miércoles, 17 de septiembre de 2014

Salto al vacío


Hoy cumplo un año en la agencia de publicidad donde trabajaré hasta el último día de septiembre.   

-¿Estás seguro de que quieres dejar la agencia? –me dijo perplejo el dueño hace un mes, cuando me invitó a un restaurante de cortes de carne para platicarme sobre los nuevos planes que tenía para su empresa.

-Segurísimo, nunca estuve más seguro de algo en mi vida –le dije, luego de soltarle a bocajarro que declinaba la amable oferta de convertirme en director creativo de otra célula de trabajo.

-¿Y qué harás? ¿Te dedicarás a escribir de nuevo?

-Sí, voy a retomar la escritura… y también voy a fundar una agencia de publicidad.

Desde aquel día a la fecha, no sólo mi futuro ex jefe me mira con terror, como si fuera yo el palestino más radical de la OLP que camina con una bomba oculta bajo la ropa.

-Te apoyo en todo lo que hagas… –me dice Fiera con ojos gelatinosos- pero no creo que sea el mejor momento para que dejes tu trabajo.

No la culpo, una cosa fue apoyar mi carrera de escritor hace 5 años, cuando vivía cómodamente en casa de mamá, y otra muy distinta, aplaudir mi incursión como socio de un proyecto suicida donde el primer año estimo ganar la mitad del sueldo que actualmente percibo, luego de larguísimos 365 días plagados de sacrificios donde resulté ser un insospechado buen publicista, tanto, que logré dar el salto de copy a director creativo en tres meses y duplicar mi salario inicial en tan sólo seis meses, además de granjearme el respeto de jefes, compañeros de trabajo y clientes.

-Estamos hundidos en deudas, acabo de expandir mi salón debelleza –insiste Fiera con un nudo en la garganta.

-No puedo echarme para atrás, ya he renunciado –digo y me quedo observando cómo su humanidad se ensombrece de pánico.

Quedo mudo, en vez de decir: Fiera, yo también me estoy cagando en las patas de miedo, sin embargo, no puedo decírtelo, tengo que hacerme al fuerte, poner pose y actitud de la próxima luminaria de portada de la revista Forbes; tengo tanto miedo que llevo semanas sin dormir más de tres horas de corrido, sin embargo, cuando te veo levantarte en las madrugadas para ir al baño, finjo dormir como un campeón; tengo miedo de convertirme en el pasajero más aburrido de tu vida, ese que desde hace algunos meses a la fecha llega fundido a casa, se mete a la cama, se desconecta del mundo mirando ESPN, y no se le ocurre nada interesante de qué platicar; estoy harto de recibir órdenes, de agachar la cabeza y decir, sí, lo que ustedes ordenen, es una reverenda estupidez lo que me están pidiendo hacer, pero accedo a hacerlo (además con una ancha sonrisa en los labios) porque ustedes son los que están pagando; estoy cansado de llegar a la oficina y contar los minutos que faltan para que termine el día; aborrezco repetir días tras día que mañana será un gran día. Fuera máscaras, la única manera de ser feliz es ser dueño de tu destino, arriesgarte a dar el salto al vacío, dejar de ser empleado, siendo empleado se tiene la comodidad y el confort de tener un sueldo fijo que sólo genera más intereses en las deudas de cada mes. He llegado a la conclusión de que la única manera de salir adelante es sumergirse en más deudas, creer en lo que uno hace, invertir en su propio talento para convertir los números rojos en negros. Pero mi mayor miedo es perderme: o tomo ahora mismo el rumbo de mi vida, desafiando las leyes de la probabilidad montando una agencia donde no existan empleados, sólo socios a los que admiro sobremanera desde tiempo atrás, o te pierdo también a ti cuando te canses de vivir bajo el mismo techo de un hombre ordinario.   

-Está bien –dice finalmente Fiera-, creo en ti, aunque nunca digas nada y te quedes callado viéndome con cara de retrasado mental.