viernes, 14 de febrero de 2014

Un regalo de portada


-Ya sé qué quiero de regalo del catorce de febrero –me dice Fiera.

-No sabía que teníamos que regalarnos algo el catorce de febrero.

Haciendo caso omiso a mi comentario, me enseña la escalofriante portada de una revista donde aparece una mujer con un vestido de lentejuelas que, muy sonriente, carga una caja de regalo de donde sale un perro maltés con un gorro de Santa Claus en la cabeza.

-Quiero que salgamos en el próximo número con mi bebé –dice Fiera.

-Ni por todo el oro del mundo.

Vuelve a ignorar mi comentario, baja la mirada, se concentra en la pantalla de su celular y pulsa el aparato con los dedos a toda velocidad.

-¿Qué haces? –pregunto alarmado.

-Nada.

Sé perfectamente lo que está haciendo. Decido anticiparme a sus movimientos. Ganarme la vida como publicista en vez de como novelista, además de convertirme en un esclavo del celular, me dio la capacidad de sintetizar mensajes que antes me tomaban 10 cuartillas en poderosos y persuasivos titulares de menos de 14o caracteres.   


15 días después.


-Estas son las dos mudas de ropa que usarás –me dice Fiera apenas entro al cuarto.

-…

-No pongas cara de retrasado mental. Sabes perfectamente de qué te hablo.

-...

-Mañana es la sesión de fotos para la revista.

Tengo una regresión de 30 años. Exploto. Hago un berrinche como si tuviera cuatro años de edad. El rostro de mamá se convierte en el de Fiera. Entre manos sostiene perchas de las que cuelgan prendas de vestir que aborrezco. Con botones. Compradas sin mi consentimiento. Extremadamente fuera de los parámetros de mis gustos.    

-La temática de este número es el amor y la amistad –dice Fiera con una dulce sonrisa en los labios-, por eso elegí esta camisa roja.

Pataleo. Vocifero. Exijo mis derechos. Reclamo dignidad. Respetabilidad. Sin embargo, ni uno sólo de mis reproches dan en el blanco. Todo lo contrario. Son usados en mi contra.

-Pensé que me amabas –responde Fiera, imprimiéndole dramatismo a la escena aguando los ojos-. ¿Sabes todos los sacrificios que hago por ti? Yo sólo te estoy pidiendo esto. Si tuviéramos dinero ya hubiera contratado a un fotógrafo profesional para que nos haga una sesión en casa. Pero como soy una pinche peluquera y tú un publicista con sueldo de sirvienta, jamás voy a conseguir inmortalizar a mi bebé. ¿Tanto vale tu dignidad como para cumplirme un deseo?


1 día después


-Te dije que esto sería una pesadilla –digo rebosante de satisfacción al ver cómo Fiera intenta esconder en el piso la cara de vergüenza.

-Tranquilos, no pasa nada –interviene el fotógrafo, disimulando muy mal su espanto.

Sin éxito, Fiera intenta a los gritos reprimir la incontrolable calentura de Taquito, quien fragorosa e incansablemente viola una y otra vez las sabanas del set de fotografía.  

-Creo que hay que llamar a un veterinario –dice horrorizado el dueño de la revista.

-Es normal, no pasa nada –dice Fiera nerviosa.

-¿Estás segura? –pregunta alarmado el fotógrafo-. Nunca había visto algo así.

Con la lengua de fuera, cual caracol de tierra, Taquito se desplaza con dificultad por todo el set dejando tras de sí, una estela babosa y transparente, al tiempo que un monstruoso pedazo de carne le campanea entre las piernas hasta rozarle la barbilla peluda.  

-La primera vez que se lo vi también me asusté –aclara Fiera-, pensé que era algún tipo de cáncer, pero el veterinario me dijo que sólo la tiene grande.

-Demasiado grande –dice el dueño de la revista, poniendo un rictus de asco en el rostro que deja en evidencia el gravísimo error que cometió al seleccionarnos como los modelos para su revista.

-Ya estamos aquí –intervengo para mi propia sorpresa-. Les advertí que Taquito era un psicópata y ustedes se dejaron engañar por su angelical apariencia

-Si… pero… -balbucea el dueño de la revista intentando encontrar las palabras correctas para cancelar la sesión fotográfica.  

-Si pero nada –digo y luego le ordeno a Fiera que cargue a su bebé.

Tras cada disparo del fotógrafo Taquito suelte ladridos feroces. El dueño de la revista intenta hacer mimos y gestos curiosos para mitigar el comportamiento enloquecido del animal.

-Sonríe Fiera, estás muy tensa –ordena el fotógrafo.

Taquito empieza a tirar dentelladas al aire y a chicolearse como si tuviera dentro del cuerpo a mil demonios.

-Muy bien Rodrigo, esa es la actitud, sonríe –me felicita el fotógrafo.

Me pregunto si García Márquez u otra leyenda de la literatura alguna vez tuvieron que pasar por un penoso escenario como el que estoy viviendo en este momento. Puedo apostar a que ningún escritor que se respete aparecería en la portada de una revista fashionista de perros antes que en la tapa de una publicación cultural. 

-Así es Rodrigo, muy bien –me vuelve a felicitar el fotógrafo.

Por desgracia, no soy ni seré nunca una leyenda de las letras. Tampoco tengo ningún respeto sobre mi propia persona. Soy un escritor que ya no escribe, un despojo humano que ha abandonado su sueño de grandeza para venderse a una agencia de publicidad donde soy explotado para vender ideas “creativas” para  empresas que ofrecen bienes y servicios perfectamente prescindibles para la sociedad.    

-Excelente Rodrigo, excelente –dice el fotógrafo.

Tras cada disparo de la cámara siento una punzada caliente y metálica atravesar mi cuerpo y mi alma. Pero no hay dolor. Viajo en el tiempo: estoy en una cama de un pabellón de la Cruz Roja con los ligamentos y meniscos de la rodilla reventados, flanqueado por un hombre con el cuerpo macheteado y por otro con la mitad de la humanidad hecha pedazos al caer a 120 kilómetros por hora de una motocicleta. Tiemblo de miedo pero tengo la certeza de que todo saldrá bien. Mi mano es sujetada toda la noche por Fiera quien duerme a mi lado contorsionada como pretzel sobre una silla de plástico de Coca-Cola.   

-¡La tenemos! –exclama emocionado el fotógrafo luego de 1,500 disparos.  





Aquí la foto que en realidad hubiera deseado Fiera.