lunes, 13 de enero de 2014

Media noche


-¿Qué harías si empiezo a convulsionar?

-¿Cómo?

-Quiero saber qué harías si me ves con espuma en la boca, los ojos en blanco y chicoleándome como una licuadora.  

Los antibióticos que tomé antes de dormir me dificultan abrir los ojos del todo. Sospecho que es de madrugada. Padezco principios de fiebre por pasar todo el sábado trabajando. 

-Deja de ver al vacío –insiste Fiera-, quiero saber qué harías.

-¿Qué haría de qué? –me revuelvo en la cama, palpo mi frente, pongo cara de desahuciado para ganar un poco de tiempo y dar una respuesta que no tengo.

-Hablo en serio, qué harías si me ves al borde de la muerte.

-Te llevaría a un hospital.

-¿A qué hospital?

-…

Mi mente queda en blanco. O mejor dicho, recrea una película de terror en micromilésimas de segundo. Fiera convulsiona, escupe espumarajos como si tuviera dos Alka-Seltzers en la boca. Asustado, miro a todos lados. Mía, Taco y Bucky ladran enloquecidos. “Se muere”, “Ayúdala”, “Tu eres el que tiene extremidades largas, cárgala, llévala al hospital”, gritan en su idioma de perros. Salgo de la cama. No tengo idea de cuál es el número para llamar a una ambulancia. Navego por Internet pero mis dedos húmedos resbalan sobre la pantalla del celular. Logro dar con el número. Si pido la ambulancia seguro tardará mil años en llegar, además, me harán muchas preguntas como cuál es la dirección de mi casa y si contamos con seguro médico. No me sé mi dirección de memoria, tendría que ir a buscar mi cartera, encontrar entre los cientos de papelitos que hay dentro de ella, en cuál escribí la dirección de casa, para luego decirle a la operadora de los servicios de ambulancia que no tenemos seguro médico. Pienso en salir corriendo a pedir auxilio a mis vecinos. Reparo en otro problema. Son unos perfectos extraños para mí. La casa de la izquierda es habitada por un silencioso matrimonio de mediana edad. Sólo les he visto un par de veces. Sus coches, relucientes de limpios, siempre están en la cochera, las 24 horas del día. Tienen un perro yorkie. Nunca lo he escuchado ladrar. Los envidio, imagino que son una pareja de escritores que viven encerrados escribiendo todo el día, o una pareja de vampiros que salen por las noches a cazar. La casa del lado derecho es habitada por un matrimonio sexagenario que todo el tiempo emprende infructuosos negocios en su cochera: venta de muebles, ropa, helados, bolis y tacos. Con qué cara podría pedirles ayuda, jamás me he dignado a comprarles nada. Ni siquiera a decirles hola. Las casas de enfrente, una es habitada por una pareja de lunáticas lesbianas que viven con 25 gatos (los he contado), la otra por un ex compañero de la universidad del que siempre me escabullo para evitarnos la pereza de ponernos al corriente en nuestras aburridas vidas desde el momento en que nos graduamos y él tenga que verse obligado a presentarme a sus tres hijas y a su esposa y creemos un vínculo que desemboque en invitarnos mutuamente a cada reunión que hagamos en nuestras respectivas casas. Pienso en llamar a mi suegro, decirle que su hija está agonizando. Un escalofrío me parte el cuerpo en dos. Soy un hombre. El hombre responsable de la salud y felicidad de otro adulto. El relevo natural y milenario de un padre. Yo. Un ser incapaz de velar por mi mismo. Un escritor que ya no escribe. Un treintañero con tetas de colegiala y principio de alopecia. La peor pesadilla de la santificada de mi suegra. El que se llevó a su hija a vivir en el pecado mortal del concubinato hace más de dos de años. El hombre que mira pasmado el último aliento de la mujer que le da sentido a su vida. Incapaz de tomar una decisión. De levantarla en brazos, subirla al coche y dirigirse al hospital más cercano, porque de intentarlo, estrellaría el coche en el primer Oxxo del camino.              


-Yo no sabría qué hacer si un día te da un derrame cerebral como a tu papá –me dice Fiera con los ojos bien abiertos-. Me quedaría paralizada del miedo hasta que te murieras. 
  

9 comentarios:

Martín dijo...

Hola Rodrigo!
Sinceramente no sé por qué decidiste compartir esto conmigo, cuando suelo pasar por tu blog, pero te lo agradezco.
Creo, además, que a todos nos pasaría algo similar a eso: la impotencia que genera el sufrimiento del ser amado suele ser gigante, y más si la parca anda cerca...
Como siempre, un gusto leerte.
Saludos desde Argentina.

Rosanette dijo...

Mi esposo y yo morimos de la risa con el final de tu historia (tuve que traducir ya que no habla espaniol) Ya era hora que tus hsitorias regresaran!

Carla dijo...

Jajaja! Sólo tú...

Saludos!!

Guillermo dijo...

Plop despues de q tu pensaras toda una pelicula simplemente plop.....

Moch dijo...

Queridos Fiera y Rodrigo: fácil. Llévense a vivir de una vez una enfermera con ustedes. Vualá.

Yessica dijo...

wow... solo dire que fue lo primero que leí este día y me gusto un montón. gracias.

Ajax dijo...

Hay Rodrigo, espero que no te de un ataque nunca porque no lo vas a contar. Cuídate y salídame a "La Fiera" ¿Ya pasaron dos años que viven juntos? Carajo como pasa el tiempo rápido. Un abrazo y cuidate

Luis dijo...

No pos miau.

Lindo. Bien escrito.

Betty dijo...

Amigo Rodrigo
Extraordinaria refexion. Lo mejor este nuevo año¡¡
eres magnifico con sinceridad. Saludos