domingo, 8 de julio de 2012

En busca de El Arca perdida



Los mayas profetizaron el fin del mundo en diciembre de este año. Como era de esperarse, se ha montado una gran alharaca en todo el planeta, en especial en occidente. Y con justa razón. Los mayas tienen una reputación que los precede: inventaron el cero, la pirámide de Chichén Itzá anuncia el equinoccio de primavera y otoño con precisión insuperable, e incontables etcéteras.

¿Acaso el Apocalipsis vendrá por nosotros en poco más de medio año?

Wendy, la editora de reportajes del suplemento Domingo, me llama para decirme si me interesaría hacer un reportaje sobre unos italianos que viven en una comuna en la comisaría de Xul, municipio de Oxkutzcab, al sur del Estado de Yucatán, donde están esperando la llegada del fin de los tiempos que profetizaron los mayas.

-Los italianos son cosa de niños –le digo-. Tengo una historia mejor.

-Soy toda oídos –dice incrédula.

-¿Me creerías si te digo que en una ciudad pequeñita y amurallada existió una mujer llamada Regina, señora con poderes sobrenaturales que predijo a finales de los años setentas que un diluvio de proporciones bíblicas acabaría con la humanidad, quien armada de valor, recolectó donativos entre sus vecinos para construir un Arca tan impresionante como la de Noé, con la diferencia de que los tripulantes, en vez de ser animales, serían campechanos?  

-Te quiero en Campeche mañana mismo –me ordena.    


* * *



Estamos en la calle Villa Cabra de la colonia Bellavista, uno de los barrios más humildes de la ciudad de Campeche. No fue difícil dar con el domicilio donde cuenta la leyenda (es decir, nuestros papás y todos los señores mayores de 50 años), se construyó la mítica Arca. Al entrar a la colonia sólo tuvimos que preguntarle al primer transeúnte que vimos si conocía la ubicación de El Arca y no tuvo empacho en conducirnos hasta el lugar exacto, no sin antes advertirnos que en la casa ya no vivía nadie.

-No puedo creer que aquí hubo un arca –dice escéptica Elena, observando la fachada de una casa de aspecto común y corriente.

-Creo que no hay nadie –dice P, dándole unos golpecitos a la reja-. Mejor vámonos.  

-¿Entró usted alguna vez a conocer El Arca? –le pregunto al transeúnte con la esperanza de construir un reportaje verosímil a los incrédulos ojos de los lectores capitalinos acostumbrados a etiquetar de subnormales a los provincianos.

-Sí… no, nosotros no creíamos en nada de eso –responde el transeúnte con desconfianza, rascándose la cabeza y mirando en todas dirección-, yo vivo más para arriba, donde me vieron ahí bajando, si quieren saber más, pregúntenle a Manuel, él fue vecino de Regina. Pero eso del barco tiene añísimos, sólo quedan unas maderas. 


* * *



Pese a los fatalistas pronósticos de P, don Manuel dista mucho de ser un borracho barbado descuartizador, quien con un silbido, atraería a una horda de salvajes a desollarnos vivos.

-Ya tiene cuarenta años de eso –dice abrazando con ternura a su nieta.

-¿Entonces sí fue verdad que construyeron un Arca? –pregunto emocionado; tras la fachada de la casa no se alcanza a ver nada de la colosal embarcación.

-¡Qué Arca! Rentaron la casa de aquí a lado y empezaron a construir una casa dentro de la casa. Tremendos pilastrones de dos metros que tiene. Unos barrotes de material.

Finjo sorpresa al escuchar estas palabras, como si fuese una exclusiva enterarme que El Arca era de concreto. En Campeche todo el mundo sabe que lo paradójico (o gracioso) del asunto era saber cómo pensaba Regina que iba flotar su dichosa Arca.   

-La gente empezó a vender sus terrenos, casas, para poder venir a vivir aquí. Mi hijo estaba tiernito. A esta hora nos teníamos que encerrar porque el humo y el olor eran terribles. Diez años estuvo construyendo eso. Vino aquí hasta el ejército. Hubo balazos…

-¡Estaba armada la gente de Regina? –P interrumpe el relato de don Manuel, pues es un amante y cuasiespecialista en historias de sectas terroristas; que exista la posibilidad de que en la ciudad donde nació hubo una, lo pone a babear como a una mujer embarazada frente a una nevera llena de helados de chocolate.

-Sí… le dieron a un policía –don Manuel da la respuesta milenaria que P esperaba escuchar-. Fue a plena luz del día. Como a estas horas.

Don Manuel nos relata que mucha gente de otros barrios tuvo que venir a buscar a sus familiares porque se vinieron a vivir con Regina.

-A la fuerza los querían sacar porque no se querían ir –nos explica-. Quemaron periódico, lámina. Una moto. Así empezó el relajo.

Los ojos de P se dilatan. Se ponen cristalinos. Diáfanos. Puedo ver a través de ellos un universo de caos. Su imaginación es una locomotora a toda marcha y sin frenos dirigiéndose hacia un destino tan terrible como la matanza de Jonestown.

-¿Cuántas personas llegaron a vivir en El Arca? –pregunta frotándose las manos.

-Unas doscientas o trescientas personas.

Ahora no sólo es P el que se sujeta de la pared para mantener la vertical. Don Manuel, al descubrir que tiene nuestra completa atención, asegura que vino el ejército por órdenes del Gobernador Echeverría Castellot, por ahí del año 83 u 84.

-A Regina la sacaron por la ventana, adentro pasó de todo –continúa con su alucinante relato-. Dicen que hasta orgías hubo.

-No me diga –P empieza a babear de la emoción.  

-Aunque para saber exactamente lo que pasaba adentro, tendrían que hablar con la dueña de la casa. Vive más para arriba.


* * *



La dueña de la casa se llama doña Norma, pero no se encuentra en su hogar. Su esposo, don Wilberth, nos informa que regresa hasta dentro de una o dos horas de ver unas diligencias.

-¿Para qué la buscan? –pregunta mitad curioso mitad desconfiado.

Para aplacar la desconfianza le explicamos que unos vecinos nos dijeron que ella es la dueña de la casa donde se construyó El Arca, por ello queríamos hacerle unas preguntas para poder realizar un reportaje en un importante periódico nacional.  

-A ver si se acuerda –don Wilberth se rasca la cabeza-. Ya no hay nada. Ya tiene rato eso. Si hubieran dejado que acabe, hubiera sido un monumento eso.

Menguada la desconfianza, don Wilberth nos explica que el barco tenía de todo. Hasta literas. Que lo vio muy de cerca porque estaba en casa de su suegra. Que estaba muy bien hecho. Todo calafateado. Con unos tubos llenos de concreto.

-Según la señora era para que aguantara la embestida del tiempo –nos explica-. Todo era de madera, pura madera de pulgada. Tablón. Pero cayó todo.

Don Wilberth es un libro abierto. Nos cuenta que la historia se ha convertido en leyenda gracias a que toda la gente que estuvo viviendo allí ha muerto. También nos aclara que se han inventado muchas historias falsas, como por ejemplo, que abusaban de las muchachas y que se vendían boletos para poder tener un lugar dentro de El Arca.

-Todo el tiempo estaban rezando –afirma-. Puro rezo. Llegaron a estar doscientas personas. Gente de dinero y gente humilde. Diario llegaba gente. A curarse. Porque según la señora era curandera. Y si querías tú, pues donabas algo. Una pequeña paga. Tu voluntad.

Don Wilberth recuerda que la construcción comenzó en los años setentas y duró entre 10 a 15 años. Hace una pequeña pausa, empieza a sacar cuentas mentales. Para tener un punto de referencia dice que sus hijos estaban chicos y que ahora tienen 30 años. Señala la calle, rememora que en ese entonces no había carretera. Que todo era virgen. Que llegaron a vivir familias enteras dentro de El Arca. Y que intervino la policía porque los vecinos de otras colonias decían que tenían secuestrado a un chamaco. Pero que eso también era mentira. Le consta. Recalca que la casa era de su suegra.

-¿Se acuerda del año exacto en que la policía desalojó a Regina? –pregunto.

-No lo recuerdo –don Wilberth hace una pausa para pensar-. Pero de lo que sí me acuerdo es que la metieron presa.


* * *



-Nos pediste ayuda para hacer un reportaje, ¿no? –me pregunta Lalo trepado en el techo de la casa que oculta El Arca.

Miro en todas direcciones. Los vecinos nos empiezan a mirar raro. Tal como lo haría cualquier vecino que ve a unos intrusos treparse en un techo sin el consentimiento de la dueña de la casa.

-No seas puto –le tiendo la mano a P para que suba.

-Soy puto, pero no loco –P se queda parado en tierra firme-, los gordos siempre somos los primeros en morir linchados o en caídas aparatosas. Mejor voy a comprar una cerveza aquí a lado, prefiero que me vean como a un cliente y no como a un delincuente.

El techo de la casa es de asbesto. Ruego para que resista el peso de tres personas adultas. Elena, Lalo y yo nos asomamos al patio. Decepción absoluta. Ya no queda nada de El Arca. Sólo unas pocas tablas podridas y viejas. Sin embargo, allí están los pilares de concreto de los que hablaba don Manuel. Con algo de imaginación se puede ver la forma o estructura de una gigantesca barca.  

-¡Ey, que buscan ahí? –nos llama la atención un hombre en compañía de una mujer que se aproximan a la puerta de la casa.

-Perdón, sólo queríamos ver El Arca –se disculpa Elena con cara de niña buena; mientras tomo nota mental de siempre llevar conmigo a una mujer a la hora de realizar reportajes que involucren el delito de allanamiento de morada.

Los inquilinos de la casa ablandan sus corazones al descubrir que no somos unos ladrones, incluso nos saludan como personas civilizadas cuando descendemos del techo, no sin antes ensangrentarme ambas rodillas.

-Mucho gusto, Candelario –me extiende la mano-. Ella es Rosalía, mi esposa.

Les explico que estamos haciendo un reportaje sobre El Arca. Que nos gustaría entrar a ver la casa. Candelario accede con amabilidad. Nos muestra el interior. Es humilde. De concreto. Está conformada por una sala, un comedor y un cuarto. Las paredes pintadas de color rosa. Rosalía nos cuenta que en la época de Regina su papá entró con unos camaroneros. Que la casa siempre estaba llena de gente. Trabajaban todo el día en la construcción de El Arca. Se turnaban para dormir. Que ella tenía 5 ó 6 años cuando todo ocurrió.

-Pasaba caminando y veía esa cosa grandota y me daba miedo –dice-, nunca imaginé que terminaría viviendo aquí. Y es que todo mundo tiene miedo de venir a vivir aquí, pero yo digo, ¿por qué? Yo tengo un mes aquí. Hay mucha tranquilidad. Ya ve que cuando hay algo malo, entran y enseguida se siente.

En efecto, dentro de la casa se siente mucha paz. O al menos esa es mi percepción luego de ser descubierto allanando propiedad privada y no ser apedreado. Rosalía confiesa que doña Norma, la dueña de la casa, le platicó que el antiguo inquilino era un muchacho que se drogaba. O eso decían los vecinos. Quien con un machete le pegaba a El Arca. Todas las noches. Hasta que la desbarató y le prendió fuego.

Candelario nos conduce al patio trasero. Atravesamos una puerta ovalada. Nos recibe una misteriosa esfera de concreto que se encuentra junto a un enorme pilar que parece ser la quilla del barco. En total contamos 7 columnas de acero oxidadas rellenas de concreto. Aproximadamente miden unos dos metros y medio cada una. La naturaleza se ha apoderado de ellas. Incluso un árbol se las ingenió para continuar su crecimiento sobre una columna. Láminas y pedazos de madera con tornillos se encuentran regados por todo el piso infestado de maleza. No puedo imaginarme cómo se las ingeniaron para vivir 200 personas hacinadas en un terreno de unos 16 metros de fondo por 8 de ancho.     

Al abandonar la casa, la suerte nos vuelve a sonreír. Pareciera que Regina o una fuerza enloquecida de otro mundo coloca las piezas del rompecabezas en nuestras narices: Candelario y Rosalía apuntan con el dedo a una señora que está parada en la esquina esperando a que pase el camión.

-Es la dueña de la casa –dicen al unísono-, es doña Norma.


* * *



-La que vivía aquí era mi mamá –dice doña Norma-. Pero ya está viejita.

-¿Hay alguna posibilidad de que podamos verla? –pregunto.

-Ni te va a decir nada porque no se acuerda de nada.

Descubro que soy un pobre ingenuo al creer que los planetas se alinearon para que obtuviera el Premio Nacional de Periodismo. No me queda más remedio que conformarme con la información que pueda obtener de la hija de un testigo de la construcción de El Arca.

Formulo la pregunta obligada: en qué fecha comenzó Regina a construir El Arca. Doña Norma hace memoria. Al igual que su esposo toma como punto de referencia la edad de su hijo.

-Mi hijo tiene ahorita treinta y cuatro años. Como en el setenta y siete… como en el setenta y ocho o setenta y nueve –titubea-. Y duró hasta el ochenta y nueve, me parece. Esa señora vivía en la estación antigua, aquí en la bajada. Conocía a mi hermanita, nosotros también vivíamos en la estación antigua.  

-¿Podría llevarnos con su hermanita para entrevistarla? –pregunto frotándome las manos; una vez más los planetas se alinean a mi favor.

-También ya falleció –dice doña Norma dejando en evidencia una halo de tristeza en los ojos-. Fue ella quien le dijo a mi mamá si le prestaba la casa a la señora para que pudieran hacer sus curaciones. Estaban chicos mis hijos, yo vivía con mi suegra. Yo venía a ver que los ensalmaran pero no me gustaba eso. Prendían candela, se lo pasaban los huevos a la gente y lo reventaban. Pero a los vecinos no les gustaba. Por el olor. Porque era mucho lo que quemaban. Cajas de huevo quemaban, bastante. Desde las cuatro de la tarde hasta que amanecía. Diario era eso.

-O sea, que el que vendía los huevos se hizo rico –apunta Elena en tono de broma.

-Mi mamá era la que los vendía.

Se abre un silencio incómodo.

-¿Cómo comenzó Regina con la idea de El Arca? –pregunto para cambiar de tema.

Doña Norma relata que Regina se posesionaba. Que era Dios quien le decía que tenía que hacer un Arca. Y que le dio hasta las medidas exactas. P no se resiste y pregunta si eran cristianos los seguidores de Regina.

-No, eran católicos –responde.

-¿Cómo es posible que los católicos se dejaran pasar huevos por el cuerpo si ellos no creen en eso? –insiste P.   

-Pues creían. Creían en ella. Curaba a los que venían y creían en ella.

-¿Usted creía en Regina? –intervengo.

-Yo no creía –responde doña Norma con convicción.

Le preguntamos si vio a Regina curar a alguna persona. Responde que no. Le preguntamos si conoce a alguien que haya vivido dentro de El Arca a la que podamos contactar. Responde que no. Le preguntamos si tiene alguna foto de El Arca. Responde que nadie tomó fotos. Le preguntamos si algún periódico de aquella época hizo algún reportaje al respecto. Responde que sí, que los periódicos sí tomaron fotos. Le preguntamos en qué año publicaron las fotos. Responde que en el año 85 u 86. Le preguntamos en qué año pronosticó Regina el diluvio. Responde que en el año 1990. Le preguntamos si dijo alguna fecha específica. Responde que no, que sólo dijo el año. Le preguntamos si terminaron de construir El Arca. Responde que sí, que hicieron puro cuartito, puras literas. Le preguntamos qué actividades hacían dentro de El Arca. Responde que puros rezos, oraciones con la Virgen María. Le preguntamos si se quedó a dormir alguna vez dentro de El Arca. Responde (con expresión como si hubiera visto al Diablo) que nunca, que a su marido no le gustaba eso. Le preguntamos por qué se quedaba la gente a dormir. Responde que pensaban que iba a pasar como con Noé, igualito, que como ya había pasado esa historia, la gente creía que iba a volver a repetirse, que ellos creían en eso. Le preguntamos si no le dio miedo que pudiera ocurrir en verdad el diluvio. Responde que nunca lo creyó, que la señora se posesionaba, que decía que estaba Cristo en ella, que mucha gente hasta dejó su trabajo, igual perdieron su trabajo por eso mismo, por ir a trabajar con la señora, que muchos albañiles fueron, que ella sólo iba en las tardes a ver que curaran a la gente.

-¿Saben una cosa? –doña Norma interrumpe su respuesta para hacernos una gran revelación-, ya me acordé quién estuvo en El Arca.


* * *



Doña Kandra no duda en relatarnos ampliamente su experiencia, pese a las miradas hoscas que nos regalan algunos de sus familiares.

-Yo vivía antes en la misma calle. Una vez mi suegra me dice: ¿qué te pasa? Me siento mal, le digo, siento que me estoy muriendo. Agarró ella y me dice: ¿por qué no vas a que te cure? No, francamente. Me dice: anda, vamos. Y me llevó, como a esta hora. Ciertamente fui. Y entonces, cómo se llama, su hermanita de ella –doña Kandra señala a doña Norma-, porque por medio de su hermanita curaba, apenas me agarró, me dice: te tienen hecho un mal. Te vamos a despejar. En un anafre tenían blanquillos. Según como te están curando se van reventando los blanquillos. Y oías: ¡blam, blam, blam! Y me dice: ven mañana. Y seguí yendo, y me gustó mucho. Se veía muy bonito todo lo que van haciendo. Y allá quedé bien. Por que me había dicho ella pues que estaba ya por morirme. Y realmente sí.

-¿Alguna vez fue a consultar con algún doctor para que la diagnosticaran? –pregunto.

-Sí, me dijo el doctor que no tenía absolutamente nada. Y me lo vieron allá que sí, me operaron espiritualmente. Por que ahí puros cantos de Dios, de la Virgen.      Había un muchacho que trajeron con sogas, como un animal. Puesta la soga traía. Ella lo dejó bien en ese instante. Nosotros no tenemos la visión. Pero las que curaban sí lo veían. Venían en forma de cosas feas. Eran malos. Eran como dice Jesús, eran los demonios, los tres demonios que a veces en el cuerpo lo tienen.

Doña Kandra nos cuenta que varias personas ayudaban a Regina. La principal era la hermanita de doña Norma. Que en paz descanse, dice. Tiene dos años que acaba de morir. Ellas tenían la visión.

Le pregunto si se quedó a dormir en El Arca. Me responde que nunca se quedó a dormir, pero que ella y su hija iban diario a verla, que entraban en la tarde y salían entre las dos o tres de la mañana, que les gustaba ir porque allí hacían curaciones muy bonitas, que durante un año estuvo con Regina, a su lado, antes de que empezara la construcción de El Arca. Rememora sus peregrinaciones. Nos cuenta que fue a México, a Cholula, a Oaxaca, entre otros lugares.

-Puro trabajo viviente, de curaciones –afirma doña Kandra.

Nos relata cómo las médiums se posesionaban. Incluso nos confiesa que se lamenta de no tener el don de la visión.

-Las médiums veían cosas horribles –dice-. Y lo desintegraban por medio de los blanquillos. Yo tengo fotos de ella.

-¿De quién? –pregunto con el corazón paralizado.

-De doña María Regina, de quién más va a ser.

Doña Kandra entra a su casa. Se escuchan reclamos de sus familiares. Todo apunta a que Regina y El Arca es un tema delicado. Dos minutos después aparece con un sobre en la mano. Saca varias fotografías ajadas.

-Se me mojaron cuando el huracán Gilberto –se disculpa-. Todos estos que ve acá iban con ella.

En la imagen se ve a una señora de unos cuarenta y tantos años. Robusta. Ojos claros. El cabello suelto. Enfundada en un vestido color rosa. Una señora que en apariencia dista ser un líder espiritual. Una a una doña Kandra nos va mostrando las fotografías. O lo que queda de ellas. 

-Oiga –interrumpe la sesión y me reprocha con el ceño fruncido-, ¿y ahora por qué se ocuparon tan tarde que ella no vive?


* * *


            
Los testimonios de El Arca están plagados de fechas inexactas. Unos dicen que comenzó a mediados de los años setentas y que finalizó con el arresto de Regina en el año 84, otros aseguran que fue en el 89. Para colmo de males, nadie tiene testimonio fotográfico. Lo único que puede darle validez a la historia es la prensa.

Me enclaustro en la hemeroteca de la ciudad con mi primo Etienne. Pasamos infinidad de horas respirando hongos impregnados en los papeles viejos que custodia el Archivo General del Estado, sólo para darnos cuenta que a pesar de la relevante noticia, estamos buscando una aguja perdida en un pajar. Sin la fecha exacta nos tomará semanas revisar todos los periódicos de los años setentas y ochentas.

Sin embargo, ocurre un último golpe de suerte. Horas más tarde, en un restaurante me encuentro por casualidad con un viejo amigo. El maestro Pino. Profesor de literatura en la Universidad Autónoma de Campeche.

-¡Y ese milagro? –me saluda.

Le platico que regresé unos días a Campeche porque me encargaron hacer un reportaje sobre El Arca de Regina. Los ojos del maestro, de la sorpresa, parecen salir de sus cuencas.

-No me lo vas a creer –dice tomándose una pausa teatral-, yo hice el primer reportaje sobre El Arca.  


* * *



En medio de tres secretarias, constantes llamadas telefónicas, interrupciones cada dos minutos, el maestro tiene la gentileza de hacerse un tiempo en su trabajo de oficina para concederme una entrevista.

-La casa, lo que yo recuerdo, era como un templo con bancas –dice emocionado el maestro-. Era como…

-¿En qué año hiciste el reportaje? –lo interrumpo desesperado, pensando en no pasar ni una hora más de mi vida contaminando mis pulmones en mi futura visita a la hemeroteca.

-Ahora te voy a decir con toda precisión… –el maestro Pino se toca la frente con un sobre que tiene en la mano como si fuese Johnny Carson interpretando el papel del psíquico Carnac el Magnífico- en el año ochenta y uno. Estaba yo en tercero de preparatoria.

En una hoja el maestro Pino dibuja un mapa de El Arca. Pone unas rayitas alrededor de la barca. Me dice que la señora había vendido pedazos alrededor de ella. Que los de afuera eran los que aportaban la mano de obra. Eran familias. Vivían ahí. En condiciones infrahumanas. Vivían de 10 en 10. Las separaciones eran de lámina. Techos de cartón. Que para ser apóstol (me aclara que eran 12 mujeres), tenías que pagar. Había una relación de poder, de dinero, con salvación. Los de adentro eran los que aportaban el dinero, eran quienes iluminaban a los de afuera.

Le comento que vi una pelota de concreto en El Arca. El maestro dice que la recuerda, que estaba pintada del color de la tierra, que Regina le platicó que cuando el agua llegara a los cimientos, estos se iban a remover, entonces El Arca iba a flotar.

-¿Y la pelota? –insisto.

Me explica que la pelota supuestamente estaba tocada por una fuerza divina, y en el momento que se moviera dentro del barco iba a ser la dirección que debían tomar, iba a ser la guía de salvación, pero esta pelota además iba a ser arrojada en el lugar donde ellos iban a bajar para mantener la vida en el Planeta Tierra.

-Regina estaba convencida del fin del mundo, y la gente que estaba allá, también –el maestro pino se frota la barbilla-. Hay muchas cosas misteriosas que tienen cierta lógica, no sé si hayan sido cosas razonadas por parte de ella al calor de la religión, de su propia certeza de que las cosas iban a ocurrir así, de su propia versión de existencia y de vida, entonces esto es maravilloso. Claro, era tanto el impacto de esto que la gente se enloqueció, El Arca ya no era suficiente para tantas personas.

Le pregunto cómo es posible que siendo tan joven fue él precisamente la primera persona en hacer un reportaje de semejante envergadura. Me explica que lo invitó José Luis Llovera a trabajar en el Diario de Campeche, que su primer trabajo fue visitar El Arca, y que quedó tan fascinado con el personaje de Regina que se olvidó del tiempo, en el periódico se preocuparon al ver que no regresaba a la redacción que tuvieron que llamar a la policía para que fueran a rescatarlo.

-Cuando salió el reportaje, se convirtió en una bola de nieva –prosigue el maestro Pino con su relato-, todo Campeche puso sus ojos en El Arca. Peregrinaciones venían de Champotón, de Tenabo, para ver qué pasaba con esto, y cuando yo regresé el viernes, al quinto día, el lugar estaba totalmente poblado, ya no cabía la gente ahí, gente convencida que en efecto iba a suceder el fin del mundo, y que se iban a salvar a través de esta Arca. Salió hasta en la televisión nacional, todo mundo estaba enfocado en Campeche, jamás se había construido un Arca, ¿te imaginas el pinche impacto?

-¿Tomaste fotos? –pregunto intuyendo en mi mente la respuesta.

-El fotógrafo del periódico. Ya se murió, creo. Era de Yucatán. Se publicaron algunas. Luego que salió el reportaje los que vivían en El Arca hicieron una barrera humana y no dejaban pasar a nadie. Entonces las fotos las tomaban por arriba. El Novedades, El Tribuna, El Diario de Campeche. Y los periódicos regionales y nacionales que vinieron. Vino la televisión. Vino Televisa.

Por enésima ocasión en la mañana, el maestro Pino es requerido por una de las tres secretarias y se ve obligado a abandonar la oficina. Antes de hacerlo me entrega unas fotocopias de un libro titulado “Talleres”, del año 1990, publicado por el INBA y la Casa de la Cultura de Campeche. Son 7 páginas de un fantástico cuento titulado “Estas manos así como las ve”, basado en su primer reportaje sobre El Arca de Regina.

-¿En verdad existió el cártel que relatas en tu cuento? –le pregunto quince minutos más tarde sin darle tiempo siquiera a sentarse en su silla.

-Claro, estaba ahí. “Si tu Dios está muerto prueba el mío”.

-Y la parte del cuento donde narras que el padre de Regina se acostaba con su madre frente a ella… ¿eso fue verdad?

-Sí, ella me dio a entender todo eso, fue muy obvia conmigo.

-¿Y la parte del hermano con ella?

-Había un incesto ahí.

-¿Desde los siete años comenzó a tener la visiones?

-Sí.

-¿En que año escribiste el cuento?

-En el ochenta y cuatro. Lo hice antes de los talleres literarios. El reportaje lo llevé a la literatura. Te quiero comentar que he buscado el periódico donde publiqué el reportaje y no lo he encontrado. Está perdido. Busqué en las hemerotecas y nada.


* * *



Última parada. La hemeroteca de la Universidad Autónoma de Campeche. El maestro Pino tiene razón. No queda rastro de su reportaje. En los archivos, increíblemente no tienen los periódicos del extinto Diario de Campeche. Lalo, P,  Etienne y otros amigos campechanos nos repartimos la búsqueda del año 81 en otros periódicos.

-No hay nada –mascullo entre dientes cerrando el gigantesco libro del mes de diciembre.

-En media hora cerramos –informa el guardia de la hemeroteca.

Nos repartimos entre todos el año 82. Me toca el libro del mes de mayo. Nada más abro la tapa, con la certeza de que El Arca fue una fantasía, una leyenda urbana de los habitantes de Campeche, cuando me sorprende una pequeña foto de Regina. Soy capaz de reconocer a María Regina gracias a las fotografías que nos enseñó días atrás doña Kandra.

-¡Aquí está! –grito como una colegiala.

En la imagen se ve a Regina con un vestido floreado, el rostro un poco ajado y con la mirada desorbitada, de lunática hecha y derecha, es decir, la mirada de un verdadero líder espiritual. “El fin del mundo cerca” se titula el artículo. “El 25 de febrero de 1983 se acabará el mundo”, dice la primera línea.

Sigo pasando las hojas del libro. Todos los reportajes ocurrieron en el mes de mayo. “Continúa la construcción de la nave del olvido; la dirige María Regina”, dice otro encabezado. “No acepta la Iglesia nada de lo que dice Ma. Regina”, dice otro más. También aparecen los encabezados de su captura. “María Regina, en la prisión”. “Formal denuncia en contra de María Regina en la DAP por ‘allanamiento de morada’”. Incluso descubrimos que Mario Herrera Tercer y su compañía de teatro montaron una obra cómica en su honor: “El Arca de Regina (la quema huevos)”.

Finalmente lo que tanto estábamos buscando. Aparece delante de nuestros ojos la prueba fotográfica que despejará todas las dudas de los incrédulos. Por desgracia, tal como ocurre cuando se muestra evidencia extraterrestre o del Jeti o del Monstruo del Lago Ness, la foto de El Arca está borrosa. Pero no tanto como para no ver que se trata de una inmensa barca de madera a medio construir.

“LA CONSTRUCCIÓN de la ‘Nave del olvido’ continua como puede apreciarse en la gráfica. Al interior del lugar no se permite la entrada de desconocidos”, leemos todos en derredor del periódico con las bocas abiertas.





Aquí puedes ver todas las fotos que hicimos durante el reportaje.