 500 euros por escrito y un año de suscripción gratuita a la revista, este es tu momento.

Hernán Casciari, revolucionario literario, renunció a publicar más su columna de los domingos en el diario La Nación, de Argentina, y a su columna de los viernes en El País, de España. También le anunció a Random House Mondadori que renuncia a sacar nuevos libros con la Editorial Sudamericana de Argentina, o con Editorial Grijalbo en México, al igual que con Plaza & Janés de España.

Yo no tengo editorial ni perro que me ladre, pero me subo a su barco, me pongo a sus órdenes si necesitan un grumete que friegue el piso de la cubierta o cepille los retretes, sin esperar nada a cambio, más que mirar con estos cuatro y miopes ojos que una revista finalmente sea un éxito y sobreviva sin recibir publicidad alguna de los emporios capitalistas, y, que también llegue a manos de gente oprimida por dictaduras socialistas.

Es hora de que nos escuchen, llegó el día de sacarse la espina enterrada:

http://orsai.es/blog/

lunes, 11 de octubre de 2010

Twitter



1


Grave error fue acceder a los ruegos de Selva, es decir, dejar que me abriera una cuenta de Twitter. Según ella, el Twitter es el medio perfecto para multiplicar a mis lectores, y por ende, triplicar los comentarios en mis dos blogs donde ya nadie comenta nada, pues los blogs pasaron de moda.

More...-Pero en Twitter solo puedo escribir 140 letras –le explico a mi chica, estatua de marfil erguida en mitad de un pasillo del centro comercial.

-No seas indio –dice Selva mientras teclea algo en su BlackBerry-, en Twitter puedes postear tus escritos.

-¿Y? –me cruzo de brazos, signo ineludible de resistencia al cambio-. ¿Quién va a leerme si no tengo ningún seguidor?

-Tranquilo, yo me encargo de eso –responde muy segura de sí misma, tecleando infatigable el aparatejo que tiene entre manos.

-¿Es necesario hacerlo aquí, en mitad de la plaza? –me quejo, recibiendo empellones de transeúntes que circulan como autómatas con la mirada clavada en sus celulares.

Selva no me responde, sigue concentrada en la pantalla de su BlackBerry; no paso desapercibido que se tomó la libertad de escribir mi primer twit: un insulto feroz donde acusa de zorra a una suculenta presentadora de Telehit por acostarse con su ex novio ex famoso, el primer emo de México.

-Listo –dice regalándome una sonrisa enorme al tiempo que me restriega en la cara su celular.

-Gran cosa, aún no tengo ningún seguidor –aparto la pantalla de mi rostro.

-¿Y yo qué soy? –dice indignada.

-Tú no cuentas –digo ingenuamente y me meto a una librería a hojear la enésima revista donde Larissa Riquelme aparece en pelotas.


2


Si mi proyecto para el FONCA hubiera sido el acosar a los personajes más patéticos de la farándula (entiéndase por ellos: políticos, futbolistas fiesteros adictos a los travestis y artistuchos de telenovelas y programas de variedad), ahora sería el hombre más satisfecho y tranquilo de la faz de la Tierra. Por desgracia, no es así. Me he comprometido a escribir una novela de poco más de 400 páginas, y hasta el día de hoy llevo la grosera cantidad de cero páginas escritas. Traducción: le estoy robando a manos llenas al gobierno, o mejor dicho, a las pocas personas que pagan sus impuestos en este país de evasores fiscales, pobres ingenuos que están subsidiando a un bueno para nada que en vez de escribir una obra maestra se la pasa todo el santo día twitteando, es decir, insultando, retando, difamando, vituperando, provocando, insidiando, sacando de quicio a personas que se sienten muy especiales por el simple hecho de aparecer en la televisión restregándonos todos los días en la cara lo bellos que son y/o las fabulosas vidas que llevan.


3


Esta mañana me he prometido (es la sexta mañana consecutiva que lo hago) comenzar a escribir el primer capítulo de mi novela.

“Vayan a verme al teatro”, dice el actor bipolar ex famoso, alias, el hombre felpa, la alfombra humana, estambre de pelos, actualmente exiliado de las telenovelas gracias a sus constantes arranques de locura.

El actor bipolar ex famoso, agrega una fotografía a su comentario de Twitter. Luego otra. Y otra más. Me vence la curiosidad a mitad del primer párrafo escrito. Abro las fotografías. Todas ellas son imágenes borrosas de juegos pirotécnicos. Me resisto a preguntarle al hombre felpa, alfombra, estambre de pelos, qué lo llevó a subir esas imágenes, pero enseguida me compadezco de él, sé que es un hombre enfermo, medicado, que no debo provocar su ira, uno nunca sabe cómo opera la mente de los locos, además de que seguramente jamás obtendré respuesta de su parte.

“En el concierto de los Black Eyed Peas”, dice el actor bipolar ex famoso.

Vuelvo a abandonar la escritura. Abro el link adjunto al comentario. En pantalla aparece la imagen del hombre felpa, alfombra, estambre de pelos, con mirada enloquecida, homicida, de chiflado perturbado, abrazando a la fuerza al aterrorizado cómico irreverente que se hace pasar por chavo alocado en la televisión, aunque de chavo ya no tiene nada, e incluso en la fotografía puede vérsele la reluciente pelona de hombre de la mediana edad.

La oportunidad es irresistible. No pienso dejarla pasar. Retwitteo el mensaje del actor bipolar ex famoso y agrego la leyenda: “una pareja de idiotas”.

Continúo con la escritura del primer capítulo de mi novela, sin embargo, el actor bipolar ex famoso responde a mi mensaje:

“Tas crudo kbaron, cuanta amargura! Hazte una chaqueta, pendejo, jajajaja”.

Acto seguido, el hombre felpa, alfombra, estambre de pelos, me bloquea de su Twitter sin darme la oportunidad de rebajarme en un duelo de mentadas de madre hasta el infinito.

Pienso: debo ser más astuto, en el futuro me haré pasar por fan de las celebridades, luego, sin previo aviso, herir su ego, decirles cuanto los odio y los desprecio.


4


Es oficial: soy patético. No tengo vida propia. En vez de dedicarme a lo que supuestamente más amo, por lo que tanto recé para que me pagaran, me pica, cosquillea algo en el interior que me hace guerrear sin cuartel las 24 horas del día con los miserables que aparecen en la televisión.

Me enfrasco en la faena de hacer una lista de la gente más patética y a la que más aborrezco. La encabeza, por un margen abultado, de calle, el ex integrante de la banda juvenil que hizo las delicias de la chaviza ochentera en México, alias, el pobre diablo que anuncia detergente de ropa para señoras. El segundo peldaño lo ocupa otro héroe de la niñez mexicana de los años ochenta, alias, el actor desempleado ex Big Brother “VIP” (nótese las comillas) que fingió padecer cáncer en la garganta para que nos apiadáramos de él y no lo corrieran de la casa por ser un pobre infeliz sin talento. Un peldaño más abajo, lo reservo para el charro engominado vestido siempre en trajes de cuero de sadomasoquista, alias, el hombre machísimo que en vez de salir del clóset como Ricky y Tiziano, preña y enamora a cuanta jovencita hermosa se le cruza por enfrente, pero nada más toma dos tragos y se le truena la reversa, se le inunda la canoa.

En cuestión de minutos descubro que la lista es interminable. Son más de quinientos los personajes funestos de la farándula a los que estoy siguiendo, es decir, el 99.9% de las personas que aparecen en televisión. Entonces, el Twitter, que es una maquina con inteligencia superior, me sugiere agregar a una persona más: el dueño de la televisora que tanto odio, el patrón de las luminarias, el titiritero del pueblo mexicano.

“No se pierdan nuestro nuevo show este domingo, donaremos toneladas de comida para los damnificados de Chiapas y Veracruz”, escribe el magnate de las telecomunicaciones.

Pienso: ahora mismo le diré que se meta su programa por donde mejor le quepa, que él es el culpable de que este país sea un hervidero de muertos de hambre, analfabetos y descerebrados.

Me arrojo con furia sobre el teclado, pero al instante, me invade un dejo de lucidez; recuerdo que soy un cobarde de profesión, así que en vez de insultarlo, decido felicitarlo por su honorable labor altruista, ni loco pienso ser otra victima más de su esbirro favorito, el payaso tenebroso que aparece en la televisión amenazando cual sicario a los twitteros que osan suplantar la identidad, agredir verbalmente o pensar diferente de los líderes de opinión de la empresa televisiva más poderosa de Latinoamérica.


5


Selva se ha puesto como meta este mes llegar a los cien mil seguidores, y para ello ha decidido compartir su vida minuto a minuto con todos los argonautas fisgones y morbosos del ciberespacio.

-El Twitter es una guerra constante –dice tomándose una foto empinada sobre una silla-, hay que estar entreteniéndolos, si no, te dejan de seguir.

A juzgar por la empinación de sus nalgas, mentalmente hago una estimación y sospecho que llegará al medio millón de seguidores antes de que acabe el año en curso, claro está, siempre y cuando siga subiendo fotografías donde aparezcan en primer plano los melones con que fue dotada por la sabia naturaleza y/o siga escribiendo lindezas como su último twit: “me puse un sprayazo de perfume ed hardy en el queso para sentirme ruda”.

-¿A qué no sabes quién me esta siguiendo? –me pregunta Selva, Black Berry en mano, contorsionada como acróbata del Circo Chino de Pekín.

Al escuchar el nombre del nuevo acosador, perdón, seguidor, quedo pálido. Selva ha dado el brinco a las grandes ligas. Hollywood. Digamos que su seguidor no es Brad Pitt, pero sí alguien más peligroso. El actor borracho adicto al sexo, alias, el hombre horrible que según los tabloides norteamericanos llevó a una cantina y luego a un motel a Lindsay Lohan cuando la ex estrella infantil puso un pie fuera de la clínica de rehabilitación.

-Me invitó a Los Cabos –dice Selva.


6


Suena inverosímil, pero los pobres diablos también corremos con suerte de vez en cuando. Selva rechazó la invitación del actor hollywoodense borracho adicto al sexo, siendo esta la segunda ocasión que no se deja seducir por un famoso que le gusta. Sin embargo, no nos engañemos, en la vida nada es gratis, a cambio de su fidelidad, mi chica me ha pedido algo.

-Quiero contarte las rayas del ano.

-…

-Se llama anomancia.

Selva me explica que su nuevo gurú y guía espiritual es el psicomago de apellido ucraniano, alias, el director de cine de películas bizarras.

-En Twitter dijo que una persona sana debe tener 33 rayas en el ano.

-…

-Yo tengo trece –dice Selva con el rostro consternado, abriéndose las nalgas.

Dos horas más tarde, humillado, entro a Twitter y no se me ocurre nada más que lanzar una andanada de insultos, insidias y vituperios en contra el viejo horrible amante de los anos.

“Métete 20 monedas de oro en el ano, escúpele en la cara a tu papá y mira bañarse desnuda a tu mamá en una tina”, me responde el psicomago a manera de terapia para menguar mi amargura y fortalecer mi virilidad.


7


Lunes. Debo iniciar la semana de manera productiva. Ahora sí que estoy convencido de comenzar a escribir mi novela. Abro mi laptop. En pantalla descubro la desagradable sorpresa de ver la fotografía de mi rostro hinchado, abotargado, mofletudo, de hámster recién parido.

“Mi novio dormido”, escribe Selva.

“Vaya gustitos”, es el comentario general de más de una centena de personas que por arte de magia empiezan a seguirme en el Twitter.

martes, 5 de octubre de 2010

Uno menos


“No le temo a la muerte, sólo que no me gustaría estar allí cuando suceda.”
- Woody Allen


En el mundo existen personas con el don de la elocuencia en mitad de la tragedia. Estas personas por lo general van engominadas, perfumadas, tienen voz cristalina. Jamás titubean. Son el positivismo ambulante. Oráculos humanos. Te aprietan la mano, te abrazan y se avientan discursos asegurando con vehemencia que todo estará bien (aunque bien sepamos que no será así). Envidio a estas personas.

En la vida, no hay nada más terrorífico que dar el pésame. Tarde o temprano hay que darlo. Es algo inevitable. Ineludible, a menos que seas Wil Smith en la pésima adaptación de la película Omega Man. Y es que dar el pésame es algo que no se puede ensayar. Practicar. Por eso, en la cola del funeral, flanqueado de gente dubitativa, nerviosa, sollozante, uno visualiza la escena a ocurrir: el apretón y el abrazo que se le debe dar a la viuda, a los huérfanos y demás familiares sumergidos en el dolor. Pero esto no es tan sencillo como parece, de inmediato nos asaltan las dudas: ¿Qué tan fuerte debe ser el apretón de manos? ¿Qué tan prolongado y caluroso el abrazo? ¿Debe uno mirar a los ojos y sostener la mirada? ¿Sería apropiado decir unas palabras de aliento? ¿Deberíamos picarnos los ojos y parpados para que estén bien hinchados y enrojecidos como los de las señoras muy sufridas de adelante? Lo siento mucho, mascullamos una y mil veces mientras la fila avanza, y cuando llega nuestro turno, quedamos mudos, pasmados, estatuas de cartón, pero en el fondo, agradecidos de no haber sido nosotros el pobre diablo que presa de los nervios se aventó la puntada de felicitar a la viuda.


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En teoría, la muerte es lo que menos debería impactarnos, pues es lo único seguro que ocurrirá en la vida; sin embargo, siempre nos sorprende, llena de dudas, anega, empaña los ojos de lágrimas. No puedo creer que se haya muerto, decimos, como si nuestros conocidos fueran inmortales, personajes indispensables, insustituibles en nuestra vida, aunque de ellos no sepamos nada durante años hasta el día que nos informan de su deceso.

Mamá es especialista en hacerme creer que alguno de mis hermanos o seres más queridos ha muerto. Con voz entrecortada, sorbiéndose los mocos, tartamudea por el celular:

-¡Se-se-se se murioooooó!

Quedo helado. Pálido. De una pieza. Entro al cuarto blanco de Matrix.

-Se murió Juan Camilo Mouriño –dice sollozante.

O también aplica estas otras, en medio de un batidero de mocos:

-Se murió el príncipe Guillermo de Luxemburgo.

Juro que me dan ganas de matarla. Ahorcarla. Pero en vez de eso, respiro aliviado. Por ahora. Sé que un día la bolita de la Ruleta caerá en la casilla con el nombre de alguien de la familia.


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A nadie en su sano juicio le gusta asistir a los funerales (salvo a las señoras amantes de la barra nocturna de telenovelas), pues además de ser el recordatorio de que pronto seremos quienes estén en una urna o una caja, es la confirmación de que hemos envejecido.

-¿Te acuerdas de Susanita, la hermanita de Mariana? Es esa, la ballena de allá, y esos cuatro demonios son sus hijos.

Los funerales también son la oportunidad para quedar como un perfecto antisocial.

-¿Qué pasó, ya no saludas?

Incrédulo, en un seboso abrazo te fundes en las carnes del ídolo de tu juventud, el galán de las vacaciones de verano, al tiempo que te prometes que al llegar a casa comenzarás la dieta de la sopa milagrosa y que bajo ningún concepto te mirarás al espejo, nunca más.


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No nos engañemos, si uno tiene la desgracia de estar del otro lado de la cancha, por más pésames que reciba, por más palabras de aliento que escuche de gente engominada, perfumada, de voz cristalina, jamás se recuperará de la muerte de un ser querido. Su voz, su aliento, su olor, las cosas insignificantes a las que nos acostumbró día a día, van desapareciendo. Esfumándose. Y he ahí la verdadera tragedia. Es imposible instalarse en el dolor perpetuo a lo perro Hachi. La vida sigue. Y con el paso del tiempo descubriremos que apenas y tendremos un minuto para recordar al ser querido ausente. Fantasear qué haría en estos momentos si estuviera con nosotros.

La muerte es una horrenda cicatriz a la que más vale acostumbrarse pronto.

-¿A qué se dedica tu papá?

-Está muerto –respondes a manera de disculpa, pues sabes, tendrás que soportar la incomodidad del otro. Su sonrojo. Su titubeo. Su no saber qué decir. Su lo siento, aunque no sienta nada. E irremediablemente caerás en la fantasía y exageración de las virtudes del difunto. En su glorificación. Al dedo en la llaga cuando tus hijos pregunten: “¿Y cómo era abuelito?” Entonces, con horror descubrirás que lo has olvidado. O mejor dicho, que no existen calificativos para humanizarlo. Traerlo de vuelta.