miércoles, 29 de junio de 2011

Daños colaterales de una boda real


1


4:30 p.m.

Suena el timbre.

Bajo las escaleras.

Antes de abrir la puerta de casa de mamá, escucho una conversación en el garaje.

-No mames, no mames –dice una voz de niña-. ¿De quién es ese volcho, wey?

-De mi novio –contesta Selva, no sin tomarse largos segundos de duda.

-Nooooooooo –exclama la niña-. No es cierto, wey.

-Sí –dice Selva, resignada.

-Qué asco, wey.

Abro la puerta.

La cara de Selva está roja como un tomate. Bucky, Taquito y Mía dan brincos alrededor de ella para recibirla. La niña, la prima más pequeña de mi chica, intenta acariciar a su ex mascota: Taquito suelta una dentellada, al parecer guarda fresco en su memoria los días de confinamiento en el cuarto de baño de la servidumbre en el penthouse donde era un rehén del olvido.

-Ay, me mordió –la niña se chupa un dedo de la mano.

Sonrío.

Confieso que he colaborado con mi granito de carbón en avivar las llamas del resentimiento en Taquito: cuando Selva tiene muchos clientes en su salón de belleza y me lo deja en casa para que lo cuide, lo que hago es poner delante de sus pequeños ojos de canica una fotografía de su ex dueña y asestarle cinturonzazos.

-Ay, ¿qué le pasa? –grita la niña y se echa a correr a una lujosa camioneta Escalade donde la espera un chofer.


2


6 p.m.

Endiosada, Selva mira la pantalla de mi computadora.

-A esta clínica voy a ir para que me operen la nariz –dice.

Me acerco a la laptop. En pantalla veo la imagen de una mujer donde comparan el antes y después de la operación.

-Se veía mucho mejor antes de la operación –apunto.

-Solo lo dices porque no quieres que me opere –Selva se cruza de brazos-, mírala bien, checa cómo le perfilaron la nariz, es una operación sutil, muy discreta, casi ni se nota.

¿Por qué las mujeres siempre justifican las operaciones? ¿Si las cirugías son tan sutiles, tan discretas, entonces, para qué gastar miles de pesos en algo que nadie notará?

Observo una vez más la imagen.

Es un hecho: no existen operaciones sutiles, discretas, la mujer de la fotografía era mucho más hermosa antes, antes de que le dejaran una nariz respingada y larga como Pinocho, un ojo rojo de boxeador y unas ojeras de mapache.

-¿Y bien? –me interroga Selva-. ¿Verdad que ni se nota la operación?

Debo ser cuidadoso en mis palabras. Los últimos días mi chica ha estado irascible, esto lo atribuyo a la visita de sus tíos multimillonarios, quienes la pasean en sus autos de lujo, le presumen sus compras en Nueva York y Londres, la llevan a comer a restaurantes finos y caros.

-La verdad –digo- me gusta tu nariz tal y como está.

-No es verdad.

-Que sí.

-Que no.

-Que sí.

-Claro que no, la otra vez dijiste que mi nariz parecía una berenjena.

-…

-Y tienes razón, parece una berenjena –Selva se levanta la nariz con el dedo pulgar-, por eso quiero retocármela.

-Bueno, acepto que sí parece una berenjena, pero una berenjena bonita.

-Eres un idiota.


3


8:05 p.m.

Selva y yo estamos tumbados en la cama. Llevamos hora y media (reloj en mano) sin decir una palabra. Debo hacer algo.

-¿Qué te pasa? –pregunto.

-Nada –Selva sigue mirando al vacío.

-¿Qué te pasa?

-Nada.

Podríamos pasar dos horas más repitiendo los mismos diálogos. Sé perfecto qué le pasa a mi chica. He aprendido a leer sus ojos. A interpretar sus silencios. A descifrar cada uno de sus movimientos y muecas. Incluso a identificar el olor de sus pedos. Es lo mínimo que puedo hacer. La amo. Es la mujer de mi vida. Sus ojos me dicen que ella está triste. Está triste porque tengo un volcho que en realidad es un horno de microondas que nos derrite y hace sudar como marranos cada que salimos a la calle, y nos seguirá haciendo sudar por muchos años más porque el sueldo de un escritor no alcanza para comprar coches último modelo (o de medio uso) con clima. Está triste porque en vez de comprarle el anillo Swarovski que quería solo me alcanzó para regalarle unos jeans en rebaja. Está triste porque no puedo costearle ni una sola de las operaciones que quiere hacerse, en especial la cirugía de nalgas para tener un culo tan grande y monumental como el de su ídola Ninel Conde.

-¿Estás así por lo que dijo tu prima, verdad? –pregunto.

-Sí –Selva sigue mirando al vacío.

-¿Te da vergüenza estar conmigo?

-No seas idiota.

-¿Entonces?

-No quiero ser pobre.

-No somos pobres.

-Pero lo seremos.

-…

-¿Ves? Sabes que lo seremos. Y odio que no me apoyes en mis proyectos. En algo que me hará feliz.

-¿De qué hablas?

-De mi nariz. La odio.

-Está perfecta.

-No está perfecta, y lo sabes.

-Tú eres perfecta. Me encantas. Te amo tal y como estás.

-Pues yo no. Y voy a operarme la nariz. Y quiero que me apoyes, así como yo apoyo todas tus pendejadas.

-¿Qué pendejadas?

-La pinche revista esa en la que colaboras. El puto gordo argentino es un soñador igual que tú. Los argentinos son unos ladrones. No confío en ellos, menos en los gordos. ¿Cuántas más revistas piensan vender? Todas las que has vendido te las han comprado tus primos por lástima. Y por si fuera poco las vendes a lo que te costaron. ¿Dónde está el negocio? Exijo que las vendas más caras o no vuelvo a prestarte mi tarjeta de crédito para que hagas tus pedidos.


4


2:30 a.m.

Me despiertan unos sollozos.

-¿Por qué lloras? –pregunto sorprendido al ver a Selva mirando el televisor-. Pensé que odiabas a las monarquías.

-No odio a las monarquías –Selva se limpia las lágrimas-, odio no pertenecer a las monarquías.

En pantalla, la boda real. Aparece David y Victoria Beckham. Elton John y su esposo, David Furnish. El príncipe Alberto II de Mónaco y su barba “novia” Charlene Wittstock. La princesa Victoria de Suecia y su marido, el príncipe Daniel. La princesa Beatriz de York. La reina Sofía, el príncipe Felipe y la princesa Letizia. Camila Parker y el príncipe Carlos. El príncipe Alejandro II de Serbia y la princesa Katherine. La reina Isabel II.

Debo dejar de leer los Vanidades y los ¡Hola! de mamá.

-¿Viste esos vestidos, esos anillos, esas cirugías? –Selva se muerde las uñas.

Escapo al baño a enjugarme la cara.


5


2:45 a.m.

Regreso a la cama.

Kate Middleton y el príncipe William entran a la abadía de Westminster.

-No lo puedo creer –me indigno.

-¿Y ahora qué no puedes creer? –Selva se cruza de brazos.

-Lo que le preguntó el Padre a Kate.

-¿Qué tiene, qué le preguntó?

-Que si acepta a William como su esposo tanto en la riqueza como en la pobreza.

-¿Y?

-¿No es bastante obvio que nunca serán pobres?

-…

-Dime un personaje de la realeza que sea pobre.

-Elena Poniatowska.

-Poniatowska no es pobre.

-Claro que sí.

-Qué no.

-Qué sí.

-Qué no.

-Poniatowska no vive en un palacio.

-Bueno, eso es porque ella es escritora.

-…

-¿Qué? ¿Por qué me miras con esos ojos? ¿Estás llorando?