La mujer que
aparece en la imagen se llama Fiera y es mi chica. Naturalmente, ella odia esta fotografía,
y es probable que me retire el habla por unos días por publicarla. Ella asegura
que la foto solo sirve para espantar a las cucarachas de casa.
Se equivoca.
Si los
católicos han convertido la macabra y sádica imagen de un hombre clavado en una
cruz como su símbolo de fe, esperanza, yo tomo la imagen de una mujer justo en
el momento en que la cámara captó uno de los picos más altos de felicidad en su
vida. Y eso que la corona que le colocaron sobre la cabeza en la fiesta de Año
Nuevo es de fantasía.
Cuento todo
esto porque hace dos semanas nos mudamos a vivir juntos a una casita pequeña con un salvador y enorme almendro en la
entrada que nos protege del inclemente calor de la Península de Yucatán. Estos
días he descubierto que el amor viene atado a una fuerte dosis de miedo. ¿Cómo
voy a pagar la renta de la casa, o mejor dicho, la mitad de la renta? ¿El agua,
el gas, el Internet, el cable, la comida, las vacunas de mis 3 perros?
Fiera me ha
obligado a dar un salto mortal al mundo de los adultos. Por casi 3 años soportó
estoica, aún no entiendo cómo, mi vida de escritor. La falsa promesa de que al
terminar mi novela reventaría el mercado editorial. Escuchó hasta el infinito
(y más allá), mis estúpidos sueños de que podría vivir de la escritura.
Mi
descabellado plan para sobrevivir fue el siguiente: investigué los correos
electrónicos de todos (o casi todos) los editores de los periódicos de México. Escribí
una columna de opinión diaria y se las envíe. El resultado fue sorprendente. Pildorita de la Felicidad fue publicada
en 15 Estados de la República y contando. Inclusive, en algunos Estados, más de
un periódico se ha interesado en la columna, como Chiapas (Noticias de Chiapas y Diario de Palenque), Guerrero (El Foro de Taxco, Pueblo Guerrero y Diario de Zihuatanejo) y Michoacán (La Región y Diario abc).
La fisura en
mi plan fue que a ni uno solo de los periódicos le cruzó por la cabeza la supina
idea de que ese escritor que tanto les gusta, tiene que comer para seguir
enviándoles más escritos.
En Zacatecas,
por poner un ejemplo, ocurrió algo curioso. El Diario NTR, que según entiendo es uno de los de mayor
circulación en dicho Estado (e incluso tiene como socio estratégico al Grupo Reforma),
anunció mi columna en primera plana y me dijeron que me querían publicar todos
los domingos. Acto seguido, el director de La Jornada Zacatecas
me mandó un mail diciéndome que le interesaba mi columna de manera semanal. Le
dije adelante, advirtiéndole que su competencia me estaba publicando, pero que
si me pagaba por mis escritos, con mucho gusto me iría con ellos. Por respuesta
recibí un infinito silencio. Entonces les pregunté (con mucha vergüenza) a los
de NTR si entre sus planes estaba pagarme. Me dijeron que lo consultarían, pero
hasta el momento, no he obtenido respuesta alguna (eso sí, todos los domingos me publican).
Y me podría ir
así, ciudad por ciudad. Incluso hasta llegar al otro extremo del
país, en Baja California Sur. Y para colmo de males, el Por Esto!, único periódico que tenía la dignidad y decencia
de pagar por mis escritos (200 pesos), abruptamente decidió dejar de publicarme,
justo cuando mamá empezaba a sentirse orgullosa de su hijo.
Mentiría si
digo que no tengo un nudo en la garganta. Supongo que es parte de ser adulto.
Aguantarte las ganas de echarte a llorar como un niño. Yo logro sacar fuerzas
de flaqueza al mirar la fotografía de mi mujer. Ver lo ilusionada que está en
esta nueva etapa de su vida. No quiero y no puedo fallarle. Ha llegado la hora
de dar un nuevo golpe de timón. Uno igualito al que di en el año 2004, cuando
en un corporativo transnacional me dijeron que me iría a vivir a Querétaro. Que
de ese día en adelante mis horas serían dedicadas a la lucrativa venta de
envases de PET. Que mi cabeza estaría a su servicio. Dormiría, soñaría y
viviría pensando en envases. Ingeniándomelas para vender más y más.
Imponiéndome metas. Objetivos. Un golpe de timón que me hizo convertirme en el
capitán de mi velero, que lejos de alegrar a las personas, la mayoría me dijo
que estaba loco. Que naufragaría en altamar. Que era un suicidio renunciar a
una vida planificada. Ordenada. Guiada por otras personas.
A menos que
suceda un milagro (no albergo ni una sola esperanza), he decidido alinearme,
ser un hombre corbata. Ojalá ustedes, queridos dos o tres lectores, puedan ayudarme a encontrar un trabajo de verdad que me haga pagar
las cuentas y de tal suerte dibujarle una enorme sonrisa en el rostro a mi mujer,
que lo ha soportado todo.
Seguiré
escribiendo, por supuesto, un escritor nunca deja de escribir. Pero ya no como
una profesión, dejando las entrañas y la sangre, a tiempo completo, sino como
un “hobby”, tal cual me dijeron que debía hacerlo hace casi ocho años.