Llegó agosto y a nadie sorprende que el
hombre más
peligroso del mundo siga prófugo. Si algún día logran capturar a “El Chapo”, lo hará el cuerpo de inteligencia norteamericano; en México todavía permanecemos en estado de shock por
la sorpresiva destitución del director técnico de la Selección Nacional de fútbol por cruzarle un bolado al cuello al narrador Christian
Martinoli.
La verdad sea dicha, me
subo al barco de los inconformes. Nunca antes los mexicanos tuvimos a un entrenador
que nos representara tan fielmente: enano, con sobrepeso, lépero y en extremo violento. Miguel “El Piojo” Herrera no es culpable de nada más que de comportarse como Miguel “El Piojo” Herrera. En todo caso la culpa es de los federativos, en primera instancia
por nombrarlo entrenador, y en segunda por hacer oídos sordos al agredido, quien en
incontable número de
ocasiones advirtió tanto en medios impresos como en entrevistas para la radio y
televisión, que el
día que se
encontrara de frente con “El Piojo” sería víctima de insultos y golpes.
Entonces sucedió lo que
todos sabíamos que
sucedería. Pero
el hubiera no existe. El Presidente de la Federación
Mexicana de Fútbol
(obligado por la presión de medios de comunicación y aficionados disfrazados de suizos) muy a su pesar anunció la destitución del hombre que acababa de darle un
campeonato con nulo valor deportivo pero valuado en millones de dólares, cuando la solución era en extremo sencilla: lo único
que tenía que
hacer, antes que los perros comenzaran a ladrar, era convocar a una rueda de
prensa para informar que un acto vandálico de esta índole era imperdonable, sin embargo, había que reconocer que éste fue un evento atípico, impredecible, con un alto grado
de factor sorpresa, ya que las medidas de seguridad en las concentraciones de
la selección mexicana incluían video vigilancia y monitoreo permanente conformado por más de 750 cámaras, puntos de revisión y módulos de aislamiento para directores técnicos de alta peligrosidad. Además de estas medidas, especialmente a “El Piojo” se le había colocado un brazalete preventivo para su localización en las concentraciones, y, dentro de
su habitación se había instalado un sistema de vigilancia
de circuito cerrado que siempre estuvo funcionando y monitoreando en 3 turnos
durante las 24 horas del día. Por razones de derechos humanos y de respeto a la intimidad,
todos estos sofisticados sistemas de seguridad dejaban de operar al momento que
“El Piojo” ponía un pie fuera de su habitación. Por ello, de ahora en adelante, redoblarían esfuerzos para contener la cólera del técnico al momento que sea cuestionado
por envidiosos periodistas parlanchines, porque los momentos de crisis son para
afrontarlos, no para renunciar, sólo los cobardes huyen levantando las manos como nenitas en vez de
plantarles cara y responder con puñetazos a la mandíbula, o sea, como todo macho mexicano que se dé a respetar.
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