viernes, 21 de mayo de 2010

Secuestros VIP


“Si lo secuestraron de a de veras, en este momento estará deseando haber aprovechado su oportunidad de hacer de este un país menos mierdero.”
- P (filósofo moderno)


No nos engañemos, dejemos de fingir, de ser políticamente correctos (que no somos políticos y no nos pagan por simular) la gente de a pie, los que pagamos nuestros impuestos (yo no, porque estoy desempleado y tristemente vivo en casa de mamá a mis treinta), la noticia bomba de que un político de primera línea haya sido privado de su libertad por una banda de secuestradores o terroristas o narcotraficantes nos impacta, sí, pero luego, aceptémoslo (y repito, dejemos de engañarnos, de fingir, de ser políticamente correctos, fuera máscaras), nos da mucho, pero mucho gusto.

Son breves segundos, incluso minutos, de gran satisfacción. Como cuando echan al América de la Liguilla y en pantalla ves a sus aficionados con los ojitos de Bambi en las tribunas, a sus altos directivos en los palcos con ojos redondos como platos, incrédulos, al comprobar que los estafaron, que sus multimillonarias contrataciones para una maldita cosa sirvieron.

Finalmente los políticos están a nuestro nivel, pensamos, cagándose en la patas de miedo. Pero luego viene el bajón, el golpe de realidad: los avispados, los enterados, los lúcidos, los que no se chupan el dedo, los que aun no han perdido el sentido común, les toma entre cinco a diez minutos volver a la realidad, poner los pies en el suelo; los otros, la escandalosa mayoría, los que no se pierden La Familia P. Luche y las telenovelas de las 7, 8 y 9 de la noche, los que pusieron los ojos como huevos fritos al enterarse que se estrelló el avión del sexy secretario de gobierno, los asnos redomados, no huelen que hay gato encerrado, ni siquiera cuando Joaquín López-Dóriga, titular de noticieros Televisa dijo en mitad de una serie de balbuceos (¿por qué será?) “por el respeto a la vida de Diego, noticieros Televisa ha tomado la decisión editorial de no volver a informar de este caso -ojo al dato- hasta su desenlace. Es una decisión de anteponer una vida humana, la de Diego, a este el nuestro que es el ejercicio periodístico, no ha sido no, una decisión fácil, pero es sí, una decisión firme”.

Y es que, si pensábamos que no se podía ser más cínico que el presidente de la república con eso de “en México actuamos muy a tiempo para evitar que las circunstancias del crimen organizado que se viven en México tuvieran un escalamiento como el que llegaron a tener desafortunadamente en países hermanos como Colombia, bla, bla, bla…”, Televisa nos ha dado una lección no solo de cinismo, sino de hipocresía y desvergüenza (santísima trinidad que conocíamos en ellos, pero no a estos niveles de desfachatez), al pregonar a los cuatro vientos, o sea, en sus dos frentes más mediáticos, pues horas después, Carlitos Loret de Mola, el hombre que calienta a nuestras mamás, repitió el mismo comunicado que su colega López-Dóriga, traducción: decirnos que no harán más su trabajo, porque su verdadero trabajo (no nos lo tenían que decir, ya lo sabíamos) es el de proteger, con uñas y dientes, los intereses de las familias más poderosas y ricas del país.

¿Sentimos placer de que hayan secuestrado a un candidato a la presidencia? ¿Sentimos regocijo de que hayan secuestrado a un senador? ¿Nos regodeamos de que hayan secuestrado al abogado de banqueros y empresarios multimillonarios de dudosa reputación y presuntos nexos con cárteles del narcotráfico? ¿Sentimos satisfacción de que alguien intocable finalmente sea amordazado, cacheteado, vejado, humillado?

Por supuesto que sí, por desgracia es un placer que dura cinco minutos, o cuando mucho, diez. El mismo tiempo que cuando echan al América de la Liguilla y en seguida en pantalla ponen un Realty Show. Luego todo vuelve a la normalidad. El sentido común nos susurra con su condenada vocecilla. Nos recuerda que empresarios, políticos y narcotraficantes no son más que un Cancerbero. Bestia de tres cabezas unidas por el mismo cuerpo, por la misma sangre, latiendo con el mismo corazón. Hermanos trillizos. Incapaces de morderse una pata o el hocico los unos a los otros porque son uno mismo. La misma criatura horrenda.

El secuestro de un pez gordo no pone a los políticos a nuestro nivel. Menos a los pesos pesados como ballenas. Ellos no conocen el miedo. A ellos no los abofetean, mutilan, privan de la libertad, exponen en las noticias del canal más poderoso del país; no, a ellos los internan en un spa, almuerzan langosta con cubertería de plata, arropan con batas de seda y en la noche se sientan a jugar Monopoly con sus “secuestradores” en un tablero llamado México.

Si acaso, para no levantar suspicacias, los bárbaros desalmados los ponen a dieta de brócoli, lechuga y tomate y les dejan crecer el pelo y la barba, para que no se diga que el cautiverio no fue horrible.

Y si me equivoco, lo dudo mucho, y el pez gordo amanece tieso y lleno moscas (algún pacto habrá roto el servidor público), sus restos serán escondidos, esfumados, desaparecidos por los medios de comunicación “responsables” para no perturbar o traumatizar a su familia, no así los secuestrados y decapitados de a pie, que pagan (o pagaban) sus impuestos, que sistemáticamente, como animales, aparecen en los noticieros del señor López-Dóriga y Loret de Mola, eso sí, bajo la sentencia de, damas y caballeros, niños y niñas, por favor, tápense sus ojitos, las imágenes que verán a continuación son muy fuertes, pero es nuestro deber y trabajo informar.

Actualización:




domingo, 16 de mayo de 2010

En el peor de los casos



1


Selva ama a un grupo argentino de rock pop alternativo. Más específicamente a su vocalista.

More...-Ay, no sabes como me encanta –dice-, uf, si lo pudiera conocer, te pongo el cuerno.

Me escandalizo en silencio, no por la latente y abierta advertencia de infidelidad de mi chica, sino por su terrorífico gusto.

En el escenario, bajo el calor de las luces, un tipo chaparrito, de uno cincuenta, ojos separados, cuello casi inexistente, encorvado, espalda pequeña, traducción: un guiñapo con cara de perro Chihuahua, salvo que, es una estrella consumada, un artista de verdad, el flautista de Hamelín enfundado en unos escandalosos pantalones azul celeste que hace gritar, bailar y corear sus magníficas canciones a miles de enardecidos fans.

-Uy, ponte unos pantaloncitos así, porfa –dice Selva-, te vas a ver mariconcísimo en la presentación de tu libro.

Le digo que no, ni loco, bajo ningún concepto.

-Anda, anda –insiste- yo te los compro, pleeeease.

En silencio, sin atreverme a abrir el pico, empiezo a creer que fue un error haber asistido al concierto, una broma macabra del destino para sacarme de casa un viernes por la noche y hacerme enormemente infeliz.


2


Cuatro noches atrás, la escritura de mi novela fue interrumpida al aparecer en la pantalla de mi laptop una ventanita al costado inferior derecho. Vía Messenger Selva me apuraba a responderle. Abrí la ventana y respondí el mensaje. En pocos segundos mi chica me dio una serie de instrucciones detalladas de los pasos que debía seguir en el acto. Es decir, la página de Internet a la que debía accesar, las respuestas que debía elegir en la trivia, etcétera.

-Están sorteando boletos VIP –escribió Selva-, estoy segura que vamos a ganarlos.

Al no llevarme más de un par de minutos el llenado del formulario, no me quejé con mis habituales rabietas y pataleos, tampoco me tomé la molestia de desgastarme en explicaciones de que aquello era un absurdo, una pérdida de tiempo inscribirse en un concurso con miles de participantes, pues en lo que a mi respecta, jamás en la vida he ganado nada, si acaso una gorra de albañil con el logotipo de Comex que aventaron hacia el público en mitad de un concierto gratuito de los Enanitos Verdes en la Feria de X´matkuil por ahí del año ´95, souvenir que me costó arañazos, codazos, rodillazos y puntapiés de la finísima concurrencia.


3


Para mi sorpresa, 24 horas después de inscribirme en el concurso, al revisar mi bandeja de entrada de Hotmail, el grupo cervecero encargado de montar la rifa de boletos y auspiciador oficial del concierto de la banda argentina de rock pop alternativo, me informó que era yo uno de los cinco exclusivísimos ganadores de pases dobles VIP.

Estupefacto, guardé silencio. No dije una sola palabra. Los días transcurrieron.

-Pensé que ganaría –dijo Selva desilusionada-, me vi saludándolo, dándole un beso.

¿Acaso me apiadé de mi chica vidente? En lo absoluto. Permanecí en silencio. Impertérrito. Cerré el pico. Fingí demencia. Agradecí no verme envuelto entre un mar de gente sudorosa y borracha. Salvaguardando la retaguardia de Selva de lascivas caricias, manos traviesas, ardorosas. Abriéndome paso a empellones y codazos por una cerveza para no morir de sed. Mil veces prefería quedarme encerrado en casa delante de un insufrible partido cero a cero entre México y Ecuador.

Entonces ocurrió. La mano del destino que todo lo puede y tuerce. Resignada a no asistir al concierto, al verme entrar al baño, Selva agarró mi laptop para cambiar su estatus de Facebook y poner algo así como “triste por no asistir al concierto”, sin embargo, la tentación fue demasiada: delante de sus ojos, resplandeciente, estaba mi bandeja de entrada de Hotmail, llamándole particularmente la atención un e-mail titulado “Felicidades, has ganado boletos VIP”.

Su primera reacción no fue mentarme la madre o arañarme la cara, pues mi chica cree (erróneamente) que siendo yo escritor, soy un tipo muy creativo para las sorpresas.

-Gracias, papi –dijo Selva abalanzándose sobre mí-, sabía que me llevarías al concierto.

-Ya ves, de último minuto te quería dar la sorpresa –mentí mientras visualizaba el horror que me esperaba en unos minutos.


4


Dicha sea la verdad, nunca imaginé que mis boletos VIP fueran hacerle honor a su nombre. Los chicos de la cervecera nos metieron a una carpa, nos dieron lugares donde sentarnos, cervezas gratis, botanas, pizza, y lo más importante, montaron una valla metálica que nos mantenía alejados de la turba de miles de fanáticos sudorosos y alcoholizados que brincaban y se pisoteaban unos contra otros. Por primera vez en mi vida me sentí una persona verdaderamente muy importante.

-Ash, no veo nada desde aquí –dice Selva.

-Hubieras traído tus lentes –le reprocho, sentado en mi asiento de lujo, intocable, cerveza y cacahuates enchilados en mano, cual dictador tropical que contempla la belleza del caos.

Entonces ocurre. El flautista de Hamelín porteño toca el tema musical del momento, se zangolotea cual epiléptico en el escenario y los miles de asistentes se vuelven aún más locos. Selva también.

-Lo tengo que conocer –dice-, está en mi destino.

Le hago ver que está loca, que es imposible conocer, estrechar la mano de su amor platónico. Bajo ningún concepto pienso salir de mi burbuja protectora para mezclarme con la muchedumbre sudorosa. Selva me deja con el discurso en la boca, me toma de la mano, tira de ella y me arrastra entre la turba iracunda abriéndose paso a codazos, empellones, me grita que la siga, que no sea maricón, que la ayude a tirar manotazos, a abrirse paso.

-Con permiso, con permiso –le grita a la gente cual Moisés partiendo las aguas.

Cuando me doy cuenta eludimos a los guardias de seguridad y estamos en el backstage.

-Aquí no pueden pasar –dice el custodio de los camerinos-, solo prensa.

-Yo y mis amigas venimos de parte de la prensa –dice Selva mostrando un peligroso escote que deja ver unas tetas altivas, divinas.

-Adelante –dice el guardia de los camerinos.

Pasamos.


5


-Qué vergüenza saludarlo –dice Selva.

La empujo hacia el artista, le digo que está en su destino conocerlo. Entonces comprendo el error que he cometido. El hombrecillo mira a mi chica y se le ilumina la cara, como si hubiera descubierto la rima a una canción imposible.

-Me gustas mucho –dice Selva.

-Gracias –dice el artista sin despegar los ojos de sus tetas.

-Él es mi novio –dice Selva jalándome del brazo.

-Mucho gusto –digo y estrecho la mano del artista.

-Sólo quería saludarte, decirte hola… –dice Selva- y decirte lo mucho que me gusta tu música.

-Gracias –dice el artista aún hipnotizado por la delantera de lujo de mi chica.

-Bueno, un placer conocerte –se despide Selva.

-Pará –dice el artista-, mi hermano me dijo mientras tocábamos: mirá que buena que está esa mina de allá… –el artista levanta las palmas de las manos como un futbolista alegando inocencia luego de cometer un flagrante penalty- con el debido respeto de tu novio.

-No te preocupes –digo fingiendo seguridad en mi mismo-, comparto la opinión de tu hermano.

Entonces, Selva baja la mirada y descubre algo en el artista.

-¿Y tus pantalones? –dice-, ¿dónde están tus pantalones azules?

El artista (ahora vestido con unos jeans como los míos) explica que esos pantalones son una mariconada, vestuario del show, ropa que le compra su mujer cada que va a Europa o a tiendas de disfraces en Buenos Aires.

-Ash –Selva pone los ojos en blanco-, pleeeease, dile a mi novio que se ponga unos así para la presentación de su libro.

-¿Escribís? –se sorprende el artista-, ¿vos qué escribís?

-Novelas –responde Selva por mí-, escribe novelas, me enamoré de él leyéndolo.

El artista se emociona, sonríe, me da una palmada en la espalda y le pide unas cervezas a un chico guapo de su banda.

-Un artista de verdad –dice-, escribe para enamorar a las chicas.


6


Hablamos largo y tendido de literatura. No me sorprende verme sorprendido al no conocer a ni uno solo de los autores que me menciona el artista. Decido no mentir, ser yo mismo, al fin y al cabo no me encuentro en un encuentro de escritores donde tengo que asentir a todo momento con mi mejor cara de intelectual cada que me preguntan si he leído a tal o cual escritor que en mi vida he escuchado de su existencia.

-Tenés que leer Martín Fierro –dice el artista.

Le digo que sí, que lo leeré, Martín Fierro y los otros treinta y tantos libros de la literatura gauchesca que me resume de una manera formidable. Entonces, como ya estamos en confianza, en una plática entre amigos, o al menos así lo creo yo, pues solo los amigos de verdad te invitan cerveza y te hablan de literatura sin reservas, cometo el error de recomendarle leer a mis héroes literarios.

-Sí, esta bien, ya he leído algo, me entrevistó recién –dice el artista-, el problema con Bayly es que hace literatura menor.

Quedo estupefacto. Saco un as bajo la manga y le recomiendo leer a mi amado Arturo Pérez-Reverte, y tal como me ocurre en los encuentros de escritores, el artista me dice que no lo conoce. Siendo así, hago lo que hago siempre con los amigos de verdad (traducción: personas que han leídos cien veces más que yo), con sutileza aborto el tema de la literatura para embarcarme en el terreno de la televisión, que es una forma más divertida de hacer literatura.

-¿Curb your Enthusiasm? –dice el artista con un renovado brillo en los ojos-, un monstruo Larry David, un fenómeno.

Rememoramos capítulos. Recordamos chistes. Viajamos al mundo de Seinfeld. Me siento como pez en el agua.

-Pasáme otras birras –le dice el artista a su hermano, que también es el guitarrista de su banda.

Entonces, cruel destino, me entran unas ganas locas por ir al baño. Tiemblo. Sé lo que ocurrirá cuando vaya al baño. Por eso me aguanto dos horas más hasta que mi vejiga está a punto de explotar.

-Tienes cinco minutos –le susurro al oído a Selva.


7


Voy al baño, o mejor dicho, finjo ir al baño. Me escondo entre unos matorrales como un animalejo menor. Asustadizo. Temeroso. El artista le sonríe con coquetería a Selva.

-Si no estuviera aquí tu novio –dice-, te diría racimos de frases que te ruborizaran.

Selva sonríe.

-Mejor no –dice.

-Si no regresa en dos minutos –amenaza coqueto el artista-, te juro que te doy un beso.

Selva sonríe.

-Mejor no –dice.

Me bajo la bragueta, expulso a propulsión a chorro un litro de orín sobre unos yerbajos. Me siento invencible, el hombre más poderoso del mundo, pero al mismo tiempo, me invade la duda corrosiva, sombría: de haber tenido yo la oportunidad franca y abierta, ¿me habría negado a gozar de las caderas que nunca mienten de Shakira? ¿O a los labios calientes y fríos de Katy Perry? ¿Acaso estaré a la altura de mi chica, de sus expectativas, de sus ex novios (todos ellos artistas talentosos), de sus visiones de bruja consumada donde asegura que la publicación de mi novela me colocará en el mapa literario, o sea, en un artista de verdad?

-Ya nos tenemos que ir al hotel –dice el artista-, veníte.

-No –dice Selva-, mejor no.

El artista, mago de las letras, hechicero de la música, genio moderno, sonríe y en un último intento por lograr hacerse de una chica memorable, de nombre imposible, dice:

-En el peor de los casos… –el artista duda un momento- traéte a tu novio.


8


Una hora después, desnudos en la cama, Selva dice que me ama, y yo no puedo más que besarla y poseerla como nunca antes y decirle que la amo también. De fondo, de banda sonora de una cópula rabiosa, el artista porteño, nuestro nuevo gran amigo, nos deleita con un repertorio de canciones enloquecidas e inolvidables.


domingo, 9 de mayo de 2010

La invasión


Una mañana estás sentado en la mesa tomando café con leche cuando llaman a la puerta. Ding. Dong.

More...-¿Le gustaría que le corte el jardín? –dice lo que parece ser un jardinero.

-No, gracias, ya tengo jardinero –dices mirando con desconfianza al zarrapastroso que está ofreciendo sus servicios.

-Ándele, se lo corto bien barato –insiste el jardinero.

Niegas con la cabeza, en mente sólo tienes el café con leche enfriándose sobre la mesa. Entonces, el jardinero, al ver que estás apunto de cerrarle la puerta en las narices, dice una cantidad irrisoria a cobrar por pasarse medio día cortando, desyerbando y dándole forma de animalitos a tu jardín.

-¿Cuánto dijo usted que me cobrará, buen señor? –dices con los ojos redondos como platos.

El jardinero repite la cifra, te metes los dedos en los oídos para limpiártelos y asegurarte que escuchaste bien. El jardinero se impacienta e interpreta tu silencio como una negativa más y para incrementar tu sorpresa reduce más el precio de su trabajo. Entonces tú, apunto de irte de espaldas, guardas la compostura, pones los ojos dubitativos, te cuentas los dedos de la mano sacando cuentas, tuerces la boca, te sabes un actor consumado porque en mente sabes que te has sacado la lotería, hace tiempo que querías correr a tu antiguo jardinero que te cobra una pequeña fortuna por acicalar el jardín de casa.

-Hecho –dice y todavía te das licencia para poner cara de enfado, qué remedio, ni manera, está carísimo el servicio que me estás dando, hombre.

A la semana siguiente, llaman a la puerta. Ding. Dong.

-Bueno días, señor –te saluda el jardinero-. Mire, le traigo a mi primo, es buenísimo reparando tuberías y cualquier desperfecto de la casa.

-No, gracias –dices con cara de pocos amigos, dispuesto a cerrarles la puerta en las narices-, contigo ya tengo gastos suficientes, me estás llevando a la ruina.

Entonces, el primo del jardinero dice el sueldo que pretende ganar. Guardas las compostura, trabajo dificilísimo porque a punto estás de irte de espaldas, te preguntas de dónde diablos sale esta gente que te cobra una miseria por su trabajo, seguro que es Dios que te está premiando por lo buen samaritano que eres. Repites el ritual de actor consumado: pones los ojos dubitativos, te cuentas los dedos de la mano sacando cuentas, tuerces la boca, etcétera.

A los tres días el jardinero y el plomero aparecen en tu cocina, en mitad del desayuno.

-Buenos días, señor –dicen-. Provecho.

Abres la boca redonda, incrédulo.

-Déjalos, mi vida –dice tu esposa, sonriéndote de manera angelical-. Yo les dije que trajeran a sus mujeres, planchan y limpian divino.

Un mes después, lo que habías creído una bendición del Cielo, no es más que una pesadilla, un tormento. En la televisión han dejado de pasar tus programas favoritos, la mayoría de ellos han sido sustituidos por telenovelas. En la sala de casa, las sirvientas no se despegan del televisor, y para peor, tu esposa les acompaña, los puños apretados y maldiciendo al villano fortachón.

Pones los ojos dubitativos, te cuentas los dedos de la mano sacando cuentas, tuerces la boca (ahora ya no estás utilizando tus dotes histriónicos) y descubres que los integrantes de tu familia son los menos dentro de la casa. Incluso tu hija, sospechas, qué vergüenza, se ha liado con el hijo del jardinero.

En la parrillada del domingo ya no hace falta contarte los dedos de la mano y sacar cuentas: en el jardín, en la piscina, en la cocina, en el cuarto de huéspedes, en todas partes están los familiares y amigos del jardinero. Esto tiene que parar, piensas, dándole la vuelta a la hamburguesa para que no se te queme.

-Todos formen una fila –gritas enérgico, voz de padre de familia que busca respetabilidad-. Todos, hasta ustedes.

Tu propia familia te mira raro, pero sin chistar se forman en la fila y te muestran sus identificaciones para que veas que llevan tu apellido.

El resto de los indeseables invitados, o sea, el batallón de jardineros, plomeros y sirvientas (excepto el noviecito jardinero, que para tu sorpresa te mostró una identificación con tu apellido, pues el muy zorro se casó ayer con tu hija) protestan enardecidos y te llaman dictador, inhumano, nazi, etcétera.

Intentas calmar a la turba iracunda. Les dices que sólo necesitas un jardinero, un plomero y una sirvienta. El resto pude marcharse por donde vino. La turba iracunda protesta, patalea y no tienes más remedio que sacarlos a patadas, con lujo de violencia. Pero es inútil, como cucarachas se descuelgan por las ventanas, se filtran por las rendijas de la reja, se te meten por las tuberías.

Tomas cartas en el asunto: los gaseas, machacas, aplastas.

Aterrada, de a poco, la plaga regresa a casa. O sea, a La Alcantarilla. Lugar fétido, húmedo y sucio. Gobernado por los reyes ratas. Roedores pulguientos, voraces e insaciables que no dudan en recibir a sus lacayos como se merecen: explotarlos, humillarlos, sangrarlos, sobajarlos, exprimirlos, llamarlos indios de mierda, es decir, tratarlo peor que a insectos rastreros.

Ding. Dong. Abres la puerta.

-Buenos días –dice Adelina Micha, Carmen Aristegui, Carlitos Loret de Mola, etcétera.

Antes que puedas cerrarles la puerta en las narices, cámara en mano te bombardean con mil y un preguntas.

-Es mi casa y yo invito al que yo quiera –dices indignado-, y si se meten por la ventana mientras duermo, les meto un tiro.

-¡Asesino! –claman justicia a los cuatro vientos los reyes ratas desde sus jardines muy bien podados en La Alcantarilla.