lunes, 28 de septiembre de 2009

El hermano incómodo



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Ocurrió lo inevitable, lo que todos sabíamos, lo que presagiábamos desde que Bicho se graduó de la espigada, tímida y superdesarrollada niñez para transformarse en una adolescente de belleza griega, clásica, radiante como mil soles.

More...Ernesto Laguardia, galán de moda en mi infancia, reducido en la actualidad a comadrear en programas vespertinos rodeado de mujeres voluptuosas y escandalosas como urracas, muy emocionado y parado sobre un taburete de madera para camuflar su diminuta estampa, dijo el nombre y los dos apellidos de Bicho. No mentiré, la escena fue surrealista. Todo se puso en cámara lenta: el corazón me dio un vuelco y puse más empeño en contener las lágrimas que traicioneras intentaban cabalgar fuera de mis lagrimales que en sumarme a los aplausos, vítores y gritos de los más de dos mil quinientos enardecidos fanáticos de la belleza que colmaron el Centro de Convenciones Siglo XXI para presenciar el concurso de Nuestra Belleza México 2009.

Fue un impulso, un reflejo, el código genético que todo hombre que se de a respetar trae debajo de la piel. Mi hermano y todos mis primos (hombres confesos heterosexuales) aplaudimos sembrados en nuestros asientos, los traseros enraizados a la silla, impávidos, decididos a no mezclarnos a participar en aquél carnaval de alegría, hasta que Bicho caminó hacia el ala este del escenario con la corona en la cabeza y nos regaló una sonrisa llena de dientes, desarmándonos, obligándonos a dejar de ser hombres muy dignos, machos y solidarios con mi cuñado, que abatido se cubría el rostro con ambas manos presagiando el vuelo alto, lejano y sin retorno del amor de su vida, la niña de los brazos de basquetbolista que amó en secreto desde que él era un niño.

Eso fue lo que ocurrió, tal cual, y me ha costado varios días (una semana redonda, completa) escribir aunque sea una coma sobre el asunto. Quizás no es la narración o descripción que esperaba plasmar en una hoja, pero es lo que hay. Ni más, ni menos. El momento justo en que la mujer más bella de la casa pasó a ser la más bella del país (con el perdón de Jimena, que me hace babear como un mongol cuando la tengo delante).


2


En una pequeña sala de juntas del hotel más lujoso de la ciudad, Lupita Jones nos dice a mamá y a mí que de ahora en adelante también somos famosos. Celebridades. Blanco de la prensa amarillista e insidiosa.

-Mucho cuidado con las declaraciones que hagan sobre Anabel –dice, la espalda erguida, llena de músculos, músculos que envidio luego de matarme por más de una década en diversos gimnasios sin resultado alguno.

Mamá asiente, confiada, sabe que es una dama incapaz de declarar algo en prejuicio de su hija, luego, como si despertara de un hermoso sueño, repara en mi presencia, se le nubla la mirada, se muerde el labio inferior, intenta decir, advertir algo, pero calla.

-¿Alguna duda o pregunta? –dice Lupita.

Nadie dice nada. Bicho ladea la cabeza, me mira con ternura. Tiene una sonrisa indeleble en los labios. Sonrisa confortable, sanadora, regalo de los dioses para iluminar los días.

Los papás de Jimena se animan a preguntar algo. Lupita Jones y su asistente Ivonne responden con profesionalismo. Palabras tranquilizadoras. Los señores se sienten más seguros y felices de saber que su hija vivirá en una bonita casa en un bonito barrio del DF con una bonita compañera y amiga, es decir, Bicho. Observo a Jimena. Quedo idiotizado ante su belleza, pero igualmente sorprendido de su fragilidad de niña cuando sus papás le acarician un brazo. Nuestra Belleza México no es más una Reina presa de miradas tanto lascivas como de admiración, portento de mujer que bamboleaba las caderas hace unas pocas horas en traje de baño con seguridad de amazona, sino una chica frágil tratando de hacerse a la idea de que su vida ha girado 180 grados. Por eso se sonroja al percatarse de que la observo de un modo intenso y cariñoso.

Bicho me manda un beso volado. Descubro que yo mismo sigo sin asimilar del todo la situación. Me siento un intruso en la sala. ¿Qué hago allí, rodeado de tanta belleza? En un principio me resistí a entrar al salón, pero Bicho insistió en que debía estar presente en la firma del contrato que la acreditaba oficialmente como Nuestra Belleza Mundo México.

-¿Segura que puede entrar tu hermano? –dijo mamá, insegura, pero con muchas ganas de que Lupita Jones me cerrara las puertas en las narices.

-Faltaba más –dijo Bicho, tirando de mi brazo para meterme a la sala-, es como mi papá.

Sus palabras fueron un gancho al hígado, me doblaron las piernas. Mi único consejo desde siempre ha sido el que mi hermana desistiera de ser una Reina de Belleza, convencerla de que la belleza es efímera y lo único seguro, lo que en verdad prevalece, es la inteligencia, que los concursos de belleza no son muy distintos de las ferias ganaderas donde se expone y califica a las reses. Valiente hermano. Menudo guía espiritual. No en balde días antes del concurso, mamá no dudó en declarar en una entrevista exclusiva al periódico del que me corrieron hace unos meses de su sección editorial por falta de talento y/o porque nadie me leía, que yo no apoyaba a mi hermana. Incluso mamá prefirió salir retratada con el perro de la casa que conmigo.

-Te quiero mucho –me dice Bicho y firma el contrato.

Entonces recuerdo años no muy lejanos. Bicho parada todos los fines de semana delante de coches último modelo y/o cualquier producto recién salido al mercado, sonriente, los pies llenos de callos, ampollas, hinchados, amoratados, sangrantes. Bicho parada entre semana en conferencias, ferias ganaderas, expos, convenciones, centros comerciales, con la misma ancha sonrisa, estoica, soportando miradas ardorosas y proposiciones indecorosas tanto de viejos rabo verde como de jovencitos calenturientos. Bicho quemándose las pestañas delante de libros de biología, venciendo el sueño luego de extenuantes horas de trabajo, de ser un maniquí humano tras los aparadores de tiendas modernas, decidida a ser el mejor promedio del salón de clase. Bicho sudando sangre en el gimnasio, comiendo vegetales. Bicho capoteando con elegancia de torero a cierto proxeneta dueño de una agencia de modelos que se atrevió a sugerirle que acompañara a cenar a un hombre de dinero en un hotel lujoso de la ciudad. Bicho con los ojos hinchados, enrojecidos, hablando noches enteras sin obtener respuesta de ese señor que le decía “mi princesita” y un día cayó fulminado por un derrame cerebral. Bicho sonriendo e hipnotizando al director de la universidad semestre tras semestre para que la mantuvieran becada en esa escuela impagable donde mantenía las notas más altas. Bicho aferrada, constante e infatigable en sus clases de teatro. Bicho yendo de pasarela en pasarela sin cobrar un quinto. Bicho perfeccionando su inglés en la madrugada. Bicho durmiendo sobre las tapas de los libros de mis autores favoritos, rendida, exhausta.

-Sólo tengo una cosa que decir –digo, rompiendo el silencio.

De inmediato reparo en mi error. Todas las miradas se dirigen a mi humanidad. Incluso el mesero, diligente y servicial caballero que no para de servirnos panecillos y jugos de frutas, para oreja. Pienso en un discurso inteligente, sagaz. Algo que pueda redimirme del error que cometí durante tanto tiempo. Explicar en palabras breves y concisas que la explotación e idolatración de la belleza no es tan mala, o no tan diferente del fanatismo de masas que generan 22 hombres en short y calcetas cuando entran a una cancha de fútbol.

-¿Tienes alguna duda del trabajo que va a desempeñar Anabel? –pregunta Lupita Jones al ver el titánico esfuerzo que me cuesta abrir la boca de nuevo.

-Ninguna –digo-. Sólo quiero decir que este trabajo es como cualquier otro.

Lupita Jones arquea la ceja. Bicho sonríe. Mamá espera lo peor.

-Digo, bueno, no como cualquier trabajo –empiezo a hundirme en un mar de ideas confusas, vagas-. Lo que quiero decir es que tanto Bicho como Jimena son privilegiadas. Sólo en un partido de fútbol había visto tanta excitación en el público.

-Definitivo –dice Lupita Jones-. Para serles honesta nunca antes en la historia de Nuestra Belleza México la anfitriona había sido coronada.

-Sí, sí, se me puso chinita la piel –interviene Ivonne, la asistente.

Mamá sonríe. Me frota el antebrazo. Al parecer mi analogía del fútbol y los certámenes de belleza no fue tan catastrófico y descabellado como podía pensarse. Incluso Lupita Jones se emociona y relata con sus propias palabras el momento exacto en que el público brincó de sus asientos al escuchar el nombre de Bicho como si Cuauhtémoc Blanco hubiera metido un gol en el Estadio Azteca.

-Los yucatecos son gente muy apasionada; maravillosos anfitriones –confiesa-. Jamás había visto tanta emoción en la gente.

-Yo tampoco –me animo a decir, contagiado de la emoción de Lupita, y para mi desgracia, rectifico y agrego lo siguiente-: bueno, en realidad sí, recuerdo que cuando ganaste Miss Universo grité y brinqué sobre mi cama como un loco.

-¿En verdad? –dice Lupita, verdaderamente emocionada.

-¡Sí, en verdad! –digo, poniéndome de pie, en el punto más álgido de mi excitación- bueno, claro que hace casi veinte años, era solo niño.

Mamá se cubre el rostro con la mano. Bicho sonríe nerviosa. Jimena y sus papás quedan pasmados. Ivonne abre la boca, estupefacta. El diligente mesero derrama la jarra de jugo.

Lupita Jones se levanta de su asiento y da por terminada la reunión.

-Nos vemos en el aeropuerto a las seis –dice antes de abandonar la sala.

Es oficial, no volveré a ver a mi hermana en una buena temporada.


miércoles, 9 de septiembre de 2009

El cazador de la beca perdida


El escritor, hombre infatigable en materia de rechazos (literarios y no literarios), se ha presentado en las oficinas del Instituto de Cultura a inscribirse a la convocatoria del Programa de Estímulos a la Creación y Desarrollo Artístico 2009, tal cual lo ha hecho año con año, religiosamente por estas fechas.

More...Con pasmo y horror, el escritor se entera de que debe presentarse el día siguiente a las 9 a.m., nuevamente en las oficinas del Instituto de Cultura, a tomar un curso de capacitación para la correcta elaboración de su proyecto cultural si es que pretende conseguir la esquiva beca que le permita terminar su interminable novela, para así evitar la penosa obligación de ganarse la vida vendiendo productos químicos de limpieza de puerta en puerta en la empresa de uno de sus acaudalados familiares.

-Qué raro -dice el escritor, cuidando cada una de las palabras que salen de su boca-, no sabía que se tenía que tomar cursos propedéuticos para solicitar una beca.

-Pues ya lo sabes -dice ufano el coordinador del curso-. Es obligatorio, este año todos los que soliciten la beca tienen que venir mañana.

-Y ojo –agrega el asistente del coordinador abriendo los ojos enormes-, venir al curso no te garantiza que te demos la beca.

-¿Seguro que es obligatorio venir? -pregunta el escritor, resistiéndose a la terrorífica idea de tener que levantarse a tan imprudentes horas de la mañana.

-Totalmente seguro -responde seguro de si mismo el coordinador y, levantando una arrogante ceja al estilo María Félix, agrega-: El curso es de nueve de la mañana a dos de la tarde.

El escritor se escandaliza. No puede creer que un curso para solicitar una beca dure 5 horas.

-¿Pues qué tanto nos tienen que explicar? –dice.

-Mañana te enterarás de todos los detalles –responde el asistente del coordinador mientras finge que redacta algo en su computadora-. Por favor, sé puntual.

El escritor abandona las oficinas del Instituto de Cultura, cabizbajo, preocupado, con un folleto de la Convocatoria 2009 entre manos. Odia verse obligado a salir de casa, desplazarse, moverse, muy a pesar que la ciudad a donde se mudó a vivir es una ciudad pequeñita donde las distancias son bastante cortas, ciudad de la que no se cansa de escribir semana a semana, crónicas, artículos, ensayos y cuentos; escritos que rara vez aparecen publicados en periódicos y revistas de prestigio, pero que sin embargo, cuando aparecen, generan gran repudio, escándalo e indignación en los ciudadanos de la ciudad minúscula.


* * *


El escritor ha decidido no escribir esta noche, pues de hacerlo corre el riesgo de no poder detenerse hasta muy entrada la madrugada, lo cual (es un hecho irrefutable) hará más que imposible la misión de levantarse a tiempo para asistir al obligatorio curso de capacitación mañana por la mañana.

Programa su despertador, o eso intenta, porque hace años que el escritor no programa un despertador. Está acostumbrado a levantarse cuando su cuerpo así lo desea, a su sagrada voluntad. Apaga la luz del cuarto, cierra los ojos, entrelaza las manos, reza un Padrenuestro para que el despertador, por obra y gracia divina, se haya activado correctamente. Sin embargo, no tarda en descubrir que ha olvidado cómo rezar el Padrenuestro. Prueba con el Ave María. Fracasa de peor forma. Presa del miedo, se encomienda a San Pafnuncio, santo muy milagrero al que le reza su madre todas las noches.

-San Pafnuncio, San Pafnuncio -dice en un susurro ardoroso-, haz que me levante temprano.

Terminada la plegaria, el escritor se siente un perfecto imbécil, y no precisamente por ser un ateo confeso, sino porque recuerda (tal como le comentó su mamá) San Pafnuncio sólo tiene los poderes mágicos de encontrar cosas perdidas, tal cual lo hizo intercediendo en el regreso de Bucky, el bebé de la casa, que se fugó durante una semana completa en busca de amores vedados, callejeros, caninos; aunque (y esto lo piensa el escritor más que nada para levantarse el ánimo) su vida está tan perdida y descarriada desde que dejó de trabajar para convertirse en un escritor, que el bueno de San Pafnuncio igual y obra el milagro de encontrarlo y encaminarlo a una vida responsable, hecha y derecha como la de sus hermanos y sus primos.


* * *


Ha ocurrido el milagro. Ojeroso, de mal humor, el escritor llega puntual al curso obligatorio del Instituto Cultura.

-Buenos días –dice al entrar a una oficina infestada de secretarias que comen tamales y sandwichones con ferocidad.

Las hambrientas secretarias no interrumpen sus sagrados alimentos. Le ignoran.

-Buenos días –insiste el escritor, temeroso de que una de esas elefantiásicas criaturas de oficina le confunda con un refrigerio y le de un mordisco mortal-. Disculpen, de casualidad…

-No han llegado los coordinadores –dice una señora desparramada en su silla, apiadándose del alma en pena.

Una hora después, el coordinador y su asistente aparecen.

-Buenos días –dice el coordinador-. Veo que nada más tú has llegado.

-Sí, hace una hora –dice el escritor con amargura.

-¿Qué te parece si esperamos media horita a que lleguen todos los demás artistas?

El escritor refunfuña. Se le avinagra la sangre. Es enviado a un auditorio para que espere en silencio mientras los coordinadores van a darse un banquete mañanero con las secretarias.

Uno, dos, tres… cuarenta y cinco sillas son las que ha contado el escritor. Nunca imaginó que existieran tantos artistas muertos de hambre en la ciudad.

-Quihúuuuuubole, carnalito –dice un hombre pelón de edad indescifrable que aparece en el auditorio, caminando con las piernas en paréntesis como si recién lo hubiera violado un negro.

El escritor voltea a todos lados para ver si hay otra persona dentro de la sala. Evidentemente no la hay. Él es el carnalito. El blanco del quihúuuuuubule. No le queda más remedio que saludar al pelón que le extiende la mano de un modo extraño, mientras menea la cabeza de arriba hacia abajo como un iguano en celo de las islas Galápagos.

-Hola –dice el escritor.

-Qué chiiiiiiido, carnalito –dice el pelón mirando la sala llena de sillas vacías.

El escritor no sabe qué hacer o qué decir. Detesta a los extraños. Sobre todo los que parecen salidos de algún programa “cómico” de Eugenio Derbez.

-Chidísimo –se aventura a decir, sin saber muy bien el significado de lo que ha dicho.

El pelón dice:

-La pura buena oooooonda, carnalito.

Afloran los instintos asesinos en el escritor, le entran unas ganas locas de cegar la vida del pelón, y cuando cree que tendrá que mancharse de sangre las manos, una voz se deja escuchar dentro de la sala:

-Creo que somos todos –dice el coordinador, mientras su asistente, con toda la pereza del Universo, prepara en la computadora una presentación en diapositivas de Power Point que se proyecta en una pantalla blanca.

El escritor levanta la mano para pedir la palabra como si estuviera en la primaria y dice:

-¿Somos todos?

-Sí.

-¿No que era obligatorio el curso?

-Sí.

El escritor guarda silencio. Se relame los bigotes. Por primera vez sabe que ganará una beca. Ninguno de los otros 43 artistas inscritos llegó al curso, lo que sólo puede significar (si es que las matemáticas siguen siendo una ciencia exacta) que una de las 14 becas a disputarse, por fuerza, tendrá que ser suya.


* * *


El coordinador ha leído durante casi una hora, una a una las diapositivas que se proyectan en la pantalla. Todas ellas, calcas del folleto de la convocatoria del Programa de Estímulos a la Creación y Desarrollo Artístico 2009 que le entregaron al escritor y a todos los demás artistas el día de ayer.

Transcurre otra soporífera hora de lectura, y en ese tiempo, llegan uno a uno otros artistas. Tres en total, cuenta mentalmente el escritor, en una franca batalla para no dormirse en su silla.

-Vamos a tomarnos un break –dice el coordinador.

-En la mesa del fondo hay sandwichitos y coca-colas –anuncia emocionado el asistente del coordinador.

Los artistas, todos ellos de vientres protuberantes, con una agilidad insospechada, se arremolinan alrededor de la mesa para devorar los sandwichitos.

-Licenciado, llega justo a tiempo –dice el coordinador sin poder reprimir una sonrisa de admiración.

El director del Instituto de Cultura, hombre de un vientre de considerable y llamativo tamaño, se relame el bigotito cano y se abalanza sin el menor pudor sobre los sandwichitos.

-Uy, qué rico, hay de jamón y queso.

-¿De jamón y queso? –pregunta un fotógrafo que aparece en escena, barrigón y con la lengua de fuera.


* * *


Una hora después, al borde de los eructos, el coordinador del curso reanuda trabajosamente la lectura de las diapositivas, fotocopias de las hojas de la convocatoria que el escritor ha leído mil y un veces cada que solicita la beca que le niegan sistemáticamente año con año.

El escritor se siente timado, utilizado, humillado. Pero no se queja. Guarda silencio. Estoico. Una hora más de este calvario y la beca será mía, piensa.

-Eso es todo muchachos –dice el director de cultura, para sorpresa de todos, interrumpiendo la lectura del coordinador, también sorprendido-. Vamos a tomarnos la foto oficial.

¿Foto oficial?, se pregunta en silencio el escritor, pero no dice nada y, al igual que el resto de los artistas de vientres abultados, rápidamente se para alrededor del director de cultura que no duda en regalarle una ancha y enorme sonrisa al fotógrafo, que diligente, les toma varias fotografías desde diversos ángulos.


* * *


El escritor llega a casa emocionado. Tiene la certeza de que este año es el año en que finalmente le otorgaran una beca. Redacta, imprime por triplicado y engargola su proyecto. Se siente un escritor de verdad.

Días después regresa al Instituto de Cultura para entregar el proyecto justo en la fecha límite. En un semáforo en rojo el escritor se topa con un enorme cartelón pegado en la parte trasera de un camión donde el Gobierno del Estado informa a sus contribuyentes y al público en general, que en su sexenio han cumplido con hechos y no con palabras en materia de cultura y educación:

“Alfabetización a más de 10,000 personas de escasos recursos”.

El semáforo cambia a verde y se deja sentir una lluvia de cláxones, que indignados, exigen al auto de enfrente se mueva. Pero el escritor, absorto, impávido, no puede dejar de mirar el monumental cartelón pegado en el camión donde descubre su propio rostro sonriente (y el del pelón de edad indescifrable) repetido cientos de veces, que se pierde en una de las avenidas principales.


miércoles, 2 de septiembre de 2009

La mala racha


Un día, me prometieron que ganaría el premio estatal de periodismo luego de que, en el certamen donde me ignoraron y humillaron, le entregaran el jugoso cheque a un periodista de verdad, de esos que escriben en los periódicos y aparecen en la televisión diciendo que nuestros políticos (dueños de todos los periódicos y canales de televisión) hacen muy bien su trabajo, pero que, sin embargo, por causas misteriosas seguimos hundidos y condenados a vivir en la pobreza.

More...-El próximo año tienes mi voto –me dijo uno de los tres jueces del jurado, alentándome a no desfallecer en mis intentos por ser un escritor respetado.


Un día, en un bar del malecón me topé con otro juez del jurado del premio estatal de periodismo, premio donde me humillan e ignoran sistemáticamente. Éste señor, cerveza en mano, me dijo, guiñándome un ojo (lo que interpreté como una clara e irrefutable señal de que contaría con su voto):

-Este año seguro ganas.

Pensé: si las matemáticas son una ciencia exacta, es imposible perder este año el jugoso cheque que me otorgará la tan anhelada, efímera y engañosa respetabilidad en el medio de los intelectuales.


Un día (fecha límite y faltando una hora para el cierre de inscripciones al premio estatal de periodismo), camino a la Notaría Pública No. 2, tuve un impredecible y sorpresivo ataque de diarrea que abordó mis intestinos en mitad de la calle 61 del centro histórico de la ciudad. Pegado a la pared de una casona, bañado en sudor frío y presa de escalofríos, sopesé las únicas dos posibilidades que tenía: correr en dirección a la notaría y registrar mi escrito y ser de ahora en adelante un escritor respetado que se caga en sus pantalones frente a las secretarias y a los notarios públicos, o, acción por la que me incliné, correr en dirección contraria a la notaría y seguir siendo el pobre diablo que soy pero que llega justo a tiempo al estacionamiento para cagarse en sus pantalones en la privacidad de su coche.


* * *


Un día, uno de mis mejores amigos no pudo asistir a un encuentro de escritores en Villahermosa debido a que en su trabajo no le dieron licencia para ausentarse tantos días, así que el gobierno del Estado no tuvo más remedio que enviar a tan magno evento a un forastero impresentable como yo a que dejara muy en alto el nombre de la ciudad amurallada.


Un día (el del magno evento), para mitigar mis nervios y evitar que se durmiera el teatro entero, atiborrado hasta la última butaca de intelectuales y gente respetable de la política villahermosina, hablé de casi todos los lupanares, adefesios arquitectónicos, personajes rocambolescos e imposibles que aparecen en la televisión y/o en las calles de la ciudad donde vivo, ciudad que, dicho sea de paso, es Patrimonio Cultural de la Humanidad, galardón internacional obtenido a pulso, tal vez, precisamente por esconderle en sus guías turísticas a la UNESCO dichos lupanares, adefesios arquitectónicos y personajes rocambolescos e imposibles.


Un día, en un bar del centro de Villahermosa, borracho hasta el tuétano gracias a los viáticos que generosamente me brindó el gobierno del Estado, el director de una revista de fama nacional (o mejor dicho, conocida sólo por cierto círculo de intelectuales) tuvo la disparatada idea de sacarme del anonimato al querer publicar un escrito mío en su famosa revista.

-Tengo el título perfecto para tú escrito –me dijo muy orgulloso de él mismo.


Un día, la revista de fama nacional apareció y circuló sin pena ni gloria como lo hace cada dos meses en algunas pocas librerías del país, salvo en la ciudad amurallada, donde el gobernador del Estado, al enterarse de la existencia de una revista (subsidiada por el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes) que tuvo la osadía de promocionar en su portada una guía turística para NUNCA (con mayúsculas y en negritas) visitar el Patrimonio Cultural de la Humanidad que él gobierna, montó en cólera y ordenó a sus esbirros de arte, cultura y turismo que retiraran inmediatamente la insidiosa, perversa y maligna revista de todos los anaqueles de las librerías (que en realidad sólo era un anaquel).


Un día, un misterioso señor, ferviente y ardoroso admirador de su ciudad, logró hacerse de la revista censurada y no dudó en mandarme a un mensajero para decirme lo siguiente:

-Tienes 48 horas para abandonar la ciudad o atente a las consecuencias.


* * *


Un día, en un bar que está frente al Teatro Juárez de Guanajuato, en un encuentro de escritores al que me invitaron por equivocación, la directora de una editorial donde publican a las máximas promesas jóvenes de la literatura mexicana me miró con cierto ardor en las pupilas y, acariciando mi pierna por debajo de la mesa, dijo:

-Dame el borrador de tu novela para que te la publique.

Para celebrar fuimos a La Dama de las Camelias, bar donde tuve la imprudencia o mal tino de hablar con una bella chica que se me acercó y me aseguró que además de tener afición por la actuación se dedicaba todos los días (sin excepción) a leer mi blog. No pude o no tuve más remedio que coquetearle y emborracharme toda la noche con ella, pues sólo las grandes actrices pueden mentirle y subirle la autoestima a la estratósfera a un pobre diablo con tan singular maestría.


Un día le entregué el borrador de mi novela a la directora de la editorial de jóvenes promesas de la literatura mexicana. La directora, con las pupilas aún ardorosas (pero desgraciadamente con un ardor muy distinto al del otro día) dijo que lo leería con calma llegando al DF.


Un día (el último día del encuentro de escritores), encontré en el basurero del lobby del hotel una carpeta con las hojas del borrador de una novela.


* * *


Un día, mis famosos, galardonados y cosmopolitas amigos escritores, ebrios y eufóricos, me llamaron al celular requiriendo mi presencia en un encuentro de escritores en Mérida, o mejor dicho, en un bar de la ciudad de Mérida. Obediente, manejé como un suicida por la carretera de la muerte rebasando camiones de doble remolque en un tiempo récord. Al calor de las copas la organizadora del encuentro de escritores se disculpó por no haberme invitado al evento.

-Te prometo que el próximo año serás mi invitado de honor en Xalapa –dijo y furtivamente acarició mi pierna por debajo la mesa.

Esta vez no pensaba desperdiciar mi oportunidad. Al precio que fuera llegaría a ser un escritor famoso, galardonado y cosmopolita como mis amigos escritores. Deslicé mi mano por debajo de la mesa: agarré una pierna firme, tersa, atlética, que contradecía por completo el rostro lacerado por las arrugas y el traqueteo de los años de la organizadora del encuentro de escritores; sólo entonces descubrí mi fatídico error: una jovencita aspirante a escritora, para mi sorpresa (supongo estaba borracha) en vez de ofenderse, entrelazó su mano con mi mano traviesa.


Un día entré al blog de uno de mis famosos, galardonados y cosmopolitas amigos escritores. Con horror descubrí las fotos de todos mis demás famosos, galardonados y cosmopolitas amigos emborrachándose en un bar de Xalapa.


* * *


Un día, una fantástica escritora me invitó a un bautizo. Al calor de las copas le insinué que una buena idea sería escabullirnos de la fiesta y pasar la tarde en un lugar más privado. Animada por los casquivanos efectos del alcohol aceptó, aunque eso sí, me aclaró que no le gustaba hacerlo con hombres.

-Pero bueno, siendo gay como eres –dijo- supongo será como acostarme con una mujer.

-¿Cómo sabes que soy gay? –le pregunté estupefacto.

-Por tu blog –dijo muy segura de sí misma-, es lo más gay que he visto.


Un día, en un bar lleno de hombres de dudosa heterosexualidad, una escritora alcoholizada me dijo que tenía curiosidad de hacerlo con un gay.

-Falta de confianza –me aventuré a decirle.

Metidos en mi volcho, sacó unas bocinas que conectó a su celular.

-Escucha esto –dijo-. ¿A poco no es lo máximo?

-Sí, es lo máximo –dije sin entender una sola palabra de lo que cantaba el grupo mexicano.

-Canta conmigo –dijo la escritora.

Estaba atrapado, mi mentira saldría a flote, sin embargo, la suerte del borracho apareció: balbuceé palabras inexistentes que bien podrían ser tomadas del esperanto, y la afiebrada escritora, excitada y equivocada al creer en mi fanatismo por el grupo que ella admiraba, me pidió que la llevara a un motel.


Un día, en una conocida disco de la ciudad, se me acercó un intelectual, hijo de un respetado político, y me metió la lengua en el oído. Por reflejo, lo empujé. El intelectual, indignado, humillado, herido su honor, me miró con rencor y me dijo que se vengaría de mí.


Un día, una escritora que admiro mucho, fanática de las mujeres, de buenas a primeras me retiró el habla. Dos horas después, otra escritora, fanática de cierto grupo mexicano que odio, me dijo que era un hijo de mil putas. Tres horas después todas mis furtivas amigas negaron conocerme. Al final del día el editor del periódico para el que trabajaba me dio la noticia de que debía prescindir de mis servicios por ciertas aficiones mías que iban en contracorriente de la moral y valores del periódico.