miércoles, 29 de julio de 2009

Secuelas de la crisis



1


Más que un alivio, es peligrosísimo tener buenos amigos en los tiempos difíciles. Sobre todo cuando cometes el error de hacer público que te acaban de echar de tu trabajo sin ninguna justificación aparente.

More...-¿Tienes experiencia en ventas? –me pregunta una chica menor que yo al leer mi currículum vitae.

Permanezco en silencio. Mi silencio me incrimina. Soy un mentiroso profesional, pienso, no debo tener problema para vender lo que sea.

-¿Qué sería exactamente lo que vendería? –pregunto (el dedo índice y pulgar de la mano derecha frotando el mentón) para hacerme el interesante.

La chica no se sorprende por mi pregunta. Sabe que el trabajo es mío si así lo deseo, pues fui enviado a la entrevista por su jefe, es decir, un buen amigo que en un intento por sacarme del desempleo me dijo que fuera a solicitar un puesto vacante en una de sus múltiples empresas.

Quince minutos después abandono las oficinas con la promesa de llamar en dos días a la chica de recursos humanos para confirmar si pienso ser de ahora en adelante empleado de mi amigo. La idea, naturalmente, me aterra, no porque mi amigo tenga que verse en la penosa necesidad de despedirme al cabo de un par de meses al descubrir que soy el vendedor más incompetente sobre la faz de la Tierra, sino por tener que tomar un curso de inducción de ventas durante quince días, vestir a diario un uniforme de la compañía y luego memorizar toda suerte de productos de limpieza, sus propiedades, bondades y beneficios, y finalmente salir a la calle a tocar de puerta en puerta y mentirle y/o rogarle a otros empresarios para que por favor compren unos productos químicos los cuales estoy casi seguro no necesitan.


2


Juanito, mi talentoso y aclamado amigo caricaturista, me conoce muy bien, por eso, en un restaurante de comida italiana donde celebramos su cumpleaños, me dice:

-Te tiene que haber dolido.

-No, para nada, estoy de maravilla –miento-. Ya surgirá algo –vuelvo a mentir.

-Te tiene que haber dolido.

-No, en serio, no es el fin del mundo –sigo mintiendo.

-Admiro tu aplomo –me palmotea la espalda-. Es un nuevo inicio en tu carrera.

-Sí, un nuevo inicio –digo una mentira más para evitar romper en llanto.


3


Una amiga me escribe un e-mail diciéndome que soy un hombre valiente al publicar la historia de mi despido injustificado, no como los intelectuales que cuentan este tipo de anécdotas cuando han pasado muchos años y son ya autores renombrados, esto con el fin (sospecha ella) de que los lectores nos enteremos de las penurias que pasaron los pobrecitos antes de convertirse en ricos y famosos.

Pienso (no lo digo, menos lo escribo) que sin dudarlo vendería mi alma al diablo por ser uno de esos pudorosos best-sellers que aparecen en la televisión dándose aires de semidioses, que en sus inicios en vez de andar lloriqueando lograron guardar silencio cuando fueron echados a patadas de los periódicos.


4


Una chica venezolana, un encanto de mujer y por añadidura mi nueva amiga, pide hacerme una entrevista. Accedo, no porque me haya confesado que es activista, periodista y escritora sino porque en sus ratos libres es modelo, pues así lo confirma una pasarela de sensuales fotografías que desfilan en la pantalla del Messenger a sugerencia mía.

A cada una de sus preguntas respondo un disparate. No veo el momento de que se dé color que ha sido un error y una pérdida de tiempo entrevistarme. Sin embargo ella, estoica, imagino que por lástima, continúa haciéndome preguntas sobre el uso y manejo de la lengua española, y yo, un pobre diablo de nacimiento que reprobó redacción en la preparatoria, continúo respondiendo absurdos a diestra y siniestra.

Finalizada la entrevista, en un arranque de egolatría, me aventuro a preguntarle cada cuándo entra a leer mi blog.

-Nunca, te leo en un periódico venezolano –responde para mi sorpresa.

Acto seguido me sumerjo en la red. Dos y no uno son los periódicos venezolanos que me publican. Ambos imagino han de ser antichavistas, de lo contrario tendrían plata suficiente para pagar por mis colaboraciones.


5


Un amigo de izquierda se congratula por mi despido pues gracias a ello, asegura, ahora me publican en La Jornada.

Incrédulo de verme publicado en un medio de fama nacional, entro a la página de Internet del periódico y tal como sospechaba no encuentro ni un solo escrito mío. Investigo un poco más en el ciberespacio y descubro dos cosas: la primera, en Nicaragua (como en el resto de Latinoamérica) no son muy creativos a la hora de bautizar sus periódicos; y la segunda, las historias de Campeche gustan más a los editores fuera que dentro de Campeche.


6


Mi amigo científico, maravilloso articulista y maestro, dice que no debo preocuparme, pues no tardaré en conseguir otro espacio igual o mejor donde publiquen mis desvaríos.

Inspirado por sus palabras, le escribo un brevísimo correo al famosísimo director del periódico donde publica mi amigo, preguntándole a quién tengo que chupársela para que me publiquen.

Al instante me arrepiento, pues mis palabras pueden malinterpretarse. Traducción: que todos los escritores que han logrado ser publicados en el prestigioso periódico no lo han hecho gracias a sus conocimientos y arduos años de labor académica y periodística sino a sus dotes en el arte del fellatio.

Pese a pronóstico, el carismático director del periódico, más que escandalizarse por mi impertinente y desesperado correo, ríe y me conmina a tener paciencia pues hay una larga lista de aspirantes a ser publicados. Su breve y concisa respuesta más que entristecerme me alegra el día, pues siento haber obtenido un triunfo personal al lograr hacerlo reír, tal como el me hace reír cuando aparece en la televisión sacando de quicio a encumbrados y estirados periodistas todos los miércoles en la noche.


7


Otro amigo escritor me dice que no claudique en mis intentos de buscar trabajo en otro periódico. Me sugiere ir a hablar personalmente con todos los editores de los periódicos campechanos.

Le digo que sí, que eso haré. Sin embargo, a mi mente vienen todas esas infructuosas entrevistas que tuve en el pasado con cada uno de los editores campechanos.

Uno me citó en un café y luego de alabar mis escritos (mismos que llevaba tiempo publicando en su periódico) al llegar al tema de lo monetario, es decir, la tarifa que cobro por cada escrito publicado, dijo:

-Lo siento, en el periódico tenemos la política de no pagarle a nuestros colaboradores.

Otro editor me citó en su oficina.

-Un momentito, el licenciado está en una junta –dijo la secretaria-. En un minuto le atiende.

Pasada una hora en la recepción del periódico la secretaria me informó que el licenciado estaba ocupado, que dejara mis datos y que luego se comunicaría conmigo.

El último editor que visité también me recibió en su oficina. Muy amable dijo conocer mi trabajo.

-Muy divertidos escritos, de todos modos mándame a mi mail todos los que tengas, quiero revisarlos detalladamente con el director.

Nunca más volví a saber del editor, ni de él ni de ningún otro, sobre todo cuando publiqué un pasaje del borrador de la novela que prometí enviar a un gran y laureado amigo escritor conectado con una editorial internacional (novela que sospecho nunca terminaré) donde describía a los directores editoriales de todos los periódicos campechanos como alimañas rastreras de dedos entintados que viven de leer y censurar a periodistas y/o columnistas que no alaben al partido político en el poder.


8


-Hola bebé.

-Hola mamá.

-Oye, acabo de comprar el periódico y no veo tu columna.

-¿En serio?

-Sí, en serio.

-¿Revisaste bien?

-Sí, no aparece tu columna.

-Qué raro.

-Sí, rarísimo, ahora mismo voy a marcarles por teléfono para pedirles una explicación.

-No mamá, no es necesario, lo que pasa es que ahora van a publicarme todos los días, excepto los domingos.

-¿En verdad, mi vida?

-Sí.

-¡Felicidades bebé!

-Gracias.

-Siempre supe que triunfarías como escritor.

-Bueno mamá, te dejo, que México le acaba de meter otro gol a los gringos.


martes, 21 de julio de 2009

La crisis


Los economistas, gobernantes, empresarios y demás especialistas encargados de mover el dinero alrededor del mundo, hace unos meses vaticinaron que la crisis económica mundial mostraría su rostro más perverso en el mes de Julio.


More...Estimado Sr. Solís,
De acuerdo con nuestra plática por teléfono, le confirmo que a partir del próximo 1ro de julio damos por cancelado el servicio editorial que tan amablemente nos proporciona.
Me despido enviándole un cordial saludo y al mismo tiempo me reitero a sus distinguidas órdenes.
Atentamente,
Gerente General


Pese a lo que pueda creer o suponer el lector suspicaz, nunca antes en mi vida adulta me habían botado de un trabajo. Paradójicamente todos mis demás trabajos (sin excepción) los odiaba, y mientras más los odiaba, los encargados de pagarme, de rodillas (o casi) me pedían que permaneciera en mi puesto cuando les informaba de mi renuncia con carácter de irrevocable.

Imagino también que el lector suspicaz querrá saber o conocer a fondo los detalles y/o el significado de “de acuerdo con nuestra plática por teléfono”.

-Bueno –yo (celular en mano) siendo despertado de mi siesta de la tarde.

-Le comunico con el Gerente General –la secretaria del Gerente General.

-Okey –yo, pasmado de que el Gerente General quisiera hablar conmigo.

-Señor Solís, le hablo para comunicarle personalmente que a partir del próximo primero de Julio damos por cancelado el servicio editorial que tan amablemente nos proporciona –el Gerente General.

-Okey –yo, en estado de shock, viendo pasar delante de mis ojos en fracciones de segundo los momentos más memorables de mi vida como escritor, es decir, abriendo mi cartera y encontrando en ella dinero suficiente para pagar por las cervezas en el estanquillo de la esquina.

-¿Quiere que le envíe un e-mail notificándole la noticia? –el Gerente General.

-Okey –yo, aún en estado de shock, sin reflejos de pedir a tiempo una explicación de mi despido del periódico que por causas misteriosos me depositaba puntualmente la primera semana de cada mes un sueldo en el banco por publicarme todos los domingos del año, sin excepción, salvo en un par de ocasiones cuando osé tocar el tema de la impunidad en la que vive el hijo del jefe de la policía de Mérida, que en total estado de ebriedad y a exceso de velocidad descuartizó a dos jóvenes inocentes que cruzaban la calle un fatídico 30 de diciembre del año 2007.

La horripilante anécdota de mi despido ha comprobado dos cosas obvias: la primera, los economistas tenían razón; la segunda, mamá (señora recatada que vive advirtiéndome que es imposible para un ser humano vivir con dignidad -o sin ella- de las letras) también.

En un acto desesperado, decido camuflar la realidad: corro al estanquillo de la esquina y compro un sixpack de cerveza que bebo con ferocidad. Ebrio, respondo (lo más distinguidamente que puedo) al e-mail del Gerente General ordenándole (por no decir rogándole) que por favor siga publicando mis escritos, que de ahora en adelante escribiré gratis, y de ser negativa su respuesta, estoy dispuesto a pagar de mi propio bolsillo para que mi columna siga apareciendo todos los domingos en ese prestigioso periódico que tan magnánimo se ha portado conmigo por dos años.

Fiel a mi naturaleza de pobre diablo, apenas envío el e-mail, me arrepiento. Me invade una cruda moral.

¿A qué se deberá que sea infatigable en el arte de la autohumillación?

1. Que mamá siga creyendo que soy un faro de luz, un hombre productivo para la sociedad, o lo que es lo mismo, que bajo ningún motivo se entere que nuevamente soy un adulto desempleado, un paria, una carga social.

2. Evitar darles una tarde redonda de placer a las cacatúas amigas de mamá que con seguridad serán inmensamente felices de enterarse que soy (una vez más) un escritor no publicado.

3. Descubrir cuál ha sido la causa real de mi despido, la cual, sospecho, no es una, sino varias:

Primera causa: El Gerente General me ha corrido al percatarse que soy un escritor mediocre, sin el talento suficiente para convencer a la gente que compre el periódico y lea mi desangelada columna.

Segunda causa: La crisis económica mundial orilló a los patrocinadores del periódico a no invertir tanta plata en anuncios, acción que provocó que la primera medida que los directivos del periódico tomaran al ver mermadas sus arcas fuera la de suspender mi exiguo salario de articulista.

Tercera causa: El consejo editorial tiene la errónea creencia de que soy un buen escritor, aunque claro, no lo suficiente como para desembolsar un peso para publicar mis delirios de grandeza.

Cuarta causa: Alguna de las amigas cacatúas de mamá (seguramente esposa de algún poderoso político), indignada por mis escritos, tomó el teléfono y giró instrucciones para que me despidieran del periódico.

Quinta causa: Los sagaces encuestadores del periódico finalmente le pasaron el reporte de sus encuestas al Gerente General, que a groso modo fue el siguiente:

Encuestador: ¿Conoce usted el periódico?

Encuestado: Sí.

Encuestador: ¿Cada cuando lo compra?

Encuestado: Nunca, la cacatúa de mi esposa es quien lo lleva a casa todos los domingos.

Encuestador: ¿Lee usted el periódico?

Encuestado: A veces.

Encuestador: ¿Qué sección es su favorita?

Encuestado: Deportes.

Encuestador: De casualidad, ¿usted lee la sección de nuestros articulistas?

Encuestado: ¿Articulistas? ¿Tienen ustedes articulistas?


jueves, 16 de julio de 2009

No es tan secreto


“La política es el arte de los incapaces de triunfar en privado.”
- Jose Luis de Villalonga.


Las semanas subsiguientes a las elecciones en México (y sospecho ocurre lo mismo en el resto de Latinoamérica y países aledaños del tercer mundo) son terreno fértil para todo tipo de conjeturas, insultos y chismeríos. Los candidatos derrotados, en caso de no lograr el cargo público por culpa de un insignificante margen de votos, recurren indignadísimos a los medios de comunicación para exigir un recuento de votos casilla por casilla. Del mismo modo, si la derrota fue por una diferencia estratosférica, los candidatos, muy dignos, asegurarán por la vida de las santas madres que los parieron que hubo un complot de todos los demás partidos políticos en su contra.

Traducción: el político vencido tiene por vicio nunca echarle la culpa al ciudadano, que finalmente es el que vota y decide su suerte, del mismo modo que el futbolista mediocre siempre declarará que la derrota de su equipo fue gracias al ciego del árbitro y no a la falta de puntería de sus compañeros.

-Sí, un partido muy complicado, muy trabado, pero que perdimos porque fallé un penalti y porque durante la semana en vez de entrenar como los profesionales que somos, mis compañeros y yo nos fuimos de putas.

Declaración que por razones obvias (véase la tabla de posiciones rumbo a Sudáfrica 2010) nunca escucharemos de un flamante seleccionado tricolor.

-Perdí la presidencia municipal por que nací con cara de perro triste y porque el grueso de la población son unos indios analfabetos que quedaron fascinados de ver bailar reggaetón a mi adversario.

Naturalmente otra declaración que jamás oiremos salir de la boca de un político. Y claro, es duro aceptar la derrota, en especial en el terreno de la política. Por eso, los políticos derrotados, pobrecitos de ellos, una vez terminadas las elecciones se van de vacaciones a las Bahamas u otros puertos cosmopolitas de veraneo para olvidar que tienen caras de perros tristes.

Sin embargo, este escrito no trata de los políticos impresentables que a pesar de sacar un montón de votos perdieron, y ven conspiraciones, complots y traiciones dentro de su mismo partido. No señor. Este escrito va de otra cosa. Así que por favor, amable lector, preste mucha atención. O mejor dicho, ponga mucha, mucha imaginación. Imagínese usted como candidato de un partido político. Lo sé, qué asco, pero imagínese por un instante que es un candidato. Digamos que usted será candidato a una diputación en un municipio pequeñito con unas 6000 personas con derecho a voto. Tampoco se ilusione, usted pertenece al partido menos popular del país. Apenas ha tenido dinero para invertir en su campaña, es decir, su presupuesto alcanzó tan solo para adornar con su cara de perro melancólico los postes de luz de tres o cuatro colonias aledañas al parque principal.

Sobra decir que su derrota es inminente. Segura. No existe margen para el milagro. Así que su campaña consistió básicamente en ir a casa de todos sus familiares y conocidos y exigirles por el lazo de sangre y amistad que los une que por favor voten por usted.

-Gordo, soy tu esposa; tus hijos y yo te apoyamos –le dice la gorda y fea de su esposa, rodeada de sus gordos y feos hijos.

-Yerno, tienes mi voto, a ver si sacas de una vez por todas de la pobreza a la pobre de mi hija –le dice la amargada, rolliza y bruja de su suegra.

-Compadre, faltaba más, salud por el futuro diputado –le dice su ebrio compadre en la cantina, flanqueado de todos sus alcoholizados amigotes.

-Hijito lindo, sabes que tu madre que te parió con tanto esfuerzo y dolor a este mundo, votará por ti, e igual tus hermanos –le dice su anciana madre.

-Compañero, el partido cada día está más fuerte y unido, mañana ganaremos –le dice el presidente de su partido rodeado de no pocos achichincles.

-Vecino, tiene mi voto, a ver si usted arregla las calles de la colonia, ya ve la vergüenza que son –le dice su acomedido vecino.   

-Claro que voy a votar por ti, mi amorcito precioso –le dice su adolescente querida en la cama de un motel.

Llega el día de la elección. Como es de esperarse, mamá, papá, hermanos, esposa, hijos, amigos, compadres, queridas y vecinos le muestran el pulgar entintado que dan fe y legalidad de que votaron por usted.

Mientras se realiza el conteo, usted se va a la cama, tranquilo, en espera de lograr unas decenas de votos que lo acrediten como un político competente y le aseguren un sueldo dentro de un partido político por al menos unos años más.

Se realiza el conteo final, y se anuncia al ganador. No es usted, pero eso ya lo sabía, por eso no se entristece. Va a la computadora, lleno de curiosidad entra a la página del Prep (www.prep.com.mx) para ver cuántos votos conquistó con el sudor de su frente.

El horror se materializa delante de sus ojos.

¿Será posible ser tan poco popular, tan poco convincente y tan poco fiable que ni sus propios hijos, hermanos, padres, esposa, amigos y demás familiares le dieron su voto?, se pregunta incrédulo, sin dar crédito a la imagen que resplandece en el monitor de la computadora.





Juro sobre las cenizas de papá que durante largos años esperé este momento. Del mismo modo como “El hombre de vidrio” (Samuel L. Jackson) esperó paciente y provocando toda suerte de horrendas catástrofes en diferentes ciudades hasta descubrir a “El hombre irrompible” (Bruce Willis) en la magnifica película Unbreakable


Sí, gracias a la política, finalmente quedó al descubierto el pobre diablo más grande de la Tierra. Y sí, tal como sospeché, es campechano.

lunes, 13 de julio de 2009

El oscuro placer de los deportes


“El deporte gusta porque halaga la avaricia, es decir, la esperanza de poseer más.”
- Montesquieu


Si analizamos con la sesera bien helada y objetivamente el placer que los deportes causan en nosotros, es decir, en quienes tenemos el vientre voluminoso y observamos acostados en el sofá cómo dan piruetas en el aire los atletas que participan en las olimpiadas, puede ser que nos llevemos una sorpresa.

Elijamos un deporte al azar, digamos, lanzamiento de bala. ¿Qué placer puede generarle a un ser humano el arrojar con una mano una bala de cañón a más de diez metros de distancia?

Domingo. Medio día. Brunswick, Maine. Las puertas de la taberna se abren de par en par. 

-Muchachos, ¿a que no adivinan? Hoy logré lanzar una bala a más de diez metros de distancia –dice un sujeto barbado con espalda, hombros y antebrazos de leñador.

En su semblante hay tanta felicidad que al parecer cree ser el primer hombre sobre la faz de la Tierra en lograr arrojar con la mano desnuda una bala de cañón a más de diez metros de distancia.

-Bah, gran cosa. Yo te apuesto veinte jarras de cerveza a que logro lanzar esa misma bala de cañón a más de quince metros –dice otro sujeto barbado con espalda, hombros y antebrazos de leñador, acodado en la barra de la taberna.

Ambos leñadores (uno ebrio y otro no, aunque este último piensa embriagarse terminada la apuesta) se internan en el espeso bosque de coníferas seguidos por una multitud de leñadores ebrios para ver si el leñador que dijo lanzaría la bala de cañón a más de quince metros de distancia logra cumplir con su palabra.

Quitando el oficio de leñadores de estos dos hombres (y uno que otro detalle más de la historia), supongo que más o menos de esa forma fue como se inició la primera competencia de bala. Y si nos dejamos guiar por el sentido común, por esas mismas fechas pero a miles de kilómetros de distancia, digamos, en Oslo, Noruega, un hombre de dos metros de altura, cabellera revuelta y manos tiznadas de óxido abre las puertas de una taberna para anunciar a sus amigos:

-Muchachos, ¿a que no adivinan…?

Sospecho así fue como se puso la primera piedra para crear las olimpiadas modernas. Y para que no se ofendan los puristas del deporte, podemos decir que en vez de una bala de cañón, lo que se arrojó fue una jabalina, o en vez de una jabalina un disco o un martillo. El meollo del asunto es que si el ser humano tiene algo en común, sin importar su raza y credo religioso, es la competitividad, o mejor dicho, la necesidad de demostrar que uno es mejor que todos los demás. Ojo, sin importar en qué se esté compitiendo. 

-Chicos, ¿a que no adivinan? Me acabo de lanzar a la piscina desde el quinto piso del hotel.

-Bah, yo también he hecho eso.

-¿Dando tres giros y medio en el aire?

Quienes le tenían miedo al agua o eran lo suficientemente sensatos para no arriesgar el pellejo retando al lunático acróbata, habrán dicho:

-Pues yo soy juez, y propongo calificar los clavados según ecuaciones algebraicas complicadísimas que nadie más que yo sea capaz de descifrar.

De esta manera, imagino, fue que lanzarse dando giros en el aire se convirtió en una profesión respetada en todas las sociedades del mundo, incluso en China.

-Empeladol, en Italia hay unos locos tilándose clavados al agua desde diez metlos de altula.

-¡Malditos occidentales! Lápido, ponga a cien mil chinos a plactical ese loco depolte, que nosotlos tenemos que sel los númelo uno en todo.

Visto desde esta óptica chapucera y simplista, puede que sea comprensible al raciocinio humano el placer que pueden experimentar los clavadistas de diez metros de altura o los lanzadores de bala, jabalina, disco, martillo, etcétera, al ser reconocidos local o mundialmente como los hombres que mejor saben dar vueltas en el aire antes de zambullirse en una piscina o ser los hombres que más lejos lanzan una bala, jabalina, disco, martillo, etcétera, pues incluso lo dijo Maslow en su pirámide de necesidades, el ser humano está en la constante búsqueda del reconocimiento por parte de la sociedad, sin importar cuál sea el móvil para lograr dicho reconocimiento.

Ahora bien, este chiflado comportamiento lo podemos entender en los competidores (y quizás en los jueces), pero, ¿acaso será posible dar una explicación lógica a ese oscuro placer que sentimos los espectadores, es decir, los millones de mexicanos que seguimos a nuestros compatriotas anhelando logren el milagro de ser los deportistas número uno en disciplinas que jamás vemos (salvo cada cuatro años) para que nuestra bandera tricolor se ondee en todo lo alto en un país remoto para así poder corear el himno nacional?

Conclusión: si de lo que se trata es de ver ondear la bandera tricolor y cantar el himno, ¿no sería más fácil quedarnos todos los lunes a los honores a la bandera en la escuela de nuestros hijos? Ahora que si de lo que se trata es de restregarle al mundo entero que poseemos a los mejores hombres dando piruetas en el aire o lanzando objetos a larga distancia o tirando patadas voladoras, etcétera, sospecho que el diagnóstico sería que estamos enfermos de la cabeza.

domingo, 12 de julio de 2009

Como juegas vives


“Todo cuanto sé con mayor certeza sobre la moral y las obligaciones de los hombres, se lo debo al fútbol.”
- Albert Camus


Hoy es la final de la Eurocopa: buenas noticias para los que odian el fútbol y se verán librados (¡finalmente!) del tormento de encender el televisor (sea la hora que sea) y toparte en pantalla con hombres en pantaloncillos cortos, ya sea rascándose la entrepierna, sacándose los mocos de las fosas nasales como torpedos y/o escupiendo sobre el césped cual camellos con un grave problema de reflujo salival; también, buenas noticias para los que gustan ver Fútbol (así, con mayúscula, no se espanten), porque independientemente del resultado entre los equipos finalistas, en términos generales podemos afirmar que estas últimas tres semanas hemos estado en presencia (gracias, Europa) de un espectáculo a la premier monde.

Al fútbol, si se le ve bien (o sea, por cualquier ángulo que se le vea), es el vivo reflejo de la organización y maneras de comportarse de una nación, o mejor dicho, de un grupo de naciones; en este caso, Europa y Latinoamérica. Si uno presencia un partido de fútbol latinoamericano pareciera que juegan bajo otro tipo de reglamento; incluso hasta el aficionado más experimentado llega a preguntarse al ver el partido entre Santos y Cruz Azul si se trata del mismo deporte que juegan Chelsea y Manchester United, porque en México, al igual que en el resto del continente, pareciera que los jugadores serán amonestados por el árbitro si se atreven a rebasar cierto límite de velocidad al correr, o bien, que serán expulsados si cada que los roza un rival no salen catapultados por los aires como si hubiesen pisado una mina terrestre, para luego gesticular, retorcerse y gritar en el césped como si los 7 demonios que se le metieron a Emily Rose los tuviesen ellos dentro. Ah, y no olvidar que luego tienen que mentarle la madre al árbitro en cuatro diferentes lenguas autóctonas por no haber marcado la criminal falta.

A continuación presentaré unos ejemplos entre los dos continentes que bien son el reflejo de una y otra sociedad:

En Europa los estadios parecen naves espaciales, y sus palcos hoteles de cinco estrellas. En Latinoamérica los estadios parecen ruinas prehispánicas, y sus palcos (si es que los tienen) cuartitos como los cubículos de maestros de escuela pública.

En Europa tienen una liga de campeones que se llama Liga de Campeones, y haciendo honor a su nombre, participan los campeones y subcampeones de todos los países del continente. En Latinoamérica también tenemos una liga de campeones, excepto que los equipos participantes son los que batallan por el descenso, o dicho en castellano, participan los equipos que fueron campeones hace un lustro y que ahora son los últimos lugares en sus respectivas ligas. Otro dato curioso es que el nombre del torneo era Copa Libertadores de América, ahora no, ahora tiene el nombre de un banco español, y antes tuvo el nombre de una marca de automóviles japonés, y tengo la ligera sospecha que dentro de un par de años su nuevo nombre será Liga Facebook Santander Toyota y Helados la Brocha Libertadores de América S.A. de C.V.

En Europa los dueños de los clubes son concientes que los espectadores son seres humanos, por eso en sus estadios existen las butacas, mismas que están numeradas. En Latinoamérica los dueños de los clubes son concientes que los espectadores son animales salvajes, por eso las gradas son hileras de concreto y el campo esta cercado por rejas con púas como los zoológicos del tercer mundo. Desafortunadamente el campo es tan grande que no lo pueden cercar con una cúpula de hierro como la que salía en la película Mad Max 3, y siempre hay jugadores descalabrados por algún proyectil punzocortante arrojado desde las tribunas.

En Europa existe un Presidente por cada club, que es elegido democráticamente mediante elecciones por un consejo de expertos, socios y accionistas. En Latinoamérica el dueño es un señor de vientre tan amplio como su cuenta bancaria pero de estrecho conocimiento en todo lo relacionado en materia futbolística, por eso, él mismo se autoproclama Presidente y Vicepresidente del club como ciertos dictadores de ciertos países tropicales del continente. 

En Europa los torneos están perfectamente calendarizados. En Latinoamérica también, por eso hay fines de semana en que un mismo equipo tiene que jugar dos partidos a la misma hora pero en diferente ciudad o país.

En Europa existen casos de corrupción, o sea, partidos arreglados por casas de apuestas. En Latinoamérica están prohibidas las casas de apuestas, no hacen falta, una misma persona pueda ser dueño de dos, tres, cuatro o el número de equipos que quiera y le alcance para mantener dentro de una misma liga.              

En Europa, cuando sus mejores jugadores se vuelven viejos y ya no pueden competir al más alto nivel, son vendidos a los equipos adinerados de Latinoamérica. En Latinoamérica los jugadores más talentosos y que juegan más bonito se van a Europa porque les pagan más dinero.

Para cerrar, una anécdota personal: un día fui a entrenar con un equipo profesional. “¿Estás loco, muchacho? Tranquilo, es solo un entrenamiento”, me regañaron los jugadores y también el entrenador. Nunca entrené en Europa, pero sospecho que de haberlo hecho, el entrenador y los jugadores también me hubieran regañado: “Oye, tú, no seas marica, si quieres jugar aquí mete más fuerte la pierna”.  

Acaba de comenzar la final, con su permiso, me voy a ver Fútbol con mayúscula.  

sábado, 11 de julio de 2009

Jóvenes Emprendedores


“Nunca es tarde para no hacer nada.”
- Jacques Prévert


Todo lo que sé, lo aprendí de mi alma máter, el Instituto Tecnológico de Mérida (ITM), un microcosmo de México: sindicatos, huelgas, acosos sexuales, vendedores ambulantes, perros sarnosos, planillas estudiantiles, sociedades de alumnos, corrupción y cualquier otro cáncer social que pueda existir en un país tercermundista que se dé a respetar.

More...El ITM era tan genial (bueno, es tan genial, pues dudo que haya cambiado desde mi graduación), que en un mismo salón de clase podías estar flanqueado, a un lado, por el sobrino de Carlos Slim, y al otro, del hijo del campesino más pobre del Estado; y por si esto no fuera suficiente, cuando una persona foránea te preguntaba dónde estudiabas, podías responder inflamando el pecho de orgullo que en el Tec, y de esta forma lo engañabas haciéndole creer que estabas matriculado en algún campus del Tecnológico de Monterrey, de esos que hay regados por todo el país cuan largo y ancho es.

Una de mis grandes enseñanzas de vida para triunfar en la vida fue en el programa de Jóvenes Emprendedores que cursé en la licenciatura de administración de empresas, en el penúltimo semestre. Tiempos en los que uno daba por sentado que ya era un “lic”, gracias a que los bien intencionados catedráticos te ponían por trabajo de final de semestre la gran responsabilidad de crear una empresa. Pero no cualquier empresa, sino una hecha y derecha, con todo lo que debe llevar una organización à la primer mundo: acciones, estudios de mercado, análisis de marketing, análisis financiero, puntos de venta y todas esas cosas que en el papel lo van a convertir a uno en alguien más emprendedor y rico que Bill Gates. Claro que todo eso es sólo en papel, porque del dicho al hecho, hay varios mexicanos en el trecho.

El profesor dijo que los equipos de trabajo (futuras corporaciones), debían estar conformados por doce personas (ni uno más, ni uno menos). En mi caso, yo pertenecía a una corporación integrada por tres personas, es decir, tres directores generales, contándome a mí como uno de ellos. Sentados en un oscuro aposento (el cual era uno de los rincones del fondo del aula, lugar que por indefinidas fuerzas cósmicas ocupábamos desde el primer semestre de la carrera), en un hermetismo equiparable al del cuerpo de inteligencia de la CIA, fraguábamos lo que teóricamente sería la corporación más rentable desde la invención de Microsoft.

Las tuercas de nuestra gran maquinaria se iban engrasando poco a poco, no así las del resto de nuestros compañeros, que para su mala fortuna y poca creatividad, invertían todo su tiempo creando empresas enfocadas en el consumo alimenticio: paletas, frituras, dulcecitos y todo tipo de comida chatarra que al parecer habría de convertirse en la competencia directa del hombre gordo del puesto de kibes que todas las mañanas se paraba frente la puerta principal de la universidad a deleitar a todo aquel miembro del cuerpo estudiantil y docente que quisiera elevar sus niveles de colesterol.

Sobra decir, que aquellos compañeros emprendedores eran unos pobres ingenuos, pues ninguna generación del ITM había podido robarle mercado al kibero, alias el gurú de la mercadotecnia, quien aplicaba un método infalible de venta: “el volado”. Traducción: apostar pagar el importe del kibe al doble o llevártelo gratis dependiendo si la moneda arrojada al aire al caer al suelo caía con la cara en águila o con la cara en sol; está de sobra aclarar que la inmensa mayoría de los clientes perdían la apuesta, y ahí es cuando venía la segunda ronda de apuestas que consistía en el infalible “doble o nada”, donde también sobra mencionar que el kibero tampoco perdía, sin embargo, al estudiantado le gustaba las emociones fuertes y terminaba apostando y pagando un dineral por no comer ni un solo kibe.

En el aula de los emprendedores el tiempo apremiaba, y nadie lograba ponerse de acuerdo. Gritos de protesta estallaban en todos los rincones del salón de clase, la Cámara de Diputados no era nada en comparación al bochornoso espectáculo de desorganización suscitado entre mis compañeros: integrantes cambiaban de un equipo a otro con la misma facilidad con la que los políticos cambian de partido, todo en pro de que su idea de comida chatarra fuese aprobada a como diese lugar. En vista del desastre inminente, el profesor optó por la sana medida (muy salomónica y mexicana) de decirnos que conformásemos los equipos de trabajo con el número de integrantes que nos diera la regalada gana.

Por fortuna la corporación a la que pertenecía estaba más que lista para salir al mercado, excepto por un pequeño detalle: financiamiento. Pequeño obstáculo que estábamos seguros de sortear, pues como era bien sabido toda gran idea siempre es respaldada por algún millonario capitalista interesado en incrementar sus utilidades.

Éramos el equipo ideal. El más inteligente de nosotros tres, era un joven apasionado y maniático de los números, él se encargaría del engorroso menester de llevar a buen puerto la contabilidad y el papeleo legal de la corporación, en pocas palabras, en sus manos estaba que no nos metieran en la cárcel, o lo que es lo mismo, dependíamos de su inteligencia para evitar que el profesor nos pusiera un espantoso NA (No Aprobatorio).

El otro socio o “director general” (así le gustaba que lo llamáramos), de números, aspectos legales o cualquier otra responsabilidad que se asemejara a manejar una compañía, sabía lo mismo que pudiese saber un niño de kinder acerca de física cuántica. De responsabilidades administrativas no sabía ni coma, pero eso sí, nuestro socio tenía a su favor que era guapísimo (al menos eso decía él mismo de su persona cuando veía su rostro reflejado en los cristales del salón de clase), belleza que le había granjeado ser Top Model de panfletos publicitarios que te regalan en las esquinas con semáforo.

Y finalmente, yo era el tercer socio, un tipo carente de todo talento numérico, legal, corporativo y pasareríl; lo que me dejaba con mucho tiempo libre para meditar y escribir banalidades acerca de mi mismo y del ser humano en general, talento que me convertía en el candidato perfecto para ocupar el puesto vacante de Director General de Creatividad.

Los tres flamantes directores irradiábamos tanta seguridad en nosotros mismos que pronto se corrió el rumor en la escuela que a nuestra corporación le auguraba un tremendo éxito, así fue que no se hicieron esperar las largas filas de compañeros que intentaban ingresar su currículo para laborar con nosotros, muy a pesar de que a ciencia cierta ninguno de ellos tuviera la más remota idea de qué producto o qué servicio vendería nuestra corporación.

Fue el discípulo adelantado de Versace (sin duda, el más extrovertido de los tres, y por tal motivo, vocero oficial y Director General de la corporación), quien se animó a decir a la multitud que se aglutinaba alrededor nuestro que lo que realmente requeríamos en esos momentos eran los servicios de alguien que tuviera los conocimientos y la valentía suficiente para hacerse cargo de la Dirección General de Recursos Humanos (RH). La función del Director de RH (que en realidad resultó ser directora, ya que fue una mujer a la que elegimos por cargar con dos bellas y poderosas razones por delante), era la de seleccionar al candidato idóneo para cada puesto de la corporación. Traducción: contratar muchos obreros.

La tetona directora de RH en cuestión de minutos contrató a un equipo de trabajo conformado por dieciséis personas (todos ellos sus mejores amigos). Conformado el equipo de trabajo, nosotros, los tres emprendedores directores de la corporación nos dimos a la tarea de ir en busca de empresarios que quisieran invertir en nuestro proyecto, mismo proyecto que fue rechazado por cada uno de los empresarios que visitamos (en realidad sólo visitamos a un empresario).

Con la moral baja y las manos vacías por no haber podido explicar con elocuencia de qué se trataba nuestro proyecto, regresamos con los obreros a informarles la mala noticia. Noticia que para nada fue de su agrado, provocando que en cuestión de minutos nos topáramos con un sindicato, y luego, rodaron las cabezas de los altos mandos (nuestras cabezas) y el líder sindical terminó convirtiendo nuestra corporación en una empresa dedicada a la venta de dulcecitos de amaranto.

Los tres directores fuimos degradados al puesto de obreros, o lo que es lo mismo a cocineros de dulcecitos de amaranto. Y nuestra promoción de ventas era la siguiente: si encuentras en tu dulcecito de amaranto un cabello humano (o de alguna otra especie viva), te regalamos otro dulcecito de amaranto.

La compañía quebró a la semana, sin embargo, todos nos graduamos con honores.


viernes, 10 de julio de 2009

Los misterios de la niñez


“Los cuentos infantiles son juguetes filosóficos.”
- Juan Villoro


Las luces del cine se encienden, caminamos por el pasillo, luego por la acera y luego entre algunos automóviles estacionados para poder llegar al coche. Un par de niños me flanquean a los costados. Uno tiene siete y el otro ocho años. Son mis sobrinos. He decidido que guarden algún recuerdo bonito de su tío estas vacaciones de verano.

More...La película ha sido una obra maestra. Y no lo digo por el derroche tecnológico y la espectacular animación que tiene, no señor, sino por la trama. Tiene que ser una obra maestra una película donde el protagonista es un robot y en donde casi no existen diálogos y aun así logra tener al filo de la butaca por hora y media tanto a niños, adolescentes y adultos.

-¿A dónde vamos cuando morimos, tío? –me pregunta el menor de mis sobrinos.

Sabrá Dios qué pensamientos habrán cruzado por su mente al ver la película, pero algo es seguro, le tocó las fibras más sensibles. Esa es una pregunta que con seguridad un tío no está capacitado para responderle a su sobrino de siete años, no sí sus papás están a varios kilómetros de distancia.

-¿Que a dónde vamos cuando morimos? –respondo con una pregunta para ganar tiempo.

Nunca he sido niñero. Carezco de esa capacidad que tienen los adultos para comportarse como unos perfectos imbéciles cuando están delante de un niño, ya saben, haciendo esas vocecitas de niños y tratando a los niños como si fueran unos bebés toda la vida.

-Sí, tío. ¿A dónde vamos cuando morimos? –vuelve a la carga.

Una cosa es llevar a tus sobrinos al cine y otra muy distinta que al llegar a casa su mamá les pregunte cómo estuvo la película y uno de sus hijos le salga con la buena nueva de que al morir te apagas como un televisor.

-No tengo la menor idea de a dónde vamos cuando morimos –digo.

Mi sobrino abre los ojos tan grandes como los de un sapo; todo parece apuntar a que es la primera vez que un adulto no sabe darle una respuesta.

-En mi escuela dicen que cuando mueres te vas al Cielo –dice.

En mi escuela también solían decirme eso, pienso, entre otras muchas cosas que nunca pudieron comprobar mediante una explicación que tuviera sentido.

-Pues ahí lo tienes, el Cielo es un bonito lugar para ir –digo.

-¿Pero tú qué crees tío? –me pregunta.

Los focos de alarma se encienden.

-¿Que qué creo yo? –respondo con otra pregunta para ganar tiempo. Maldito robot, pienso, bonito lío en el que me ha metido.

-Sí, ¿qué piensas tú del Cielo? –me pregunta el niño abriendo nuevamente sus enormes y redondos ojos.

Al diablo, cuando era un niño y le hacía preguntas de ese estilo a los adultos ellos me mandaban a jugar con mi hermano y mis primos, y luego me decían que fuera un niño bueno para que al morir pudiera ir a un lugar del cual nadie quería hablarme.

-No creo en el Cielo, yo creo que cuando mueres te apagas como un televisor –respondo.

Mi sobrino, lejos de sorprenderse, sigue caminando tranquilo y me dice:

-Para Navidad pienso pedirle a Santa Claus que me traiga a Papá Abu. ¿Crees que me lo traiga del Cielo? –pregunta.

-Lo dudo –digo-, pero pídeselo de todos modos, uno nunca sabe.

Subimos al auto.

-Tío, ¿Wall-E era un robot mujer, verdad, si no por qué se enamoró de ese otro robot que disparaba? –pregunta mi sobrino mayor.

Antes de responder acelero a toda velocidad para llegar a casa lo más rápido posible. Tengo la ligera sospecha de que mi hermano y mi cuñada en su vida me volverán a dejar pasear con mis sobrinos sin la supervisión de un adulto.


jueves, 9 de julio de 2009

Somos chatarra


“Un conservador es un hombre demasiado cobarde para luchar y demasiado gordo para huir.”
- Elbert Hubbard
             

Justo ahora que han dado inicio los Juegos Olímpicos (tomen nota), nuestros astutos mandatarios han lanzado al aire una campaña para combatir la obesidad. Por favor, un aplauso para ellos, que al parecer alguien ya les ha informado que somos el país más obeso del mundo luego de Estados Unidos.

El comercial que vi ayer fue muy conmovedor. Palabra que hasta se me escurrieron unos lagrimones por las mejillas. Era uno (con seguridad lo habrán visto ya) en el que aparece una señora dándole de comer a sus retoños unas manzanas. “No quiero heredarles la diabetes, por eso los acostumbro a comer sanamente”, dice la señora (o alguna ridiculez por el estilo).

Quién diría que a estas alturas de la evolución humana los políticos ya ni siquiera tienen tacto para darnos atole con el dedo. No señor. Ahora nos dan cucharadas. Y bien grandotas. ¿Acaso el gobierno creerá que con una campaña tan tontorrona como “Vivir Mejor” vamos a dejar de ser unos gordos despreciables? ¿Pensarán que con contratar artistuchos de quinta (que para colmo están pasados de peso) que nos aconsejen subir las escaleras en vez de utilizar los ascensores del trabajo mágicamente vamos a dejar de costarle millones de pesos al Seguro Social porque nuestras venas tienen más azúcar que los ríos de chocolate de Willy Wonka?

Ahora si me disculpan, les voy a platicar una parte de mi infancia y mi adolescencia, mismas con las que sospecho (sin temor a equivocarme), cada uno de ustedes se identificará, sin importar a qué escuela hayan asistido, sea pública o privada, religiosa o laica. 

Riiiiiiiing. Esa es la campana que nos avisa que es la hora del descanso. Salgo disparado del salón de clase y me formo detrás de una interminable fila de niños que hacen cola para comprar un refrigerio en la tiendita. Ni siquiera es medio día y mis tripas chillan de hambre muy a pesar de que en el desayuno comí un cereal azucarado y de muchos colores que decía tener 7 vitaminas y hierro. Para apaciguar el hambre tengo muchas opciones a escoger: todas ellas son refrescos embotellados, pastelillos y frituras de diversas marcas. Chomp, chomp. Slurp, slurp.

Las dos últimas horas de clase intento prestar atención a lo que dice la maestra pero no puedo porque tengo mucho sueño, y también mucha hambre. Riiiiiiiing. Esa es la campana que nos informa que es la hora de la salida. Salgo disparado del salón de clase y vuelvo a formarme en otra interminable fila de niños detrás de un carrito donde un señor nos vende golosinas como las que venden en la tiendita del colegio.

Ahora, viéndonos primermundistas, digamos que el calendario escolar tiene 200 días de clases efectivas. Multiplique esos 200 días por 12, que son los años que dura la primaria, la secundaria y la preparatoria juntas.

¿Ustedes creen que un ser humano que creció durante 12 años de su vida consumiendo comida chatarra de buenas a primeras va a dejar de consumirlas, en su casa y en su trabajo, ahora que es un adulto y tiene poder adquisitivo?

No nos hagamos tontos. Si tuviéramos un gobierno responsable que quisiera ayudar en verdad, simplemente prohibiría la chatarra envenenada que entra tan campante a todas las escuelas del país, pues a diferencia de los adultos, los niños no saben discernir qué alimentos son los adecuados para su organismo. Pero, adivinen qué: ¿sabían que los mayores ingresos que tienen las escuelas luego de las colegiaturas los obtienen de lo que venden en las tienditas? ¿Y sabían que los emporios de comida chatarra obtienen sus mayores ganancias de lo que venden en las escuelas? ¿Y sabían que esos emporios de comida chatarra, cada que hay elecciones, filtran parte de sus utilidades para apoyar las campañas de los políticos que nos gobiernan? ¿Y sabían que esos emporios le dan empleo a cientos de miles de trabajadores mexicanos? ¿Se imaginan qué ocurriría si los emporios dejaran de vender su chatarra a nuestros hijos por culpa de un testarudo político al que se le ocurriese, no sé, digamos, hacer una reforma alimenticia? ¿Quién es el valiente de los políticos que dice “yo”?

Ya me lo imaginaba. Por eso somos y seguiremos siendo, por los siglos de los siglos, o hasta que el mundo reviente en mil cachitos (lo cual espero ocurra pronto), la medalla de plata en la carrera de gordos, y eso solo porque en Estados Unidos ocurre exactamente lo mismo que aquí.

Ven, somos chatarra, o mejor dicho, peores que la chatarra.                

Actualización:





Dirán misa, en las calles yo sigo viendo más gordos que nunca.

miércoles, 8 de julio de 2009

Los nuevos sastres del emperador


“Es un error creer que uno está rodeado de tontos, aunque sea verdad.”
- Noel Clarasó
             

No creo que exista en toda la literatura cuan larga y ancha es, y lo digo so riesgo de quedar como un perfecto imbécil, un cuento que defina tan exacta y justamente a la sociedad moderna y virtual en la que vivimos hoy día como El nuevo traje del emperador, escrito por el danés Hans Christian Andersen. Habrá otros cuentos igual de proféticos, pero ninguno que nos calce tan bien y tan cómodamente, cual zapatilla de cristal al pie de Cenicienta.

Para el que no recuerde el cuento de El nuevo traje del emperador, era ese en el que un par de truhanes, haciéndose pasar por sastres, le confeccionaron un traje al emperador advirtiéndole a él y a toda su corte que las telas eran muy finas y que poseían la milagrosa virtud de ser invisibles a los ojos de toda persona no apta para su cargo o que fuera irremediablemente estúpida. Naturalmente, como es de esperarse en un emperador y en su corte, todos alabaron las maravillosas telas inexistentes que los sastres les enseñaron, y solo un niño fue capaz durante un desfile al que asistió todo el pueblo (incluido el emperador engalanado con su traje nuevo) de decir que el emperador estaba desfilando en pelotas; dicho esto, por arte de magia los ciudadanos empezaron a murmurar de boca en boca que el emperador en realidad estaba desnudo, y el emperador al darse color de los murmullos generalizados levantó muy ufano la cabeza y siguió adelante en su caminata triunfal con más garbo que nunca. Fin.

Moraleja: la imbecilidad de la sociedad es un pozo sin fondo.

Casi dos siglos después de la publicación del cuento, descubrimos que el pozo, efectivamente, no tiene fondo. Y miren, les apuesto este par de manos con las que tecleo esta columna cada semana a que si ustedes salen un día a la calle verdaderamente convencidos de que la gente que los rodea son unos perfectos imbéciles, les aseguro (no en balde me estoy jugando las manos) que se pueden hacer de muy buen dinero. Y cuando les hablo de muy buen dinero me refiero a cifras que les darán para vivir como hombres respetables y admirados por la sociedad.

Lo que tienen que hacer es lo siguiente, tomen nota:

1. Nunca sobreestimen a la sociedad. Los grupos de personas siempre pueden ser más imbéciles de lo que ustedes creen. 

2. Nunca sobreestimen a un individuo. Un individuo siempre puede ser más imbécil de lo que ustedes creen.

3. Piensen en una idea, la que sea, les aseguro que es factible y redituable de generarles cientos de miles de pesos.

4. Crean en ustedes mismos. No piensen que ustedes son unos imbéciles porque sus ideas son una completa idiotez.

5. Las ideas por si mismas nunca son idiotas, por más idiotas que parezcan.

6. Salgan a la calle y aparezcan en televisión e Internet y vendan sus ideas.

Ahora saquen otra hoja y tomen nota del siguiente consejo para que sus ideas se vendan como Dios manda:

Sus ideas tienen que cubrir al menos uno de los tres elementos básicos que padece el ser humano moderno:

A) Soledad.

B) Vanidad.

C) Curiosidad.

Listo. Si ustedes son pobres y rechazados socialmente es porque así lo desean. Hoy hasta el más tonto puede hacerse millonario, y ojo, no les estoy diciendo que se enrolen en la política. Lo único que tienen que hacer es abrir los ojos e imitar a los cientos de miles de sastres modernos que aparecen en la televisión, el Internet e hinchándoles las pelotas por el celular vendiéndoles algo completamente inútil para su vida cotidiana.

Si no me creen, sigan la lista de consejos que les di y ya verán, es más fácil de lo que ustedes cree. Cuestión de tenerse fe, o mejor dicho, de dejar de tenerle fe a la raza humana. Y si siguen sin creerme, échenle una hojeada al genio que no hace mucho le ató una correa a una piedra y le dijo al mundo que lo que él tenía no era una piedra, sino una mascota. 





Gary Dahl se volvió millonario al vender en Febrero de 1976 la módica cantidad de 1.5 millones de mascotas-piedras.

Les digo, cuestión de dejar de ser tan modestos. Libérense y conviértanse en un capitán que navega por el interminable océano de la desvergüenza, charlatanería e imbecilidad humana. 

martes, 7 de julio de 2009

El votante dubitativo


“Vota a aquel que prometa menos. Será el que menos te decepcione.”


Enciendo la televisión y un periodista gordo (gordo como todos los periodistas campechanos que aparecen en la televisión y que no cesan de humillarme año tras año al vencerme en el premio estatal de periodismo) condena a todos los votantes que piensan votar en blanco.

-El voto es una obligación –dice otro periodista mofletudo y dueño de un vientre de dimensiones escandalosas.

Entro a Internet y en el Facebook y en el Messenger cientos de cibernautas que creen ser mis amigos (nunca imaginé ser tan popular) me animan a votar mediante frases del tipo “¡VOTA azul, rojo, amarillo, verde, morado o cualquier  color, pero vota!”

En la radio, consumados analistas políticos arengan a los radioescuchas a votar, sus palabras son tan profundas y sus voces tan graves que me hacen sentir culpable por el deseo que tengo de quedarme durmiendo en casa todo el domingo cuan largo es.

Llega el domingo. Pese a pronóstico, despierto temprano. Groseramente temprano gracias a un misterioso número que me envía un mensaje de texto al celular donde dice que hoy es día de elecciones y tengo que salir a votar. ¿Acaso para eso quería el Presidente de la República que registráramos todos nuestros números de celular ante gobernación, para recordarnos como niños de kinder que tenemos que salir a ejercer un derecho opcional que durante meses vienen diciéndonos por todos los medios de comunicación posibles que si no votamos somos unos ciudadanos desnaturalizados?

Andy Roddick y Roger Federer se van a un quinto y último set y llega otro mensaje de texto de otro número misterioso que me invita a votar, tal cual si intuyera que mi deseo es el de quedarme en casa toda la mañana viendo probablemente uno de los partidos más dramáticos y emocionantes de la historia de Wimbledon. Entonces imagino que soy Roger Federer, espigado, delgado, sobrio, un caballero, es decir, Roger Feder en toda la extensión de la palabra, no yo, porque ni en mis fantasías más osadas puedo imaginarme a la persona impresentable y mamarracha que soy sosteniendo un trofeo que me acredite como el número uno. Mi mente sabe la clase de buhardilla donde habita, un cuchitril oscuro, lleno de temores y de dudas. Un lugar poco fértil para la luz y la gloria.

Aparece una estadística en pantalla y descubro que Roger es un año menor que yo. Entonces, mi mente que es malvada, se pregunta qué hubiera pasado si desde pequeño me hubiera gustado el tenis tanto como ahora. ¿Acaso hubiera entrenado las horas que fueran necesarias hasta perfeccionar mi juego como el de Federer? Imposible, pienso, como Roger solo hay uno. Federer gana su decimoquinto título de Grand Slam y Woody Allen lo observa extasiado desde las butacas del graderío. Me imagino (con el cuerpo de Roger) dedicándole el triunfo a mi máximo ídolo, diciendo micrófono en mano:

-Señor Allen, este trofeo es para usted, gracias por regalarnos las películas más hermosas y divertidas del mundo. Por favor, no se muera nunca. 

Otro mensaje de texto de otro número misterioso me saca de mis ensoñaciones. Vuelve a incitarme a votar. ¿Acaso debo votar?, me pregunto sin salir de mi hamaca. Y de hacerlo, ¿por quién debería votar? Lo ignoro, pero debo hacerlo por alguien, por quien sea, tal como me dijeron mis amigos cibernautas, los pantagruélicos periodistas de la televisión, los renombrados analistas políticos de la radio y los propios políticos aspirantes a algún escaño, de lo contario, sería yo una persona antidemocrática, funesta e inservible para mi patria.

Permanezco en posición horizontal y una interrogante asalta mi mente: ¿Debo votar por el partido perpetrado en el poder por casi una centuria, entregarles mi voto a esos señores que me han amenazado, censurado y negado sistemáticamente todo tipo de becas para dedicarme al desdichado oficio de las letras de tiempo completo; o quizás deba votar por el partido de ultraderecha cuyos acaudalados y empresarios seguidores un día (destilando alcohol en una fiesta) me ofrecieron una cuantiosa suma económica (y luego sabiamente olvidaron llamarme) para escribir los discursos de su candidato; o puede que deba votar por el partido ecológico (entiéndase el partido de las luminarias de Televisa) que aboga por la pena de muerte al animal más peligroso que habita en la Tierra (entiéndase el ser humano) y que entierra vivos a sus candidatos como semillas humanas en terrenos baldíos para que estos resuciten al tercer día cual Jesucristo convertidos en la mejor opción política; o por último, en los partidos de izquierda cuyos candidatos son empresarios o en su defecto unos indios analfabetos con machetes?

Pudo más el sentimiento de culpa. Un sentimiento de culpa del cual me arrepiento al verme flanqueado por gente sudorosa que ingenuamente creyó que nadie iría a las casillas de votación a la hora de más calor de la tarde. Media hora después, entro goteando a la casilla. En un arrebato de irresponsabilidad ciudadana, anulo mi voto. Escribo en la boleta de gobernador, de diputado local y de diputado federal el nombre de mi candidato preferido, es decir, Don Perro. Simpático, sátiro y truhán canino de caricatura que inventó mi amigo escritor y caricaturista Juanito Magaña para satirizar y denunciar masivamente los usos y costumbres de la política campechana con una maestría propia de los genios.




En la última boleta, decido no ser del todo un ciudadano irresponsable. Para el puesto de presidente municipal voto por el papá de un buen amigo con el que me he emborrachado hasta el amanecer, intercambiado libros y compartido los mismos gustos en mujeres. Voto por ese señor de cabellera cana no porque haya ido a su casa a emborracharme y abusado de su hospitalidad, sino porque creo que es el candidato idóneo para gobernar una ciudad ingobernable. Además de que me prometí a mi mismo que votaría por el primer político que en sus cartelones que inundan los postes de las calles apareciera sin sonreír como un imbécil profesional. Sí, así de fácil puede ganarse mi voto un candidato.


Tacho con orgullo el nombre del papá de mi amigo y al salir de la casilla sospecho que lo he sentenciado a una derrota avasalladora porque es bien sabido que sobre mi cabeza pende una nube negra que suele ser contagiosa.

Regreso a casa. Para disipar mis malos presagios le pregunto a la muchacha si votó por el papá de mi amigo.

-El voto es secreto –dice.

-Anda, dime –suplico con ojos de cachorro-.  No se lo voy a decir a nadie.

-Ay, Rodri, la verdad la verdad… –dice la muchacha haciendo una pausa telenovelesca- no voté por el papá de ese su amigo.

-¿Por qué? –pregunto escandalizado.

-Pues la verdad la verdad, pues por pesado. Fue a mi colonia y fue el único que no quiso bailar reggaetón como los otros candidatos bien buenas gentes. 


lunes, 6 de julio de 2009

Con su permiso, somos unos idiotas


“Idiota: Del griego idotés, utilizado para referirse para quien no se metía en política, preocupado tan sólo en lo suyo, incapaz de ofrecer nada a los demás.”
- Fernando Savater
             

Lo más lindo que le pude ocurrir a un escritor es que lo lean, pero lo más lindo lindo es que le escriban, o sea, que un lector después de leerle, alegre o furioso con las barbaridades que el destino y editorialistas chiflados pusieron delante de sus ojos, contento o con la vena palpitándole rabiosa en la frente se arroje al teclado de la computadora y le escriba las cosas más dulces y tiernas o en su defecto los insultos más terribles y crueles haciendo énfasis en la madre que le parió.

En fin, para qué le doy vueltas al asunto, las cartas o e-mails más divertidos son los que provienen de los lectores que no saben leer entre líneas. Que tal o cual cosa que publica un escritor se lo toman como algo personal, es decir, como una afrenta que hay que lavar (de ser posible) con sangre. Es por ello que este tipo de lector es el más apreciado. Porque uno se los imagina desde el otro lado de la computadora como unos trogloditas con mazo en mano como el Capitán Cavernícola tecleando con sus dedos chatos una serie de atrocidades dignas de ponerle los pelos de punta incluso al psicópata más aventajado; pero luego resulta que los capitanes cavernícolas en realidad son respetables amas de casa o pulcros contadores de oficinas que tuvieron un mal día con el jefe.

Por eso, una vez más, y no es que me guste meter el pulgar enterito en la herida, repito, los mexicanos somos unos idiotas y unos ingenuos y unos tramposos, o sea, para los que no captan todavía, la peor calaña de este continente. Y óigame, dirán algunos (los más espabilados), eso no es noticia, todos lo sabemos. Pero no, palabra que no todos se han dado por enterados, aún.

La mayoría nos seguimos chupamos el dedo, y bien sabroso. Chup, chup. Como recién nacidos sorprendidos e incapaces de hacer algo (ni siquiera patalear o llorar) cuando algo “inverosímil” ocurre delante de nuestros castos ojos.

No voy a nombrar nombres, faltaba más, pues no hace falta; en materia política uno dispara al aire y mata diez patos, mínimo. Digamos que Clodomiro H. Pérez fue gobernador del Estado de Ayucatitlán y en su sexenio se cansó de talar hectáreas infestadas de molestos árboles y selvas bajo la obligación moral de que México es un país pujante y en vías de desarrollo y por tal motivo construyó sobre estas zonas vírgenes y protegidas planchas de concreto que ahora sirven de estacionamiento para centros comerciales y demás lugares de esparcimiento para la sociedad, como pueden ser ferias ganaderas que solo duran tres semanas al año, ya saben, porque México es, como les dije, un país pujante y en vías de desarrollo. Y en nuestras narices. Ojo. Entonces no es hasta que el gobernador pujante Clodomiro H. Pérez termina su gestión cuando los ecologistas muy indignados publican artículos iracundos en los periódicos alarmando a la sociedad de que nos estamos quedando sin zonas verdes, y la sociedad (muy ecologistas ellos y ellas) se indigna con el ex mandatario Clodomiro H. Pérez diciendo que es un inconciente y un bandido porque los estacionamientos fueron construidos por las constructoras de su familia, entonces, el nuevo mandatario que en realidad es mandataria porque en el Estado de Ayucatitlán hay igualdad de género hasta en la política, como primera medida decide colocar al ex mandatario Clodomiro H. Pérez como encargado de proteger las áreas verdes, mares y toda la fauna marina y terrestre del Estado, y todos los ciudadanos que poseen un civismo escandinavo a la décima potencia, fruncen el seño a manera de indignación y se van, unos a los gélidos aires acondicionados de los centros comerciales, y los otros, a rostizarse a las playas (faltaba más, es verano) porque el calor es insoportable y le pone de muy mal humor a cualquiera. Y luego, los unos y los otros, miran unas amenazadoras nubes negras en el cielo, y los unos cruzan los dedos, y los otros chocan tres veces sus talones uno con otro deseando que este verano no entre un huracán como Katrina y nos mande a tomar por culo a todos.