jueves, 16 de diciembre de 2010

El año que se fue como un suspiro


Solo al plasmar nuestros recuerdos en una hoja de papel podemos tener la capacidad de cobrar conciencia, de evitar sumergirnos en una depresión pasmosa, infranqueable, de creer que estamos envejeciendo a la velocidad del trueno, pues al despertar los días lunes, si nos descuidamos (que es casi siempre), aparecemos en un lejano día sábado o domingo sin saber a dónde diablos fue a esconderse el resto de la semana. Es por eso, sospecho, que a mediados del mes de diciembre, los medios de comunicación (sabedores de lo perezosos que somos para redactar nuestras propias nimiedades) gustan de bombardearnos con incontables recuentos o Tops de las mejores canciones, películas, noticias, proezas deportivas, tragedias, etcétera, del año que está por expirar, para de este modo recordarnos que estamos vivos, o cuando menos, que somos unos muertos vivientes que deambulan hipnotizados por la luz que emanan las pantallas de los televisores, celulares y computadoras.

More...En un ejercicio para evitar cortarme las venas (apenas ayer estaba recibiendo el 2010), enumeraré los momentos que debo prometerme nunca olvidar, tener a mano en el cajón de los recuerdos, para que no siendo un anciano, pague las facturas que le debo a ciertos personajes que quiero, admiro y respeto, pero también, cobre las que me deben algunos ponzoñosos animales rastreros.

1. Un señor al que todos odian pero que él cree que lo aman, renacuajo calculador y sociópata resentido, conociendo su condición de poco hombre, acostumbrado a resolver las diferencias en la sombra, escondido, parapetado en algún escondrijo inexpugnable y con matones de por medio que dan la cara por él (será porque la suya es horrenda y ni siquiera una cirugía plástica pudo borrar su fealdad), me declaró la guerra (entiéndase por guerra amenazar y causarle una crisis nerviosa a una señora sexagenaria que es mamá) por un escrito que publiqué haciendo legítima defensa de lo que me enseñó mi difunto padre desde que era un niño: lo único que no puede darse el lujo de perder un ser humano es su dignidad.

2. A las puertas de un concurso de belleza internacional, una reina de belleza llamada Bicho, que bien sabe que su valor más preciado no radica en la envoltura con la que la bendijeron los dioses, al abrir la puerta de casa, se topó con un Pitbull American Stanford del tamaño de un toro (por algo se llama Thor), propiedad de nuestro vecino, un anciano octogenario, padre de un mofletudo político que no cesa de aparecer escupiendo mentiras en la televisión. Al ver a su enemigo, Bucky, el miembro más pequeño y peludo de la familia, pero que sin embargo cree ser tan feroz y peligroso que un Doberman, pensó que era una buena idea defender su territorio en vez de esconderse dentro de la casa como el perro faldero que en realidad es. Todo ocurrió en fracciones de segundo, ante mis ojos, como si estuviera trepado en un carrusel descompuesto que gira a toda velocidad: en mitad de la calle cual escarabajo patas arriba yacía el anciano (un milagro que no se rompiera todo los huesos y falleciera en ese preciso instante), mis manos abriendo las fauces del perro asesino, Bicho con las manos bañadas en sangre (su sangre) rescatando a Bucky y corriendo entre los coches como velocista de 100 metros planos, ganándole la carrera a la bestia enloquecida que le mordía los talones.

3. Me caben en los dedos de una mano los artistas que admiro con locura y con pasión cual groupie de Britney Spears de las primeras filas de un concierto en la época de Baby one more time, señores que pintan canas, leyendas vivientes (cruzo los dedos que muchos años más), que daba por sentado siendo un ermitaño provinciano pobretón nunca vería frente a frente, cara a cara. Sin embargo, para mi sorpresa, tal suposición se vino a bajo una fría mañana de finales de noviembre del 2007, en el aeropuerto internacional de la ciudad de México, mientras hacía el trasbordo que me llevaría a un encuentro de escritores de segunda división, pasmado, la boca abierta, divisé frente a mí, parado en un pasillo, al corsario literario, mi gran maestro, el autor del libro que cargaba bajo el brazo para matar el aburrimiento que me esperaba rodeado de tantos intelectuales, mirando la conexión de vuelos que lo llevaría a la Feria Internacional de Libros de Guadalajara o quizás el vuelo que lo regresaría a casa, del otro lado del Atlántico. La segunda vez que ocurrió un milagro de este calibre (aunque no tan azaroso), fue este año. Con mis 6.5 de astigmatismo y miopía, ahogado de borracho y desde la última fila, que es como debe verse el concierto de un pirata cojo para no brincar al escenario y arruinar el concierto, coreé las canciones, codo a codo, como un par de viejos marineros, con mi primo M, tal como lo hacíamos muchos años atrás, hasta el amanecer, cuando nos sentíamos jóvenes y vivos, pero a sabiendas el destino y los nubarrones grises que nos esperaban por delante.

4. Una noche me sentí particularmente chispeante, interesante, seductor y amigo de los famosos, en especial con el líder y vocalista de una banda argentina de rock pop alternativo. Lo que ignoré en ese momento es que si un artista de verdad se toma la molestia de platicar y emborracharse con un ilustre escritor desconocido después de un concierto, seguramente es porque la novia del ilustre escritor desconocido es una chica con una delantera más peligrosa y letal que la mancuerna Tévez-Messi.

5. La ex Miss Universo de cuerpo de hombre y mirada de basilisco intentó por todos los bajunos medios arrebatar la corona que había ganado a toda ley mi hermana Bicho, haciéndosele fácil destituir y difamar a una chica inocente en base a chismeríos que su ejército de arpías maliciosamente filtró a la prensa de cotilleos. Lo que no calculó la bruja musculosa, es que la chica provinciana que prometió “cuidar y proteger como a una hija” (esas fueron las palabras textuales que usó en mi presencia), fue que su nueva hija adoptiva tenía una familia que la ama y protege, además de buenos y queridos amigos que la respaldan a muerte, no como ella, bruja solitaria, que en vez de rodearse de amigos lo ha hecho de socios, empresarios que un día le darán la puñalada por la espalda porque en el fondo todas las personas (buenas y malas) odian y temen a las brujas.

6. Hace muchísimos años una bruja obesa de buen corazón me dijo que un día lejano conocería y me enamoraría de una mujer chiflada, y solo entonces (e hizo énfasis en la frase “y gracias a ella”) conseguiría todo con lo que soñara. Siendo uno de mis sueños obtener la beca que han ganado todos los jóvenes intelectuales de México, no con fines de pertenecer al círculo de hombres que usan suéteres de cuello de tortuga y lentes de pasta ancha, sino para restregársela en la cara a todos mis enemigos que me tildan de administrador de empresas jugando a escribir, inscribí mi proyecto de novela por enésima ocasión esperando el predecible rechazo por respuesta. Lo que yo ignoraba e incluso había olvidado eran las sabias y proféticas palabras de la bruja regordeta. Mi proyecto de novela fue aprobado y recibido con gran entusiasmo por el jurado: la biografía de una chica camaleónica en su aspecto, modo de hablar y comportarse. Artista, diva, estrella porno, groupie, casta, pura e hija de papá. Obsesiva compulsiva. Mujer que un día apareció en mi vida y dijo estar enamorada de mí.

7. Una chica encantadora, sencilla, humilde, endiabladamente hermosa, me demostró que la corona que le pusieron en la cabeza, lejos de inyectarle arrogancia y elevar su ego a la estratosfera, fuera de este Universo, le recordó quién es y de donde vino, jamás permitiéndose aires de grandeza, permaneciendo a ras de suelo para saltar con uñas y dientes a defender a su compañera de guerra cuando un nido de serpientes querían comerse viva a mi hermana Bicho.

8. Si llegué a albergar alguna duda de los poderes que ejercía mi chica en los designios y sueños de mi vida, estos quedaron esclarecidos al llegar el día que imaginé nunca llegaría, es decir, pulsar la tecla de punto final a la interminable novela que llevaba años escribiendo y consumiendo mi existencia. Mi chica, paciente y estoica, permaneció un año a mi lado obligándome a avanzar capítulo tras capítulo sin desfallecer, dándome por premio su voluptuoso cuerpo enfundado en lencería que haría enrojecer de pudor incluso el rostro de una actriz porno.

9. Un talentosísimo escritor argentino al que admiro y que ha sido una influencia bárbara en mi crecimiento como escritor me brindó su tiempo, amistad y confianza, además de una generosidad infinita al ayudar a colocar el manuscrito de mi novela en un par de editoriales transnacionales (donde estoy seguro me rechazarán). Y no solo eso, el escritor argentino, en el 2011 revolucionará el mercado editorial con un proyecto del cual tuve le privilegio de colaborar con microscópico granito de arena (mi máximo logro a la fecha en material literaria): ponerlo en contacto con uno de mis héroes literarios mexicanos (mismo que desconoce mi existencia).

10. Apareció en mi vida un medio que hizo realidad un sueño añejo y que en mi juventud creí imposible: sacar de quicio a todos los personajes que odio de la televisión, o sea, el 99% de los payasos y viejos ridículos que se creen muy talentosos e irreverentes pero que en realidad no son más que monitos cilindreros de dos señores multimillonarios cuyo negocio más lucrativo es hacerle una lobotomía masiva a la población mexicana.

11. Los amigos no son inmortales. P, mi corrector de estilo y cofundador de Pildorita de la Felicidad, cada que tomamos la carretera Campeche-Mérida o viceversa, se queda mirando con ojos melancólicos por la ventana, unas veces pensando y otras diciendo la suerte que tenemos, que en este preciso momento ya sea bajo nuestras narices o a cientos de miles de kilómetros, la estupidez de alguien o el macabro azar le cobra factura a personas inocentes. Mira a esos pobres infelices, dice señalando entre la maleza un coche deportivo destartalado, las ventanas echas añicos, las llantas reventadas y mirando hacia el cielo, nunca imaginaron que esta mañana su vida se convertiría en un horror, claro, suponiendo que hayan salido ilesos, agrega viendo un rastro sanguinolento en el pavimento. En todo esto pensé una tarde de domingo cuando mi celular sonó. Era P. Sobreexcitado me preguntó si escuchaba su voz. Le dije que sí. ¿Estás seguro?, insistió. Al volver a escuchar mi respuesta afirmativa me explicó que la camioneta en la que viajaba con nuestro primo L de regreso a Campeche, derrapó en una curva para luego salir dando tumbos como un barril entre la maleza y las rocas. Espérame un segundo, dijo. ¿Qué pasa?, pregunté angustiado. Nada, acabo de escupir un puñado de cristales del panorámico para dejar de hablar como el Pato Lucas.

12. El ser humano, además de tener el egocéntrico anhelo de querer reproducirse para dejar huella en el mundo, también desean dejar su marca indeleble en la memoria colectiva, es decir, publicar un libro. Véase a las editoriales (no importa si son chicas o grandes) que se niegan a aceptar más manuscritos pues argumentan estar saturados de los desvaríos impresos en papel de personas con demasiado tiempo libre y delirios de grandeza, tal como es mi caso. Pese a ello, no faltan los amigos soñadores que insisten día a día para que no desfallezca y baje el ánimo, que alguna editorial con nada que perder como nosotros se animará a darle vida a esa bestia amorfa y rabiosa que cargué en mi vientre por demasiados años.

13. El Rey de los Puteros cree que ganó la guerra al verme fuera de ciudad amurallada. El Licenciado Cara de Sapo también. Al igual que otros animalejos viperinos que viven a costa del erario público. Lo que ellos no saben es que cuando se quiere o ama algo de verdad, hasta las entrañas, basta con cerrar los ojos para que la brisa marina, con ese regusto a sargazo y sumidero, regrese a rozarme las mejillas, y toda esa fauna variopinta con exceso de peso vuelva a pasar delante de mí, ya sea sobre el malecón o en las adoquinadas calles del centro, y un caudal de historias sórdidas hagan eco en las murallas hasta llegar a mis oídos. Todo gracias a los pintorescos amigos campechanos que quiero como a hermanos (no exagero al calificarlos así), que durante un lustro me acogieron como a uno más de su manada. Y no tuvieron empacho en enseñarme todo lo que sabían. Y aunque uno a uno hemos ido emigrando fuera de las murallas por motivos diferentes, siempre aparece una nueva historia con personajes en común que nos unen como hermanos de sangre, tal como la que me contó J: en la biblioteca pública de ciudad amurallada (ahora dirigida por el Licenciado Cara de Sapo), iban a exponerse los cuadros de un viejito paisajista oriundo de Hecelchakan. El evento fue cubierto por un medio de comunicación donde trabaja el escritor W. Más que una exposición aquello fue un reencuentro. El viejito paisajista quedó arrobado al ver al reportero que cubría el evento. W, horrorizado de contemplar como lo veía un anciano con ojos que derramaban miel, quedó petrificado como una estatua. El pintor, en tono ceremonioso, le dijo: tienes los ojos de tu abuela. Esa mañana W se enteró que en su moza juventud el paisajista estuvo enamorado de su abuelita (también oriunda de Hecelchakan), y en su retorcida y suspicaz mente, develó de dónde había sacado la inclinación hacia las artes que lo hizo estudiar la licenciatura en letras. Punto y aparte, como en todo evento cultural campechano no apreció un alma en la biblioteca para ver la exposición del abuelito de W, perdón, del pintor. Raudo y veloz, el Licenciado Cara de Sapo tomó una decisión: llamó a su secretaria y le dijo: ve a buscar gente al parque. A los diez minutos la secretaria apareció con una decena de niños (incluido un bolerito). Estupefacto ante el ínfimo promedio de edad de la concurrencia, el pintor se quejó: ¿Qué es esto? A lo que el Licenciado Cara de Sapo salió del embrollo como solo un campechano puede salir: tranquilo maestro, ellos son el futuro del arte.

14. Durante un año, todas las noches que tengo la fortuna de dormir con mi chica, me quedo observándola en la oscuridad, pensando en la suerte que tienen los pobres diablos de vez en cuando, midiendo milimétricamente hasta el último poro de su cuerpo dormido, preguntándome si las 400 páginas que escribiré el próximo año estarán a la altura del personajes de carne y hueso más pintoresco y novelesco que he conocido en mi vida.


domingo, 5 de diciembre de 2010

Taquito



1


No planeo reproducirme. Es un hecho. Creo que el 90% de los embarazos que ocurren en la humanidad son eventos no deseados por los padres. Mientras que el irrisorio porcentaje de los que sí desean tener descendencia, o son unos valientes y/o unos inconcientes y/o unos padres aburridos de la monotonía de sus vidas, hartos de vivir en piloto automático los últimos años, hastiados de compartir la cama con el extraño que duerme a su lado por las noches, sujetos en un loco y desesperado intento de darle color a su existencia, de salir de la rutina, de ganarse el derecho a asistir a las fiestecitas infantiles de los hijos no deseados de sus amigos, de poseer nuevos temas de conversación, de transferir todos sus sueños de grandeza y frustraciones de una vida gris en las pequeñas criaturas que duermen tranquilas en una cuna sin sospechar el horror al que los han traído esos señores que los miran desde las alturas con un nudo en la garganta por poder soportar su propia existencia.

More...-No sabes lo que dices –me contradicen horrorizadas mis tías, primas y amigas-, dar vida es la experiencia más maravillosa de este mundo.

No lo dudo, pienso mientras veo a un batallón de niños correr, llorar y pintarrajear las paredes de la sala. Una experiencia maravillosa que te roba, succiona, absorbe la vida, para que al final, luego de una cita con el psicoanalista, los retoños convertidos en hombres, te señalen como el único responsable directo de la vida incolora e insípida (y llena de hijos) que les tocó en suerte vivir.


2


Me alegra que la familia de mi chica la considere un monstruo. Esto quiere decir que ella piensa lo mismo que yo. Y aunque es capaz de hacer morisquetas, poner los ojos bizcos, sacar la trompa para arrancarle la sonrisa a un niño, en el fondo desea estrangularlo, evitarle la pena de lo que se avecina en unos años cuando cobre conciencia de dónde está parado. Para no ir más lejos, su ídolo es Herodes. Cada que escucha que alguien tiene un hijo, se retuerce, aprieta los puños, pone los ojos en blanco, patalea y dice que esas criaturas le están robando el aire, la comida y el agua que le pertenecen por derecho de antigüedad. Y si se llega a enterar del nacimiento de unos gemelos o trillizos, entra en crisis, asegurando que los gemelos son aberraciones de la naturaleza, aunque esto, sospecho, solo lo dice porque mi ex novia tiene una gemela.

-Como nosotros no vamos a tener hijos –dice-, ya sé lo que quiero.

Selva se me queda mirando con ojos redondos. Luminosos. Con una media sonrisa enloquecida del guasón. En espera de que me sumerja en sus pensamientos y adivine lo que tiene adentro de la cabeza.

-Un mono –dice.

-…

-Un chimpancé –me aclara la especie-, sería nuestro bebé. Imagínatelo.

A mi mente lejos de venir una pintoresca imagen ochentera tipo la serie de televisión B.J. and the Bear, me viene una espeluznante imagen parecida a la escena final de El bebé de Rosemary: en una cuna cubierta por velos negros, descansa una criatura semihumana, peluda, de ojos brillosos color escarlata.

-Anda, di que sí –me ruega Selva al ver mi estupor.

Me niego rotundamente. Le explico que los chimpancés son todavía peores que los bebés humanos. Estos tienen la capacidad o habilidad innata de arrojar con suma precisión su mierda por los aires. Además de encapricharse con su dueña, mostrando los colmillos a quien ose siquiera tocarla.

-Te prometo que yo cuidaré de Alejandro –insiste.

-¿Alejandro?

-Sí, nuestro bebé –me aclara-. El chimpancé.

Le digo que está completamente loca. Que bajo ningún concepto pienso vivir bajo el mismo techo que un mono cagón y masturbador.

-Imagínate que bonito sería –Selva expone su argumento con la mirada perdida, alunada, haciendo oídos sordos a mis negativas-. Alejandro tendría su propio cuarto, yo misma lo decoraría y pintaría. Le compraría su ropita y lo vestiría todos los días diferente. ¿Te imaginas que bonito se vería vestidito, bañadito, con el pelo bien peinado? Además lo inscribiría al kinder para que vaya a jugar con los hijos de tus primos.

-Selva.

-Dime.

-No vamos a tener un mono.

Incrédula, Selva abre la boca. Sin embargo, no se rinde: me abraza, me besa el cuello, me embarra sus descomunales tetas, me dice al oído que lo mejor de un mono es que no viven tanto tiempo como los humanos, así que no habrá que cuidarlo toda la vida.

-Los monos viven más de treinta años –le aclaro-, ¿te parecen pocos?

-En comparación a los humanos, sí –Selva me mira a los ojos-. Tú llevas treinta años jodiendo a tu mamá, y los que te faltan.


3


Alejandro ha quedado en el olvido, por el momento. Un nuevo rayo de luz apareció en la vida de Selva, ennegreciendo mi existencia.

-Se llama Taquito –dice estrujando entre sus brazos lo que en primera instancia me pareció ser una trozo mugroso y maloliente de felpa.

Taquito es un perro de raza Yorkie, recién liberado del cautiverio de lujo donde estuvo confinado los últimos seis meses, es decir, casi toda su vida: el cuarto de baño de la servidumbre en el penthouse ubicado en la zona hotelera de Cancún, residencia de los tíos de Selva.

-¿Quién es mi bebé precioso? –dice Selva llenando de besos al famélico animal.

Los antecedentes son los siguientes: Fausta y Agustina, las primitas de 12 y 9 años de Selva, fueron enviadas hace un par de meses a Lakewood Academy, internado en Irlanda bajo la tutela de los Legionarios de Cristo. Desde esa fecha, al parecer, olvidaron que tenían encerrado en un baño a un perro Yorkie llamado Taquito, mismo que costó la módica cantidad de 17 mil pesos, obsequio de su padre, famoso empresario y político de la sociedad quintanarroense, quien adquirió al fino animal para sosegar el trauma de las niñas de sus ojos quienes una tarde de verano, en la piscina del hotel, vieron salir volando a sus dos mascotas desde lo más alto de la torre de los departamentos. Claro que, utilizar la palabra volando, es un eufemismo. La Chihuahua, llamada Paris (q.e.p.d.), y el loro, llamado Qué-bonito-qué-bonito-qué-bonito, se precipitaron desde varios metros de altura, teniendo mejor suerte el loro, que gracias a sus alas amputadas pudo planear y tener un forzoso aterrizaje que tuvo como consecuencia un erizamiento perpetuo de su plumaje y la rotura de sus dos patas, dejándolo inválido, no así la Chihuahua Paris, quien reventó como un globo lleno de agua al contacto con el suelo.

Como es natural en el comportamiento de los seres humanos, mientras Taquito fue un adorable cachorro, se erigió como el amo y señor del penthouse, pero nada más pasó su etapa de bebé, acto seguido fue confinado al cuarto de baño de la servidumbre, donde permaneció varios meses olvidado hasta que sus amas Fausta y Agustina emigraron a purificar sus almas a remotas tierras irlandesas.

Aprovechando esta doble ausencia, Selva, en contubernio con su tía Cayetana, secuestraron a Taquito, quien se encontraba en las mismas o peores condiciones que un judío encerrado en Auschwitz.


4


Me negué enfáticamente a adoptar a otro perro. En especial uno que requiere de alimentación más elaborada y costosa que la mía.

-Solo serán unos días –intentó tranquilizarme Selva-. Mi tía Cayetana se lo llevará apenas regrese de su viaje.

Tal como imaginé, los dos o tres días que pidió Selva de tolerancia hacia Taquito, el trapeador de cuatro patas, se transformaron en una semana. Y no es que tenga antipatía hacia los perros, todo lo contrario, en casa vive Bucky, el perro que abandonó mi hermana Bicho a su suerte, y la hija de Bucky, Mía, producto de la calentura, pues en uno de los paseos nocturnos que di por la colonia con Bucky, éste, raudo y veloz, poseyó de manera rabiosa a una inocente perrita de raza Schnauzer quien tranquila y quitada de la pena era guiada por la mano herméticamente ebria de su cuidador, el mozo de mi nuevo vecino, quien no advirtió o sospechó que la perra de su jefe estaba en celo, momento que no desaprovechó el lujurioso Bucky.

Para evitar malos entendidos y problemas con mi nuevo vecino, hombre de nombre imposible, recién divorciado y cantante de música vernácula que se gana la vida en el casino de donde no salen mis tías, decidí hacerme cargo del cuidado y el parto de su perrita violada, labor con la que conté con el apoyo de Selva, quien al ver nacer a los cachorros me hizo jurarle que reclamaría el cachorrito que por derecho me tocaba exigir, para que así pudiera regalárselo, ya que extrañaba mucho a su perro Chihuahua (q.e.p.d.), llamado Pelota, alias, bebé, hijo, nené, criatura, amante de los fochitos de Tere Cazola y toda golosina que fuese puesta a su alcance por la golosa de mi suegra, amante de los fochitos de Tere Cazola y toda golosina que quedase a dos kilómetros a la redonda de su casa; no en balde Pelota, alias, bebé, hijo, nené, criatura, con el paso de los meses adquirió dimensiones amorfas dignas de ser registradas por los anales del libro de Ripley, imposibilitando incluso al más avezado de los expertos en materia canina en adivinar qué raza era aquel perro con el cuerpo adiposo y en forma de almohadón que un día murió de un paro cardíaco.


5


Tía Cayetana es una mujer que siempre soñó con tener hijos. Por ello, cada que tiene ocasión, le pide a Selva, su sobrina preferida, que se embarace, y no una sino dos veces para que le regale a sus hijos, de ser posible un varón y una niña. Por desgracia (la vida suele burlarse de nosotros) la tía Cayetana nació imposibilitada para procrear. Y no conforme con esta desgracia (la vida suele ensañarse con nosotros), Cayetana conoció a un hombre maravilloso que la ama y daría la vida por ella, pero que bajo ningún concepto piensa adoptar a una criatura desamparada, ya que él tiene 2 hijos de su anterior matrimonio y ni loco piensa repetir una vez más (ahora estrenándose en la edad sexagenaria) el infierno de ser despertado en mitad de las madrugadas por los berridos de una bestiezuela.

Es en ella, en la tía Cayetana, en quien pienso todas las madrugadas al ser despertado por un concierto de gruñidos y ladridos cortesía de Taquito, el estropajo viviente, quien no conforme con hacer del conocimiento público su insomnio, se pasea por el cuarto, levanta la pata y marca cada rincón y sitio de su preferencia con su orín apestosísimo, que para colmo de males es secundado por Bucky, quien ofendido, exige respeto de jerarquías y levanta la pata para sacar chorros de orín donde ha sido profanado su territorio.

-No le pegues, pobrecito –sale en su defensa Selva-, qué no ves que está flaquito.

Le explico que es un animal, que los animales solo a base de castigos y mano dura aprenden a acatar órdenes.

-No, a mi Taquito no me lo tocas –dice Selva abrazando a la rata peluda, quien me observa bajo el confort y seguridad de los brazos de su salvadora, con ojos llenos de magnificencia, negros y redondos como un par de pequeñas canicas.

Impotente, aprieto entre manos el TvyNovelas enrollado con el que pensaba descargar toda mi furia.

-Pues no te olvides que tienes una hija –señalo a Mía, quien duerme a sus anchas, abierta de patas, sobre la cama.

-No me he olvidado de ella –se defiende Selva-, ¿verdad, mi vida?

Mía, perra astuta, se desentiende de la discusión, fingiendo estar en su cuarto sueño; sin embargo, Selva, acusada de mala madre, intenta reivindicarse, demostrar lo buena que es, así que, abraza a su adormilada hija, quien como ya se dijo, es una perra astuta que sabe cómo comportarse: Mía escapa de las caricias de su dueña, haciéndole ver que está ofendida por la inesperada presencia del intruso peludo, quien, para colmo de males, está recién estrenado en la pubertad, y cada que se descuida intenta poseerla de una manera rabiosa y feroz, tal y como fue poseída su madre biológica.

-Te dije, los perros no mienten –me regodeo-. Además, ni te encariñes con él, mañana llega tu tía de viaje y se lo va a llevar.

Selva pone los ojos como un par de huevos fritos. Estruja a Taquito. Le acaricia su prominente joroba, malformación producto de horas y horas de intentar poseer almohadas y sabanas.


6


-Estoy feliz –me informa de su alegría Selva a primera hora de la mañana-. Mi tía Cayetana me dijo que no puede quedarse con Taquito.

-¿Cómo? ¿Por qué? –reclamo de manera airada, dando aspavientos.

-Mi tío Roberto se negó a aceptar a Taquito cuando se enteró de su raza.

-¿Cómo? ¿Por qué? –repito como un autómata.

-Le mandé una foto a su celular y dijo que Taquito es perro de maricones.

Quedo mudo, perplejo ante la sabiduría de mi chica, conocedora de la psique humana, bien sabía que el esposo de su tía, General del heroico ejército militar, jamás se permitiría la vergüenza de dejarse ver por sus subordinados paseando a un perro faldero, pues es bien sabido que un militar, si acaso abre su corazón para adoptar a una mascota, esta debe ser feroz como un Doberman o un Pitbull.


7


Mía, la hija de Bucky, fue castrada el día de ayer. Su primer celo estaba próximo, así que quisimos evitar el incesto, o mejor dicho, una orgía. La joroba o malformación en la columna vertebral de Taquito da fe de sus arrebatos de calentura.

-Dicen que existen siete perros por cada humano –dice Selva acariciando a Mía, dopada por los analgésicos-. Eso quiere decir que nos falta adoptar cuatro perros más.

Le digo a Selva que está loca. Que precisamente para no traer más perros a este mundo accedí a castrar a Mía.

-Pero todavía quiero a un Pomerano –dice Selva explicándome que un Pomerano es el perro como el que tenía la nana Fine-, y un Chihuahua peludo, como el que tiene Belinda, y un…

La lista de perros maricones que enumera Selva es intempestivamente interrumpida gracias a un arrebato de calentura que Taquito trata de saciar en un peluche de los Aristogatos (propiedad de Mía).

-¡No, Taquito! ¡Deja ese pelu…!

La reprimenda queda cortada a la mitad por la súbita aparición de un personaje hasta ese momento desconocido para nosotros: una especie de banana inflable se deja ver entre las cuatro patas de Taquito, que, al intentar morder el cuello del peluche Aristogato, su monstruosa masculinidad lo hace salir catapultado por los aires hasta proyectarse de espaldas, sobre su joroba, exponiendo en todo su esplendor la interminable salchicha que se columpia de arriba hacia abajo al grado de abofetearle su peludo hocico.


8


Selva lleva una semana inconsolable, sin dirigirme la palabra más que para recriminarme por las escandalosas fotografías que tomé desde mi celular.

-No puedo creer que lo hayas hecho –son sus únicas y repetitivas palabras.

¡Oh, bendita tecnología!, pienso en mis adentros.

Taquito ahora es el orgullo del heroico ejército militar de México, base sureste, quienes finalmente pueden presumir de una artillería larga y pesada.